“Navegar en un mundo más frágil”

Este fue el título de la exposición que realizó el pasado jueves Kristalina Georgieva, la directora gerente​ del Fondo Monetario Internacional (FMI), en la Universidad de Georgetown.1

En su intervención, Georgieva hizo referencia a la transformación radical que está atravesando actualmente la economía mundial, desde un mundo “relativamente previsible”, sustentado en un marco basado en reglas de cooperación global, tasas de interés excepcionalmente bajas y escasa inflación, hacia a un mundo “más frágil, con más incertidumbre, mayor volatilidad económica, confrontaciones geopolíticas y desastres naturales cada vez más frecuentes y devastadores”. En este nuevo mundo, “cualquier país puede verse desestabilizado más a menudo y con mayor facilidad”, algo que debe tenerse presente a la hora de calibrar la política económica y la asistencia hacia los países y segmentos de la población mundial más vulnerable.

Luego de superados los momentos más álgidos de la pandemia, el crecimiento mundial rebotó y marcó una expansión superior al 6,1% durante el año pasado. Esto en sí mismo no suponía una mejoría en términos de las condiciones de vida de las personas, pero sentaba una base para reencauzar el dinamismo global y enfrentar los desafíos y transformaciones que se habían profundizado producto de la crisis sanitaria y sus múltiples derivaciones sociales, económicas y políticas.

Sin embargo, la situación cambió drásticamente en el último año y ahora las perspectivas vuelven a ser “más sombrías”. Los principales motores del mundo no sólo se han enfriado, sino que podrían ingresar más temprano que tarde en una nueva fase recesiva. Según Georgieva, los países que representan una tercera parte de la economía mundial registrarán un mínimo de dos trimestres consecutivos de contracción −lo que configura técnicamente una recesión− este año o el que viene.

La reducción del suministro de gas procedente de Rusia está afectando severamente a Europa, China sigue enfrentando perturbaciones asociadas al combate contra la covid-19, y Estados Unidos exhibe una desaceleración relacionada con la incidencia de la inflación y las consecuencias de su combate por parte de la Reserva Federal.

Todo esto supone, para las economías emergentes como la nuestra, una menor demanda externa y condiciones financieras más restrictivas, en un escenario caracterizado por el fortalecimiento global del dólar y la reversión del precio de las materias primas, luego de alcanzar niveles históricamente altos durante el último año y medio. “Más de una cuarta parte de las economías emergentes han incumplido los pagos o han tenido bonos operando en niveles que denotan tensión, y más del 60% de los países de bajo ingreso se encuentran en una situación crítica por sobreendeudamiento o corren un gran riesgo de caer en ella”.

En este marco, el FMI ya acumula tres recortes de sus proyecciones de crecimiento mundial para 2022 y 2023, algo que volvería a ocurrir la semana próxima cuando se divulguen las nuevas estimaciones en el marco del segundo informe anual de perspectivas globales correspondiente al mes de octubre. Actualmente, las estimaciones para estas dos referencias temporales se sitúan en 3,2% y 2,9%, respectivamente.

Según los cálculos del organismo, la pérdida del producto mundial que tendría lugar entre 2022 y 2026 será equivalente al tamaño de la economía alemana, y es “más probable que esta situación vaya a peor que a mejor”.

La desaceleración del comercio mundial

En este contexto, la Organización Mundial del Comercio (OMC) alertó la semana pasada que “el crecimiento del comercio sufrirá una brusca desaceleración en 2023 debido a la difícil coyuntura que atraviesa la economía mundial”.2 Concretamente, el volumen del comercio mundial de mercancías crecerá 3,5% este año, tendiendo hacia un crecimiento de apenas 1,0% durante el próximo año. Esta última cifra contrasta con la estimación previa, que anticipaba una expansión del comercio del entorno de 3,4% para 2023.

Además de destacar los riesgos discutidos previamente, el organismo alertó sobre las tentaciones de enfrentar esta situación desplegando más políticas proteccionistas y restricciones comerciales, como ya han hecho varios países a raíz del aumento del precio de los alimentos.

Luego del inicio de la guerra, las políticas relacionadas con el comercio impuestas por los países se han incrementado. Como señala el Banco Mundial, la crisis alimentaria se ha agudizado en parte por el número de restricciones al comercio de alimentos establecidas para aumentar la oferta interna y contener los precios. “Hasta el 29 de septiembre, 20 países han implementado 29 prohibiciones a la exportación de alimentos, y seis han implementado 12 medidas de restricción de las exportaciones”. Un camino como este, que supondría un nuevo repliegue de las cadenas mundiales de suministro, “sólo agravaría las presiones inflacionarias, lo cual llevaría, con el tiempo, a una desaceleración del crecimiento económico y a niveles de vida más bajos”. Sería combatir fuego con fuego.

Si se analizan los datos por regiones, la mayor desaceleración prevista para los próximos meses está justamente alojada en América del Sur. A este respecto, Oriente Medio registrará este año el mayor crecimiento de las exportaciones a nivel regional, con un incremento equivalente al 14,6% anual. Le siguen de lejos África (6,0%), América del Norte (3,4%), Asia (2,9%), Europa (1,8%) y, por último, América del Sur (1,6%).

La inseguridad alimentaria va en aumento

La problemática de la inseguridad alimentaria ha venido creciendo desde el año 2018, como consecuencia de los efectos negativos asociados a la mayor frecuencia e intensidad con la que aparecen los shocks climáticos adversos. Sin embargo, esta situación empeoró de forma pronunciada durante los últimos dos años, producto del impacto de la pandemia y posteriormente de la guerra.

Al día de hoy hay cerca de 345 millones de personas que padecen inseguridad alimentaria aguda, 210 millones más de las que había en 2019, y “50 millones de personas en 45 países están al borde la hambruna”.3 Como señaló el Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas, el 2022 es efectivamente “un año de hambre sin precedentes”. De hecho, así se titula el último informe presentado por el organismo, donde advierte sobre la agudización de este fenómeno y sus potenciales derivaciones en varios puntos críticos del mundo.

Según los datos divulgados por la organización, el alcance de esta problemática ha empeorado particularmente en 48 países, la mitad de los cuales son especialmente vulnerables por la debilidad de sus instituciones y por su gran dependencia a las importaciones provenientes desde Rusia y Ucrania. “Del Corredor Seco centroamericano y Haití, a través del Sahel, la República Centroafricana, Sudán del Sur y luego hacia el este hasta el Cuerno de África, Siria, Yemen y hasta Afganistán, hay un anillo de fuego que se extiende por todo el mundo donde el conflicto y las crisis climáticas están llevando a millones de personas al borde de la inanición”, advierte el informe.

Además de la asistencia humanitaria del Programa Mundial de Alimentos y de otros organismos internacionales, y de las medidas de alivio fiscal y las transferencias que pueda brindar cada país a nivel nacional, es clave evitar un rebrote proteccionista adicional. Por ejemplo, según el Banco Mundial, las medidas proteccionistas introducidas recientemente son responsables de hasta el 9% del incremento de los precios mundiales del trigo, un fenómeno que se extiende hacia el resto de los alimentos e insumos −particularmente los fertilizantes−.


  1. Navigating A More Fragile World. Kristalina Georgieva, IMF Managing Director. Georgetown University, Washington, D.C. 

  2. Estadísticas del comercio internacional. Organización Mundial de Comercio (octubre 2022). 

  3. Una crisis alimentaria mundial. 2022: un año de hambre sin precedentes. Programa Mundial de Alimentos; Naciones Unidas (2022).