Cuando el secretario del Tesoro estadounidense Henry Morgenthau inauguró la Conferencia de Bretton Woods, hace casi 80 años, recordó a los delegados que los fallos de la cooperación internacional habían llevado a la Gran Depresión, la división social y, en último término, a la guerra. “Como la paz, la prosperidad es indivisible”, concluyó. “No nos podemos permitir tenerla dispersa aquí o allá entre los más afortunados... Donde sea que exista, la pobreza es una amenaza para todos”.

Es un mensaje que nos habla a través del tiempo. Otra vez nos vemos enfrentados a desafíos que únicamente se pueden resolver mediante la cooperación internacional. Grandes zonas del mundo en desarrollo están excluidas de la prosperidad global. La extrema pobreza está creciendo. Logros alcanzados con mucho esfuerzo en sanidad, educación y nutrición están bajo amenaza. Se están ampliando desigualdades económicas ya obscenas entre países y al interior de ellos. La ventana de oportunidad para evitar una catástrofe climática está a punto de cerrarse de golpe. Y, aun así, la cooperación multilateral está paralizada por la complacencia, las pequeñas rivalidades y un nacionalismo que se mira el ombligo.

Piénsese en las Reuniones de Primavera del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional de este año, que ofrecían una oportunidad de movilizar los fondos necesarios para evitar retrocesos masivos del progreso ya alcanzado para cumplir los Objetivos de Desarrollo Sostenible 2030 (ODS). En lugar de ello, los gobiernos occidentales y el G20 llegaron sin una agenda en común, gastaron una semana en intercambiar lugares comunes y dejaron al mundo un conjunto de declaraciones vagas e incoherentes.

No nos podemos permitir fallos de liderazgo de esta escala. El Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, los dos pilares del sistema de Bretton Woods, deben estar en el centro de la cooperación internacional y su respuesta a los desafíos decisivos que enfrenta nuestra generación, comenzando por la recuperación en dos versiones tras la caída económica provocada por la pandemia de covid-19.

A diferencia de las economías avanzadas, que se han recuperado gracias al respaldo de vastos programas estatales de financiación y vacunación, muchas economías en desarrollo han sufrido profundas cicatrices. El crecimiento se ha ralentizado, la recaudación fiscal ha disminuido y dos tercios de los países de ingresos bajos se encuentran en problemas para pagar sus deudas o en riesgo de caer en esa situación. El FMI estima que los países más pobres necesitarán 450.000 millones de dólares adicionales para volver a sus trayectorias de desarrollo anteriores a la pandemia.

Las presiones presupuestarias están limitando la capacidad de los gobiernos de defender lo logrado en términos de desarrollo humano. La pandemia hizo que casi 100 millones de personas cayeran en la extrema pobreza, cifra que aumentará a medida que se recorten las redes de seguridad social y la guerra de Rusia contra Ucrania impulse la inflación en los precios de los alimentos, haciendo aparecer el espectro de una mayor malnutrición, o incluso del hambre, en algunas partes del planeta. Más de 40 de los países más pobres destinan más fondos a pagar sus deudas que a financiar su sanidad pública. Los presupuestos para educación están siendo recortados, incluso cuando millones de los menores más desfavorecidos del mundo vuelven a las salas de clase cargando las pérdidas de aprendizaje sufridas durante los cierres de escuelas causados por la pandemia.

Con este sombrío telón de fondo, la cooperación internacional para financiar una “recuperación de los ODS” ha cobrado una urgencia renovada. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos estima que la ya considerable brecha de financiación de los ODS antes de la pandemia ha aumentado en 1,2 billones de dólares. Y eso es sin las inversiones progresivas de dos billones de dólares por año que se necesitaban para apoyar las inversiones en energía renovable en los países en desarrollo para lograr las metas establecidas en el acuerdo climático de París de 2015.

Cuando, hace siete años, los gobiernos se comprometieron a cumplir la agenda de los ODS, prometieron un enfoque totalmente nuevo a las finanzas para el desarrollo que convertiría “miles de millones en billones”. Los arquitectos del sistema de Bretton Woods crearon el vehículo para hacerlo en la forma de bancos multilaterales de desarrollo (BMD).

Diseñado para respaldar la reconstrucción europea de posguerra, el sistema de BMD –el Banco Mundial y sus contrapartes regionales– consagra un modelo financiero sencillo pero potente. Con pequeñas cantidades de capital desembolsado sustentado por garantías estatales mucho mayores (“capital exigible”), los BMD pueden utilizar sus calificaciones de crédito AAA para emitir bonos a bajas tasas de interés y prestarlos a países en desarrollo, con lo que en la práctica movilizan las finanzas privadas para la inversión pública. El Banco Mundial, el mayor BMD, tiene sólo 19.000 millones de dólares de capital desembolsado y 278.000 millones de dólares de capital exigible.

La financiación multilateral tiene efectos multiplicadores que la ayuda bilateral no puede duplicar. Cada dólar invertido en el Banco Mundial a través de capital desembolsado moviliza cuatro dólares en nuevos fondos. Sin embargo, el sistema de BMD está insuficientemente aprovechado, por decir lo menos. Aparte de su entidad de créditos blandos, la Asociación Internacional de Fomento, el Banco Mundial desempeñó un discreto papel en el apoyo a países en desarrollo durante la pandemia, y la cartera de financiación de los BMD para intervenciones climáticas en países de ingresos bajos y medios asciende a apenas 38.000 millones de dólares, una fracción de lo que se necesita.

Si bien los BMD (notablemente, el Banco Africano de Desarrollo) están descapitalizados, el mayor problema es un conservadurismo profundamente arraigado en la gobernanza financiera. Los principales accionistas –los gobiernos europeos y estadounidense– se niegan a permitir que las garantías de capital exigible se integren a las operaciones de préstamo. Los investigadores del Instituto de Desarrollo de Ultramar estiman que, si esta regla se cambiara, se podrían movilizar 1,3 billones de dólares adicionales, con sólo un cambio marginal en las calificaciones crediticias y los costes de los préstamos.

Hablando de las Reuniones de Primavera la secretaria del Tesoro estadounidense, Janet Yellen, lamentó que los BMD no hubieran podido movilizar los billones necesarios para la recuperación pospandemia. Y, no obstante, el gobierno de Joe Biden no ha sido capaz de replantear las reglas sobre el capital exigible.

Otros intentos de innovación se han visto bloqueados por el muro de la burocracia. Gordon Brown, el enviado especial para Educación Global de las Naciones Unidas, ha propuesto un sistema de modestas subvenciones y garantías que podría duplicar la financiación de los BMD para el sector educativo, destrabando 10.000 millones de dólares. Y, sin embargo, incluso ante una crisis educacional sin precedentes, los donantes han brillado por su ausencia.

Esta es una parodia del sistema de Bretton Woods. En su equivocada defensa de las calificaciones crediticias AAA, los BMD están renunciando a implementar soluciones que respaldarían la recuperación, evitarían devastadores retrocesos del desarrollo humano y darían esperanza a millones de niños y niñas.

Lamentablemente, no es sólo la agenda de los BMD la que está atascada. A nueve meses de que los gobiernos del G20 prometieran aportar 100.000 millones de dólares a la nueva emisión de derechos especiales de giro del FMI (DEG, el activo reserva de esta institución) para los países pobres, no se ha transferido ni un solo centavo. Mientras tanto, con un alza prevista de 45% de los costes de servicio de la deuda –la mayoría destinados a acreedores comerciales y a China–, se está esfumando la posibilidad de concretar inversiones vitales y aumenta el riesgo de un impago caótico de las deudas soberanas. Y, sin embargo, no estamos más cerca de un marco de reducción de la deuda de lo que estábamos hace un año.

A medida que se profundiza la crisis causada por la covid-19, algunos comentaristas han llamado a crear un nuevo sistema de Bretton Woods. Algo de razón tienen. El Banco Mundial y el FMI mantienen sistemas de gobernanza anacrónicos, dominados por Occidente. Pero lo que falta en la respuesta actual a los decisivos desafíos al desarrollo humano no es la arquitectura financiera, sino más bien la sensación de urgencia, propósito compartido y emprendimiento común que caracterizó la conferencia original de Bretton Woods.

Kevin Watkins es ex director ejecutivo de Save the Children Reino unido y profesor visitante en el Instituto Firoz Lalji para África de la London School of Economics. Copyright: Project Syndicate, 2022. www.project-syndicate.org. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.