Entender las tendencias por las que transita la globalización es esencial para debatir, definir y evaluar la estrategia de inserción y, por lo tanto, la de desarrollo económico. El punto es que, en muchas áreas, estamos en “transición”. Y, aunque la situación de partida de tales “transiciones” es conocida, la de llegada no lo es tanto, y mucho depende de las acciones que se tomen en su transcurso. La agenda nacional debe tener en cuenta tales tendencias.

Transiciones en el poder-geopolítica, en el capitalismo corporativo, digital, energética, ambiental; son muchas las transiciones e interacciones a considerar. Asistimos a la emergencia de nuevas actividades productivas, nuevas formas de trabajar y producir, nuevas formas de consumir y nuevas formas de socializar.

Mientras que el cambio tecnológico asociado a la economía digital genera importantes y aceleradas transformaciones en el mundo del trabajo, la producción y el consumo (transición digital), se desarrollan, de la mano de la creciente conciencia acerca de las urgencias ambientales, diversas estrategias para combatir el cambio climático (transición ambiental y energética) y las tensiones geopolíticas, como consecuencia principalmente de la rivalidad estratégica que protagonizan Estados Unidos y China (transición de poder), que moldean cada vez más el despliegue de las cadenas de producción.

Sobre la base de las nuevas realidades que emergen de las interacciones de aquellas transiciones, llegó la pandemia, que dista de haber sido un evento sanitario que, una vez superado, pone a Estados y sociedades en la trayectoria previa. Por el contrario, la pandemia aceleró la transición digital al acentuar la heterogeneidad en el sistema productivo, impactó en la organización del trabajo, promovió ciertos comportamientos en materia de consumo y sociabilización y, además, dejó a los Estados con aún mayores facturas fiscales y deuda pública. Y despertó también en los responsables políticos nacionales una renovada inclinación por poner bajo cierto grado de control nacional aquellas producciones consideradas “estratégicas”.

Irrumpe la guerra en Ucrania con consecuencias geopolíticas de larga duración relativas al relacionamiento de Rusia con Occidente y con China. La guerra en el “granero del mundo”, a su vez, impacta en los precios de los bienes alimentarios, lo que provoca una renovada preocupación por la “seguridad alimentaria” y, por otro lado, distorsiona el suministro de petróleo y gas, cambiando los planes de la transición energética en Europa.

Una nueva globalización

Las transiciones, y los impactos de la pandemia y la guerra en Ucrania, se procesan en un marco social que ya estaba signado por el malestar de las ciudadanías con sus condiciones de vida, sea en los países emergentes como en los desarrollados (cada una partiendo de distintos niveles en la satisfacción de sus necesidades) y con la frustración de las expectativas de progreso. De ello dan cuenta tanto los fenómenos de desafección cívica como la generalizada emergencia de sectores políticos extremistas y la proliferación de propuestas absurdamente populistas.

Es así que no deberían sorprender las políticas que tienen como objetivo preservar, relocalizar y desarrollar, bajo control nacional y/o regional, cada vez más “producciones (definidas como) estratégicas” (o “eslabones estratégicos” de las cadenas globales de valor), las radicales redefiniciones de los abordajes a los temas energéticos y ambientales, la nueva tributación con vocación internacional e impactos nacionales, la “seguridad alimentaria” como prioridad en clave nacional y/o regional. Y, también, el retorno de la geopolítica y la preocupación por la “seguridad nacional”, con su consecuencia sobre la globalización de talante liberal. Políticas que son protagonizadas por mandatarios pertenecientes a todo el arco político-ideológico, así sean antiglobalistas, populistas, socialdemócratas o liberales.

“Los tomadores de decisiones están cada vez más preocupados con que las cadenas de suministro sean robustas, no sólo eficientes. Como resultado, eligen depender menos de las jurisdicciones en las que están expuestos al riesgo. Y los países están diseñando políticas industriales orientadas a la autosuficiencia o la preeminencia internacional en al menos algunas tecnologías y negocios ‘estratégicos’. Esto significa que deben apoyar la inversión en dichos sectores dentro de sus fronteras y, en ocasiones, restringir la exportación de esos sectores. Las corporaciones, por su parte, están desarrollando estrategias de integración vertical, comprando empresas proveedoras en el país y en el extranjero”, dice un informe de The Economist (16 de junio de 2022), titulado “Reinventando la globalización”.

The Economist da cuenta de los cambios en las cadenas de valor global, guiados, a nivel corporativo, por procesos en curso de onshoring (localización de producción dentro de fronteras), nearshoring y friendshoring (localización de producción o de la provisión de insumos clave en espacios cercanos o considerados seguros) y de integración vertical a nivel de algunas corporaciones (por ejemplo, y siguiendo el modelo de Tesla, la teslafication de la industria automotriz).

Malestar social, procesos de reestructura de las cadenas globales y, sobre todo, cambios de fondo, (aquellas) que se procesan a un ritmo acelerado, son todos factores que desafían la toma de decisiones por parte de los responsables políticos nacionales de turno. Lo cierto es que, en ese contexto, la opción de la inserción en un mundo “hiperglobalizado” –es decir, un mundo caracterizado por una cada vez más “libre” y fluida circulación de bienes, servicios, inversiones, capitales, tecnologías y personas– no está disponible.

Dígito omnipresente

La transición digital impacta en todas las áreas de la producción (y, por cierto, de la vida). Pero hay una que hay que seguir de cerca: los servicios.

“Esta fase de globalización y robótica –o ‘globotics’– se refiere principalmente al sector de servicios, no sólo a los sectores manufacturero, minero y agrícola, como en décadas pasadas. Esto es importante de muchas formas, una de las cuales es que entre el 80 y el 90% de las personas en las economías avanzadas ahora trabajan en el sector de servicios. La globalización y la automatización del pasado se referían principalmente a los bienes y, por lo tanto, al sector manufacturero y la infraestructura relacionada. Estaban restringidos por las leyes de la física que se aplican a la materia”.

“La globalización y la automatización del sector de servicios tienen que ver con la información: procesarla y transmitirla. Sería físicamente imposible duplicar los flujos comerciales mundiales en 18 meses. La infraestructura no podría manejarlo, y construir infraestructura toma años, no meses. Los flujos mundiales de información, por el contrario, se han duplicado cada dos años durante décadas. Continuarán haciéndolo durante los próximos años. Los impulsos tecnológicos detrás de la próxima transformación globótica son profundamente diferentes de los que desencadenaron olas anteriores de automatización y globalización”, decía el reconocido economista Richard Baldwin en una de sus conferencias (“Globotics and Telemigration: this time, globalisation is different”, foro de la OCDE, diciembre de 2021).

Muchas de sus interesantísimas conferencias se dan en el marco de la presentación de su libro The Globotics Upheaval: Globalization, Robotics, and the Future of Work, de 2019, en el que, en el contexto de las distintas fases de la globalización, analiza cómo la disrupción digital impacta en el mundo de la producción y el trabajo. Un impacto, inevitable y de corto plazo, que puede ser devastador para muchos sectores de servicios en el mundo desarrollado, a la vez que ofrece oportunidades a los trabajadores de los países emergentes (“telemigración” mediante).

Sustentable, renovable y de color verde

“Ideas esenciales: la emergencia climática requiere una acción rápida y a gran escala; el éxito dependerá en gran medida de los avances tecnológicos, que son rápidos pero también inciertos; debemos evitar aumentar los ya elevados costos optando por medidas poco eficaces; se necesita un enfoque global. La tarificación del carbono es necesaria pero no suficiente”, dicen los economistas Olivier Blanchard y Jean Tirole, en el resumen del capítulo de “Cambio Climático” del informe Los grandes desafíos económicos, encargado a principios de 2020 por el presidente francés, Emmanuel Macron, a un grupo de destacados expertos internacionales, y publicado en junio de 2021 (los otros dos desafíos son “el cambio demográfico” y “las inseguridades y desigualdades”).

“Representaciones y realidad” continúa el capítulo de resumen: “Existe una diferencia entre la preocupación que siente la mayoría de la población por el calentamiento global antropogénico (preocupación que en sí misma es una buena noticia) y su renuencia a asumir el costo de la transición ecológica y sus consecuencias sobre su estilo de vida; la falta de transparencia sobre el costo y la efectividad de las medidas paraliza el debate. La actitud de la población hacia la fiscalidad verde está más decidida en función de su visibilidad que por su eficacia en la lucha contra el cambio climático”.

En cuanto a “recomendaciones”, se propone, entre otras medidas como el subsidio a la investigación y desarrollo, la tarificación del carbono a nivel nacional, que, para que no pueda ser evadida a partir del “dumping ambiental”, se debería acompañar con “ajustes de carbono en la frontera”, es decir, la imposición de aranceles sobre bienes importados que son producidos en condiciones que no cumplen con los estándares ambientales fijados.

La mención al informe francés no busca otro objetivo que mostrar una de entre tantas y tantas iniciativas que, a nivel internacional, reflejan la preocupación por el cambio climático y las agendas asociadas, entre las que destacan las vinculadas a la fiscalidad (incluyendo la posibilidad de imponer aranceles) así como regulaciones asociadas a los modos de producir y comerciar (y de transportar la producción).

La espada de Tucídides que pende sobre el G2

“China es el único país que tiene tanto la intención de redefinir el orden internacional como el poder económico, diplomático, militar y tecnológico para hacerlo. La visión de Pekín nos alejaría de los valores universales que han sostenido gran parte del progreso conseguido por el mundo en los últimos 75 años”, así definía el secretario de Estado, Anthony Blinken, recientemente, el 26 de mayo de 2022, el posicionamiento de Estados Unidos respecto de China en una conferencia titulada, precisamente, “Enfoque de la Administración con respecto a la República Popular China”.

China, matizaba posteriormente Blinken, “es además un actor que es parte integral de la economía mundial y de nuestra posibilidad de resolver desafíos que van desde el clima hasta la covid. Básicamente, Estados Unidos y China tienen que tratar el uno con el otro por el futuro previsible. Por eso, esta es una de las relaciones más complejas y con mayores consecuencias de las que tenemos en el mundo contemporáneo. [...] No estamos buscando que haya un conflicto ni una nueva Guerra Fría. Por el contrario, estamos decididos a evitar ambas cosas”.

La mención al militar e historiador ateniense Tucídides refiere a aquella dinámica (“trampa”) por la cual el choque entre una potencia en declive y otra en ascenso puede llegar a ser inevitable. La cuestión supone varios ángulos de análisis posibles, entre los cuales la tesis de unos Estados Unidos en declive no es la menor de ellas.

Los procesos de nearshoring y friendshoring en las cadenas de valor aludidas más arriba, junto con cierto proceso de “fragmentación” y regionalización de la globalización, son parte y consecuencia de este enfrentamiento en el seno del G2.

Y nosotros

En Uruguay, ¿tenemos una institucionalidad preparada para lidiar con estas transiciones?, ¿basta con asignar más recursos humanos calificados y financieros a las tareas de prospectiva económica, evaluación y negociación internacional en el marco de la actual institucionalidad o, además, se requiere un rediseño profundo de los ministerios y agencias, y de los vínculos entre ellos?

El sector de servicios no tradicionales (es decir, aquellos que no comprenden “viajes/turismo” ni transporte), que ya da cuenta de su capacidad de aprovechar las oportunidades de la disrupción digital en proceso a nivel global, ¿precisa de una institucionalidad específica que la promueva aún más?

Por otro lado, es evidente la necesidad de incorporar de forma mucho más firme, transparente y permanente las preocupaciones ambientales vinculadas con las formas de producir bienes agropecuarios y, también, con la generación de energías verdes. Respecto de lo primero, el sector agroindustrial puede mantenerse en niveles satisfactorios de cumplimiento de los estándares regulatorios (que serán cada vez más exigentes) o proponerse liderar la inserción en los canales y los círculos más ambientalmente exigentes. Respecto de las energías verdes, y una vez realizada exitosamente la primera transformación de la matriz energética, se ha lanzado recientemente una potentísima agenda de producción de hidrógeno verde, que parece necesario que ocupe un papel central en la información y la consideración pública.

Respecto del G2, parece importante, para Uruguay, la construcción de inserción económica que evite caer en lógicas propias de aquella nefasta “Guerra Fría”.

Y, finalmente, está la relación con el Mercosur, junto con la perspectiva de un gobierno de Lula en Brasil. Continuará...