Lo advierten los gurúes, los coaches, los psicólogos y las madres bienintencionadas del mundo: la clave para una relación exitosa es la buena comunicación. Esta máxima, ya cliché, no aplica sólo a las relaciones afectivas, sino también a las relaciones de negocio. En ese sentido, le habría sido de utilidad a Elon Musk y a su equipo para no herir los sentimientos de los accionistas de Twitter, que ahora lo acusan de tener poca responsabilidad afectiva... ¿Y cuál es el costo de la responsabilidad afectiva en este caso? Mil millones de dólares, como mínimo; afectos y sensibilidades valiosas si las hay.

Musk anunció su intención definitiva de cancelar el acuerdo de compra de Twitter que había anunciado el pasado 13 de abril de este año, luego de una serie de coqueteos que implicaron la compra de una porción minoritaria de la empresa y el nombramiento para integrar su junta directiva, sólo para abandonarla días después. El día anterior a la propuesta de compra, Twitter cotizaba a razón de 44,48 dólares por acción, mientras que la propuesta del empresario cotizaba a la empresa a razón de 54,20 dólares por acción (recuerden el 4.20), es decir, implicaba un aumento en la valorización de aproximadamente 18% en tan sólo un día.

Sin embargo, el incremento duró poco, ya que pocos días después Musk tomó una postura más agresiva, acusando a la junta directiva de la empresa de incompetentes y mencionando, entre otros puntos, los grandes paquetes de compensación que cobraban y el hecho de que casi no usaban la plataforma que debían dirigir. De hecho, dentro de los directores de la empresa, Jack Dorsey, el fundador original de Twitter, era prácticamente el único que twitteaba regularmente. Musk empezó así a demandar la renovación de la junta directiva, como también el control casi irrestricto de la empresa. Reclamaba, también, que se aclarara el tema de los famosos bots...

...Ah, los bots, qué cuestión compleja la de los bots. Cualquiera que haya estado en pareja sabe que, tras esa etapa de fatal enamoramiento, las cosas pueden cambiar a medida que ambos se van conociendo y comienzan a emerger con más claridad los defectos que son, muchas veces, de carácter irresoluble. Los bots son, al menos a los ojos de Musk, el gran defecto de Twitter.

Cualquier usuario que utilice esta plataforma sabe que existen los bots, el problema no es ese, sino conocer cuántos existen. En los documentos oficiales proporcionados a Musk en el marco del proceso de revelación de información asociado a la compraventa se alega que la cantidad de bots es menor a 5% de los usuarios totales. Musk sostiene, sin ninguna prueba más que su palabra (y encuestas que irónicamente hizo en Twitter), que la cifra es significativamente mayor. Y es bajo esta justificación que rompió el contrato de compra acordado.

¿Cuál es la penalización? Eso es precisamente lo que está en disputa al día de hoy. El equipo de Musk alega que ninguna, ya que la información que proporcionó Twitter no sólo está materialmente distorsionada, sino que además afecta significativamente el valor que tiene la compañía. Si creemos en esta hipótesis rocambolesca (recordemos, no hay ninguna prueba que sustente lo que dice Musk sobre los bots), el empresario no sólo no debería pagar nada, sino que Twitter estaría en graves problemas por haber mentido en el proceso de disclosure ‒quedando expuesto, potencialmente, a una acción legal‒. Incluso en este caso, aunque Musk probara que Twitter mintió en su declaración, lo anterior no sería suficiente para salir indemne: debe probar que esa mentira no sólo existió, sino que además tiene “un efecto adverso material” sobre la empresa. Y eso es todavía más complejo de definir.

Ahora, ¿qué pasa si tiene razón Twitter? En este caso, hay dos posibilidades entre las que puede optar el juez designado por el Estado de Delaware, la jurisdicción competente en el marco de esta disputa. La salida fácil es que el juez obligue a Musk a pagar el breakup fee, es decir, un costo explícito estipulado en el contrato que debe pagar cualquiera de las partes para retirarse de la negociación. Ante esta posibilidad, el chiste le habría costado a este singular empresario la cifra de mil millones de dólares. La otra posibilidad es todavía más onerosa para el bolsillo de Musk.

Por último, existe la posibilidad (aunque algo remota) de que el juez competente ordene lo que se conoce como la specific performance. Un término legal que es difícil de traducir, pero que en criollo significa algo así como “soltar los morlacos”. En efecto, de encauzarse el proceso por este camino, Musk sería obligado legalmente a concluir la transacción, comprar Twitter efectivamente y financiar de su propio bolsillo el compromiso previamente realizado de 33,5 mil millones de dólares.

No obstante, esto es relativamente poco probable por varios motivos. El primero, y no menor, es de carácter político: el Estado de Delaware, donde están registradas centenas de miles de compañías del mundo, no quiere asustar a los empresarios ni generar inseguridad jurídica. Sin embargo, es una opción que forma parte del espectro de posibilidades. Y quizá, cuando giren los dados del destino, sea elegido un juez que se haya levantado esa mañana con ganas de pelearse con uno de los hombres más poderosos del planeta, forzándolo a comprar un juguete del que evidentemente ya se aburrió. En una sociedad de valores cambiantes, a veces el resultado más entretenido termina siendo el más probable.

Es importante recalcar que Musk es reincidente en este tipo de conductas; ha dejado un tendal de exparejas con el corazón roto. Y una de ellas es la joya de su corona: la empresa de vehículos eléctricos Tesla.

Es que en el año 2018 nuestro personaje anunció, obviamente a través de Twitter ‒red social que se ha convertido en el canal de facto de la comunicación oficial, tanto para empresarios como para políticos‒, que iba a transformar nuevamente a Tesla en una empresa privada, recomprando las acciones que cotizaban en bolsa. Aclaró que el precio al que iba a recomprar las acciones era de 420 dólares por acción, aludiendo en chiste al número 4:20, ícono de la marihuana en los Estados Unidos. Afirmó, en ese sentido, que el financiamiento para la operación ya “estaba asegurado”.

Va más allá de mis capacidades entender si esto fue en efecto una broma o simplemente una manipulación de mercado hecha al aire libre. La Securities and Exchange Commission (SEC), organismo responsable de proteger a los inversores en los mercados públicos en Estados Unidos, consideró que se trataba de la última opción y por eso lo multó con 20 millones de dólares, ya que dicha operación nunca se concretó e infló el precio de las acciones a corto plazo. Como el precio al que estaba cotizando en su momento era menor al que Musk había prometido recomprar las acciones, todos fueron a comprar.1

Veremos si esta vez logra salirse con la suya o deberá seguir adelante y hacerse cargo del intento de matrimonio que inició con Twitter. Tarde o temprano, la madurez nos llega a todos.2

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  1. Se hace referencia a los términos “público” y “privado” no en su acepción local, sino en la terminología de bolsa. Una empresa pública es aquella que cotiza en bolsa y una empresa privada no. 

  2. A este respecto, la SEC se encuentra actualmente analizando el tuit de Musk sobre esta operación, así que veremos hacia dónde puede derivar todo este asunto. En cualquier caso, que la SEC esté analizando un tuit forma parte de la sintomatología de nuestro tiempo.