En Estados Unidos, poco antes de las elecciones presidenciales de 1992, había un candidato favorito que gozaba de gran popularidad, fundada en éxitos de política exterior (la llamada guerra del Golfo Pérsico y el fin de la guerra fría): el republicano George W Bush. En un país signado por el bipartidismo los ojos se centraban en las pocas posibilidades que podría tener el candidato del Partido Demócrata, Bill Clinton, y en qué estrategia podía seguir. Su asesor de campaña marcó tres ejes simples: “el cambio, sobre más de lo mismo”, “no olvidar el sistema de salud” y “es la economía, estúpido”. Esta última expresión, sin quererlo y todavía en un mundo sin redes sociales, se haría viral. Es que había dado en el clavo: la interrelación existente entre ciclos económicos, percepción social de la evolución macro y personal, y la definición política del voto.

El 2 de octubre se llevarán a cabo las elecciones en Brasil. A pesar de la hiperfragmentación política que existe en el país, con más de 20 partidos con representación parlamentaria, todo indica que es un juego entre dos: el actual presidente, Jair Bolsonaro, y el expresidente Luiz Inacio Lula da Silva. Todos los sondeos dan como favorito a este último, pero en juego binarios la diferencia entre ambos aún no es definitiva. La derrota de Bolsonaro sería un hecho histórico e inédito en el sistema electoral brasileño, estrenado en la Constitución de 1988, y con la enmienda de 1997 que permite la reelección inmediata por un período. Desde su vigencia, tanto Fernando Henrique Cardoso como Lula da Silva y Dilma Rousseff, vencieron en los comicios releccionistas.

Más allá de cuestiones y consideraciones políticas o ideológicas, la economía brasileña no ha logrado recuperarse con vigor desde su última crisis iniciada en el bienio 2015-2016. Recordemos, para ubicar su dimensión, que el PIB brasileño no caía dos años consecutivos desde 1930. Tuvieron que pasar 85 años. Sin embargo, la economía bajo el gobierno actual, cierto que pandemia mediante, no ha logrado recuperarse con la vigorosidad de otrora, y puede ser la factura letal o la llave ganadora para las pretensiones releccionistas.

Luego de caer 3,9% en 2020, la economía alcanzó un crecimiento de 4,6% en 2021, recuperando los niveles prepandemia. El gobierno transcurrió con niveles elevados de desempleo. Asumió con una tasa del entorno de 12,6%, lo que implica que unas 13,5 millones de personas estaban desocupadas, y, sin embargo, tuvo picos de 14,9% antes de comenzar a ceder en los últimos meses. Quizás una posible carta en la batalla electoral venga por el lado del empleo. Inesperadamente, el último registro marca una tasa de 9,3%, la menor desde el último trimestre de 2015.

Entre 2019 y 2020 hubo una mejora en la distribución del ingreso, sintetizada en el índice de Gini, que se ubicó en 0,52, aún muy por encima del promedio continental. En Brasil viven 65 de los 104 milmillonarios de América Latina1 y en el período 2019-2021 han incrementado su patrimonio en promedio 17%; la suma de sus patrimonios representa algo más de 14% del PIB del país. Otra carta en la batalla electoral bien podría ser la evolución de los índices de pobreza. Brasil ha sido el único país de la región que experimentó una disminución de la pobreza y pobreza extrema en 2020. La pobreza disminuyó 1,8 puntos porcentuales, hasta 18,4% de la población, y la pobreza extrema cayó 0,7 puntos porcentuales. Las transferencias desempeñaron un papel preponderante en este resultado.2

Los registros de inflación de dos dígitos han exigido al Banco Central el incremento en la tasa de referencia Sélic hasta 13,75%, lo que inevitablemente será un “remar en dulce de leche” para la actividad económica. En efecto, las expectativas de mercado marcan un crecimiento magro de 2% para 2022, y de 0,4% y 1,8% para 2023 y 2024, respectivamente.3 Las cuentas públicas marcan un equilibrio primario (0,3% del PIB para 2022), pero el peso de los intereses de deuda llevará el déficit público a 6,8% del PIB. Sin embargo, la fragilidad de las cuentas públicas implicará entrar nuevamente en déficit primario para 2023 y un incremento en el déficit total, superando el 7% del PIB para 2023.

De modo que, si bien los números de la economía muestran a nivel macro debilidades en los niveles de actividad, inflación y déficit fiscal, también muestran ciertos avances en lo socioeconómico –como los indicados índices de pobreza y distribución por Gini–. Sin embargo, la campaña no viene centrándose en estos puntos. Parece haber algo mucho más profundo en juego en estas elecciones que la orientación económica del futuro gobierno o los logros o postergaciones del gobierno actual. Y esto el expresidente Lula parece haberlo comprendido mejor. Lo que es claro es que Brasil aún está muy lejos de ser “el estribo” sobre el que basar nuestra integración y crecimiento, tema de abordaje en la próxima columna.


  1. Forbes, 2021. 

  2. Panorama social de América Latina 2021, CEPAL. 

  3. Focus Banco Central do Brasil, 12 de agosto 2022.