En una nota anterior argumenté que la pobreza infantil puede reducirse mediante transferencias a los hogares pobres con niños, pero que esa “solución inmediata” esconde la necesidad de diseñar, coordinar e implementar otro conjunto de políticas que mejoren la situación de los hogares pobres con niños en cuanto a su acceso a la salud, vivienda, educación y seguridad, entre otros. En esta nota quiero cambiar el eje de la discusión, pivoteando de los niños pobres a los adultos pobres que los tienen a cargo.

Este pivot es necesario casi que como resultado de la metodología de medición de pobreza. Recordemos que la pobreza se mide a nivel de hogar: se suman todos los ingresos de todos los integrantes del hogar y se chequea si dicho ingreso supera o no un umbral de dinero que representa una canasta de bienes alimentarios y no alimentarios que define lo que es ser pobre. Entonces, tenemos un problema de pobreza infantil porque tenemos muchos adultos que no consiguen generar ingresos suficientes para que el hogar (con niños) esté por encima de la línea de pobreza.

Una forma inmediata de atender, al menos parcialmente, el problema consiste en transferir dinero a los hogares a cuenta de los niños pobres: cada hogar pobre recibe un monto que varía según la cantidad de niños en el hogar. Esto ataca el problema de corto plazo de la pobreza del hogar: darle recursos a la familia para que pueda alimentar a sus niños, vestirlos, educarlos, etcétera. Ahora bien, los generadores de ingreso en los hogares donde residen los niños pobres son adultos, por lo que necesitamos políticas específicas para esos adultos.

Esos adultos son predominantemente mujeres, predominantemente jóvenes y predominantemente del noreste del país. Su tasa de empleo es menor a la de los no pobres, su informalidad es mayor, y su nivel educativo es también menor. No voy a ahondar en esta caracterización porque me interesa razonar intuitivamente. Tenemos varios problemas para atender, que voy a desmenuzar sin orden o rigurosidad en particular.

Primero, el funcionamiento del mercado de trabajo. En el mercado laboral nacional los jóvenes y las mujeres (y las mujeres jóvenes) enfrentan tasas de desocupación e informalidad mayores a las del resto de los grupos. Podríamos decir que a los jóvenes “les cuesta enganchar” con el funcionamiento del mercado. Necesitamos políticas activas de mercado de trabajo que mejoren la tasa de actividad y empleo de las jóvenes mujeres en el mercado, que acompañen su inserción tratando de que se produzca en empleos de calidad razonable. Por ejemplo, necesitamos aprender del finiquitado programa Uruguay Trabaja y generar un análogo que funcione mejor y que se enfoque en particular en madres y padres en situación de pobreza con hijos a cargo. Necesitamos repensar las políticas de subsidio para la contratación de trabajadores en ciertos tramos etarios o con ciertas características (por ejemplo, en ciertas regiones); ya existen políticas de este estilo implementadas por el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, se trataría de afinar la focalización al noreste del país y a beneficiarios pobres con hijos.

Segundo, el funcionamiento del sistema educativo y de los sistemas de calificación y recalificación de la fuerza de trabajo. Necesitamos que los adultos a cargo de los niños pobres puedan moverse varios peldaños en cuanto a nivel educativo, y adquirir competencias y habilidades que les permitan una mejor inserción laboral. Por ejemplo, aproximadamente un cuarto de los adultos a cargo de niños pobres trabaja en construcción, servicio doméstico y servicios de portería; es preciso un esfuerzo importante desde la política para poder mover la calificación de las personas de forma que mueva la aguja en términos sectoriales. Esfuerzos que, además, deben ser prioritarios para adultos pobres con niños a cargo.

Estoy siendo bastante vago a la hora de delinear políticas de mercado de trabajo, educativas y de recalificación. Lo que me interesa destacar es que cualquier política orientada a adultos que apunte a reducir pobreza infantil debe priorizar, enfocar, enfatizar, el acceso de los adultos con niños a cargo. Es decir, se necesita una articulación de todo el set de políticas que se elija, con un redespliegue del sistema de cuidados. En buen criollo, si al padre o madre le ofrecemos un trabajo o un curso, pero no puede ir porque tiene que cuidar a su hijo/a, le estamos tomando el pelo.

Un tercer pilar de una batería de políticas para adultos que combata la pobreza infantil en el mediano plazo es una expansión del sistema de cuidados que permita a los adultos tomar las oportunidades dadas por las demás políticas. La interrelación del sistema de cuidados con todo lo demás es algo que creo nos hemos estado comiendo o subenfatizando.

Por último, reenfatizar un punto que quizás sea filosófico. Lo que estoy planteando es que cierto conjunto de políticas orientadas a adultos (mujeres adultas jóvenes con hijos viviendo en el noreste del país, por ejemplo) son justificables o se sostienen sobre la base de que apuntan a reducir la pobreza infantil en el mediano plazo. Cuando discutamos sobre los subsidios a la contratación en ciertos lugares o franjas etarias, recordemos que en el fondo la justificación teórica está reforzada no sólo en fortalecer las capacidades, empleabilidad y demás características de los beneficiarios, sino que los beneficiarios fueron elegidos por ser quienes se encuentran a cargo de los niños pobres del país.

Este es mi punto central hoy: encontrar una combinación de políticas, articuladas, coherentes y conexas que mejore la situación de los adultos a cargo de los niños pobres es una pata muy importante en el combate a la pobreza infantil.

Tomado de Razones y Personas. Esta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución 3.0 No portada.