Hace algunos años, la revista británica The Economist acuñó el término slowbalization -ralentización- para describir la fragilidad que caracterizaba al comercio internacional.1 Si bien fechar el comienzo y el final de procesos tan complejos como este puede resultar antojadizo, esta nueva fase de la globalización podría rastrearse hasta la crisis del 2008, cuando el estallido de la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos terminó por catalizar un descontento que venía acumulándose desde hace años.

Las secuelas de la crisis y las respuestas populistas al legítimo malestar acumulado por quienes perdieron ante la profundización de la integración global pusieron en entredicho las bondades derivadas de un mundo integrado y cooperante, y provocaron una guerra comercial entre las dos grandes potencias que actualmente se disputan el liderazgo global. Y, por si faltaba algo, a lo anterior se sumó el impacto asociado a la disrupción de las cadenas de suministros globales provocada por la pandemia y los efectos de la guerra entre Rusia y Ucrania.

Así llegamos al 2023, aupados por el efecto acumulado de tanto desastre y poniendo otra vez sobre la mesa la misma interrogante: ¿ahora sí estamos ante el final de la globalización? ¿No podemos esperar otra respuesta que no sea un mayor proteccionismo ante todos los acontecimientos recientes?

Ante una pregunta tan compleja como esta no puede existir una respuesta contundente, despojada de matices, incertidumbre y condicionalidades. Sólo contamos con aproximaciones endebles, pero aproximaciones al fin. Una de ellas, por ejemplo, puede ser mirar hacia el pasado para analizar cuáles han sido los desarrollos históricos que han caracterizado la integración mundial. ¿La globalización ya ha estado en retirada en el pasado?, ¿o siguió siempre una trayectoria ascendente?

Las cinco fases de la globalización

Comenzando en el año 1870, Shekhar Aiyar y Anna Ilyina identifican cinco etapas distintas para caracterizar el desenvolvimiento de este fenómeno, mostrando cómo se han ido sucediendo fases de repliegue y fases de impulso.2 Para caracterizarlas, los autores utilizan un indicador de apertura comercial dado por el cociente entre la sumatoria de las exportaciones y las importaciones de todas las economías y el producto interno bruto mundial. Para simplificar, y abusando quizás del lenguaje, la métrica utilizada sería algo así como el peso del comercio en relación al PIB.

Naturalmente, cada período identificado se “caracterizó por diferentes configuraciones de poderes económicos y financieros, y diferentes reglas y mecanismos para los vínculos económicos y financieros entre países”. Ciento cincuenta años no pasan sin despeinar a nadie.

Etapa I: la industrialización

Este período se extiende entre 1870 y 1914, un lapso de tiempo que estuvo signado por las facilidades comerciales derivadas del patrón oro y por los avances en el transporte que habilitaron una reducción de los costos y un incremento de los volúmenes intercambiados entre fronteras. Durante esta fase, el dinamismo comercial estuvo jalonado por Argentina, Australia, Canadá, Europa y Estados Unidos, y supuso un significativo aumento de nuestro indicador de referencia, es decir, un incremento de la participación del comercio en el producto mundial. Concretamente, la suma de las exportaciones e importaciones, expresadas en términos del PIB, pasó de aproximadamente 29% a 39%, registrando un pico superior a 40% en los años previos al comienzo de la Primera Guerra Mundial.

Etapa II: guerra y proteccionismo

La segunda fase de la globalización, analizada a través de los lentes de estos autores, se extiende desde 1914 hasta 1945. Durante esta ventana de tiempo, “la era de entreguerras vio una reversión dramática de la globalización debido a los conflictos internacionales y al aumento del proteccionismo”. A pesar del empuje de La Liga de las Naciones3 en la dirección de una mayor cooperación multilateral, el comercio se regionalizó en un marco signado por el aumento de las barreras comerciales y la ruptura del patrón oro en bloques monetarios. El ratio de apertura comercial, que había superado el 40%, se desplomó hasta 15% durante esta etapa de la globalización -o desglobalización-.

Etapa III: la era de Bretton Woods

Esta etapa, que comenzó en 1945 y se estiró hasta 1980, fue testigo de la emergencia de Estados Unidos como la potencia económica dominante, y del dólar como la moneda de reserva global. En otras palabras, fue por estos años que Estados Unidos logró acceder a su “exorbitante privilegio”, como en su momento advirtió el ministro de finanzas francés Valéry Giscard d’Estaing. Los acuerdos de Bretton Woods dieron forma a un nuevo sistema monetario con el dólar como eje, atando al resto de las monedas a él a través de su vínculo con el oro.

En ese contexto, la recuperación que tuvo lugar en la posguerra, en conjunto con la liberalización del comercio, impulsaron una vertiginosa expansión de los intercambios entre las principales economías, que comenzaron a derribar las barreras y relajar los controles sobre el flujo del capital.

Sin embargo, el manejo de la política fiscal y monetaria en Estados Unidos terminó resquebrajando el sistema. Ante el fuerte aumento del gasto, principalmente militar, “Estados Unidos puso fin a la convertibilidad entre el dólar y el oro a principios de la década de 1970 y muchos países cambiaron a tipos de cambio flotantes”. Considerando la variación punta a punta, nuestro ratio guía (a recordar, la suma de las exportaciones e importaciones sobre el PIB mundial) pasó de 20% a 30%, pero con bastantes vaivenes entre medio.

Etapa IV: la liberalización

El inicio de esta etapa está fechado en el año 1980 y el final en 2008. Al tiempo que China y las economías emergentes se integraban al mundo, la apuesta por la cooperación económica disparó nuestro indicador y lo llevó desde el 30% hasta el 55%. En otras palabras, el comercio aumentó fuertemente su participación. “La liberalización representó la mayor parte del aumento del comercio, y la Organización Mundial del Comercio (OMC), establecida en 1995, se convirtió en un nuevo supervisor multilateral de los acuerdos comerciales, las negociaciones y la solución de controversias”. En este escenario, los flujos de capital transfronterizos aumentaron, incrementando la complejidad y la interconexión del sistema financiero mundial.

Etapa V: la ralentización

Volvemos al inicio de esta nota, recordando cómo el estallido de la crisis financiera en Estados Unidos activó una serie de procesos que terminarían restándole dinamismo al comercio mundial. En esta fase, las variaciones de nuestro ratio fueron escasas, manteniéndose esencialmente en el mismo nivel (en torno al 55%). De ahí el nombre de slowbalization. Estrictamente, esta caracterización nos deja parados al cierre del 2021, con nuestra interrogante en suspenso: ¿Qué pasó en 2022 y qué podría llegar a pasar de aquí en más? A juzgar por lo que sucedió en el pasado, podría pasar cualquier cosa; tanto el impulso como el freno han sido la norma durante los 150 años previos, y podrían seguirlo siendo durante las décadas venideras.

Foto del artículo 'La globalización: pasado, presente y futuros posibles'

2022: a pesar del pesimismo, la globalización sigue su curso

Eso es lo que señala Bryce Baschuk en su última columna para Bloomberg. “Durante el último año más o menos ha habido mucho pesimismo sobre la globalización... pero la globalización lo está haciendo muy bien”.4

Foto del artículo 'La globalización: pasado, presente y futuros posibles'

¿En qué se apoya para fundamentar semejante afirmación? En los intercambios comerciales de bienes correspondientes al año pasado, en particular los que refieren a las dos potencias en disputa. En ese sentido, tomando los datos del Departamento de Comercio, Estados Unidos habría registrado exportaciones récord a 73 países el año pasado, e importaciones récord desde 90. En particular, el intercambio comercial de bienes con China escaló hasta los 691.000 millones de dólares en 2022, lo que configuraría un nuevo récord.

¿Y si no fuera así?

Al margen de los datos de comercio señalados, no puede perderse de vista que los riesgos asociados a una fragmentación global, producto de las tensiones geopolíticas, han ido en aumento recientemente -más allá del “globo chino”-. Como alertaba semanas atrás la directora del Fondo Monetario Internacional, Kristalina Georgieva, “tenemos delante el fantasma de una nueva Guerra Fría, que podría fragmentar el mundo en bloques económicos rivales. Sería un error de política colectivo que nos dejaría a todos más empobrecidos y desprotegidos”.5

Por el momento, sabemos que el uso de los términos “relocalización interna de la producción” y “deslocalización cercana” se multiplicó casi que por 10 en las presentaciones de resultados por parte de las empresas. Esto fue abordado en una nota publicada en este espacio por el economista Gabriel Papa el año pasado, que contribuye a entender las potenciales derivaciones que pueden tener los acontecimientos recientes en este frente.6

En particular, el artículo refería al análisis de The Economist, que señalaba que “los tomadores de decisiones están cada vez más preocupados con que las cadenas de suministro sean robustas, no sólo eficientes. Como resultado, eligen depender menos de las jurisdicciones en las que están expuestos al riesgo. Y los países están diseñando políticas industriales orientadas a la autosuficiencia o la preeminencia internacional en al menos algunas tecnologías y negocios ‘estratégicos’. Esto significa que deben apoyar la inversión en dichos sectores dentro de sus fronteras y, en ocasiones, restringir la exportación de esos sectores. Las corporaciones, por su parte, están desarrollando estrategias de integración vertical, comprando empresas proveedoras en el país y en el extranjero”.

¿Qué pasaría si la tensión continúa escalando y nos acerca a ese mundo de “fragmentación geoeconómica”? A este respecto, algunos estudios estiman que el costo asociado a un escenario de este tipo puede variar entre el 0,2% y el 7% del PIB mundial (aproximadamente la suma del PIB de Alemania y Japón), dependiendo de la severidad del fenómeno. Si a eso se le agrega el riesgo de un “desacople tecnológico”, el impacto negativo podría llegar a ser equivalente al 12% del PIB global.

Y esa cifra podría seguir subiendo, si se tienen en cuenta las derivadas potenciales en otros frentes. “Además de las restricciones al comercio y las barreras a la difusión de la tecnología, la fragmentación podría manifestarse en restricciones a la migración transfronteriza, una reducción de los flujos de capital y un fuerte descenso de la cooperación internacional, lo cual nos impediría abordar los retos a los que se enfrenta un mundo más propenso a los shocks”, alerta Georgieva.

En síntesis, no existen respuestas contundentes ante preguntas complejas, y, a juzgar por el pasado y el presente de la globalización, la cosa podría decantar para cualquier lado. Habrá que esperar y sacar apuntes.


  1. “The tricky restructuring of global supply chains”. The Economist

  2. “Charting Globalization’s Turn to Slowbalization After Global Financial Crisis”. IMF. 

  3. La Sociedad de Naciones, también conocida como La Liga de las Naciones, fue un organismo internacional creado por el Tratado de Versalles, el 28 de junio del año 1919. 

  4. “Record Trade Among Rivals Shows Globalization Is Doing Just Fine”. Bloomberg. 

  5. “Confronting Fragmentation Where It Matters Most: Trade, Debt, and Climate Action”. FMI. 

  6. “Algunas tendencias y transiciones en la globalización, y consideraciones para la agenda nacional”. la diaria