Antes de conocer el resultado electoral, los contornos del análisis en relación con los eventuales impactos económicos que tendría la elección no diferían marcadamente puestos en clave uruguaya o regional. En ese sentido, nadie anticipa un giro significativo en términos del enfoque proteccionista que ha caracterizado a la política exterior estadounidense, dado que las preocupaciones por su posicionamiento en el ordenamiento mundial ante la emergencia de China son transversales a ambos partidos.
Algo similar sucede con las dimensiones asociadas al crecimiento (en parte recogiendo el impacto de ese proteccionismo) y también con las que tienen que ver con las derivadas financieras que podrían desprenderse de uno u otro resultado, dado que hay condiciones del contexto macroeconómico que son comunes (como el deterioro de las cuentas públicas o los riesgos de una aceleración inflacionaria).
Sin embargo, con Donald Trump nuevamente en el despacho oval, todo lo anterior podría exacerbarse y ocurrir de manera más virulenta, debido a su lógica aislacionista de “hacer grande a América de nuevo”, su falta de respeto por las instituciones (entre ellas, la Reserva Federal) y su retórica de “suma cero” (sólo gano si alguien pierde), que atraviesa todos los aspectos de la vida pública -profundizando las divisiones y lesionando la convivencia y los valores democráticos-.
Un mundo más cerrado: eventuales impactos comerciales
“Quitando amor y religión, arancel es la palabra más hermosa que existe”, señaló Trump en uno de sus mítines de campaña, lo que enfatiza su intención de profundizar la guerra comercial que impulsó allá por 2018. Es cierto que en este punto las diferencias entre demócratas y republicanos son más vidriosas que en otros aspectos (dada la disputa hegemónica con China) y que los contrastes entre las últimas dos administraciones habitan principalmente el plano de lo retórico y no el de la sustancia.
Sin embargo, también es cierto que la victoria de Trump generará una agudización mayor de las tendencias proteccionistas que han ido emergiendo en los últimos años, con un incremento significativo de los aranceles -que será más intenso, obviamente, en el caso de China-.
Esto, que alimenta la lógica imperante de suma cero, terminará generando una escalada de represalias con impactos significativos sobre los flujos comerciales, lo que debilitará aún más las posibilidades de cooperación que ya están severamente comprometidas por la crisis del multilateralismo (alimentada también por la retórica de Trump en torno al rol de la globalización y el papel de los internacionales supranacionales que le han dado soporte).
En efecto, la victoria del candidato republicano acentúa el riesgo de una geofragmentación, una problemática que ha venido ganando presencia en los informes de los organismos internacionales. La consolidación de dos bloques rivales y confrontativos, derivada de este fenómeno, impedirá abordar los grandes desafíos comunes que enfrentamos, principalmente en la órbita climática.
En el caso puntual de los vínculos comerciales con América Latina, no es esperable que haya cambios significativos, dado el talante aislacionista que caracteriza al nuevo presidente. En particular, habrá que ver qué efectos puede tener en las relaciones con Brasil y Argentina y, por esa vía, con el cambio en las posibilidades de alterar el rumbo del Mercosur vía una mayor flexibilidad.
Un mundo menos dinámico: impactos sobre el crecimiento global
Con un mundo más cerrado y fragmentado, las perspectivas de crecimiento se deslucen cada vez más, lo que acentúa una tendencia que ya se arrastra desde hace varios años. Según el Fondo Monetario Internacional (FMI), el PIB mundial se expandiría a una tasa promedio anual de 2,5% durante el próximo quinquenio -parte de un bajo crecimiento y converge hacia uno todavía menor-.
Sobre esa base, que de por sí es poco auspiciosa, existen al menos tres riesgos que podrían comerse una buena parte de ese crecimiento y que se incrementaron ante la victoria de Trump (ver gráfico). El primero ya fue desarrollado en el apartado anterior: un mayor proteccionismo e incertidumbre comercial erosionarán el crecimiento global.
En este caso, es importante recordar que China ya no se encuentra en el mismo lugar en el que estaba al comienzo del enfrentamiento comercial hace más de seis años. Por el contrario, está en una situación más comprometida, con crecientes dificultades para encauzar un crecimiento más vigoroso como el del pasado. De hecho, el ritmo de expansión esperado para este año no será suficiente para alcanzar la meta oficial del 5%, por lo que el gobierno volvió a impulsar un nuevo paquete de estímulos monetarios y fiscales hace algunas semanas. Si las tensiones comerciales se exacerban, como es esperable que lo hagan, esta situación empeoraría todavía más, con resultados negativos para el resto del mundo (China explicaría el 22% del crecimiento mundial proyectado para el próximo quinquenio).
Por otra parte, las mayores restricciones anunciadas en términos de migración también operarán en el mismo sentido, al reducir el aporte del capital humano a la expansión de las capacidades productivas. Como ha repetido varias veces, “la invasión inmigrante de nuestro país se termina”, dado que bajo su mandato se impulsará “la mayor operación de deportación de la historia”, posiblemente bajo el paraguas de la Ley de Enemigos Extranjeros de 1798. Esto tendría costos directos e indirectos, tanto sobre la actividad económica como sobre los precios. A modo ilustrativo, según estimaciones de Bloomberg, las políticas antiinmigración podrían costarle a la economía unos 4,7 billones de dólares en un período de diez años.[^1]
Finalmente, el tercer motivo que actuará en detrimento del crecimiento agregado está asociado al endurecimiento de las condiciones financieras, un factor que será particularmente nocivo para los países emergentes, en particular en la región.
Sobre las condiciones financieras
Además de lastrar el crecimiento, las políticas antimigratorias y el proteccionismo impactarán sobre la inflación, lo que podría comprometer los avances alcanzados en el último año. Un nuevo salto de precios obligaría a la Reserva Federal de Estados Unidos (FED por su sigla en inglés) a interrumpir o revertir el proceso reciente de expansión monetaria, que ha implicado un alivio de las presiones financieras mundiales.
Además, es esperable un deterioro adicional de las finanzas públicas, dada su intención de promover recortes adicionales de impuestos (en este caso, a diferencia de 2017, podrían ser permanentes). El año pasado el país cerró con un déficit fiscal superior al 6% del PIB, y con la deuda pública rozando el 100% del PIB y en trayectoria ascendente. Esto aumenta los riesgos de sostenibilidad y, por esa vía, implica también un incremento de las tasas de interés de los títulos estadounidenses. Siendo que esas tasas -concebidas hasta ahora como libres de riesgo- son la referencia para establecer el costo del crédito en todo el mundo, el incremento se hará sentir.
En efecto, todo lo anterior supondría un nuevo aumento de las tasas de interés, lo que podría comprometer la ya delicada estabilidad financiera mundial. Cabe recordar que la tasa de interés de Estados Unidos es la tasa libre de riesgo que pagamos el resto de las economías; si sube, sube el costo de financiamiento para todos (incremento que variará en función de los determinantes domésticos de cada país). Una tasa mayor en Estados Unidos también restringe la captación de flujos de capital por parte de las economías emergentes, lo que supone menores oportunidades de inversión y acceso al crédito. En suma, aumenta el costo de financiamiento y empeora las condiciones de acceso.
Un escenario como este es consistente con un dólar fuerte a nivel global (aunque eso dependerá en parte de la capacidad de Trump para minar la independencia de la FED) y con precios más deprimidos para las materias primas, lo que termina de configurar un combo muy complejo para los países emergentes y en desarrollo.
En suma
A la luz de estos resultados, el escenario externo que se configura para los próximos años es complejo para nuestro país y para el resto de las economías emergentes y en desarrollo (también lo habría sido con la victoria de Kamala Harris, aunque en menor medida): menor demanda externa, mayor proteccionismo y fragmentación, condiciones financieras más restrictivas, dólar fortalecido y precios de los commodities más bajos. En efecto, la segunda mitad de esta década será compleja, en línea con lo que ha sido la primera.
Impactos de largo aliento
Efectos persistentes: el peso de las instituciones
Hace poco más de un mes que Daron Acemoğlu, Simon Johnson y James Robinson recibieron el premio Nobel de economía por sus estudios sobre el rol determinante que desempeñan las instituciones para explicar la prosperidad o la decadencia económica de los países. En particular, el primero de ellos manifestó semanas atrás que Trump “plantea una amenaza tan seria a las instituciones estadounidenses que cualquier candidato medianamente aceptable que se presentara contra él merecería un fuerte apoyo”.
En su visión, las instituciones estadounidenses “no fueron pensadas para hacer frente a un populista autócrata dispuesto a violar normas e incluso leyes”. A pesar de que durante su primer mandato aprovechó cada debilidad institucional en su favor, profundizó las divisiones sociales y atentó contra los resultados electorales que lo desplazaban de la Casa Blanca, el problema más grande se alojaría en su segundo término, según advierte Acemoğlu. Para él, son cinco las razones que le dan sustento a este argumento.
En primer lugar, “su furia ha crecido” y seguramente logre impulsar con más coherencia que en el pasado su agenda personal. En definitiva, todos aprendemos de nuestros errores. Asociado a lo anterior, será también más hábil y preciso a la hora de designar a los funcionarios de nivel alto y medio, dado que antes encontró resistencias por recostarse sobre personas del “establishment” que operaron como freno. No de nuevo, dirá. En tercer lugar, el novel nobel considera que el Partido Republicano “se ha convertido en un culto a la persona de Trump”, lo que reduce las resistencias internas hacia sus caprichos e intentos de vapulear las instituciones. La cuarta razón es más discursiva y tiene que ver con una mayor facilidad para asociar a sus contrincantes con “extremistas de izquierda” e impulsores de la “agenda woke”, una retórica particularmente efectiva para una parte no menor del electorado. Finalmente, la quinta razón está asociada al hecho de que “una acción eficaz de la sociedad civil contra Trump se ha vuelto más difícil”, producto de la creciente polarización y radicalización.
Acemoğlu no está solo: la postura de 23 nobeles de economía
Este gremio particular, que integra desde hace algunas semanas nuestro amigo Acemoğlu, también se pronunció en contra de la candidatura de Trump, bajando por Ruffini su apoyo al programa de Kamala Harris.
Por un lado, las políticas promovidas por Trump, como los recortes impositivos o la imposición de aranceles más elevados, “conducirán a precios más altos, mayores déficits y mayor desigualdad”. Pero no sólo eso, dado que Trump amenaza al Estado de derecho y a la certidumbre económica y política, dos determinantes fundamentales del éxito económico de los países. Por el contrario, argumentaban en su breve misiva, las políticas de Harris “darán como resultado un desempeño económico más sólido, con un crecimiento económico más robusto, sostenible y equitativo”. Con los resultados a la vista, resta esperar que este pronóstico no esté del todo acertado.