Sobre la evolución de la pobreza
Según los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), la pobreza en personas se ubicó en torno a 9,8% en el segundo semestre de 2023. Frente al segundo semestre del año anterior (9,1%) y de 2019 (9%), las variaciones se ubican dentro del margen de error. La misma conclusión se desprende al considerar la dinámica frente al primer semestre de 2023, cuando la estimación puntual fue 10,4%. Vale destacar que, desde que comenzaron a publicarse los datos con frecuencia semestral, la discusión ha discurrido muchas veces por carriles metodológicos, desviando la atención sobre la importancia del fenómeno subyacente que es objeto de medición.
En términos anuales, la incidencia de la pobreza fue 10,1% (aproximadamente 348.000 personas), lo que implica que se mantuvo estable frente al año anterior (dado que la diferencia también se sitúa dentro del margen de error). No obstante, si se considera 2019 como punto de referencia, el incremento de la pobreza fue de 1,3 puntos porcentuales.
Al desagregar las cifras por grupos de edad, la pobreza entre los menores de seis años cerró el año en 20,1%, cuatro décimas por encima del nivel que tenía en 2022 (19,7%; estable en términos estadísticos) y 3,1 puntos porcentuales por arriba del registro correspondiente a 2019 (17%). En este último caso, el salto es relevante. Como se aprecia en el gráfico 2, ocurre algo similar con el resto de los tramos etarios.
De esta manera, la pobreza en los niños y niñas duplica la medición para el promedio de la población, lo que revela que Uruguay, de acuerdo a datos de la Cepal, es el país con el perfil más infantilizado de pobreza de la región (no con la tasa mayor de pobreza infantil, pero sí con la diferencia más alta frente al promedio general). Además, la incidencia de la pobreza infantil es más de nueve veces mayor con relación al otro extremo de la distribución etaria (2,2% fue la incidencia en mayores de 65 años).
En otras palabras, uno de cada cinco niños es pobre en nuestro país, una realidad que contrasta con otros indicadores socioeconómicos que a menudo se consideran para diferenciar positivamente a Uruguay. Es que las privaciones materiales y las carencias durante esa etapa de la vida condicionan la trayectoria futura de las personas en todas las dimensiones que hacen al bienestar, en tanto afectan el desarrollo del cerebro.
En efecto, el ambiente en el que las personas transitan sus primeros compases vitales tiene impactos duraderos y persistentes, difícilmente reversibles, sobre el coeficiente intelectual, las capacidades socioemocionales, la salud mental y el desarrollo físico, lo que posteriormente se traduce en una menor capacidad de resolver problemas cognitivos, menos motricidad y una mayor vulnerabilidad ante problemas externalizantes (como el déficit atencional) e internalizantes (como el retraimiento social).1
Como indicó el economista Hugo Bai: “La pobreza y en particular los altos índices de pobreza infantil son un drama nacional, y con más urgencia que nunca se requieren nuevas políticas que incluyan una inversión sustantiva en primera infancia”.
Por otra parte, la desagregación de la información según otros criterios evidencia también otro tipo de vulnerabilidades. La incidencia de la pobreza es mayor en hogares con referente femenino (8,8%) que en aquellos con referente masculino (4,8%), y es significativamente más alta para las personas que se autoidentifican de ascendencia afro/negra (19,5%).
Algo similar ocurre a nivel territorial, en tanto las brechas entre departamentos y entre los municipios de la capital difieren marcadamente. En particular, el INE estima una pobreza menor a 2,9% para los municipios C, B y Ch, y una pobreza superior al 11% para el A, G, D y F.
Es importante destacar, para contextualizar estos datos, que el crecimiento acumulado de la economía fue de casi 3% entre 2019 y 2023. En ausencia de medidas de política focalizadas y mayores transferencias, los vaivenes del ciclo económico no son suficientes para revertir esta situación. De hecho, la pobreza viene oscilando en torno a estos valores desde hace varios años y es un fenómeno que alcanza a muchísimos trabajadores.
Como advertía la semana pasada en este suplemento la economista Alejandra Picco, “muchas veces se tiende a pensar que las personas pobres no trabajan, que están totalmente por fuera del mercado laboral. Sin embargo, hay un porcentaje importante de trabajadores ocupados que igualmente son pobres, y eso se explica por bajos niveles salariales, por la intermitencia de entrar y salir del mercado de trabajo o de la formalidad, y también por los problemas de inserción de esas personas”.2 Por este motivo, resaltaba la importancia de las políticas de empleo para combatir la pobreza, más allá de la importancia de las transferencias, que son necesarias, en particular para quienes tienen los ingresos más alejados del umbral que determina la línea de pobreza (estimada en 18.620 pesos para un hogar de una persona en Montevideo) y que enfrentan privaciones más profundas y estructurales.
En la misma línea se manifestó Andrea Vigorito, también en entrevista con la diaria: “Las políticas para reducir la pobreza infantil y promover la redistribución tienen que ser mucho más. Implican muchos recursos y políticas contra la segregación residencial y en fomento a la vivienda, medidas que representan montos de dinero bastante voluminosos. No es barato reducir la pobreza infantil, porque no es solamente llevar a las personas, a los hogares, por encima de la línea de pobreza. Es lograr eliminar la vulnerabilidad, conseguir estabilidad de ingresos, generar cambios sustanciales en las condiciones de vida de la gente. Porque si no, en contextos de mayor vulnerabilidad socioeconómica, cuando hay una crisis o un menor crecimiento, las personas vuelven a enfrentar privaciones”.3
Sobre la desigualdad
Luego de difundidos los datos de pobreza, el INE divulgó las estimaciones correspondientes a los indicadores de distribución del ingreso.
El índice de Gini, que es el indicador más habitual en este contexto,4 pasó de 38,9 a 39,4, un cambio que está dentro del margen de error. Sin embargo, con relación al nivel que tenía en 2019, la variación fue de 1,1 pp. Según el especialista Mauricio de Rosa, se trata de un “incremento considerable. La desigualdad es lo único que no sólo no tiene una recuperación (parcial) pospandemia, sino que tiene tendencia creciente”. La desigualdad, medida a partir de este indicador, alcanzó su registro más bajo en 2012 (37,9), luego de un fuerte descenso que comenzó en 2007.
Por otra parte, los últimos datos revelan que los ingresos del 10% de mayor ingreso son 11,7 veces mayores al del 10% de menor ingreso. En 2019, esa relación, que se define formalmente como “ratio décimo/primer decil”, era de 11,1.
Como indicó Martín Vallcorba, “hoy tenemos una sociedad más desigual, ya no respecto a 2019, sino incluso con respecto al peor momento de la pandemia. En los últimos años hubo un deterioro de todos los indicadores de desigualdad”.5
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Ana Balsa: La inversión en primera infancia “se paga sola”. Búsqueda, e “Inversión en primera infancia: ‘Creo que podemos apuntar a más’”, la diaria. ↩
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“Hay un porcentaje importante de trabajadores que igualmente son pobres”, la diaria. ↩
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“La estigmatización de la pobreza erosionó las políticas públicas”, la diaria. ↩
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Este indicador toma valores entre 0 y 1: cuanto menor es su valor, más igualitaria es la sociedad. ↩
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“Aumenta la desigualdad en Uruguay”. Carve. ↩