Al tornarse el mundo más volátil y confuso, será necesario que funcionarios, empresarios e inversores reconsideren los modelos mentales que usan para analizar la economía mundial. En concreto, deberán prestar atención a tres dinámicas estructurales que están alterando el panorama internacional y creando un mundo más fragmentado y compartimentalizado: los flujos de capital, los cambios demográficos y las ideologías políticas.

Los cambios en los flujos de capital obedecen en gran medida a requisitos regulatorios (por ejemplo, las restricciones estadounidenses a la inversión en China) y a la búsqueda de los inversores de oportunidades más rentables en distintos sectores y regiones. Hoy Estados Unidos representa casi el 70% de la capitalización bursátil mundial y atrae más del 70% de los flujos hacia un mercado mundial de 13 billones de dólares para inversiones privadas (en acciones y crédito). Esto se mantiene a pesar de la reciente venta generalizada de títulos. El mercado bursátil estadounidense es el mejor lugar que tienen los inversores para generar rendimientos atractivos, porque Estados Unidos es un líder mundial en innovación, con mercados de capitales amplios, líquidos y profundos.

Pero la deuda global ha alcanzado el 237% del PIB mundial, lo que genera inquietud sobre la posesión de los pasivos pendientes y el grado de apalancamiento oculto en el sistema financiero internacional. El gobierno de Estados Unidos por sí solo debe 36 billones de dólares (124% del PIB), y el acreedor de una parte importante de esos pasivos es China, un país con el que mantiene una relación tensa.

Además, el apalancamiento oculto y las deudas del sector bancario informal pueden convertirse en un problema. Según S&P Global, a fines de 2022 la banca informal poseía 63 billones de dólares en activos financieros (78% del PIB mundial). Y un análisis más detallado también muestra que en 2024 la banca informal representaba el 70% del origen de hipotecas y de los préstamos apalancados en Estados Unidos. Los inversores y la dirigencia empresarial tendrán que preguntarse quién posee tal o cual deuda, y dónde están las obligaciones de deuda y las principales concentraciones de apalancamiento financiero.

La segunda gran preocupación tiene que ver con los aspectos demográficos. La población mundial sigue creciendo a toda marcha: Naciones Unidas calcula que en 2100 habrá 11.200 millones de personas (hoy la cifra es de 8.100 millones). Casi el 90% de la población mundial vive en mercados emergentes pobres, y se prevé que el crecimiento demográfico de las regiones con las economías más pobres (por ejemplo, África, India y Medio Oriente) será igual o superior a la tasa de reemplazo de 2,1 hijos por mujer. Es decir que, en estas regiones, la población será cada vez más joven. En África, entre el 50% y el 60% de la población tiene menos de 25 años (en la OCDE es sólo el 20%).

Al mismo tiempo, otros países envejecen muy rápido y registran tasas de natalidad más bajas; los pronósticos para Europa y China apuntan a un importante declive poblacional. Según Eurostat, la población de la Unión Europea alcanzará un máximo de 453,3 millones de habitantes en 2026, antes de empezar a disminuir gradualmente hasta 419,5 millones en 2100. Y datos de la ONU sugieren que la población de China caerá a menos de 800 millones en 2100, desde los 1.400 millones actuales.

Estas tendencias tienen amplias implicaciones para la demanda y la producción mundiales de una amplia gama de commodities, como los alimentos y la energía. Por ejemplo, India, con una población numerosa y pobre, sigue siendo muy dependiente del carbón y otros combustibles fósiles, más que de las fuentes de energía renovables.

Los cambios demográficos también alterarán las carteras financieras a medida que las poblaciones, al envejecer, pasen de ser capitalistas (dispuestas a asumir riesgos) a rentistas (en busca de ingresos fijos estables y predecibles). Pero los mercados también tendrán que calibrarse en respuesta a una enorme transferencia intergeneracional de riqueza desde los baby boomers a los millennials. Cerulli Associates calcula que la cifra podría llegar a 84 billones de dólares en 2045.

Por último, hay que tener en cuenta las divisiones ideológicas entre países y regiones. El mercado ya está cotizando la ruptura del multilateralismo y la fragmentación del comercio, de los flujos de capital, de las migraciones y de las ideas, y las dirigencias políticas y empresariales tendrán que tener en cuenta estas tendencias. Las mayores multinacionales estadounidenses siguen generando más de la mitad de sus ingresos fuera de Estados Unidos. Pero ahora deberán analizar cómo las afecta el debilitamiento de las alianzas y relaciones comerciales tradicionales de Estados Unidos.

En un plano más general, la desglobalización ha obligado a las empresas a centralizar más las compras, la contratación y el comercio de bienes y servicios. También pone en peligro las operaciones de carry trade (endeudarse a bajos tipos de interés en Nueva York y Londres para invertir en regiones más rentables) y dificulta la repatriación de beneficios.

A corto plazo, los aranceles y las deportaciones de la administración Trump pueden incidir en los salarios y generar más inflación en bienes de consumo, salarios y precios en todos los sectores. Además, es probable que el aumento de inflación presione al alza sobre el costo del capital, lo que puede trasladarse a represión de la inversión empresarial. Y a largo plazo, la desglobalización y los avances tecnológicos (por ejemplo, la inteligencia artificial y la computación cuántica) reforzarán las divisiones ideológicas actuales.

Las fisuras geopolíticas ya han generado importantes planteos políticos. Se discute entre capitalismo de Estado y capitalismo de mercado y sobre la reconfiguración de alianzas y agrupamientos de países. Nuevos bloques como los BRICS+ compiten por la influencia mundial y tratan de eludir las instituciones multilaterales tradicionales. Los países de ese grupo ya representan el 45% de la población mundial y el 35% del PIB, y tienen un papel cada vez más importante en la fijación de precios y en el comercio internacional de muchos bienes y commodities. Estos hechos dificultan el alineamiento internacional de los países y generan obstáculos incluso para iniciativas que antes se aplaudían (por ejemplo, las Conferencias de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático).

A la par de la desaceleración del crecimiento mundial, se instrumentalizan en forma hostil el comercio, las finanzas, la religión, la energía, la IA y la inmigración, lo cual genera un grado de complejidad que hará más difícil anticipar los resultados de las políticas. En la práctica, es probable que la complejidad añadida y la pérdida de visibilidad estrechen los horizontes temporales de decisiones cruciales sobre la asignación de capital y recursos humanos.

En vez de planificar para cinco años (la duración generalmente aceptada del ciclo económico o empresarial), los inversores, empresarios y funcionarios tendrán que pensar más bien en los próximos 18 meses. En un contexto tan volátil, los responsables de la toma de decisiones tendrán que centrarse en la adaptabilidad. Nadie puede comprometerse con estrategias a largo plazo basadas en condiciones regulatorias, geopolíticas o económicas que pueden cambiar de un día para el otro.

Dambisa Moyo, especialista en economía internacional, es autora de cuatro libros incluidos en la lista de superéxitos del New York Times, entre ellos Edge of Chaos: Why Democracy Is Failing to Deliver Economic Growth – and How to Fix It (Basic Books, 2018). Copyright: Project Syndicate, 2025. Traducción: Esteban Flamini.