Mientras los líderes africanos se reúnen en Ciudad del Cabo para la Cumbre Africana sobre Inversión en Agua, no puede haber equívocos: el mundo enfrenta una crisis de agua sin precedentes que exige un cambio de paradigma en la forma en que valoramos y gobernamos nuestro recurso más preciado.

La magnitud del desafío es asombrosa. Más de la mitad de la producción mundial de alimentos proviene de zonas en las que el suministro de agua dulce está mermando. Dos tercios de la población global sufre escasez de agua al menos un mes al año. Más de 1.000 niños menores de cinco años mueren cada día, en promedio, por enfermedades relacionadas con el agua. Y si se mantienen las tendencias actuales, los países de altos ingresos podrían ver su PIB reducirse un 8% de aquí a 2050, mientras que los países de menores ingresos (muchos de ellos en África) se enfrentan a pérdidas de 10-15%.

Sin embargo, esta crisis también presenta una oportunidad extraordinaria. Ahora que Sudáfrica asume la presidencia del G20 (para la que he sido nombrada asesora especial del presidente Cyril Ramaphosa), puede impulsar una nueva economía del agua que considere el ciclo hidrológico como un bien común global, y no como la fuente de una mercancía que se puede acaparar o comercializar.

El justificativo económico para actuar es convincente. El Panel Internacional de Alto Nivel sobre Inversiones en Agua para África muestra que por cada dólar invertido en agua y saneamiento resilientes al clima se obtiene una rentabilidad de 7 dólares. África necesita 30.000 millones de dólares anuales adicionales para cumplir con el Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) sobre seguridad hídrica y saneamiento sostenible, de modo que el déficit de financiación es significativo, aunque superable si se aplica una estrategia adecuada.

La Comisión Global sobre la Economía del Agua (que copresidí junto con Ngozi Okonjo-Iweala, directora general de la Organización Mundial del Comercio, Johan Rockström, director del Instituto de Potsdam para la Investigación del Impacto Climático, y el presidente de Singapur, Tharman Shanmugaratnam) solicitó recientemente una estrategia de este tipo.

Tratar al agua como un bien común global y adoptar enfoques orientados a la misión para transformar la crisis en una oportunidad requiere reconocer tres hechos críticos. En primer lugar, el agua nos conecta a todos –no sólo a través de ríos y lagos visibles, sino mediante flujos de humedad atmosférica que atraviesan los continentes–. En segundo lugar, la crisis del agua es inseparable del cambio climático y de la pérdida de biodiversidad, que se aceleran mutuamente en un círculo vicioso. Y, en tercer lugar, el agua está presente en todos los ODS, desde la seguridad alimentaria y la salud hasta el crecimiento económico.

Sin embargo, con demasiada frecuencia, las inversiones en agua siguen el manual fallido de la financiación climática y para el desarrollo. Existe una tendencia a minimizar el riesgo del capital privado sin garantizar la rentabilidad pública, a financiar proyectos sin una dirección estratégica y a tratar el agua como un problema técnico, y no como un desafío sistémico. Con estos planteamientos se corre el riesgo de crear una infraestructura hídrica que beneficie más a los inversores que a las comunidades, que exacerbe las desigualdades existentes y que no aborde la naturaleza interconectada de las crisis de agua, climática y de biodiversidad.

Esta interconexión exige un nuevo marco económico cuyo objetivo sea moldear los mercados de forma proactiva, en lugar de limitarse a corregir los fallos a posteriori. Necesitamos pasar del pensamiento de costo-beneficio a corto plazo a la creación de valor a largo plazo, y eso exige inversiones orientadas a la misión que moldeen los mercados para el bien común.

Las misiones exigen objetivos claros –como garantizar que ningún niño muera por falta de agua potable para 2030–. Una vez establecidos los objetivos, toda la financiación puede alinearse con ellos por medio de enfoques intersectoriales que abarquen la agricultura, la energía, la fabricación y la infraestructura digital. En lugar de elegir sectores o tecnologías, se trata de encontrar socios, en todos los sectores, dispuestos a abordar desafíos comunes. Estas inversiones orientadas a la misión también pueden conducir a la diversificación económica, creando nuevas oportunidades de exportación y vías de desarrollo.

Pensemos en el enfoque de Bolivia para la extracción de litio. En lugar de limitarse simplemente a exportar materias primas, el país está desarrollando estrategias para evitar la tradicional “maldición de los recursos” creando capacidades nacionales de producción de baterías y participando directamente en la transición energética. Al hacerlo, está convirtiendo su riqueza en recursos en capacidad de innovación, fortaleciendo las cadenas de valor y creando nuevos mercados de exportación para actividades de mayor valor.

Roma, Italia, el 12 de agosto.

Roma, Italia, el 12 de agosto.

Foto: Filippo Monteforte, AFP

En la actualidad, se destinan más de 700.000 millones de dólares anuales a subvenciones para el agua y la agricultura, que a menudo incentivan el uso excesivo y la contaminación. Si se redireccionaran estos recursos hacia la agricultura eficiente en el uso del agua y la restauración de los ecosistemas, con condiciones claras, podríamos transformar la economía del agua de la noche a la mañana. Para ello, los bancos públicos de desarrollo pueden aportar capital paciente para infraestructura hídrica, exigiéndoles al mismo tiempo a los socios privados que reinviertan las ganancias en la protección de las cuencas.

África se encuentra en una posición privilegiada para liderar esta transformación. Su vasto suministro de agua subterránea permanece en gran medida sin explotar, con 255 millones de habitantes urbanos que viven por encima de las reservas conocidas. Combinado con energía solar asequible, este suministro ofrece la oportunidad de revolucionar la agricultura. Al centrarse en la eficiencia y la reutilización, así como en el desarrollo de capacidades, el intercambio de datos, el monitoreo y la evaluación, este recurso de agua subterránea relativamente estable, al que se accede mediante bombas alimentadas por energía solar, puede ser una alternativa descentralizada que minimice las emisiones, los residuos y otros costos ambientales que implican los proyectos de infraestructura de mayor envergadura que alteran los flujos hídricos naturales.

A través de las Alianzas para el Agua Justa –marcos de colaboración que agrupan estos proyectos de energía solar y agua subterránea para aumentar la rentabilidad y, al mismo tiempo, garantizar la apropiación comunitaria–, la financiación internacional puede canalizarse hacia una infraestructura hídrica que contribuya tanto a los objetivos nacionales de desarrollo como al bien común mundial.

La presidencia sudafricana del G20 –la primera de un país africano– ofrece una plataforma histórica para impulsar esta agenda a escala global. Del mismo modo que Brasil ha utilizado su liderazgo en el G20 y su papel como anfitrión de la próxima Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP30) para impulsar la acción climática, Sudáfrica puede hacer que la seguridad hídrica ocupe un lugar central en la agenda económica global. Con la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Agua de 2026 a la vuelta de la esquina, y con el reconocimiento por parte de la comunidad internacional de que el cambio climático no puede abordarse sin abordar también la crisis del agua, es el momento oportuno para un liderazgo audaz.

La Cumbre Africana sobre Inversión en Agua no es una reunión más, sino un hito. Este es el momento para pasar de tratar al agua como un recurso local a gobernarla como un bien común global, de la gestión de crisis a la configuración proactiva del mercado, y de considerar la inversión orientada a la misión como un costo a reconocerla como la base del crecimiento sostenible.

La seguridad del agua sustenta las aspiraciones de África en materia de salud, resiliencia climática, prosperidad y paz. Dado que los jóvenes africanos constituirán el 42% de la juventud global para 2030, invertir en agua equivale a invertir en el futuro del mundo. La cuestión no es si podemos permitirnos actuar, sino si podemos permitirnos no hacerlo.

Mariana Mazzucato es profesora de Economía de la Innovación y Valor Público en el University College de Londres y autora, más recientemente, de The Big Con: How the Consulting Industry Weakens Our Businesses, Infantilizes Our Governments and Warps Our Economies (Penguin Press, 2023). Copyright: Project Syndicate, 2025.