El título de este artículo remite a la expresión que utiliza el pedagogo francés Fernand Deligny cuando describe y analiza los efectos de las prácticas de encierro hacia adolescentes abandonados o “delincuentes”. Al mismo tiempo que ejercía de forma particular el oficio de educador, escribió sobre sus prácticas pedagógicas, conjugando de forma indisoluble acción, reflexión y escritura. Refiere a sus vivencias cotidianas en un espacio tan regulado que se vuelve concentracionario, aunque le preocupa la aflicción a la que están sometidos los adolescentes en algunas instituciones.

Para esos adolescentes, la única forma de que subsista la vida es conformar una red. Una red que no es objeto ni metodología o categoría de análisis, sino una forma de ser. “He vivido entonces en los azares de la existencia más en red que de otra manera, y resulta que en los azares de lo que tiendo a leer, siempre resulta que hay por ahí alguna red”, sostiene Deligny. (1)

Somos efecto de múltiples –y azarosas– interacciones, de decisiones propias, de condicionamientos y determinaciones familiares, sociales, culturales, económicas y políticas. Aprendemos todo el tiempo y en todos lados. La disposición de conocer, entender y aprehender el mundo está activa desde el primer día de nuestra vida, y nos acompaña hasta la muerte. En la infancia, observamos claramente la avidez por comprenderlo todo, desde los más triviales hechos cotidianos a las más complejas abstracciones.

Sin embargo, los aprendizajes socialmente valorados son aquellos adquiridos bajo supervisión y control de un otro legitimado para enseñarlos. Cuando reflexionamos sobre educación, en general nos referimos a una práctica de transmisión institucionalizada. Nuestras formas de pensar lo educativo están limitadas por este parámetro.

La reflexión pedagógica de la educación queda casi siempre reducida a pensar las instituciones creadas por el Estado para enseñar; por tanto, las voces autorizadas para hacerlo son las de aquellos profesionales formados para operar en ese ámbito. En muchos casos, más preocupados por el control social y la normalización que por incrementar y cuestionar el acumulado de la cultura.

Es una afirmación fuerte, que sitúa la mirada en las formas de organización del campo educativo como espacio de disputa y puja por porciones significativas de poder. Como referíamos en un reciente artículo, “la educación no es una carrera por llegar simultáneamente a un mismo saber exigido, sino un tránsito singular, sostenido en deseos, motivaciones e intereses distintos, una relación cualitativa con los saberes adquiridos y aquellos por aprender” (ver https://educacion.ladiaria.com.uy/articulo/2017/5/comun-e-inexpropiable-adolescencias-y-la-educacion-como-derecho/#!).

¿Cómo construir institucionalidad y política educativa que promuevan la conexión y el diálogo entre los saberes adquiridos por los adolescentes en sus interacciones vitales con aquellos saberes promovidos en el sistema educativo? ¿Cómo podemos establecer lazos entre las prácticas educativas institucionales con los modos y formatos de época en que los adolescentes se apropian de la cultura?

Desde esta posición nos interesa pensar la influencia que la vida social provoca en los individuos para producir sujetos. De la interacción de individuos concretos con esos dispositivos emerge el sujeto. El alumno es el sujeto típico que produce, o intenta producir, la escuela. La actualidad está signada por otras formas de subjetivación, en las que se han modificado las redes vinculares, las formas de habitar las instituciones, los modos de acceso a la información, al saber, a la cultura, o los sentidos de autoridad del mundo adulto. Algunos modos de subjetivación cartográfica emergen con potencia en la actualidad, lo que nos obliga a repensar las prácticas educativas y la posición de los profesionales.

La acción educativa es una configuración dinámica para instalar escenas educativas donde no estaba. El movimiento aparece como una categoría central de la educación, tanto de los sujetos de la educación como de los educadores. Es una condición con efectos físicos sobre cuerpos y territorios, y simbólica respecto de las formas de pensar la situación educativa.

Se trata de hacer educación donde la intemperie puede ser un telón escénico, donde no necesariamente acudamos a la protección que nos brindan los edificios, o salones para que allí pase todo. Movernos, movilizar y poner en movimiento posibilita que los adolescentes establezcan lazos sociales con diversidad de espacios sociales y comunitarios, exponiéndose a experiencias, a intercambios diversos que afectan sus procesos de aprendizaje. Se trata de una estrategia para conjugar los universales que procura transmitir la educación, con las trayectorias singulares de cada uno.

Se transforma la nítida separación entre adentro-afuera de la institución y se complejiza la manera de pensar las adolescencias y la relación con el saber. El derecho a la educación no se garantiza solamente generando plazas que son ocupadas en las aulas. Para los educadores se incrementa la incertidumbre, la incomodidad es parte de habitar un terreno desconocido, un escenario que se va configurando caso por caso, proyecto educativo a proyecto educativo.

La acción educativa en clave cartográfica crea lazos materiales –previamente imaginados– entre los gadgets, instrumentos, objetos, tecnologías, saberes, agentes, espacios e instituciones que los ponen en movimiento para afectar y producir una situación inédita. La acción educativa es un acto creativo, la producción de ensamblajes híbridos sujetos y objetos (materiales y simbólicos) para mejorar las condiciones de aprendizaje del sujeto de la educación. En la situación pedagógica que señala Deligny, el adolescente institucionalizado es construido por una maquinaria que produce dependencia. Crea un adolescente tutelado, sometido a la autoridad discrecional. La acción educativa, en tanto acto creativo, produce intercambios con actores, objetos y significados heterogéneos para provocar la deconstrucción de la dependencia mediante la amplificación de relaciones y vínculos que activen procesos de circulación social lo más amplios que sea posible.

En esta perspectiva es significativa la posición que asume el educador en tanto es corresponsable de imaginar y producir caso por caso propuestas socioeducativas que unan al adolescente con ofertas de inclusión educativa, laboral, cultural y económica de las más diversas. El educador asume el lugar de flâneur, encuentra en el vagabundeo una fuente de aprendizaje, una inspiración en el conocimiento de otras experiencias, se renueva una disposición abierta al encuentro con la novedad, con alternativas posibles de inclusión y aprendizaje.

El tipo de sujeto de la educación que se produce en esta perspectiva es distinto del alumno, incluso distinto del estudiante, ya que el adolescente deviene en otro sujeto a partir de reconocer su vida en red, una subjetividad cartográfica configurada como efecto de múltiples interacciones.

  1. Deligny, F. 2015. Lo arácnido y otros textos. Buenos Aires: Cactus.