Lídice es un pequeño pueblo de la actual República Checa que en 1942 fue arrasado por la Alemania nazi de Adolf Hitler, durante la Segunda Guerra Mundial. A más de 10.000 kilómetros de distancia, una plazoleta en la ciudad de Canelones homenajea al pueblo y recuerda la masacre: año a año se hace una ceremonia en la que habitualmente participan integrantes de la comuna canaria y de la embajada en Uruguay del país europeo. A unas cuadras está el Instituto de Formación Docente (IFD) Juan Amós Comenio, que lleva el nombre de un pedagogo checo, en el que también suele conmemorarse la tragedia ocurrida a mediados del siglo XX.

A partir de la historia y del vínculo que tiene con la institución en la que trabajan, dos profesores del IFD utilizaron las llamadas “horas de departamento”, orientadas al fomento de actividades de investigación y extensión, y se propusieron generar reflexión sobre memoria, espacio público y acción política a partir de lo sucedido en Lídice en 1942. Los profesores Gustavo Faget, de Historia, y Marcelo Fernández Pavlovich, de Filosofía, coordinaron un libro que fue publicado hace unas semanas, en el que presentan los resultados de una investigación que realizaron a partir de entrevistas, revisión bibliográfica y de archivos de la Intendencia de Canelones. En el libro también se publican artículos de otros autores en los que reflexionan respecto de la temática del libro.

En Lídice. Memoria, espacio público, acción política. Y otras memorias subalternas, los organizadores exploran los motivos por los que en su momento la plazoleta canaria adquirió el nombre del pequeño poblado checo. En particular, se preguntan si la conmemoración de la masacre ha logrado ser apropiada por la población que habita los espacios públicos que la recuerdan o si sólo se concentra en los actos protocolares. Además, en caso de que el tema sí esté instalado en la ciudadanía, indagaron especialmente si ello sirve para generar el convencimiento de que ese tipo de actos no tienen que volver a ocurrir. Según indican los docentes en el libro, parten del supuesto de que ello contribuye no sólo con el reconocimiento de las víctimas que sufrieron la vulneración de derechos humanos fundamentales, sino también aporta a una educación “que tenga como centro la dignidad humana” y el ejercicio de los derechos como un horizonte posible.

En el libro se plantea que la plazoleta Lídice “marca la importancia de la memoria en un contexto histórico-cultural marcado por la inmediatez, lo fugaz y lo efímero”, y que representa un intento por “echar luz sobre acontecimientos signados por la deshumanización y la ruptura con los derechos humanos”. En ese sentido, se agrega que es un intento por que ese tipo de acontecimientos no queden en el olvido y para que la noción de derechos humanos pueda transversalizarse de forma que se vuelvan “parte de nuestra vivencia y convivencia”.