“Fútbol y pedagogía” es una buena síntesis de la participación de la selección uruguaya de fútbol en el último Mundial, precisamente cuando su director técnico es un maestro que, entre otras cualidades, ha intentado proponer el proceso deportivo como uno simultáneamente pedagógico: diversos actores entablan relaciones –dirigentes, jugadores, cuerpo técnico y varios más–, se asumen distintos roles –posiciones en la cancha, por ejemplo–, hay saberes en juego –técnicas, tácticas, estrategias–. También hay coordenadas de tiempo y espacio –concentraciones, reconocimiento de canchas–, actitudes que favorecen la convivencia grupal –en términos amplios, una formación ciudadana–, y existe un planteo de consignas como el descanso, la alimentación y los ejercicios físicos. Si bien se podría afirmar que estos componentes están siempre presentes en la práctica de este y otros deportes, hay uno que contribuye a visualizarla como práctica humana con un horizonte educativo, si se lo impulsa: la intencionalidad que se persigue y su explicitación.

Pero aquí no pretendería abordar esta perspectiva, sino algunas esferas del Mundial que, pese a que no se explicitan como educacionales, pueden contener implicancias pedagógicas interesantes. Como es conocido, el Mundial del Fútbol opera como “centro de interés” en distintas escuelas del mundo, ya que facilita el conocimiento de países y su ubicación en el planeta; calcular poblaciones, superficies y medidas de canchas; identificar personajes históricos de los diferentes países, y varios etcéteras más. Pero tampoco quisiera profundizar en ello ahora.

Para que se entienda mejor:

  1. Sin quererlo, el Mundial es, en el caso de varios futbolistas, la palestra que pretende enfatizar el “ascenso social”. Durante su desarrollo circulan varias historias que muestran el origen humilde del jugador, las dificultades por las que atravesó en su momento, por ejemplo, para llegar a los entrenamientos. La enseñanza es clara: “¿Por qué si estos llegan yo no?” Sencillo, porque son selecciones y eso implica selección. Pero el sueño opera como metáfora de la posibilidad, aunque sea remota. Para reafirmarlo se pone el acento en los sacrificios de este estilo de vida, que no serían muy distintos al sacrificio de un albañil que se levanta temprano para dirigirse a la obra, un agente de policía que está de guardia durante la medianoche de un 25 de diciembre, o un peón rural que desafía a la tormenta en el horizonte. Pero, pedagógicamente, es importante enviar el mensaje de que “todos pueden” y que los que no llegan algo habrán hecho o, precisamente, no hicieron. Tal vez se pudiera poner énfasis en otros aspectos de esos recorridos, quizás con otra intención pedagógica: qué fueron aprendiendo, qué les resultó valioso, por qué algunas personas se constituyeron en referentes, cómo articularon diferentes dimensiones de su vida para desarrollar un talento, y cómo se despliega el esfuerzo. O estas otras intenciones estarían tan permeadas de continuar mostrando el “éxito” que también se toparían con un límite.

  2. El Mundial, sin quererlo, al conformar equipos por países y no por otro criterio, constituye una escena de los procesos de globalización con sus marchas y contramarchas. Uno de sus emergentes más notorios es la dinámica de las migraciones. Por ejemplo, un tal Mario Fernandes, nacido en Brasil, juega por Rusia; Jérôme Boateng juega por Alemania, pero su hermano lo hace por Ghana; e Inglaterra fue la única selección cuyos 23 integrantes participan en la liga de su país. Si bien los desplazamientos en el territorio estuvieron presentes en todos los tiempos de la historia, en la actualidad se vuelve patente por cómo se revierte el proceso migratorio de países de Europa hacia América (por ejemplo, en los siglos XVIII y XIX), de África hacia Europa y de Latinoamérica a América del Norte. Se trataría de abordar, pedagógicamente, un cuadro lleno de contradicciones en el que no se avizoran operaciones simplificadoras: nacionalismos, xenofobia, aporofobia –diría Adela Cortina para referirse al rechazo al extranjero pobre y no al que viene a estudiar, es ejecutivo o un artista de renombre–, refugiados y asilados, nuevas ciudadanías, patrias, desigualdad norte-sur. Pero nuevamente la pedagogía del Mundial viene en nuestro auxilio y por 90 minutos los contextos sociales se suspenden e “iguales reglas de juego igualan a los países”. De esta manera, y sólo mientras dura esa ficción, México puede ser “superior” a Alemania y Senegal a Polonia.

Lo anterior viene, cada vez con mayor evidencia, a cuestionar la agrupación por países como Estados nación modernos, como equivalencia entre personas que nacen en un mismo territorio y tienen cierta identidad compartida. En términos pedagógicos, ello nos obliga a suspender el juicio, ya que en el futuro podrían operar otras formas de conformación de selecciones (poder económico, como los grandes clubes europeos, que son verdaderas selecciones; profesiones en común; equipos con jugadores de países que empiecen con la misma letra; equipos con jugadores de países que tienen costa y otros con montañas; equipos con jugadores de países con el mismo color de bandera; o cualquier otra arbitrariedad). Pedagogía y sentido común mediante, podemos afirmar que todo criterio de clasificar algo es arbitrario.

  1. Con su carácter de espectáculo y, ciertamente, espectacular, el Mundial enseña que es el evento con mayor capacidad de convocatoria. Enseña que hay que invertir en estadios, que hay que invertir en viajes y televisores, al igual que en marcas y vestimenta, que es valioso el intercambio cultural, enseña en qué consiste el disfrute y a qué hay que dedicarle tiempo. De hecho, durante un mes, marca la agenda de reuniones de trabajo o de campañas electorales y, así las cosas, resulta prácticamente imposible mantenerse ajeno. En realidad, tal vez buena parte se mantenga lejos, porque 40% de la humanidad no cuenta con electricidad y 65% aún no ha hecho una llamada telefónica, según datos de 2016 de la Organización de Estados Iberoamericanos. Es como Louis Althusser caracterizaba a la ideología, como relación imaginaria con la realidad material; es decir, lo que el Mundial enseña, como intención pedagógica no dicha, es que “todo el mundo está pendiente de él”, cuando claramente buena parte del planeta está “fuera de él”. Esta es una operación pedagógica relevante, que a diario tendemos a reproducir cuando afirmamos que “todo el mundo piensa que…” o que “todos lo hacen”, solamente para respaldar nuestros frágiles argumentos sobre cualquier temática.

Pero para quienes nos gusta el fútbol, también como obra de arte, como la atajada de Thibaut Courtois a Neymar, o el gol de Benjamin Pavard a Argentina, la tarea educativa se nos revela como campo de contradicciones, plantea Bernard Charlot. Y por ello, tal vez, Óscar Tabárez arriesgó a explicitar intenciones pedagógicas en un terreno de prácticas humanas que, aunque no lo diga a los cuatro vientos, como tal no puede situarse fuera de casi ninguna práctica educativa (Paulo Freire, Política y educación, 1997). Quizás por eso es respetado, más allá de que cada uno comparta o no la forma en que sus equipos juegan al fútbol.