Coral Elizondo llegó a Uruguay desde España. Es maestra, licenciada en Psicología en la especialidad de psicología educacional y también diplomada en Estudios Avanzados en el Área del Conocimiento de Psicología Evolutiva y de la Educación.
El motivo de su visita tuvo una razón puntual: este lunes de mañana inició la segunda edición del Congreso Internacional Somos sobre Educación Inclusiva. Tuvo lugar en el hotel Radisson Victoria Plaza y también transcurrirá durante este martes.
El evento es organizado por la Dirección Nacional de Educación del Ministerio de Educación y Cultura (MEC) y, por esa razón, además de contar con profesionales del exterior vinculados a la temática, como Elizondo, el congreso se desarrolla con la presencia de diversos actores de la comunidad educativa. En la apertura estuvieron el titular del MEC, Pablo da Silveira, el director nacional de Educación, Gonzalo Baroni, la presidenta de la Administración Nacional de Educación Pública (ANEP), Virginia Cáceres, la directora de Discapacidad del Ministerio de Desarrollo Social (Mides), Karen Sass, y el representante de Unesco en Uruguay, Francisco Benavídez.
¿De qué hablamos cuando hablamos de educación inclusiva? ¿Y de neuroeducación? ¿Qué caminos podría tomar Uruguay para lograr tener un sistema educativo inclusivo? Sobre estas y otras preguntas Elizondo conversó con la diaria.
Es necesario “recuperar el humanismo en la educación”
El foco de Elizondo es, sobre todo, la neurociencia y la neuroeducación: partir del “cerebro para entender la variabilidad humana”. Es que, justamente, su énfasis está en la “diversidad”.
En primer lugar, la maestra y psicóloga explicó que la “neuroeducación” implica llevar “todos los avances que tenemos del cerebro, fundamentalmente del siglo XXI” al aula y, por lo tanto, “a cómo aprendemos, a trabajar la memoria y la atención”. En concomitancia, resaltó el valor de la neuropedagogía “cuando hablamos de cómo, para qué y por qué enseñamos”, y de la neurodidáctica, “con estrategias para aterrizar en el aula”. En resumen, señaló que los aportes de la neuroeducación sirven para “conocer el cerebro de tus estudiantes para que los puedas enseñar y aprender”.
Ante la posibilidad de cierta resistencia sobre la neuroeducación, Elizondo manifestó que es necesario “recuperar el humanismo en la educación: entonces, es hablar de una neurociencia humana, poniendo en el centro de la intervención a la persona”.
En ese sentido, admitió que en ocasiones, ciertos estudios de la neurociencia no contemplan a todo el estudiantado: por ejemplo, a la hora de hacer estudios para aprender lectura que no toman en cuenta a las personas con dislexia. En ese contexto, aseguró que “en el aula la mirada y el cuerpo lo tienen que poner los docentes: son ellos los que tienen que hacer que la educación sea de calidad, inclusiva y equitativa”.
De esa forma, introdujo la palabra inclusión: narró que si bien el término educación inclusiva está sobre la mesa desde finales de 1990 y que recién en 2006 fue “aceptado internacionalmente”, en la actualidad aún “no terminamos de entender qué es la educación inclusiva, porque pensamos que son nuevas palabras con conceptos viejos y no avanzamos en la mirada”.
De acuerdo con Elizondo, “una educación inclusiva implica ética, equidad y calidad para todos los estudiantes”. Sin embargo, aseguró que “seguimos haciendo aulas de talla única, donde todos los estudiantes hacen lo mismo, de la misma forma y en el mismo tiempo”; “mientras no rompamos eso, va a ser difícil que avancemos hacia una educación para todos”, sentenció.
En este marco, la psicóloga planteó que “el gran reto, el gran desafío, la gran revolución está en transformar la educación, pero no la educación tradicional, de abro la página y hago el ejercicio cinco, sino realmente irnos a aulas con estudiantes diversos, y donde a cada uno le pueda personalizar el aprendizaje. Y si dicen que no tienen recursos... hay que empezar con los que hay”.
“No es incluir”, sino “no dejar a nadie atrás”
Elizondo dijo que los primeros ejemplos de educación inclusiva, que funcionan a modo de réplica, se aplicaron en Canadá y Portugal. En el primer caso, quitaron las escuelas de “educación especial”, mientras que en el segundo, además de repetir esa medida, “transformaron la educación con normativas y políticas”. Asimismo, aseguró que Italia “camina hacia esa línea”.
Aun así, Elizondo manifestó que en España, con “fondos públicos que no son exuberantes”, también están siendo capaces “de cambiar espacios, pedagogías y didácticas”, algo que es igual de “posible en Uruguay”, aseguró.
Por otro lado, planteó que “la clave” es que “el docente se comprometa”: “Tenemos que organizar nuestras planificaciones, cada día de lo que se va a hacer en el año, y en ese diseño poner hasta los límites, para no dejar a nadie atrás”. Aun así, señaló que “lo ideal” es que todos los docentes puedan formarse para atender la diversidad y que cada aula pueda contar con “al menos dos”, porque “si vamos a empezar a hacer algo que ni tú ni yo sabemos hacer, lo mejor es que lo hagamos juntas, por lo menos para no tener ese pánico al vacío”.
Otro gran reto para Elizondo es, en primer lugar, “aclarar conceptos, porque no todos entendemos que la educación inclusiva es tan amplia que abarca a todos los estudiantes, sin dejar a nadie atrás”. En ese sentido, propuso que “en lugar de hablar de incluir a los que previamente hemos segregado, se trata de pensar qué hacer para no segregarlos, para atender a todos los estudiantes en el aula”.
En segundo lugar, manifestó que el reto es que “todos los docentes estén formados para atender a esta diversidad tan diversa, pero desde la equidad, y esa palabra tendría que estar en mayúscula y con luces de colores”. Para la maestra, “eso significa dar más apoyo a quienes más lo necesitan: no es para todos. La clase, entonces, no puede ser de talla única, porque si no, sigo haciendo igualdad y no hay nada más injusto que hacer lo mismo con todos los estudiantes”.
Por otro lado, subrayó que también “el lenguaje es muy importante, porque crea tu propia narrativa, tu propia vida”. Por último, dijo que el otro “gran reto” es “cómo construimos una sociedad inclusiva: si estoy en la escuela o en el liceo y estoy trabajando la inclusión, pero de repente llegan a la universidad y ya no es inclusiva, o la sociedad tampoco lo es, ¿qué ocurre?”. “Hacer escuelas democráticas, escuelas justas, nos lleva a una sociedad más justa. Y ya no es tanto incluir, sino no dejar a nadie atrás”, concluyó.