El ausentismo estudiantil en los distintos niveles educativos es un problema desde hace años, pero desde la pandemia presenta un aumento sostenido en todos los subsistemas. Esta situación hizo que en el último tiempo se incrementara el debate, la problematización y el intento por desplegar políticas que apunten a disminuir las inasistencias.
En este marco, este jueves la Administración Nacional de Educación Pública (ANEP) y Unicef llevaron a cabo el seminario “Cuidar los sueños: experiencias y estudios sobre la asistencia escolar”, en el marco de la campaña pública que se lanzó al respecto. El encuentro estuvo dirigido a docentes, directores, cuerpos inspectivos e investigadores, y tuvo como cometido “reflexionar sobre la asistencia” y “difundir experiencias desarrolladas por los centros educativos e investigaciones vinculadas a los diferentes niveles del sistema”.
Alejandro Retamoso, oficial de Educación de Unicef Uruguay, narró que desde el organismo hicieron un análisis cuantitativo de las inasistencias en el sistema educativo, además de una profundización con focus group para recapitular los resultados.
En ese contexto, aseguró que los análisis que pueden hacerse sobre el ausentismo parten de la base de que hay nuevos desafíos, en comparación con los últimos diez y 15 años, a los que es necesario prestarles atención. Asimismo, afirmó que la pandemia fue un “punto de quiebre” que dejó “nuevas causas” para las inasistencias, que también “hay que tenerlas en cuenta”.
Factores que influyen en el ausentismo
El estudio de Unicef detectó ocho aspectos principales para “entender el ausentismo” desde la perspectiva de las familias, los estudiantes y los docentes.
El primer elemento es la “baja valoración de la educación”, que, de acuerdo con Retamoso, fue un punto que surgió, sobre todo, en las familias de educación media y educación inicial. Esgrimió que se trata de un “aspecto cultural” y que la campaña de bien público, por ejemplo, puede incidir positivamente en esto. “Algunas familias no logran transmitir la importancia de asistir a clases, especialmente cuando no ven resultados inmediatos”, agregó.
El segundo aspecto que, de acuerdo con el estudio, influye en el ausentismo son las “dificultades para establecer límites y rutinas”. Esto fue manifestado tanto por las familias como por los docentes y los propios estudiantes y, según Retamoso, no es algo nuevo con relación a los últimos 15 años. Sin embargo, manifestó que la diferencia está marcada por el uso del celular, que muchas veces produce “falta de hábitos de sueño saludables” y “se traduce en inasistencias frecuentes, especialmente a primera hora”. “Muchos padres y madres, especialmente de adolescentes, reconocen que les cuesta poner límites al uso del celular, regular los horarios de sueño o establecer rutinas de estudio”, señaló.
El tercer aspecto está vinculado al anterior, ya que tiene que ver con dificultades en el acompañamiento cotidiano de las familias a los estudiantes. Retamoso especificó que muchas familias dijeron que tienen “jornadas laborales largas” y “múltiples trabajos”, lo que les impide “seguir de cerca la trayectoria escolar” de sus hijos.
Asimismo, sucede que “muchas dinámicas familiares hacen que las y los adolescentes asuman responsabilidades de cuidado”. Otro factor importante que detectaron es la preocupación por “las situaciones de seguridad en los traslados y los entornos barriales”.
Además, en las familias hay una “naturalización y subestimación de las faltas acumuladas”, planteó Retamoso. Se trata de un “sesgo de optimismo”: según el estudio, “padres y madres piensan que sus hijos no faltan a clases más que otros estudiantes y subestiman sistemáticamente sus ausencias totales acumuladas”. Sobre este aspecto, resaltó que los sistemas de alerta para las familias son “muy importantes”.
El quinto aspecto es la existencia de “desmotivación frente a prácticas pedagógicas”, tanto en estudiantes como en docentes. Retamoso señaló que los docentes entrevistados afirmaron que “el sistema no logra atender adecuadamente la diversidad del aula, lo que provoca frustración, rezago académico y desvinculación progresiva”.
En tanto, el estudiantado valora las “propuestas activas y lúdicas” y “critica las clases monótonas y contenidos poco conectados con sus intereses”. Por otra parte, el estudio reveló que los alumnos no consideran que faltar sea algo “gratuito”, dijo Retamoso. Al contrario, identifican problemas de revinculación y para “ponerse al día” luego de faltar.
Uno de los factores que para Retamoso son “endógenos al sistema educativo” es “la desconexión con la institución. “Se identifica una comunicación escasa y poco fluida entre las familias y el centro educativo, además de un escaso seguimiento por parte de adscriptos o docentes, que refuerza la idea de que ‘a nadie le importa si falta’”, según dijo con base en la visión de las familias.
Por otro lado, también identificaron que la “percepción de flexibilidad normativa y la posibilidad de aprobar sin asistir regularmente generan la idea de que faltar no tiene consecuencias reales”.
Docentes y estudiantes también manifestaron que hay “factores institucionales y de organización escolar adversos” que influyen en el ausentismo. “La falta de calefacción, baños adecuados, transporte accesible y alimentación en los centros educativos desmotiva la asistencia, especialmente en contextos vulnerables”, aseguró Retamoso.
Asimismo, los docentes esgrimieron que tienen “sobrecarga laboral” y que trabajan en “múltiples centros”, lo que “dificulta el seguimiento” del estudiantado. Esto se suma a la “falta de coordinación institucional” y a la “carencia de recursos humanos y materiales”.
Otro punto en esta línea es la existencia de turnos “cruzados” con Educación Física y horarios muy tempranos en invierno. Asimismo, las “ausencias reiteradas de docentes” también generan “desmotivación” en los estudiantes.
El último aspecto que Unicef considera influyente en el ausentismo es el “malestar emocional, la falta de contención y los problemas de salud”, tanto en estudiantes como en las familias.
Identificaron que hay una percepción de que cuando los estudiantes tienen problemas de salud física “no reciben el seguimiento adecuado”. Asimismo, “el estrés, la falta de redes de apoyo, los conflictos y situaciones de violencia generan la sensación de no sentirse cuidados y afectan la salud mental”, principalmente luego de la pandemia. En relación con esto, existe una “percepción de débil contención familiar e institucional frente a situaciones críticas”.
Acciones para mejorar la asistencia
En una de las mesas del seminario se presentaron experiencias pedagógicas sobre acciones que distintos centros educativos implementan para mejorar la asistencia del estudiantado.
En el liceo 5 de Tacuarembó, recientemente nominado Washington Benavides, observaron que había una necesidad de un acompañamiento más cercano al estudiante, ya que no bastaba con las llamadas a las familias para avisar de las faltas. Para eso, crearon un dispositivo de “acompañamiento personalizado, vincular y territorial para sostener la trayectoria” de los adolescentes.
Las acciones concretas son varias e incluyen un monitoreo de las inasistencias con un seguimiento mensual y un análisis de cada situación para llevar a cabo una intervención contextualizada. Por otro lado, entrevistaron a las familias para saber cuál es la situación del estudiante en su ámbito familiar y evaluar qué herramientas desplegar para que pueda continuar la escolarización.
A esto se suman “tutorías personalizadas, espacios de apoyo emocional y organizativo” con referentes adultos docentes del centro educativo, para que sea una guía del estudiante. Por último, para intentar revincularlos al sistema educativo ofrecieron talleres con actividades lúdicas, artísticas y sobre temas como los problemas de convivencia y la propia revinculación.
Sin embargo, el liceo no actúa solo: las acciones para atacar el ausentismo se llevan a cabo en coordinación con el Ministerio de Desarrollo Social, centros de salud de la zona, la Policía comunitaria, el Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay, entre otras instituciones.
Por último, también implementaron propuestas de “sensibilización institucional”, con instancias de formación y reflexión docente, para que el trabajo sea generalizado y sostenido.
En el Centro Educativo Asociado 183 Nelson Mandela consideran que el sentido de pertenencia es un factor fundamental. En ese marco, contaron que se requiere un “acompañamiento diario” del estudiante y un vínculo con su familia; por esa razón, se comunican vía Whatsapp cada vez que el estudiante falta, y lo hace la propia adscripta, que va salón por salón a pasar la lista, porque consideran importante que se haga de manera presencial.
Asimismo, valoran el “reconocimiento y motivación positiva”: cada vez que entregan el boletín dan un certificado y un premio –que implementan con donaciones– a los estudiantes que no faltaron, en un acto en el patio del centro educativo.
Por último, consideran relevante la “participación estudiantil” y, por esa razón, crearon el Espacio GEMA, en el que todos los estudiantes de séptimo, octavo y noveno grado tienen la posibilidad de que, una vez por semana, durante 45 minutos, pueden “hablar de lo que les pasa” con un adulto referente.
En la escuela 157 de Las Piedras, Canelones, resaltaron que el objetivo de que la mínima cantidad de asistencias sea de 160 al año implica que esté involucrado todo el equipo de la institución. De este modo, junto con los maestros comunitarios trabajaron a nivel territorial con las familias, acompañando individualmente cada caso.
Por otra parte, las maestras y el equipo directivo hicieron reuniones y talleres con las familias para sensibilizar sobre el tema, además de “proyectos personalizados para cada estudiante”. Asimismo, mensualmente convocan una asamblea escolar y, por otro lado, también premian con medallas, certificados y objetos –por ejemplo, “burbujeros”– no sólo a los alumnos “cero falta”, sino también “al que llegó a tres o cuatro, para motivarlos con la idea de que puede ser el próximo”.