¿Qué hacías antes de ocupar cargos públicos?
Trabajo desde los 16. Tenía que ayudar en mi casa y bancarme los estudios. Mientras hacía la licenciatura en Relaciones Internacionales, trabajé en la parte administrativa contable de Movistar.
¿Por qué decidiste dedicarte a la política?
Cuando tenía 19, mi abuela Violeta, que fue una persona clave en mi vida –por eso mi hija menor se llama igual que ella– me dijo: “Si yo tuviera unos años menos estaría en los lugares donde se toman las decisiones, porque desde ahí podemos cambiar la realidad”. Esa frase me quedó grabada y empecé a entender que para cambiar la realidad hay que estar donde se toman las decisiones. Creo en la política para transformar la realidad y creo en las mujeres como agentes de cambio. Se necesitan muchas más mujeres en política. Por varias razones: humanizamos los problemas cotidianos, tenemos una forma distinta para dirigir y negociar. Creemos más en el consenso y el diálogo. Esto que te cuento ahora no lo razonaba cuando tenía 19, pero me quedó rondando esa frase de mi abuela. Vengo de una familia que siempre estuvo vinculada con el PN. Siempre me gustó esto y entendía que podía generar cambios.
¿Te llegó a ver tu abuela?
No. Es de las cosas que más me duelen. No haber podido vivir con ella todo este proceso que para mí es muy importante.
¿Cómo fue tu recorrido?
Empecé desde lo técnico, fui vicepresidenta del Instituto Aportes (Correntada Wilsonista). No sé exactamente en qué momento dejé de estar tras bambalinas; se generaron las oportunidades. Yo siempre salí a marcar mis votos, siempre quise saber cuánto apoyo de la gente tengo. No hay un mecanismo más legítimo que saber si contás con los votos. Competí desde la primera vez. Querían que fuera segunda o tercera en una lista y dije que no. Yo quiero salir a competir. En mi primera elección salí diputada. Competí y gané, tuve más votos. Después seguí creciendo, en la siguiente elección hice lo mismo y obtuve los votos para estar hoy en el Senado.
¿Te arrepentís de haber renunciado al “anonimato”?
Son las reglas del juego. Me lo he cuestionado por dos razones: mis padres y mis hijas. En estos tiempos, de posverdad y redes, se dicen cosas muy feas. Hay mucha mentira, violencia e hipocresía. Me duele la angustia que genera en ellos. Mis hijas tienen 15, 12 y cinco años, y no tienen porqué entender las reglas del juego. En algún momento me lo cuestioné pero trato de convivir. No me arrepiento, es parte.
¿Encontraste dificultades por ser mujer?
Nunca había sentido discriminación por ser mujer. Pero cuando entrás en la vida política empezás a entender algunas cosas. Acá tenes que ver cómo te parás. No me voy a masculinizar porque estoy en este ambiente, pero a veces te lleva a esa situación. Sin embargo, yo quiero reivindicar mi papel como mujer, que estas cosas no me confundan. También están las barreras entre la vida familiar y la política. Las actividades empiezan a horas en las que “tenés que estar en tu casa con tus hijos”. Hay dificultades que no tienen que ver con la discriminación sino con roles que hemos cumplido históricamente. Tengo un compañero que entendió que la vida plena se construye con la libertad de hacer lo que uno quiere. Es un padrazo, me suple muchas veces. Puedo hacer esto porque lo comprende y acepta, y no todos los hombres lo hacen.
Siempre que se habla de la fórmula presidencial se pone a la mujer como vicepresidenta y no como presidenta. ¿Por qué?
La revolución cultural es más lenta que cualquier otra. Tiene que ver con esos roles predeterminados, y con quién detenta el poder. Que la mujer ocupe el primer lugar y no el segundo tiene que ver con desplazar a los hombres de los lugares en los que estuvieron siempre. En más de 180 años, en el PN, jamás una mujer había ocupado la presidencia. Agregale que ninguna mujer desafió los liderazgos masculinos. Vaya si habrá que romper barreras. Muchos hombres que se dicen abiertos –feministas– son generosos siempre que vayas en el segundo lugar. Las mujeres llegamos para quedarnos. Entonces hay que cambiar esa cuestión.
¿Estamos preparados para tener una mujer presidenta?
La ciudadanía está mucho más preparada que los partidos políticos. Tiene que ver con el poder dentro de los partidos. Es un reclamo que está en la sociedad. Según ONU-Mujeres, a 70% de la población le gustaría ver una mujer presidenta en menos de diez años.
¿Vas a ser candidata?
Me encantaría ser parte de los cambios. Pero no se trata de una decisión personal basada en el ego o en la vanidad. Tengo que sentir el apoyo de la gente en la necesidad de que haya otra opción. Creo que hay necesidad de otra opción en el partido. Lo sentí en este año y medio de recorridas. La decisión va a estar en el segundo semestre. Si con mi equipo sentimos que hay una necesidad de otra cosa, yo voy a estar. No estoy dispuesta a que eso sea un acuerdo de cúpulas que digan “es tal o cual” a cambio de repartir la torta. Acuerdos sí, basados en querer un país parecido, pero no acuerdos para repartirse lugares. Eso va a venir después.
¿“Si la patria te llama” vas a estar, entonces?
Sí, siempre. Estoy convencida de que los problemas que hoy tenemos son producto de malos políticos que han tomado malas decisiones. Uruguay no tiene problemas geográficos, étnicos o raciales, tampoco selva o sismos. Creo que se pueden generar cambios. La solución que precisamos no vendrá con un extraterrestre, un mesías o un outsider. Esto se soluciona con gente de bien, con buenos políticos que tomen buenas decisiones. Para eso la ciudadanía es muy importante, ellos son los que terminan tomando las decisiones.
La interna del PN está dada por el binomio Luis Lacalle Pou-Jorge Larrañaga. ¿Cómo sería una tercera candidatura?
Animándose. Nosotros queremos resultados distintos, y si querés resultados distintos, no sigas haciendo las mismas cosas. Esto no es en contra de lo que existe, pero necesitamos otra cosa. Hasta ahora hemos tenido 30%, ¿no estará bueno generar otras opciones? Renovar, buscar improntas distintas, para, entre todos, barrer para el mismo lado y sumar en lugar de 30%, 40%. Hay que animarse, no es pidiendo permiso.
El PN tiene por primera vez una mujer presidenta. ¿Cómo ves este cambio?
Como todo, algunos tienen más resistencias que otros. Para mí está buenísimo. Beatriz [Argimón] tiene una impronta distinta. Las mujeres le ponemos otra mirada. Yo lo vivo acá en el Parlamento. Si bien pienso distinto de muchas mujeres de otros partidos, tenemos la capacidad de poner arriba de la mesa los temas que nos unen antes que los que nos separan. Porque creemos más en el consenso que en la supremacía del ego que tienen los hombres, de decir “yo soy más grande”. A nivel partidario es una buena señal, que llega un poco tarde, pero más vale tarde que nunca. Ojala esto ayude a romper barreras, que nos permita a otras mujeres decir: “Yo también puedo”.
¿Cómo se puede mejorar la participación política de las mujeres?
La ley de cuotas es una clave. Tuve mis dudas con esto, me generaba ruido, creía que nosotras podíamos. Pero cuando entrás acá ves que esa colina es más inclinada, ahí entendí que era válido. Después, buscar otras cosas. Nosotros generamos una escuela de formación para mujeres políticas que no es sólo para blancas. Es para todas las mujeres que quieran hacer política. Me pregunto qué puedo hacer yo para ayudar a otras. El buen liderazgo no es resaltarse a uno mismo, es ayudar a levantar a otros.
¿Cómo ves la participación política de las mujeres y de los jóvenes en el PN?
Es el partido más joven. Es una etapa fermental. También está llenito de mujeres, en los cargos de dirección y en las bases.
¿Te parece que a la mujer política se la trata igual públicamente?
La política es un mundo históricamente manejado y dirigido por hombres. Las mujeres llegamos para quedarnos, pero todo es cuestión de romper barreras culturales. Siguen existiendo esas cuestiones en las que a la mujer se le preguntan cosas que a los varones no. Si la mujer está demasiado arreglada, es una tonta frívola; nunca sabes cuál es el punto. En los hombres no importa, nadie los cuestiona si son desalineados. Tiene que ver con esas cuestiones culturales que se van derribando. Lo veo con mis tres hijas, que conviven en entornos más igualitarios. Se van rompiendo barreras pero aún hay dificultades.
¿Sos feminista?
Si feminismo es buscar la igualdad de derechos y oportunidades sin duda que sí; soy feminista. Y así se los transmito a mis hijas. Más aun en este siglo, en el que siguen pasando cosas horribles y las mujeres son las principales víctimas. Tengo tres hermanos varones y dos mujeres. Mi padre nunca dijo: “Vos no podes por ser mujer”. Pero lo que yo viví no representa al mundo. No me identifica el feminismo intolerante, el querer pararnos en la vereda de enfrente. Tenemos que buscar la igualdad, que es algo que no existe, pero para eso necesitamos a muchos hombres. He escuchado cosas que no me identifican. Por ejemplo, la marcha del 8M, a la que fui. No me identifica cuando atentan contra una iglesia. Eso no las hace más feministas, las hace más intolerantes.
¿Cómo podemos combatir la desigualdad de género?
Hay que seguir rompiendo barreras culturales en una sociedad que tiene los estereotipos muy marcados. Desde la educación, en casa, con nuestras hijas mujeres pero especialmente con nuestros hijos varones. En mi casa tenemos responsabilidades compartidas. Esas cosas van permeando en las cabezas de los niños. Se educa desde la acción. Después con herramientas concretas, por ejemplo, eliminar la brecha salarial que existe aún hoy en Uruguay. A igual responsabilidad las mujeres reciben un salario muy inferior. La participación política también, con la ley de cuotas pero también por medio del empoderamiento, la formación.
¿Vivimos en una cultura machista? ¿Se puede modificar?
No se puede negar que vivimos en una sociedad machista. Hay un proceso de ir rompiendo con esa sociedad en el que la mujer tenía que cocinar, limpiar, quedarse en la casa. Se ha ido visibilizando lo malo que nos ha pasado, la violencia que genera el machismo. Y las mujeres se empoderaron. Pero falta mucho, porque muchas veces se habla desde el gobierno de cosas buenas que hay pero después no hay recursos para mantenerlas. Y todavía quedan muchos que dicen “algo habrá hecho”, “esto le pasó porque tenía la pollera muy corta”.
¿Qué tan estrecho es el vínculo entre la política y la religión?
Uruguay es un país laico. La relación entre política y religión hace ruido, y hasta molesta. A mí no me parece que esté mal. No me parece negativo que aquellos que tienen una religión participen y lleven adelante las cosas que creen mediante leyes. Pero entiendo que a muchos, por ser una sociedad laica, les haga ruido.
Sos especialista en política internacional. ¿Cómo ves a Uruguay en el contexto regional?
Soy mercosuriana, pero no me gusta este Mercosur. Es una jaula que nos encierra. A diferencia de aquellos que viven de su mercado interno, el nuestro muy chico. No queda otra que abrirse al mundo. Y eso no quiere decir que todos los tratados de libre comercio sean buenos per se, pero no podemos ponerle tanto prejuicio. Se puede lograr apertura comercial con progreso social. No son contradictorios, son complementarios.
¿Como ves la situación actual en Argentina y Brasil?
Brasil está en una situación muy compleja. Hubo una gran corrupción. De Lula [Da Silva] y de los que están del otro lado. Acá no es a favor o en contra de Lula, no defiendo a unos ni a otros. Ojalá nos sirva a nosotros para entender qué cosas no tenemos que hacer. Por ejemplo, las empresas no tienen que financiar a los partidos, porque después esa línea es muy fina y puede generar muchos daños. Argentina, desde mi punto de vista, ha tenido un cambio favorable, pero tampoco es tan fácil. Después de tantos años de corrupción y de haberse robado gran parte de la Argentina, se ha encaminado por un camino más sano. Convivir entre esa dualidad no es fácil, por eso hay que cuidar el interés nacional, fortalecer relaciones comerciales y ser muy cautos en las relaciones políticas, porque no estamos en el mejor momento regional.
Dijiste que el Ministerio de Desarrollo Social (Mides) es una herramienta importante para las políticas sociales pero habría cosas para cambiar. ¿Cuáles?
El Mides es la herramienta más importante de transformación de la sociedad. Habría que medir los planes –que son muchos–, ver si están dando resultados. El Mides se creó en un momento en que había una gran emergencia social, producto de la crisis del 2002. Esto es como cuando un paciente entra en el CTI. Tenés que salvarle la vida. Y había que salvarle la vida a mucha gente. Cuando alguien está en el CTI está enchufado artificialmente porque está grave. Después de un tiempo tenés que sacarlo para que pase a intermedio y salga caminando. El Mides debería ser igual. Hay gente que estuvo y está muy grave pero hay que ayudarla para que salga caminando sola. Hay planes que no han dejado de tener enchufada a la gente, y eso no genera dignidad.
Visitaste varias cárceles. ¿Cómo ves la situación?
Las cárceles muestran la derrota de nuestra sociedad. En el Comcar hay 3.500 presos de los más de 11.000 que hay en total. Ahí vi las dos caras de una situación muy compleja. En una celda de menos de 2x2 conviven ocho personas. Los tipos viven peor que los animales. No ven la luz en 24 horas. Hay omisión de asistencia. En esas condiciones no se puede rehabilitar. No hay chance de nada. Sin embargo, en ese mismo Comcar está el Polo Industrial, donde trabajan 500 personas. Ahí la rehabilitación existe. Por eso le planteé a [el ministro del Interior, Eduardo] Bonomi un proyecto de ley para que los presos trabajen. Si nosotros queremos solucionar la inseguridad tenemos que abordar la cuestión carcelaria. Porque hoy casi siete de cada diez reinciden. Van a volver a convivir con nosotros. Si bajamos la reincidencia de los que van a volver a convivir con nosotros, estaríamos mejorando muchísimo. Si logramos generar un oficio, muchos de ellos van a poder salir. También le planteé a Bonomi fomentar la exoneración de impuestos a empresas que puedan instalarse en los centros penitenciarios para que den trabajo. También los presos pueden salir a trabajar afuera, de hecho algunos ya lo hacen, salen a construir viviendas y obras públicas. Es necesario trabajar en políticas de egreso, para que las personas salgan y puedan no volver.
¿Qué pensás de la militarización que propone Larrañaga?
No estoy de acuerdo. Cuando pasan cosas como las que pasan hoy con la seguridad siempre la tendencia es plantear posturas radicales y extremas. Lo conversé con Larrañaga, le dije que tenía mis diferencias con este tema. Nosotros ya tenemos una Guardia Republicana. La verdad es que los militares en la calle me generan temor. Porque sabés cómo empieza pero no cómo termina. Me podrán decir que en las leyes pueden quedar muy claras las competencias del Ministerio del Interior y del de Defensa, pero en la realidad hay que ver quién termina mandando. No alcanzan los ejemplos internacionales. Creo que va por otro lado. Tenemos que volver a recuperar el valor y el respeto a la Policía. No creo que la solución sea la militarización.
¿Y sobre la ley integral para personas trans?
Estoy de acuerdo con establecer acciones positivas que neutralicen las desventajas para poblaciones vulnerables, como son las personas trans. Está claro que no han tenido igualdad de oportunidades. Tengo mis preocupaciones, en particular con algunos artículos, como el que establece tratamientos médicos para menores de edad. No porque no puedan llevarlos adelante, sino porque podrían hacerlo sin el consentimiento de los padres, mediante un proceso judicial. Tengo un caso muy cercano y la verdad es que lo han manejado muy bien. Vamos a preguntar, a escuchar a los que saben. El proyecto también establece el resarcimiento a las personas que han sido afectadas por la dictadura. No tiene que ver con el monto ni con la población, que ambos son bajos y por ende no afectan a las cuentas públicas. Creo que ese camino tiene que ser por la justicia.
¿El próximo gobierno será del PN?
Quiero que sea y voy a trabajar para eso.