Heinrich Geldschläger empezó a vincularse con una ONG que trabajaba con varones agresores en Barcelona en el año 2000. Por ese entonces comenzó una relación con una mujer feminista que lo motivó a pensar qué significa ser hombre, tanto a nivel personal como laboral.

Geldschläger es psicólogo y psicoterapeuta. En 2011 fundó, junto a otros especialistas, la Asociación Conexus: atención, formación e investigación psicosociales, una organización que tiene como objetivo promover la mejora de las relaciones afectivas y familiares, la erradicación de la violencia y la promoción de estilos de vida saludables e igualitarios.

La semana pasada visitó Uruguay para participar en el curso “Atención a varones que ejercen violencia a mujeres que son o fueron sus parejas”. También se reunió con el Consejo Consultivo por una Vida Libre de Violencia de Género hacia las Mujeres y brindó una conferencia. Las actividades fueron organizadas por Inmujeres, en el marco de un proyecto de Eurosocial, y contó con el apoyo del Centro de Formación de Cooperación Española.

Geldschläger asegura que si bien hay personas que llaman “tratamiento” a los programas que trabajan con hombres que ejercen violencia, él prefiere denominarlos “intervenciones”. “Hay quienes no están cómodos con el término ‘tratamiento’ porque implica una enfermedad y evidentemente [la violencia] no lo es”, dijo a la diaria. “Nosotros hablamos de intervención psicosocial, porque en el trabajo que hacemos hay una parte de transformación personal y emocional, que podríamos llamar terapéutico, pero siempre va acompañado de una reflexión sobre las ideologías y las desigualdades, a un nivel que implique el cuerpo, la emocionalidad y la identidad de cada hombre”.

En Uruguay la tasa de femicidios es alta. ¿Hay algún estudio que explique el porqué de estos asesinatos?

Hay algunas hipótesis, ninguna del todo confirmada. Probablemente muchos de los casos respondan a la idea “si no es mía, no es de nadie”. No está muy claro si la idea primero es matarla a ella y luego suicidarse para no tener que enfrentar las consecuencias, o si la decisión es suicidarse y de paso matar a “la culpable de todos sus males”.

¿Cuál es la ideología, consciente o inconsciente, que tienen estos hombres?

Que las mujeres están a nuestra disposición y tienen que cumplir con ciertas obligaciones y prestarnos ciertos servicios, domésticos, sexuales, emocionales; si no los cumplen, tenemos el derecho a castigarlas. Esto suena muy crudo, pero analizando las actitudes de violencia esa idea está detrás.

Todavía hay personas que siguen preguntando qué hace la mujer para que la agredan.

Ser mujer. La idea de la provocación y de “algo habrá hecho” está muy extendida.

También se dice que son personas enfermas.

Por los estudios que hay no podemos afirmar que los hombres que ejercen violencia son enfermos. Puede haber cierta tendencia a algunos trastornos, pero insisto: son dos problemas, uno puede ser una depresión y otro la violencia.

En España hay varios tipos de programas, algunos para personas judicializadas y otros para los que no tienen procesos.

Hay programas para hombres que están encarcelados. Se les ofrece la posibilidad de hacer un trabajo para poder rehabilitarse y no reincidir cuando recuperen la libertad. En España, las personas que por primera vez tienen una medida privativa de libertad –de menos de dos años– pueden llegar a cambiar su pena por una medida alternativa –que siempre incluye una orden de protección o alejamiento, a veces con tobillera– y la participación obligatoria en un programa para varones. Luego, en Europa, según la legislación, hay diferentes maneras de trabajar con hombres que no están en la cárcel.

¿Con qué disposición llegan los hombre a las instancias voluntarias?

Hay mucha variedad. El caso ideal, pero el menos frecuente, es el que realmente reflexionó y se dio cuenta de que tiene un problema y tiene una motivación para cambiar. A veces son hombres que han sufrido violencia en sus familias. Dicen que se juraron que nunca harían lo que les hizo su padre, pero después lo repiten. Son los menos, en nuestro programa rondan entre 10% y 15%. En las cárceles en España los hombres no están obligados a participar, pero las instituciones están obligadas, por ley, a ofrecer un programa.

¿Cuánto depende la efectividad de la intervención de si la persona se acerca de forma voluntaria u obligada?

No hay resultados concluyentes. La mayoría de los hombres llegan por dos vías: la derivación o la presión de otras personas. Por lo tanto, la motivación para el cambio varía mucho. En los programas voluntarios el abandono suele ser alto. Si realmente hay una motivación intrínseca para el cambio, hay un mejor pronóstico, pero no todos los hombres que llegan voluntariamente tienen una motivación real; muchos asisten porque pasan por un momento de crisis y ven que no pueden seguir así. Otra categoría muy típica es la presión que ejercen otras personas, habitualmente la pareja que le dice que si no hace nada lo abandonará; otras veces son familiares, amigos o profesionales.

¿Cuándo se da ese abandono?

Sobre todo al principio. Alrededor de 50% suele ser en las primeras tres o cuatro sesiones, cuando ven lo que significa participar en el programa. Luego otros abandonan cuando pasan a la fase de atención grupal, porque les cuesta reconocer en público su violencia.

¿Cómo son las intervenciones?

Casi todos los programas tienen tres fases. Una inicial de acogida y evaluación del riesgo y de otras necesidades que pueda tener –como salud mental o consumo problemático de sustancias–; luego está la fase de intervención más estricta, preferentemente en grupo, aunque puede ser individual, y finalmente una fase de evaluación y seguimiento para ver si se cumplieron los objetivos. Ese seguimiento tiene que ser lo más largo posible, de un año por lo menos. Nosotros intentamos que sea de dos años, pero eso depende de los recursos y de la posibilidad de mantener el contacto con los varones. Lo fundamental es tener claro que lo que estamos haciendo es para mejorar la seguridad de las mujeres y de las niñas y niños; para eso es clave que tengamos contacto con las mujeres. Los varones nos pueden explicar muchas cosas, pero sabemos, sobre todo al inicio del proceso, que tienen una tendencia importante a negar, minimizar o justificar la violencia, culpando a la pareja.

¿Cómo es el trabajo con las mujeres?

Es importante el contacto con la pareja, ex pareja o con ambas, si viene al caso. Hay hombres que ejercen violencia con una persona y se separan, pero luego tienen una nueva relación. Aunque las mujeres consigan separarse y no tener más contacto con ese hombre, ellos inician nuevas relaciones y no siempre, pero muchas veces, repiten el comportamiento violento. La importancia del contacto es para saber si hubo un cambio y también para evitar que los hombres usen su participación en el programa para manipular. Si van a un servicio, la promesa de no volver a ejercer violencia se hace mucho más creíble. Es muy importante que se le diga a la mujer que no se haga falsas expectativas, el mensaje es que “haga como si el hombre no participara”. No hay ninguna garantía de que vaya a cambiar, es un primer paso, pero garantías no hay. La recomendación es que no dejen de tomar medidas de protección; por ejemplo, que no se deje de separar por esto o que no vuelvan con el hombre, al menos no por este motivo. Si no hay un contacto con la mujer, la intervención puede ser riesgosa para ella, y la idea es que contribuya a su seguridad.

¿Ese contacto es periódico?

Es en la primera etapa, pero cada programa tiene su manera. Desgraciadamente, muchos no lo hacen. Es un problema importante porque todos los estándares de calidad insisten en eso y el marco legal, a nivel europeo, lo exige. El hombre no sabe cuándo vamos a hacer el contacto; para él es un requisito obligatorio que nos facilite el contacto con la pareja o ex pareja, pero para la mujer es voluntario.

¿Hay casos en los que las mujeres no quieran participar?

Pasa, pero muy poco. Normalmente están interesadas, sobre todo las que siguen con la relación. Pero también puede pasar que la mujer ya no quiera saber más nada de ese hombre. A las que aceptan se les propone una sesión, sin la presencia del hombre, sólo con la profesional. Les decimos que se pueden comunicar con nosotros cuando lo necesiten. Además, las contactamos si vemos un riesgo inminente para su seguridad y si el hombre abandona el programa. Al terminar el programa nos volvemos a comunicar para evaluar los resultados.

¿Qué tan efectivos son los programas?

Lo primero que hay que preguntarse es qué quiere decir que una intervención es exitosa. Damos por supuesto que es la reducción en el uso de la violencia física, psicológica, sexual y de cualquier tipo. Según algunos estudios, para las mujeres la reducción de la violencia no es la máxima prioridad. Muchas esperan tener una mejor relación basada en el respeto y la comunicación, lo que implícitamente quiere decir que no puede haber violencia. También esperan tener mayor espacio de libertad y una mayor implicación de los varones en la crianza de los hijos.

Hablan de reducción y no de eliminación de la violencia.

En nuestros programas la mayoría de la mujeres que no se sentían “nada seguras” después pasaron a considerarse “bastante o muy seguras”. Hay una reducción importante en todos los tipos de violencia; la psicológica y la ambiental. No se reduce a 0%, pero baja de manera significativa. ¿Consideramos que fue un fracaso si hay algún tipo de reincidencia? Es clave a quién se consulta a posteriori. En un estudio español con 800 hombres que pasaron por el programa en un marco de medidas alternativas, encontraron que sólo 5% reincidía en el año siguiente, según datos policiales. Pero no les preguntaron a sus parejas. Otros estudios, que tomaron las dos medidas, señalan que la tasa de reincidencia cuando les preguntaban a las mujeres triplicaba las nuevas denuncias. En España sólo 20% de las violencias que cumplen con un criterio de delito son denunciadas.

¿Qué porcentaje de hombres agresores acceden a los programas?

Según la última macroencuesta hay por lo menos 600.000 varones agresores y reciben atención por la vía judicial unos 15.000 al año, o sea sólo 2,5%. En España, con la crisis económica, nos quedan pocos programas voluntarios, quizás diez o 15. Creemos que es importante que 97,5% tenga la posibilidad de acudir, si toman conciencia. Hay una relación entre la oferta y la demanda; si existen programas y la sociedad lo sabe, habrá más hombres que demanden la atención.

¿Qué podemos hacer como sociedad para combatir este tipo de violencia?

Ese es uno de los grandes retos. Sobre todo que sean los varones los que se posicionen contra la violencia, a nivel personal y social. Un compromiso personal de no cometer violencia pero también de no permitirla ni permanecer en silencio ante ella. No sólo hablamos de la más visible, como puede ser un femicidio o las agresiones físicas o sexuales, también de todo el caldo de cultivo, como pueden ser los chistes o la cosificación de la mujer. Si conseguimos que haya una masa crítica de hombres que se posicione, esto significaría un cambio importante para que no haya impunidad social. Es importante deshacer la idea del monstruo, pensar que ellos son unos locos, unos enfermos. Tenemos que dejar de pensar que son ellos y que el resto de los hombres no tenemos nada que ver con eso y que somos diferentes. La violencia es un tema de todas y todos.