Las jóvenes que durante los últimos meses se adueñaron de las calles argentinas para luchar por el aborto legal, seguro y gratuito brillan. Literalmente. Tienen glitter en los párpados, los pómulos, los labios, las uñas y el pelo. Se pintan entre ellas y se animan a salpicar la brillantina en las caras de otras mujeres, quizá un poco mayores, que a veces aceptan. Llevan los pañuelos verdes enroscados en las asas de sus mochilas y se sienten abrazadas cuando los identifican en el subte, el liceo, el supermercado o la verdulería de la esquina. Imponen hashtags en las redes sociales y difunden sus historias en hilos de Twitter. La mayoría no tiene más de 25 años. Son las herederas de un movimiento feminista que encontró raíces comunes tres décadas atrás y que hoy tiene cara de piba.

Una de las principales exigencias que hicieron a sus representantes políticos –ellas y también sus compañeras más grandes– fue que a la hora de legislar sobre el aborto no lo hicieran para ellos mismos, sino para el futuro. “Esta es la revolución de las hijas. Y a ellas les tienen que dar el derecho a disfrutar sin morirse, sin tener miedo, sin tener menos derechos que sus novios, amigos y hermanos”, exhortó la periodista argentina especializada en género Luciana Peker cuando le tocó hablar en el Congreso, semanas antes de la votación en la Cámara de Diputados.

La mayoría de los diputados lo entendió. Pero el miércoles pasado el Senado argentino decidió darle la espalda a ese pedido y rechazó el proyecto de ley para legalizar la interrupción voluntaria del embarazo. La decisión fue tomada por 24 hombres y 14 mujeres, todos integrantes de una cámara en la que el promedio de edad es de 57 años, según un análisis del diario El Litoral.

El resultado fue recibido con tristeza, rabia y decepción. Sin embargo, a medida que pasaron las horas, la rabia se transformó en optimismo. La derrota parlamentaria tenía como contracara el triunfo popular. El aborto sigue siendo clandestino, pero las miles de mujeres que forman la marea verde saben ahora que no están solas. Saben, también, que su lucha marcó un antes y un después en el movimiento de mujeres organizadas. Que generó una ola que invadió calles, salones de clase, oficinas, casas, camas. Que rompió con el tabú y conectó a las generaciones. Las pibas están seguras de que tarde o temprano el aborto será ley. Es el inicio de una nueva era y las protagonistas son las hijas.

Una brecha generacional

El concepto de “revolución de las hijas” nació en la redacción del suplemento “Las 12”, del diario argentino Página 12, y hace referencia a lo que Peker también llamó, en más de una ocasión, la “primavera juvenil” que se respira en Argentina.

En un artículo publicado el día después de que el proyecto de aborto legal recibió la media sanción en Diputados, la periodista afirmó que “las grandes protagonistas políticas de la marea verde son adolescentes”. Las generaciones anteriores fundaron la Campaña Nacional por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito; impulsaron los Encuentros de Mujeres y redactaron decenas de propuestas legislativas. Pero para Peker son sus hijas “políticas, singulares, colectivas y familiares” las que “cambiaron la historia”. Porque tomaron todo lo que existía y lo sacaron a la calle. Lo pusieron arriba de la mesa en las cenas familiares. Lo llevaron en sus cuellos, muñecas y mochilas en forma de pañuelo, elemento que ahora significa empoderamiento y complicidad.

La revolución de las hijas llegó también al Congreso, especialmente durante la votación en Diputados. “Quiero que mis hijas, si se tienen que hacer un aborto, puedan hacerlo en un lugar sano y seguro, igual que sus hijas”, argumentó el diputado Agustín Rossi, del Frente para la Victoria, a la hora defender su voto afirmativo. Algo similar expuso su compañero de partido Daniel Filmus, unas horas antes de votar: “Siempre que voto una ley, lo pienso para que todos los argentinos tengan un futuro digno como el que quiero para mis hijas”. La palabra “hijas” se repitió otras veces y no siempre en el sentido de lo que pretenden sus padres para ellas. Algunos legisladores reconocieron que decidieron cambiar de postura y posicionarse a favor del aborto legal después de debatirlo con sus hijas. Ese intercambio generacional en las casas fue clave y lo seguirá siendo.

Peker sostiene que este “boom de la participación adolescente marca una ruptura generacional y le mete el dedo en la llaga a la crisis de la política tradicional y conservadora”. Esto se debe a que, mientras que en Argentina hay que tener al menos 25 años para poder ser legislador, la mayoría de las jóvenes que lideran las movilizaciones tiene menos de esa edad. “Tienen voz, pero no voto”, resume Peker. Esa tensión marcó el debate en Diputados y, especialmente, llevó a que el proyecto se cayera en el Senado.

“La tensión entre la vieja política y la nueva política se reflejó, de manera tajante, entre el Congreso, con sus puertas adentro, sin los votos seguros y con las idas y vueltas para conseguir las manos levantadas por el aborto seguro, legal y gratuito”, ilustra Peker, y “el ruido que entraba por las ventanas del recinto, la gente que tomaba sopa o guisos entre guantes, las carpas donde abrazarse y cubrir con gorros el aire frío de la piel en el calor de la multitud”.

La voz de las pibas

Dos días antes de que el Senado rechazara la iniciativa para legalizar el aborto, Revista Anfibia y Cosecha Roja organizaron la actividad “La revolución de las hijas” para analizar esta “primavera juvenil” desde las voces de sus propias protagonistas. Una especie de previa de lo que, a pesar de su resultado, fue un día histórico. Peker ofició de moderadora. A su lado, y luciendo los pañuelos verdes en sus cuellos, contaron sus experiencias las líderes estudiantiles Catalina Distéfano, Juana Garay y Sofía Zibecchi.

Antes de ceder el micrófono a las adolescentes, Peker aclaró que la “revolución de las hijas” no es un proceso ni “azaroso”, ni “anecdótico”. Explicó: “Hablamos de cómo estas chicas dan la batalla dentro de sus casas. Es la rebelión contra la violencia paternal hacia las hijas, que muchas veces erosionó la autoestima de mujeres y adolescentes”. A su entender, que el debate se haya instalado en las casas “ha cambiado la opinión pública” y “también el voto de diputadas y diputados”. “Para mí en eso hay una ruptura de género y una ruptura generacional”, consideró. Después, lanzó un dato contundente: la suma de las edades de las tres oradoras de esa tarde no alcanzaba la edad promedio de los senadores.

“Hay que entender que esto implica una crisis de la política tradicional, que tiene que tener además un costo. Entre quienes votan no sólo no hay la suficiente representación de género, sino que además hay una brecha generacional”, agregó Peker.

Zibecchi fue la encargada de romper el hielo. Tiene 18 años y es la presidenta del centro de estudiantes del colegio Federico García Lorca. Desde ese rol, comenzó su exposición destacando el papel que tuvo la batalla feminista no sólo en las casas, sino también en los centros educativos. “Lo generacional está muy ligado a nuestro territorio, que son las escuelas. Tiene que ver con esos espacios de militancia que nos son tan propios, como las asambleas, los centros de estudiantes, las calles, los espacios de discusión, y cómo trasladamos eso al mundo más adulto y heteronormativo que nos espera desde el otro lado y claramente nos da batalla”, aseguró.

Para la joven, la revolución es “innegociable” y parte de la base de que el feminismo es “un movimiento diverso y transversal”. Es “a partir de ahí”, en su opinión, que “las mujeres, las pibas, las adolescentes” pueden entenderse “como actrices políticas”. Puso como ejemplo el paradigmático pañuelo verde: “Para nosotras no significa solamente aborto legal, ni siquiera se limita a la educación sexual integral y los anticonceptivos. Tiene que ver con la capacidad de decidir, de gozar y de sentir”. Es, en definitiva, la lucha por “poder establecernos como personas de derecho y revolucionar los espacios que los hombres heterosexuales vienen ocupando desde hace tantos años”.

En su turno, Garay –presidenta del centro de estudiantes del Colegio Nacional de Buenos Aires– contó cómo sintió la brecha generacional cuando le tocó hablar en el Congreso ante los senadores. “Me chocó bastante, entre otras cosas, ver la irresponsabilidad con la que se paraban delante de los expositores, que habíamos estado preparando ese discurso quizá durante cuatro días y estábamos temblando [...] Para mí fue un honor y estuve muy contenta de estar ahí, pero del otro lado no sentía que ellos estuvieran ni orgullosos de ese debate, ni en busca de aprender, escuchar o cambiar su postura”.

Garay, de 17 años, también denunció “chicanas” de los senadores, que intentaban “constantemente” cambiar el eje del tema. “Hablaban sobre cuánto había invertido cada gobierno en salud y en repartir preservativos, cuando la discusión iba por otro lado. Parecía un ninguneo. Era como que, sin decirlo, nos estuvieran diciendo: ‘Lo único que me importa es lo que estoy discutiendo yo y la política que pasa por mi cabeza’”. No se daban cuenta, agregó Garay, “de que esta ley es para nosotras, porque ustedes o están menopáusicas o son hombres”.

La líder estudiantil no quiso terminar su intervención sin recordar que hablar de “revolución de las hijas” implica entender que hubo “madres”. “Nosotras aprendimos un montón de generaciones anteriores. Esta es la lucha que llevaron ustedes y que está dando sus frutos ahora. Agradezco todo ese laburo porque nos dejó las cosas un poco más fáciles a nosotras como para no tener que ocuparnos tanto de redactar un proyecto de ley y directamente ocupar las calles y llenarlas de glitter”, reconoció.

Distéfano, vocera del centro de estudiantes de la Escuela Técnica Fernando Fader, cree que la diferencia de edades se nota desde el momento en el que para “toda la juventud” se cae de maduro que la ley de aborto se tiene que aprobar. El problema es que quienes legislan no tienen en cuenta que “las mujeres somos personas deseantes”. Y aseguró que “lo que quieren cortar es la libertad de las mujeres”, porque “el aborto es una cuestión de decisión, y esa decisión implica libertad”.

La charla de la semana pasada puso arriba de la mesa otras cuestiones, más allá de la ruptura generacional que marcó el debate de los últimos meses. Para empezar, los abortos existen y se practican en la clandestinidad, con todo lo que eso implica. “Tengo más abortos realizados que años vividos”, contaba Zibecchi, en referencia a todas las veces que acompañó a una amiga o conocida a abortar. “La clandestinidad no es cómoda, no es fácil y no es segura”, agregó. Y dio números: cada año, alrededor de 40 mujeres se mueren en Argentina como consecuencia de abortos clandestinos. “Son 40 proyectos de vida, 40 familias, 40 no familias, 40 trabajos. Eran personas que tenían una identidad, una autonomía, y en el camino de esa autonomía perdieron su vida. Me parece que todos los intentos de desviar el debate mediático hacia el ‘cierren las piernas’ confirman lo que una dice todo el tiempo: que están acá para quitarnos el derecho al goce, al deseo, y para echarnos la culpa”.

La otra problemática que dejaron instalada es la falta de políticas públicas en materia de educación sexual. Garay contó que ese “vacío” impulsó a las jóvenes a “autogestionarse”. De hecho, la adolescente consideró que negar ese derecho fue “contraproducente” para los “antiderechos”, porque “una vez que vos te autogestionás y decidís acceder a la información por tus propios medios, no tenés límites y te adelantás de nivel”. Eso sintió la joven cuando expuso ante los senadores: “Estamos en el nivel 27 y ellos están en el 1. Es muy difícil y hay que tener mucha paciencia para tratar de darles el tiempo para recorrer un espacio que nosotras recorrimos en cinco minutos porque la situación nos llevó a eso. Vivir como mujeres en el mundo nos hizo tener que madurar y encontrar cierta sensibilidad que no encuentro en los senadores ni en los que dicen defender las dos vidas”.

Esa sensibilidad hacia las demás mujeres, agregó, es una de las cosas que les dio la marea feminista. “Nos sentimos, nos sensibilizamos, nos compadecemos y nos abrazamos de manera sorora porque nos pasan cosas cuando nos cuentan algo. Lo sentimos en la sangre”, describió, emocionada. Peker lo resumió todo unos minutos después: “Lo que se debate en el Congreso es la política de la sensibilidad versus la política congelada. Las jóvenes versus la Edad Media”.