La trayectoria política de Alicia Esquivel es de larga data. Criada por una familia de liderazgos femeninos y tradición colorada en las entrañas de un Cordón sur al que recuerda “multicultural” y “pluriétnico”, a los tempranos 15 años descubrió el Manifiesto del Partido Comunista y se dio cuenta de que “algunas cosas había que cambiarlas”. Empezó a militar cuando todavía estaba en el liceo. Desde ese lugar fue descubriendo las distintas desigualdades que vivían “sus mujeres”, como dice ella, por ser mujeres y afro. Más tarde descubriría “el verdadero fascismo”, durante la dictadura, una época que rememora como la de “una militancia muy fuerte, continua”, y en la que siempre estuvo “jugando como en un serpenteo”.

Hoy es médica pediatra, magíster en Políticas Públicas y Género y una de las referentes más destacadas del afrofeminismo uruguayo. Aboga por una política “antipatriarcal y antirracista” para que el Parlamento “sea revolucionario”, como dijo el sábado durante el Cabildo Feminista que se llevó a cabo en Montevideo. Participó en esa iniciativa como una de las 40 candidatas feministas que impulsó la Campaña Feminista de cara a las elecciones nacionales que se celebran el domingo 27. Esquivel es candidata a diputada y senadora por la lista 1938738 de Marea Frenteamplista, el sector que lidera el ex precandidato Mario Bergara. También coordina la Unidad Temática de las Ciudadanas Frenteamplistas, que actualmente trabaja en un protocolo para abordar situaciones de violencia política hacia las mujeres. Hace unas mañanas recorrió su vida y su militancia con la diaria.

¿Qué implica para vos ser afrofeminista?

Me presento siempre como una mujer afrouruguaya porque, por más que fenotípicamente es evidente que lo soy, mi identidad afro me coloca en una situación que tiene que ver con la lucha y la reivindicación de mis derechos. Somos descendientes de personas que fueron esclavizadas y a partir de esa época se generaron el racismo, la discriminación racial y la negación de nuestros derechos. Feminista porque ser mujer también me coloca en ese lugar que es la lucha por la igualdad de género, porque mujeres y hombres somos iguales en oportunidades, en derechos, ante la ley, en nuestras voces y en nuestras decisiones.

¿Cómo irrumpe la militancia feminista en tu vida?

En el Partido Comunista había un grupo de mujeres grandes que eran las que trabajaban en las políticas hacia las mujeres y de alguna forma tenían muy marcados los roles de género, entonces promovían cosas como talleres de costura. Las que éramos jóvenes en ese momento pensábamos que eso no tenía nada que ver con nosotras, que ya estábamos luchando por la pastilla anticonceptiva en el marco de las luchas feministas internacionales. En medio de todo eso, a los 18 o 19 años empecé a darme cuenta de que en este país realmente había racismo y que había vivido situaciones de discriminación racial que había naturalizado. Comencé mi militancia en Mundo Afro y ahí se unió claramente la interseccionalidad: esta situación de desventaja en la que estaba en la sociedad por ser mujer y, además, afro. Empecé a caminar ese recorrido y no hubo regreso. Los temas de racismo y sexismo eran inseparables para mí en ese momento, porque sentía que las compañeras feministas tenían un discurso en el que mis mujeres –mis ancestras, fundamentalmente– no estaban incluidas. Ahí empecé a leer a las afrofeministas y me di cuenta de que éramos diversas pero teníamos una lucha común, y que en esa lucha teníamos que incluir a todas. Esas todas éramos muchísimas.

¿Cómo fue tu experiencia como mujer afro en la Facultad de Medicina?

Mi experiencia como universitaria afro fue la de tener la sensación de que estaba concursando todos los días, y en un concurso vos no solamente tenés que ser bueno: tenés que ser el mejor. Por eso las personas afro, al menos las de mi generación, se han destacado tanto a nivel profesional en los sitios en los que han estado. Uno piensa: ¿son étnicamente más brillantes? No, es que te jugás todos los papeles para poder estar. Lo mismo que nos pasa a las mujeres, que jugamos al mango porque sabemos que, si no, no estamos. Por otro lado, tuve algunos episodios de discriminación y después me he enterado de situaciones discriminatorias no directas conmigo.

¿Cómo lo vivís en tu trabajo como médica pediatra?

En el ejercicio me pasa exactamente lo mismo. Como trabajo con niños, algunas cosas son muy cómicas; por ejemplo, me ha pasado que se pararan adelante y me miraran horas hasta que les preguntaba: “¿Qué me querés decir?” y ellos me respondían: “Sos negrita, ¿no?”. Otras situaciones fueron menos graciosas. Recuerdo una vez que una chiquita vino a verme porque se había tragado un broche de pelo. La veo, le hago la placa y le explico al papá que en general en esos casos los niños expulsan los objetos sin necesidad de operar. Él me responde: “¿Quién me dice que usted va a saber lo que le va a pasar a mi hija?”. Le digo: “¿Por qué usted piensa eso?”. “Porque usted no me da garantías”, responde. Era clarísimo, ¿no? Eso, por supuesto, terminó con la niña expulsando el brochecito al otro día. Viví ese tipo de cosas, y de otras me enteré después. Por ejemplo, una trabajadora doméstica afro me contó que en donde ella trabajaba los hijos se atendían conmigo y que cada vez que volvía de mi consultorio la madre decía: “Acabo de traer a los nenes de lo de la negra”. Siempre era “la negra”, pero en el consultorio era “la doctora Esquivel”. Todo eso, a lo que le llaman “racismo sutil”, no es nada sutil, porque ella está educando a sus hijos así. Les está diciendo que, a pesar de que soy su médica, soy subalterna, en esa jerarquización que hacemos en la que el hombre blanco y burgués está más arriba, mientras que las mujeres racializadas evidentemente estamos en el último lugar.

Actualmente sos candidata a diputada y senadora. La integración del Parlamento y de los demás niveles de gobierno muestra que la participación de las mujeres en la política uruguaya sigue siendo escasa. ¿Cuál es la situación de las mujeres afro en particular?

Terrible. Las mujeres planteamos que estamos de acuerdo con la paridad, pero, en la diversidad de mujeres que somos, eso se complica. He vivido mucho la situación de la otredad dentro de los movimientos. Cuando se planteaba el tema de la participación política y la cuota, las mujeres afro nos preguntábamos: “¿Nosotras dónde estamos?”. Muchas veces nos enfrentábamos a que primero había que arreglar lo general y después se veía qué pasaba con nosotras. Creo que este es otro de los grandes temas que el movimiento de las mujeres afro está instalando para que, al igual que otras mujeres, podamos participar en esto que es la paridad. Para entender el panorama es fundamental tener en cuenta la situación en la que se encuentra la gran mayoría de las mujeres afro en términos de desempleo, formación, educación, o en materia de cuidados. Todo esto tiene incidencia en la participación política de las mujeres afro.

¿Qué ha hecho la institucionalidad por las mujeres afro y qué falta por hacer?

Con la llegada del Frente Amplio [FA] al poder, el Estado uruguayo tomó en cuenta este tema y nombró una serie de mecanismos de equidad racial, pero fueron muy débiles, la mayoría sin presupuesto y no se insertaron en los cronogramas de las diferentes instituciones involucradas. Hubo excepciones, como es el caso del Departamento de Mujeres Afrodescendientes del Instituto Nacional de las Mujeres (Inmujeres) y de lo que hoy es la Secretaría de Equidad Étnico Racial y Poblaciones Migrantes de la Intendencia de Montevideo. El Departamento de Mujeres Afro tuvo un presupuesto desde el inicio de Inmujeres y pudo trabajar la transversalidad de género étnico-racial en diferentes lugares. Más adelante, también trabajó mucho en el territorio gracias al Primer Plan Nacional de Igualdad de Oportunidades y Derechos. Se vieron las demandas de las mujeres afro y se trató de trabajar fundamentalmente en la construcción de ciudadanía. Cuando me tocó la responsabilidad [al frente de Inmujeres], trabajamos en la capacitación y la sensibilización de quienes eran decisores de políticas públicas y fomentamos el diálogo con las mujeres afro. Ahora hay un Departamento de Afrodescendencia en el Ministerio de Desarrollo Social que está trabajando mucho en la formación docente; se está metiendo el tema en las ceibalitas, pero tenemos que ir a más.

Sos coordinadora de la Unidad Temática de las Ciudadanas Frenteamplistas, que está impulsando un protocolo para abordar los casos de violencia hacia las mujeres en la política. ¿Qué formas específicas tiene este tipo de violencia de género?

Muchas de las formas tienen que ver con situaciones naturalizadas, como el ninguneo, la invisibilidad o la apropiación del discurso de una mujer por parte de un varón, sin dar el crédito que corresponde. También pasa cuando nos ponen obstáculos para el ejercicio del cargo, nos colocan en el rol tradicional de mujeres –pertenecientes al ámbito doméstico– o afectan nuestra autoestima con comentarios como “¿te parece que vas a poder estar aquí?”. Otro ejemplo de violencia es que cuando una mujer tiene algún problema en el cargo político que desempeña no se lo perdonan: lo publicitan de manera tal que quede muy claro que se equivocó, algo que no pasa con los hombres. En cambio, todo lo bueno que hacemos las mujeres no tiene prensa, porque se interpreta como “lo que teníamos que hacer”. También hay situaciones que tienen que ver con el apoyo desigual que se da a mujeres y a hombres en política, por ejemplo, desde el punto de vista económico, algo que se ve especialmente durante las campañas. La violencia política hacia las mujeres puede llegar a situaciones de violencia explícita, algo que también hemos visto. La forma más extrema es la que vemos en muchos otros países, en los que las mujeres que hacen política son asesinadas. Porque salirte del lugar asignado para la mujer y disputar un lugar de poder, del que necesariamente tienen que correrse otros, lleva a situaciones brutales, como las que hemos visto en Brasil con Marielle Franco o en Colombia, donde matan todos los días a mujeres activistas.

¿Cómo surgió la idea de crear el protocolo?

En la Unidad Temática de las Ciudadanas Frenteamplistas hemos estado recibiendo denuncias de compañeras que ven coartadas sus carreras políticas por distintas situaciones de violencia y discriminación, algunas claras y otras no tanto, como las que mencioné antes. En todos los casos está clarísimo que se trata de situaciones de violencia que tenían que ver con el hecho de ser mujeres dentro de su actividad política. Lo que pasó es que esas situaciones hicieron que hoy, a nivel de base, haya un sinfín de mujeres que militan pero nunca llegan a los cargos de decisión y de poder. Nosotras ya sabemos lo que son las escaleras rotas que no nos permiten subir, los techos de cristal que no podemos romper y los pisos de barro, que en el caso de las mujeres afro, además de a la situación de trabajo reproductivo y doméstico, están pegados al trapo de piso, a las acciones que tienen que ver con los servicios y al legado que tenemos del trabajo esclavo. Entonces no podemos salir de la realidad porque tampoco podemos salir de esos lugares de trabajo, que a la vez cercenan nuestra posibilidad de autonomía. Ante la necesidad de que haya herramientas para poder abordar y erradicar estos casos de violencia de género a nivel político, pedimos el protocolo de acción, y Presidencia finalmente accedió a trabajar en este documento junto con un grupo relativamente chico de compañeras. Lo que busca el protocolo es tipificar las acciones de violencia política contra las mujeres, en qué ámbitos se realizan y hasta dónde llegan si es que tienen un límite. Tenemos que trabajar en la prevención de una violencia que está muy naturalizada y establecer sanciones para quienes la ejerzan, que van a ir desde el llamado de atención hasta la expulsión de la fuerza política. El protocolo apunta, además, a que exista un organismo receptor de las denuncias que inspire confianza, dé garantías de confidencialidad y en el que actúen personas con experticia y experiencia en el tema.

¿Cuáles son los ámbitos de aplicación?

Los ámbitos son muy amplios. En Uruguay tenemos una ley de violencia de género que establece la violencia política como una de las formas de violencia de género, pero tiene un vacío porque habla de mujeres que estén en el ejercicio de los cargos y no incluye a las militantes. Nosotras decimos que este protocolo tiene que abarcar a todas las personas que militan dentro de los partidos, independientemente de si están en una posición de dirección o no.