En octubre de 2016 el cantante colombiano Maluma lanzó la canción “4 babys”, en la que cuenta sobre sus vínculos con cuatro mujeres y describe de manera bastante explícita lo que quiere hacerles –y que le hagan– en la cama: “Estoy enamorado de cuatro babies / siempre me dan lo que quiero / chingan cuando yo les digo / ninguna me pone pero”.

El tema se convirtió rápidamente en uno de los más escuchados del año. En contrapartida, también generó una reacción de repudio masivo, al ser considerado por activistas feministas, académicas, periodistas y usuarias de las redes sociales una canción machista que promueve la violencia de género al cosificar a las mujeres y aludir a relaciones sexuales sin consentimiento. El rechazo fue tal que incluso se creó una solicitud en la plataforma Change.org para pedir que retiraran el video de Youtube. La iniciativa reunió cerca de 92.700 firmas. Tres años después el video sigue allí, sumando millones de reproducciones cada mes, y Maluma se mantiene como uno de los artistas más famosos de pop latino, el trap y el reguetón.

Pese a esto, la polémica instaló el debate sobre el machismo en el reguetón, un género musical que está al alcance de todas y todos –en los boliches y a un clic de distancia, pero también cuando hacemos las compras en el supermercado, viajamos en ómnibus o esperamos el turno con la odontóloga–. Al mismo tiempo, abrió la discusión en los medios sobre por qué una música que promueve la misoginia de una manera tan explícita suena en todas las radios y llega a todas las listas de éxitos.

La etnomusicóloga española Silvia Martínez, que se dedicó en el último tiempo a estudiar los ritmos urbanos desde una perspectiva de género, cambia la pregunta y plantea: ¿por qué el reguetón preocupa tanto y hace saltar todas las alarmas, mientras que otras canciones de rock o pop igualmente misóginas no duelen tanto? La pregunta nace de una concepción de que sí, efectivamente el reguetón más mainstream es machista, pero a sabiendas de que todos los otros géneros musicales también lo son. Entonces, ¿qué tiene el reguetón de especial?

“¿Por qué el reguetón preocupa? Por su machismo y por la violencia hacia las mujeres que propugna”, afirmó Martínez el mes pasado en Montevideo, durante una conferencia sobre reguetón y feminismos en la Escuela Universitaria de Música de la Universidad de la República. “Pero también hay otras músicas que son igualmente sexistas. ¿Alguien se puso a analizar las letras de Los Beatles o de los grupos de rock indie? Si nos ponemos exquisitos, por la radio no pasamos nada”, cuestionó la especialista en música.

Antes de avanzar en la exposición, la experta aclaró que su análisis tiene una impronta europeísta. En ese sentido, aclaró que en España “trap, reguetón, electrolatino, bachata, salsa, cumbia, pop latino la verdad es un poco lo mismo: a ese paquete le llamamos ‘reguetón’”. ¿Qué tienen todas estas músicas en común? Martínez respondió: “Que son bailables, que se identifican como de origen caribeño, que son cantadas en español, que tienen una letra sexualmente explícita, una base electrónica y unos videoclips subiditos de tono, en los que tiene que haber perreo, mujeres ligeras de ropa y una sensualidad muy explícita”. De todos estos géneros se habla, en general, cuando se critica el reguetón. La etnomusicóloga hizo especial énfasis en la importancia de que todas estas músicas estén cantadas en castellano porque, según precisó, existen canciones con letras más escandalosas que zafan del examen antimachismo por tener letras en inglés y un ritmo más electrónico (o menos latino). Puso como ejemplo “Blurred Lines”, de Robin Thicke y Pharrell Williams, lanzada en 2013, que entre otras cosas dice: “Él trató de domesticarte / pero sos un animal, bebé, está en tu naturaleza / [...] sos la perra más caliente del lugar”.

¿Qué pasa, entonces, con el reguetón?

Para explicar por qué el reguetón en particular genera más rechazo que otros géneros musicales igual de machistas, la etnomusicóloga propuso tres argumentos. El primero tiene que ver con el papel que han jugado en los últimos años los movimientos feministas al ganar visibilidad y señalar prácticas machistas que estaban naturalizadas en la sociedad. “Ahora hay una sensibilidad que permite que ciertas cosas ya no pasen desapercibidas. Hasta aquí hemos tragado”, aseguró Martínez, y dijo que la industria cultural no es ajena. La fuerza que tomó el movimiento #MeToo contra los abusos sexuales en el cine estadounidense o el golpe que recibió en las últimas semanas la música clásica por las denuncias de acoso sexual contra el cantante español Plácido Domingo son quizás de los ejemplos más emblemáticos.

Estos cuestionamientos desde los feminismos también empezaron a aparecer respecto de la música popular, dijo la experta, y el reguetón no escapa porque las letras son explícitas y los videos evidentes, y suena en absolutamente todos lados. No se puede hacer la vista gorda a letras que, por ejemplo, proponen: “Si te falto el respeto / y luego culpo al alcohol, / si levanto tu falda / me darías el derecho / a medir tu sensatez” (“Propuesta indecente, Romeo Santos).

Otra de las razones que explican la especificidad del reguetón es el hecho de que estas músicas latinas llegaron a todas las listas de éxitos en muy poco tiempo y, así, revolucionaron la industria. “Había desaparecido prácticamente el rhythm and blues y desde hacía diez años el pop era la base de casi todo lo que estaba sonando en las grandes radios”, explicó la etnomusicóloga. “De pronto, en muy poco tiempo, han empezado a tener mucho éxito estos ritmos latinos, y marcaron un cambio en la industria de la música. Las discográficas dejaron de tener poder y de controlar el mercado, y por otro lado ya no se venden discos sino que se escucha Spotify o Youtube”, aseguró.

El tercer argumento que planteó Martínez es sobre clase y nacionalidad: en realidad, dice, la crítica europea al reguetón es un rechazo a una música de las clases bajas y de inmigrantes. El análisis de la experta parte de una pregunta concreta: ¿por qué la salsa y la lambada, ritmos latinos que también son sensuales y explícitos, nunca fueron cuestionados cuando llegaron a Europa en los años 90? De hecho, hasta causaron furor. ¿Qué diferencia hay entre aquellos ritmos y los de hoy? El contexto histórico.

La salsa aterrizó en España en un momento económico próspero, cuando el país recién estaba entrando en la Unión Europea y empezaba a generar inmigración, contó Martínez. Para esto último el Estado creó una política de cuotas en la que se pactó con los países vecinos quiénes podían entrar y quiénes no. Los inmigrantes generalmente elegían España por proximidad geográfica –como es el caso de quienes emigraban del norte de África– o por una cuestión histórica, idiomática y de proximidad cultural –América Latina–. Durante esos años las leyes favorecieron mucho este último tipo de inmigración: las personas latinoamericanas podían pedir la nacionalidad con dos años de residencia, mientras las demás tenían que esperar diez. Para Martínez esta decisión de favorecer a quienes son “culturalmente compatibles” en detrimento de la inmigración “islámica” o “negra” tiene una base racista muy clara. En este contexto, las músicas que llegaron con las oleadas latinoamericanas eran percibidas “de una manera amable” y nadie analizaba mucho qué carga traían.

La situación cambió a partir de la crisis que sacudió a Europa a partir del año 2000. “Esta crisis coincide en el tiempo con la llegada de estas músicas latinas de última oleada. Aquí ya no hay inmigrantes culturalmente compatibles, aquí ningún inmigrante es bienvenido, da igual el origen que tengan”, explicó la etnomusicóloga. “Como siempre que hay una crisis económica, a quienes se culpa de la falta de trabajo y de la miseria nunca es a las estructuras que generan la miseria, sino a las personas que están más abajo en el escalafón. Entonces, estructuralmente, desde una retórica xenófoba, el discurso de ‘los latinoamericanos son los machistas que vienen a robar y a violar nuestras mujeres’ empieza a utilizarse de una forma cada vez más explícita”, agregó.

Esta misma marca tiene la cultura musical que llegó con ellos, especialmente el “pack de reguetón”. Este género “tiene una marca de clase importante”, dijo Martínez en este sentido, porque a los ojos de Europa “son músicas de cuerpo, racializadas, que vienen de lo negro, de los pobres, de los inmigrantes y de los machistas”. Se trata de lo que se llama purple washing, resumió Martínez: una crítica al reguetón en la que se está utilizando un argumento feminista –“todas las letras son machistas”– para sostener ideas xenófobas y clasistas.

Todo esto para concluir que el reguetón es machista, sí, pero no mucho más que los demás géneros musicales. Lo que sucede es que el contexto actual de efervescencia de los feminismos y el boom de este género, sumados a las razones de clasismo y racismo, hacen que esté en el ojo de la tormenta.

Un argumento parecido al de Martínez propone la periodista y escritora colombiana Catalina Ruiz-Navarro en el libro Las mujeres que luchan se encuentran. Manual de feminismo pop latinoamericano (2019), cuando dice: “Si todos los géneros musicales son machistas, ¿por qué emprenderla contra el reguetón? Racismo y clasismo, en sus versiones más ilustradas, más sutiles y ‘elegantes’, y más desesperanzadoras, porque se supone que en la academia están las herramientas para no sucumbir a estos prejuicios ridículos”. Y va por más: “Chévere que las audiencias critiquen a sus artistas y les pidan hacer contenidos feministas. Ojalá eso tenga un efecto en el tipo de contenidos que produce Maluma. Pero él es libre de hacer lo que quiera, no es quien debe tomar el lugar ni la responsabilidad de la educación sexual que debe impartir el Estado. ‘Son las letras ofensivas’, dicen. Pero machismo hay en todos los géneros musicales”.

Según Ruiz-Navarro, para cambiar las letras misóginas “no basta con cambiar la música de fondo”, sino que “hay que trabajar de manera integral para acabar con el sexismo”. “Alarmarse ante las letras violentas del reguetón no cambiará la misoginia”, advierte; “combatir la misoginia cambiará las letras”.

El perreo feminista que nos empodera

“Si no puedo perrear, no es mi revolución”, escribía la española June Fernández a mediados de 2013 en su blog personal después de pasar unos meses en Cuba y descubrir el goce de mover las caderas al ritmo del reguetón sin ningún tipo de inhibición. “En realidad disfruto más escuchando y bailando otras músicas, pero la imagen de feminista que perrea rompe los esquemas, y eso me mola, así que la exploto. Para la gente con resistencias antifeministas, que cuestiona el estereotipo de que las feministas vivimos amargadas, de que somos unas ‘malfolladas’ que no sabemos disfrutar de la vida y nos lo tomamos todo a la tremenda. Para muchas feministas, que una de las suyas disfrute restregando voluntariamente su culo contra el paquete del maromo de turno puede generar un cortocircuito interesante”. La publicación causó revuelo en España por lo irreverente. Tuvo millones de visitas, miles de comentarios en las redes sociales y cientos de réplicas en los medios.

Seis años después, la premisa de Fernández ya no causa sorpresa e incluso se convirtió en una de las consignas de las nuevas generaciones. Hoy, mujeres jóvenes de distintos continentes reivindican el perreo como una herramienta feminista con la cual redefinir el reguetón. El perreo es para ellas un ritual que empodera. Mover el culo es un acto político.

En su último libro, Ruiz-Navarro dice que “la mujer que perrea con libertad decide cuándo, cuánto, cómo y con quién perrea. En esas condiciones, mover el culo puede experimentarse como una experiencia empoderadora, de la misma manera que el sexo consentido es también empoderador”. Y es empoderadora porque “nos obliga a hacer evidente un culo que nos piden que ocultemos, porque el descaro es una forma de resistencia a una sociedad de valores puritanos, y una afirmación de que existimos completos, de que no hay división entre mente y cuerpo, animal y persona”.

La respuesta al reguetón machista no es sólo el perreo feminista. En los últimos años ha surgido una corriente de reguetón feminista y lésbico que viene a reivindicar la sexualidad y el deseo femenino, a la vez que reafirma el perreo como una herramienta de goce propio, y no dedicado al hombre.

Quizás la pionera fue la cantante puertorriqueña Ivy Queen, cuando en 2003 lanzó la canción “Quiero bailar”, que tenía versos como “Yo te digo si tú me puedes provocar / eso no quiere decir que pa’ la cama voy” o “Porque yo soy la que mando / soy la que decide cuándo vamos al mambo”. Una camada de artistas latinoamericanas como la colombiana Karol G o la brasileña Anitta hoy reproducen estas cuestiones en sus canciones.

Más cerca de Uruguay, el grupo argentino Chocolate Remix es probablemente una de las caras más visibles del reguetón lésbico y feminista. “Estás borracho y sos tremendo mamarracho / te hacés el macho / Sabés que soy una feminista / pero no quieres que me resista / Sabés muy bien que sos un forro sexista / y estás molesto porque me pasé de lista”, cantan las artistas en la canción “Te dije que no”.

La etnóloga Silvia Martínez dijo en la conferencia que si bien el reguetón feminista o lésbico está emergiendo con fuerza –especialmente en América Latina–, el que llega a las radios y a las listas de éxitos es el otro, el del estilo Maluma, “porque la industria favorece un tipo de mensajes y no otros”. Sin embargo, da la sensación de que esto recién empieza.