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“Me llamo Andrea, tengo 16 años y un hijo de diez meses que se llama Lautaro. Estoy en el hogar hace cinco meses y es muy bueno, me gusta mucho. Encuentro muchas cosas acá, nos apoyan en todo y no hay nada que nos falte. Antes era raro. Ahora cambió mucho”. Así se presentó Andrea, que descansaba sentada en un banco de cemento instalado en el medio del patio mientras su hijo dormía la siesta puertas adentro, en una casa amplia con olor a pintura fresca y mobiliario a estrenar. Dijo que se siente tan bien en donde está que no se quiere ir. Que estudia Belleza en el Consejo de Educación Técnico Profesional pero que ya pidió cambiarse para la carrera de Electricidad porque es de lo que siempre quiso trabajar. “La verdad es que hace unos meses no pensaba estar acá adentro y salir para estudiar lo que yo quería, y pude”, reflexionó, mientras seguía con la mirada el vaivén de una niña que jugaba en una hamaca.
Andrea es una de las 12 mujeres que viven en el Espacio Adolescente Amatista, el primer centro estatal de protección integral 24 horas para madres adolescentes con hijas e hijos inaugurado el miércoles por el Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay (INAU) en el barrio Palermo. El hogar Amatista existe desde hace años pero funcionaba en otra casa. Ahora se estrenó en un local reformado y adaptado tanto a las circunstancias como a las necesidades de quienes lo habitan, al tener, entre otras cosas, sala de lactancia, juegos infantiles o camas colecho.
La idea es conjugar las dimensiones adolescencia, maternidad y primera infancia, aseguró el INAU en un comunicado, al “compatibilizar el acompañamiento de las adolescentes –y sus maternidades– potenciando su propio crecimiento, desarrollo y autonomía, así como el cuidado y desarrollo de sus hijas e hijos”. Otro de los objetivos fundamentales es fortalecer los vínculos entre las mamás y sus hijas e hijos. Todas las mujeres que ingresan al centro vienen de contextos vulnerables.
“Cuando decimos que ingresan por situación de vulnerabilidad, queremos decir que ingresan solicitando protección, apoyo y contención después de que un equipo que esté trabajando en contexto o ellas mismas detectan que están en situaciones de riesgo”, explicó la directora del Espacio Adolescente Amatista, Sonia Clavijo, a la diaria. “Es entonces que son derivadas a un proyecto de estas características. Las razones para ingresar son multifactoriales, y hay varias. Hay situaciones de violencia, de conflicto familiar, de abuso, por ejemplo, pero son muchas”, agregó. Por eso también es importante que la atención del centro sea 24 horas: “Porque no tienen referentes saludables afuera”.
Andrea, por ejemplo, llegó al amparo de la institucionalidad después de que su papá falleció, un mes después del nacimiento de Lautaro, quedándose así sin su único apoyo familiar y sustento económico. Pensó que no le iba a gustar el hogar, pero ahora está “tranquila”. La adolescente asegura, además, que a su hijo –que asiste todos los lunes a un Centro de Atención a la Familia y la Infancia– lo ve “bien” y “contento”.
El proyecto del INAU contempla la atención de adolescentes madres con hijas e hijos desde una perspectiva de derechos con un enfoque integral de acuerdo a cada contexto familiar, social y cultural. Por eso el equipo que trabaja allí está integrado por 30 personas entre educadores sociales, psicólogos, maestros, coordinadores generales, una pediatra y una doctora de adolescentes.
Una de las principales patas del centro es la promoción de autonomía para que las jóvenes puedan reinsertarse en la sociedad con herramientas laborales, más allá de los soportes emocionales. “Trabajamos proyectos de autonomía para que las mamás salgan con proyectos propios al mercado laboral y conectadas con otras organizaciones que les prestan, por ejemplo, viviendas”, explicó Clavijo. “Nuestro trabajo tiene que ver con la restitución de derechos, con acompañar el maternaje, con trabajar los vínculos para que cuando sea posible el reingreso a sus hogares, y más allá de la autonomía, haya redes comunitarias que sigan apoyándolas a ellas y a sus bebés”, detalló la directora.
El egreso de las adolescentes del hogar no tiene que ser necesariamente cuando ellas cumplan 18 años; es más una cuestión de procesos. “Cada situación es trabajada en proceso, eso significa que el tiempo de permanencia acá depende de cada situación. Hay chiquilinas que vienen y de pronto trabajamos las parentalidades y buscamos familias que sean capaces de reintegrarlas y después de un trabajo y una evaluación con esas familias pueden volver, entonces eso puede llevar un par de meses. Hay otros casos que son más complejos, porque no hay familia con capacidad de cuidados, entonces hay que pensar otras respuestas, como por ejemplo el proyecto de autonomías, y eso lleva más tiempo”, explicó la directora. En todo caso, lo importante es que no hay un plazo estipulado: hasta que las adolescentes no tengan una situación de contención y de acompañamiento a la que volver, no son egresadas. “Incluso pueden tener 18 años y pedir prórroga para quedarse más tiempo en el instituto”, aseguró.
Andrea no se quiere ir pero sabe que, en definitiva, el centro es un espacio en donde tiene que prepararse, fortalecerse y salir. “Estoy muy contenta acá”, dijo, como redondeando. “Voy a seguir acá adentro hasta que pueda y después voy a agarrar mi rumbo”.