Son las 16.00. Desde afuera parece un sábado tranquilo para el Teatro de Verano Ramón Collazo. Pero no lo es. Adentro, en la parte de atrás del anfiteatro, varias mujeres del grupo de organizadoras hacen cuentas, pasan lista y reparten comida. Algunas de ellas no han dormido más de tres horas de corrido en varios días. En el contenedor que oficia de base de operaciones hay mochilas, hamburguesas, cuadernos, pañuelos, remeras y trajes de murgas. Afuera del contenedor hay dos papelógrafos con actividades, en el que cada una debe anotar en cuál va a participar: “Guiso”, “Limpieza de baños”, “Barra”, “Talleres”.
Ocupan el Teatro de Verano como si fuera su casa, porque lo es. Sin embargo, hay un olor a conquista que pocas veces se puede sentir. Una alegría por recuperar lo que por derecho debería ser suyo y hoy, a base de organización y lucha, lo es.
Las voces se superponen. “¿Quién me ayuda?”, “Hay que hacer más hamburguesas veganas”, “Tenemos que traer los instrumentos del taller”, “¿Quién cerró la barra ayer?”. Las preguntas de ellas y de las invitadas no paran y, aunque a veces haya que buscar durante un rato, siempre alguien tiene las respuestas.
Entre las más de 20 mujeres que van y vienen en ese lugar –donde están la mesa de inscripción y la comida– hay un grupo de murguistas que miran un video de su actuación del día anterior. Ríen, como si la vergüenza de presentarse en el templo de Momo recién les hubiera caído. Y muchas veces es lo que pasa: la adrenalina de subir a cantar no permite inseguridades. El calor de las gargantas y la picazón de la brillantina hacen que presentarse en el Teatro de Verano sea una experiencia hipnótica: poner piloto automático y disfrutar.
Unos minutos después llegan más mujeres de la misma murga; ahora el visionado está más organizado. Entre ellas hay un niño de no más de cuatro años. Es el único varón. Mira el video y sonríe, toca un redoblante en el aire. ¿Qué pensará este niño que crece viendo a las mujeres murguear? No a una, apretada entre 20 murguistas e interviniendo de milagro –como vieron la mayoría de los niños de su edad hasta hace no muchos años–, sino a cientos. Mujeres que cantan, que tocan, que escriben, que dirigen, que arreglan, que visten, que pintan, que organizan. Una generación que crece desnaturalizando la desigualdad.
En el Encuentro Internacional de Murgas de Mujeres y Mujeres Murguistas (EIMMyMM) durante el día se hacen talleres e instancias de intercambio, y de noche son las presentaciones. La primera tanda de talleres terminó, y los espacios se vuelven a acomodar para dar lugar a los nuevos.
A las 17.30 empiezan a llegar más mujeres; algunas vienen del Instituto Nacional de la Juventud (Inju), otro de los puntos donde se brindan talleres; otras, muchas extranjeras o del interior de Uruguay, recién llegan de los alojamientos que les brindó el EIMMyMM.
Uno de los fines de este encuentro es la formación. Talleres dados por mujeres para mujeres, luego de que por años la reproducción de los saberes de carnaval fue potestad exclusiva de los varones.
El taller de canto, ensamble vocal y creación colectiva lo coordina Emilia. A los 20 minutos del comienzo el espacio ya queda chico para la cantidad de mujeres que lo ocupan. Emilia se pasea por la ronda que pidió que asistieron; los cuerpos de las participantes se estiran, se doblan, se calientan para cantar. Los ejercicios de calentamiento permiten que algunas voces empiezan a soltarse. Cada vez más, los sonidos se entrelazan y se funden, aumentan en volumen y en tono.
Emilia es de Neuquén y hace un año que vive en Montevideo. Canta “desde siempre”, pero recién el año pasado se metió en el mundo de la murga. “El valor que tiene un espacio como este es el encuentro con pares en la misma situación para poder hacer espejo: identificarse, debatir y conversar ciertas cosas que a veces tenemos naturalizadas”, cuenta. Emilia trabaja los ensambles vocales porque cree en el poder de la voz, que, según ella, es “un instrumento que llevamos puesto”. Viene impulsada por el efervescente feminismo de Argentina –sobre todo, aclara, por la “batalla” de la legalización del aborto–, que la llevó a juntarse con otras mujeres en un proceso de deconstrucción del pensamiento. “Esto que está pasando acá, con el núcleo en la murga pero extendiéndose a otros lugares, es necesario para reivindicar nuestros derechos y ganar espacios”, dice.
Los talleres finalizan en abrazos e incluso en lágrimas. Los cuerpos que se agrupan en el centro del espacio se aprietan, se contienen. Sus pieles muestran tatuajes que parecen haber sido coordinados para la ocasión: siluetas femeninas, plumas, flores, espirales, galaxias, animales libres, animales fuertes.
Finalizados los talleres, la mística y la gente se dispersan. En el escenario se abre la charla-debate “Arte, murga y feminismo”. Algunas murgas empiezan a maquillarse y a calentar. El público comienza a llenar las gradas; esta actividad, al contrario de las anteriores, es abierta. Sorprende, aunque no debería, la cantidad de asistentes. La ansiedad aumenta entre las murguistas que, “tras bambalinas”, afinan detalles tanto del coro como de los trajes.
Es el caso de Mariana, una de las fundadoras de la murga mendocina La Mascarada, que desde hace más de 20 años trabaja “ininterrumpidamente, autogestionadamente y amorosamente”. Han venido varias veces a Montevideo para aprender, pero “siempre era a aprender de varones, de la murga de varones”. “Esto es el comienzo de algo que va a explotar, ojalá; y ser parte y venir a compartir y a aprender es lo más interesante”, dice. Para ella, lo más importante del encuentro es “el amor compartido por este género, la grupalidad y la no competencia”.
Josi es la directora de Flor de Juanas, una murga chilena que fue la primera en hacer cueca, un ritmo popular de Chile. Entre risas, dice que van a ser las “raras” del encuentro porque lo que hacen “no tiene mucho que ver con la marcha camión”. “Ocupamos nuestro género rescatando la contingencia de la murga estilo uruguayo”, explica. “Nuestros shows hablan de nuestras madres, nuestras abuelas; critican el machismo duro que tiene Chile. Somos las primeras que hablamos del ninguneo hacia las mujeres, no sabíamos que acá era más fuerte todavía”, señala. Desde Flor de Juanas dicen estar “tapadas de emociones”: “Estar acá es especial; es como un templo, nos sentimos afortunadas”. Para venir juntaron plata por distintos medios. Pidieron apoyo a sus seguidores e incluso solicitaron un préstamo que fueron pagando con distintas presentaciones. Más tarde, su espectáculo recibió ovaciones de todo el público: las “raras” conquistaron con su cueca al Teatro de Verano.
Entrada la noche, la platea baja ya está llena. Las pancartas que hicieron las mujeres del encuentro para la marcha del 8 de marzo son testigos del despliegue; por un lado, a los pies del escenario se ve la más grande, la consigna que consiguió mover las redes y las calles: “Sin nosotras no hay carnaval”. Más arriba, donde comienza la platea alta, en colores vivos se puede leer: “Mujer murguista”. La fiesta popular, en su mejor momento, es toda de ellas.
Mientras la gente disfruta de los espectáculos –en una grilla compuesta por Herederas del Pomo y La Mascarada, de Argentina; Flor de Juanas, de Chile; y las locales Sophie Jones y Nuez Changa–, el trabajo de las organizadoras continúa. En la tribuna está Analía. Los ojos le brillan mientras mira el escenario a través del celular, que transmite en vivo para alguna red social.
Analía está emocionada. Habla lento, como procesando todos los sentimientos que le genera el encuentro. Dice que lo que le emociona es que en este momento “se materializa el esfuerzo de un montón de mujeres que se realizó en mucho tiempo”. “El contexto histórico-político es lo que da marco para que esto surja; en un momento en que los feminismos están viviendo nuevas olas, nos toca estar acá. Hace tres o cuatro años –no muchos más–, esto no hubiese pasado de esta forma. Cada vez más y con mayor fuerza, comienzan a surgir en el Encuentro de Murga Joven las murgas formadas completamente o casi completamente por mujeres. Eso también le da tremenda fuerza a esto, aparte de que Cero Bola hace murga desde hace un montón de años, tanto en Murga Joven como en Carnaval o haciendo sus espectáculos de una forma alternativa, no concursando”.
Su vínculo con el EIMMyMM viene de la mano de Cero Bola, una de las cuatro murgas que organizan el encuentro junto con mujeres murguistas de una murga paritaria. “Somos mujeres buscándole la vuelta a trabajar desde otro lugar: desde lo horizontal y lo menos jerárquico posible. Somos muchas y trabajamos en la diversidad de opiniones y de sentires: no siempre estamos todas de acuerdo”, explica.
Otras murguistas que pasan cerca del pedregullo se unen a Analía para hacer una temprana reflexión de lo que están viviendo en lo que va del encuentro. Las mujeres que organizan y participan en el EIMMyMM son diferentes, pero todas sienten con la misma intensidad. Son solidarias porque saben que es su mejor herramienta. Y en la diversidad las une un deseo: que su lucha se vuelva revolución.
El EIMMyMM en números
600 mujeres murguistas
3 países
11 presentaciones
37 talleres
3 charlas-debates
5 locaciones
3 días.