En el salón no hay estudiantes, ni túnicas, ni pizarrones, ni libros, pero más de 30 funcionarias de la educación están reunidas trabajando. Hay tijeras, lona blanca, tela violeta, pintura negra y mucho movimiento. Las mujeres, que representan a distintos sectores de la educación, están divididas en tres grupos. Unas pintan en el piso la pancarta con la que se identificarán en la marcha de este viernes. A unos metros, dos de sus compañeras intentan estampar pins. En el patio, otro grupo corta triángulos de tela violeta para hacer unos pañuelos que después también van a pintar. Todo terminará marcado con la misma consigna: “Sin mujeres no hay educación”. No están en clase pero esperan que esto que hacen también deje, de alguna forma, una enseñanza.

La idea de juntarse surgió por iniciativa de Maestras Feministas, un colectivo que nació hace un año con el nombre Maestras por el 8M con el fin de visibilizar en el Día de la Mujer el lugar que ocupan las trabajadoras en la educación primaria. Las docentes se empezaron a reunir para organizar su participación en la marcha y para pedir que la Federación Uruguaya de Magisterio-Trabajadores de la Educación Pública (FUM-TEP) adhiriera al paro de 24 horas ese día. “El sindicato nunca se había pronunciado en apoyo a la huelga de mujeres, y eso desvelaba a muchas de nosotras. Ese desvelo colectivo y el saber que teníamos una palabra común para pronunciarnos como maestras mujeres nos llevó a empezar a juntarnos”, recuerda una de las integrantes del colectivo a la diaria.

Finalmente la FUM-TEP no aprobó el paro, pero las maestras celebraron el apoyo que la iniciativa tuvo por parte de más de 600 colegas y esto les sirvió de impulso para seguir trabajando. Entendieron que la voluntad del colectivo iba mucho más allá del planteo para el 8M y generaron distintas instancias para conocerse, intercambiar inquietudes y proponer proyectos de trabajo para el resto del año. La bola corrió hasta alcanzar incluso a compañeras del interior del país que decidieron sumarse.

El siguiente paso fue el cambio de nombre que, según explican las maestras, formó parte de una “transición” que vivió el colectivo en esos meses iniciales. “Empezamos a ver que había cosas que nos trascendían, que nos atravesaban en las prácticas docentes, que tenían que ver con revisar algunas prácticas institucionales de nuestro trabajo como maestras con las familias, con los gurises, con las mujeres, con las niñas. Ahí fue que cambiamos el nombre, pensando en que teníamos que seguir haciendo otras cosas”, cuenta otra de las maestras.

Ya rebautizadas, las mujeres se dividieron en comisiones de trabajo y surgió la idea de hacer un encuentro el 22 de setiembre, fecha en la que se celebra el Día del Maestro en Uruguay. “Queríamos resignificarlo como Día de la Maestra, porque la realidad es que 95% del sindicato está integrado por mujeres. La consigna era pensar el lugar de la maestra en esta fecha, y convocamos a compañeras que tuvieran una trayectoria en el feminismo desde diferentes lados para que sumen al debate”, explica otra representante del colectivo.

A fines de enero, y ya bastante más organizadas que hace un año, Maestras Feministas decidió convocar a otras trabajadoras de la educación para que se sumaran a la organización del Día de la Mujer; representantes de todas ellas son las que hoy están en esta Casa de la Maestra –como eligieron llamarla– pintando pancartas, estampando pins y cortando pañuelos.

Las trabajadoras renovaron este año el reclamo de un paro de 24 horas el 8 de marzo y todavía están a la espera de que el sindicato se pronuncie. Si la propuesta es rechazada de nuevo, ya decidieron como colectivo que el viernes no van a presentarse a trabajar. “Muchas estamos sindicalizadas, y en otro contexto cuando votamos no se nos ocurre desentendernos de lo que dice nuestro sindicato, pero en este contexto sentimos que es un llamado a la huelga internacional que va más allá, y que como mujeres ese día no vamos a ir a trabajar”, asegura una de las maestras.

Una compañera la interrumpe: “Soñamos un 8 de marzo con las escuelas cerradas”. ¿Por qué? “Porque también en eso hay una cosa de visibilizar el lugar que ocupa la mujer, sobre todo en un rubro tan feminizado como el magisterio”, responde. Y dice que espera que el paro movilice de alguna forma a las maestras que no respaldan la medida. “Hoy tuve una discusión en mi escuela y se dio un espacio para charlar en torno al paro, algo que no en todas las escuelas pasa. Estuvo bueno porque hay cierto movimiento de la mirada de las demás compañeras hacia la realidad de la mujer, quizás un poco forzada porque la prensa más sensacionalista ha hecho visibles las durezas de la violencia más cruda”, opina la maestra. A su entender, la difusión de los casos de femicidio y de las alertas feministas que se realizan cada vez que un varón asesina a una mujer “de alguna manera le llega a la gente”. Entonces, resume, “las mismas compañeras que capaz que el año pasado no apoyaban el paro este año están con otra sensibilidad, con otra mirada o lo piensan desde otro lugar”.

Distintos frentes de batalla

Uno de los principales objetivos que propone Maestras Feministas es visibilizar el camino que las mujeres hacen al elegir la educación como vocación u opción laboral. Esto es para revertir la “carga implícita” que, según dicen, les impone la sociedad al percibir la profesión como “naturalmente femenina” porque se vincula con los cuidados. La alta feminización de los sindicatos es una de las pruebas más contundentes.

De esto se desprende que sean las mujeres de la educación las que se enteran primero de las situaciones de violencia de género que viven las y los estudiantes en sus hogares. “Por estar en contacto con la familia, con las niñas, los niños y las mujeres, a veces somos nosotras quienes recibimos y acompañamos las situaciones de violencia y abusos. Eso nos coloca en el rol de hacer visible la violencia que viven las mujeres, las niñas y los niños, que nosotras tenemos que acompañar como trabajadoras de la educación”, explica una de las maestras.

El colectivo también propone replantear los reclamos sobre las condiciones laborales desde una perspectiva de género. Las maestras consideran que el movimiento sindical ha logrado avances importantes en el último siglo, pero que estos sólo beneficiaron a los trabajadores varones, “porque en realidad son los que han tenido una mujer atrás que sostiene el cuidado de los hijos y de la casa”.

La lucha que pelean las maestras también tiene que ver con lo que pasa dentro de las aulas. Las integrantes del colectivo coinciden en que la escuela es una institución que reproduce determinadas prácticas sexistas –desde las filas separadas de niñas y varones y las túnicas distintas hasta las diferentes tareas que a veces se les asignan– que están “naturalizadas” y que “hay que problematizar”.

Ellas asumen esa cruzada contra los estereotipos de género y van por más: plantean también la necesidad de que se imparta una educación sexual integral en las escuelas. “Esta batalla tenemos que darla porque en realidad no hay ninguna compañera que diga ‘yo no puedo trabajar o dar estos contenidos’, porque tenemos una propuesta programática que los avala, el problema es que entre el papel y la realidad hay mucho por avanzar”, dice una de las maestras.

Esto cobra especial importancia en el momento actual, agrega otra colega, en tanto la región vive “una ofensiva cruel de los sectores religiosos y políticos más conservadores que tienen como primer foco a las instituciones educativas”. Cuentan que en la última marcha del 8M los llamados “antiderechos” provocaron directamente a las educadoras con sus carteles celestes y rosados. “Hay una cuestión que nosotras minimizamos y es que estos sectores están siendo muy organizados. Me parece que como maestras y educadoras nosotras tenemos que dar la batalla simbólica fuerte en nuestros lugares de trabajo, teniendo un discurso hacia las compañeras”, asegura una de las representantes.

Por último, insisten en la necesidad de “desaprender” las conductas que adoptaron después de años de militancia sindical y, al mismo tiempo, empezar a ocupar los espacios que históricamente fueron ocupados por compañeros varones. “Nos pertenecen”, insisten.

Por eso la apuesta es construir otro tipo de militancia. Una de las maestras pone un ejemplo: “Hay una cuestión que nos pasa a nosotras cuando nos estamos organizando como colectivo, que es pensar en los lugares donde nos juntamos y en los tiempos que les dedicamos a las reuniones, porque somos mujeres a veces con niñas o niños, entonces buscamos que eso esté contemplado. Ahí hay una mirada sindical feminista”. A su lado, una compañera agrega: “Eso es clave porque muchas somos mamás y estamos en esa contradicción de padecer tener que militar en donde no se contempla la presencia de niños, y eso puede excluir a un montón de compañeras”.

“Un ejercicio cotidiano que a veces nos cuesta es no reproducir las peores cosas del sindicalismo más puramente patriarcal”, dice otra de las mujeres, como para ir cerrando la charla antes de volver al patio y pintar pañuelos. “Por ejemplo, nosotras intentamos llegar a las compañeras que no integran el colectivo, pero no desde un lugar de superadas, porque ninguna tiene el feministómetro, cada una está haciendo su camino, entonces queremos ver a la otra a los ojos, escucharla y conocer su historia. Eso a veces cuesta mucho. A veces te enojás con una compañera porque no podés creer lo que está diciendo, pero hay que habilitar encontrarnos en algún lugar y eso es re importante. Porque eso ha excluido a pila de gente”, agrega. “A veces sucede que la gente se repliega cuando quiere pasar de la militancia sindical a la militancia política porque siente que no entiende nada y no es su lugar. Nosotras queremos hacer el ejercicio contrario”.

El aporte de las mujeres privadas de libertad

Parte de la confección y el estampado de los pañuelos con los que marcharán las maestras el próximo viernes estuvo a cargo de mujeres privadas de libertad en la Unidad 5 Femenino, en el marco de un taller de costura que funciona intramuros.