First Draft es una organización única a nivel internacional. Las experiencias de chequeo de información durante los procesos electorales, de capacitación en desinformación y de facilitamiento de cooperación entre medios son innovadoras. Quizás lo que la hace especial es también que está liderada por tres mujeres. Una de ellas es Jenni Sargent, quien explicó a la diaria los desafíos de liderar este proceso siendo mujer y habló sobre el estado de la desinformación en Uruguay.
¿Cómo fue tu carrera hasta llegar a donde estás hoy?
Abandoné el liceo con 16 años, sin título de egreso. Fue algo deliberado: quería tener independencia, no tenía tiempo para la academia. Quería trabajar, empezar desde cero. Aún hoy me pregunto si fue una buena decisión; sé que mis padres pensaron que era una decisión terrible. Podría haber terminado mi educación, pero no le veía el punto. Mi hermana es muy diferente a mí, trabajamos juntas ahora. Ella tiene un doctorado académico enfocado en la investigación, pero es malísima en lo que tiene que ver con el negocio, la logística y el sentido común. Por eso trabajamos juntas. Siempre pude identificar que lo que quería era hacer algo en vez de hablar sobre hacer algo. Originalmente quería entrenar a personas que trabajan en el mundo de los negocios. Mis primeros trabajos fueron en marketing del arte y en oficinas de prensa; digamos que estaba del otro lado del periodismo. Promocionaba cosas antes de que existieran las redes sociales, incluso antes de que existieran las páginas web. Ese trabajo se trataba principalmente de cómo podíamos hacer que la gente quisiera escribir historias sobre nuestras obras. Pensaba que esa iba a ser mi carrera, pero después de un tiempo me volví a frustrar, porque cuando hacía marketing, incluso para algo que era valioso –como lo es para mí el teatro–, se sentía raro: sentía que estaba manipulando a la gente, tratando de que hiciera algo que capaz que no quería hacer o que gastara plata que en realidad no quería gastar. Siempre me gustó trabajar con los principios del marketing y la propaganda, viéndolo, por un lado, y también leyendo sobre las influencias. Analizar cómo potencialmente la gente responde positivamente a una información sólo porque está escrita en un diario. Antes de que existiera internet nos preguntábamos lo mismo que ahora: ¿qué hace a una publicación confiable o no confiable? Cuando empezaron a usarse las redes sociales, empecé a trabajar con ellas y estaba realmente fascinada. Me interesaba mucho el hecho de que las marcas usen las redes sociales de manera inapropiada. Me interesaba entrar en universidades, colegios, organizaciones grandes; cualquier lugar que tuviera mucho personal y explicar que estaban usando una cuenta para representar a toda una organización y que tenían que ser responsables en cómo la usaban. Las usaban sólo para marketing, pero hay un montón de oportunidades más. Después de eso empecé a interesarme en qué era verdad en las redes y en qué cosas podíamos confiar. Esa fue la forma en la que llegué a donde estoy hoy. Siempre me entrenaron para usar la información para persuadir a la gente, y ahora trabajo con periodistas. Puedo ver cómo hay algunos procesos que son iguales, pero nadie admite que eso es verdad. La forma en que se escriben los títulos, la forma en la que se trata de tener clics y visitantes; todo esto es marketing, pero hablan de esto como si fuera periodismo. Algunas organizaciones de prensa entienden esta responsabilidad, pero no todas. Siempre trato de que la gente entienda el poder que tienen al estar a cargo de la información.
¿Cuál fue el mayor desafío al que te enfrentaste en tu carrera?
Siempre tuve que manejar el hecho de que no recibí lo que la gente considera educación oficial. Antes trabajaba para una ONG enorme y ellos me encomendaron que preparara el entrenamiento en redes sociales para todo su personal alrededor del mundo. Hice esto por dos años, trabajaba como consultora, hacía guías y videos de práctica. Fue muy exitoso. Cuando terminó mi contrato de dos años, me dijeron que necesitaban abrir el llamado para mi puesto, porque era lo que se hacía siempre. Cuando me presenté en el llamado para mi puesto me dijeron que no porque no tenía ningún título. Para mí fue fuerte, porque venía haciéndolo desde hacía dos años y había demostrado que podía hacerlo. Así que no tener un título a veces es una frustración, porque, por ejemplo, en ese caso no había ninguna duda de que sabía cómo hacerlo, pero los sistemas y los procesos hacen que la gente no confíe en vos. Siempre se reduce a eso, a la confianza y cómo la gente a veces no te cree por no tener un título. A veces desearía haber tenido ese pedazo de papel, pero la mayor parte del tiempo me gusta no haber hecho el camino tradicional porque pregunto cosas que normalmente no se preguntan.
Vas a estar muy pocos días en Uruguay, pero estuviste investigando sobre esto. ¿Qué pudiste ver sobre la confianza relacionada con la información aquí?
Tienen una oportunidad única en Uruguay, por lo obvio: el tamaño de su país. Pero eso no significa que la gente vaya a entender mejor en quién confiar y en quién no. Sin embargo, el público parece estar mucho más metido en el proceso del periodismo, y los periódicos –parece ser, desde afuera– son más abiertos. Sabemos que en todos lados importa qué es lo que la gente quiere leer, pero nunca lo había escuchado tanto como acá. Esto es muy interesante, es entender la tarea periodística como un servicio público. Supongo que esto debería significar que la gente mayormente confía en los medios como industria. Lo que no sé es si las publicaciones individuales son tomadas seriamente. No sé si lo que afecta esto es la antigüedad del medio; parece que acá todo funciona de manera muy tradicional. Es muy difícil cambiar las cabezas, aunque haya proyectos nuevos y emocionantes. Estos proyectos son los que más trabajo llevan, porque la gente ya está acostumbrada a lo que hay, confía en la tradición más que en otros indicadores que suelen funcionar en otros países.
Existe la creencia de que no hay que recomendarle a la gente qué leer o enseñarle cómo debería actuar frente a la información, sino que ella misma deberían poder elegir qué consumir. Tu trabajo consiste, justamente, en educar en cómo informarse y educar a los medios sobre cómo informar. ¿De quién es la responsabilidad?
La responsabilidad es mucho más de los medios que de la gente. Sé que es una postura controvertida. Con frecuencia escucho decir: “Si el público cree que esto es una basura, es su problema; deberían saber qué es verdad y qué no”. Pero defiendo firmemente al público en este sentido. Se cree que esto se reduce a la educación, pero la gente educada también cae en la desinformación. Todos creen algo que les confirme lo que previamente creían. Entonces, si leen algo que sugiere que lo que ellos creían era verdad, van a creerlo y no van a chequearlo. Si leen algo que cuestiona lo que creían, es factible que hagan un esfuerzo para buscar otra fuente hasta que encuentren algo que les confirme lo que creían. No es responsabilidad del público, es de los medios; deberían explicar cuál es la evidencia que tienen, ser transparentes con el proceso que les hizo llegar a determinadas conclusiones. No hay que esperar que el público haga el trabajo.
¿Alguna vez tuviste problemas para desempeñarte en puestos de liderazgo porque sos mujer?
Les caía bien, pero no me respetaban. Tuve que aprender a decir que no, a decir que estaba en desacuerdo y a aceptar que capaz que esto hacía que les cayera mal, pero no importaba, porque si hacía bien el trabajo me iban a respetar. Ese es un gran cambio. Tuve que dejar de sonreír todo el tiempo y a veces ser dura.
El llamado “síndrome de la abeja reina” explica que muchas mujeres que rompen el “techo de cristal” y acceden a puestos de poder no quieren trabajar con mujeres y creen que es mejor trabajar con hombres. ¿Esto te pasó alguna vez?
Mi instinto es siempre contratar mujeres. Tengo una política de reclutamiento muy fuerte, para asegurarme de que empleamos a gente de todas partes y con distintas historias. Para mí, obviamente, las calificaciones no son importantes. No discriminamos por ningún tipo de opción personal. Pero sé que tengo que cuidarme de no contratar sólo mujeres porque disfruto mucho trabajando con ellas. En términos de energía y de superación de obstáculos en este trabajo –que tiene mucho que ver con resolver conflictos–, en mi experiencia, las mujeres son más hábiles. Trabajan silenciosamente y logran cosas increíbles, sin pedir crédito. También trabajo con hombres estupendos, y siempre me recuerdo a mí misma que la gente debe ser seleccionada por su desempeño y por la confianza en sí misma.
Trabajás educando buenas prácticas en los medios y en otras organizaciones. ¿Creés que es necesario educar también sobre el respeto a las mujeres?
Creo que la industria de los medios es un lugar en el que hay muchas mujeres competentes en puestos de poder, muchas mujeres editoras. No sé realmente cómo es en Uruguay, pero en Reino Unido, de donde vengo, es así. No es la tradición; yo me senté en muchas conferencias donde había un montón de hombres blancos y viejos hablando de cosas que no entendían pero como tenían el poder nadie les dijo que se callaran. Pero también veo muchas mujeres exitosas. Sé que no es así en todos los países. Siempre impulso a que dentro de las organizaciones, cuando se abre un puesto nuevo, en vez de salir a buscar personas afuera, traten de mejorar las habilidades del personal que ya tienen, porque algo que sé con certeza es que las mujeres no andan haciéndose propaganda con la confianza con que lo hacen los hombres. Lo veo muy claramente cuando hago llamados.