La pregunta “¿Qué piensa la ciudadanía uruguaya sobre las mujeres en política?” disparó el jueves pasado la discusión en un panel organizado por el Instituto de Ciencia Política de la Facultad de Ciencias Sociales (Universidad de la República, Udelar) y ONU Mujeres. Las convocadas a responder fueron Verónica Pérez y Niki Johnson, doctoras en ciencia política, docentes e integrantes del área de Política, Género y Diversidad de dicha institución. En concreto, las especialistas expusieron los resultados de dos investigaciones en las que analizaron desde una perspectiva de género las preferencias del electorado uruguayo.
El tema de estudio era el mismo en los dos casos, pero las metodologías elegidas por las expertas fueron diferentes: mientras Pérez realizó un análisis comparativo de los datos de la opinión pública, Johnson hizo un estudio experimental. En términos generales, las dos llegaron a la misma conclusión: la ciudadanía uruguaya tiene preferencias favorables hacia la presencia de las mujeres en la política. Sin embargo, persiste la subrepresentación política de las mujeres en Uruguay, algo que las politólogas atribuyen a los propios mecanismos de los partidos a la hora de definir las candidaturas.
Los resultados de los trabajos resultan especialmente oportunos a 76 días de las elecciones nacionales y cuando por primera vez en Uruguay compiten fórmulas presidenciales integradas por mujeres. Dos de ellas, las candidatas a la vicepresidencia por el Partido Nacional, Beatriz Argimón, y por el Partido Independiente, Mónica Bottero, participaron de la actividad y escucharon atentamente las exposiciones sentadas en primera fila.
El impacto de la opinión pública
Pérez fue la primera en presentar su trabajo, que tenía como objetivo demostrar por qué la opinión pública es importante para determinar la inclusión de mujeres en política. Para lograrlo, se basó en datos de encuestas realizadas en los últimos 20 años por el Instituto de Ciencia Política y consultoras.
Antes de exhibir los números, la experta analizó la situación de Uruguay con relación al resto de la región. En ese sentido, aseguró que nuestro país aparece como una “anomalía” en términos de representación política de las mujeres, “que tiene que ver con esta idea de que Uruguay es una de las democracias más sólidas de América Latina y el mundo, según la medición de distintos rankings”. Además, dijo, el país tiene “el sistema de partidos más estable e institucionalizado” de la región y también el que ha sabido adaptarse mejor e incorporar con más éxito “muchas de las nuevas demandas”. Sin embargo, advirtió, esa adaptación “ha sido menos exitosa para incluir políticamente a las mujeres”, ya que “siguen estando subrepresentadas en los principales cargos políticos con relación al peso que tienen en la población”. Y eso es lo anormal.
¿Qué tiene que ver este fenómeno con la opinión pública? La especialista dijo que la subrepresentación de mujeres en política está explicada por distintas variables que se agrupan en el lado de la oferta –constituida por quienes se postulan a los cargos– y en el de la demanda –en donde se encuentran quienes buscan candidatos, con las razones que tienen en cuenta a la hora de votarlos–. Pérez explicó que el lado de la oferta tiene que ver con el interés, la disposición o los recursos que tienen los individuos para competir por un cargo, factores que son individuales. “Claramente allí hay factores estructurales que impactan negativamente sobre las mujeres mucho más que sobre los hombres”, dijo la politóloga, en particular en materia de disposición, ya que las mujeres dedican más tiempo a las tareas domésticas y de cuidados, “lo que quita tiempo para dedicarle a la política”.
Por el otro lado está la demanda, que Pérez definió como “el grado en el que los individuos son buscados por personas para ocupar cargos políticos” y que, según aseguró, es la posición que más explica la subrepresentación de mujeres en política. Presentó dos posturas que se trabajan en ciencia política.
La primera postura sostiene que la opinión pública incide directamente en la inclusión de las mujeres en la política porque “pueden existir sesgos” en las preferencias del electorado “que hagan que los cargos políticos terminen sesgados en su composición de género”. Para explicarlo mejor, se refirió a estudios estadounidenses que muestran, a partir de datos y encuestas, que a la hora de votar las personas que expresan estereotipos negativos hacia las mujeres en política tienen más probabilidad de preferir varones que quienes expresan estereotipos positivos.
Pero otros estudios relativizan el peso de la opinión pública como variable determinante en la inclusión de las mujeres en política, porque en la mayoría de los países del mundo, donde el sistema político funciona con listas cerradas y bloqueadas, al elector se le presentan candidaturas que están conformadas de antemano, “por lo que la capacidad que tiene para decidir quién integra las listas y el orden de las listas es nula”. Por lo tanto, dijo Pérez, “si esto es así, y eso es lo que indica la literatura, el problema no es tanto del electorado, sino de la forma de reclutamiento de los partidos, que terminan sesgando la composición de las listas”. En todo caso, aclaró, si el electorado influye de alguna manera en la conformación sesgada de las listas puede ser en la percepción que tiene la persona que arma esas listas (gatekeeper): “Puede pasar que los gatekeepers sienten o saben que el electorado prefiere hombres, entonces elegirán más hombres para ocupar las listas, por ejemplo”.
La politóloga afirmó que, en Uruguay, “el electorado ha mostrado históricamente opiniones favorables o muy favorables a la presencia de mujeres en política y, además, la opinión pública uruguaya no muestra estereotipos de género hacia las mujeres en política como los estudios del caso de Estados Unidos”.
El análisis de las encuestas elegidas por Pérez revela que la segunda alternativa se asemeja más a nuestra realidad, ya que la ciudadanía uruguaya parece estar a favor de que haya más representación política femenina y, aun así, las mujeres que ocupan cargos siguen siendo minoría. Para demostrarlo, reunió datos de varias encuestas: una que hizo Cifra en 1999, otra del Instituto de Ciencia Política realizada en 2007 y dos estudios que desarrolló ONU Mujeres junto a la consultora Cifra en 2016 y junto a Opción Consultores en 2018. Las preguntas destacadas tuvieron que ver con cuestiones como la calidad de los liderazgos masculino y femenino, las preferencias respecto de la integración de las fórmulas presidenciales o la opinión sobre la Ley de Cuotas –implementada por primera vez en las elecciones de 2014–.
La principal conclusión que deriva de la comparación y el análisis de los datos es que no existe evidencia en Uruguay para afirmar que el electorado tiene opiniones negativas o conservadoras hacia la presencia de mujeres en política. Al contrario, dijo Pérez, el electorado tiene opiniones “igualitarias y modernas” sobre el tema “y podemos decir esto porque las mediciones muestran la misma tendencia a lo largo del tiempo y son mediciones que derivan de diferentes fuentes de datos”. Por lo tanto, agregó, tampoco existe evidencia para afirmar que el uso de la paridad –por ejemplo en las listas– iría en contra de las preferencias del electorado. “En definitiva”, concluyó la especialista, “el electorado no es reacio a las candidaturas de las mujeres en ningún nivel y esto termina descartando la influencia del electorado en la subrepresentación política de las mujeres en Uruguay y lo que confirma es que el problema tiene que ver más con las formas de reclutamiento y los sesgos que operan en los partidos al momento de decidir las candidaturas”.
El género importa
Johnson llegó a una conclusión similar después de realizar su estudio, que forma parte de un proyecto experimental y transnacional que busca analizar cómo influye el género en la evaluación de los candidatos y candidatas a cargos políticos. La investigación se llama ¿Quién todavía piensa que los líderes deben ser hombres? Un estudio transnacional experimental sobre las actitudes sociales hacia las mujeres en el gobierno y fue coordinada por politólogos de la Universidad Texas A&M de Estados Unidos.
El trabajo reúne las experiencias de Canadá, Chile, Costa Rica, Inglaterra, Israel y Suecia, además de Estados Unidos y Uruguay. Los países fueron elegidos porque todos “tienen algo en común”, explicó la experta, y es que tienen niveles de desarrollo humano altos. Pero la riqueza también está en que los ocho presentan diversidad: en términos de representación de las mujeres en los diferentes niveles de gobierno, en términos de las reglas para acceder –varios tienen sistemas proporcionales, algunos mayoritarios, otros de listas cerradas y bloqueadas– y en cuanto a los temas que caracterizan las agendas políticas.
Los resultados del proyecto van a ser publicados a fines del año que viene, pero Johnson –que fue la encargada de coordinarlo en Uruguay– presentó las conclusiones a las que llegó en nuestro país con la pretensión de que pueda aportar claves en la previa de las elecciones nacionales. “El objetivo de este proyecto es descubrir en qué contextos nacionales y entre quiénes existen matrices tradicionales de liderazgo político. Es decir, entre quiénes y dónde se evaluaría mejor el promedio a candidatos varones que a candidatas mujeres y, en contraste, entre quiénes y dónde se encuentran matrices modernas de liderazgo, donde se evaluarían por igual o mejor a las mujeres candidatas que a los varones”, explicó Johnson.
Acerca de la metodología utilizada, la experimental, explicó: “Una de las críticas que se le hace a las encuestas de opinión pública es justamente que la gente responde lo que piensa que uno quiere saber. Para no quedar mal te dice que tiene que haber mujeres en el Parlamento, por ejemplo. Verónica [Pérez] ya planteó algunas razones por las cuales sí podemos creerles a las encuestas de opinión pública en esta materia acá en Uruguay, como la consistencia a lo largo del tiempo y en diferentes fuentes. Pero este experimento lo que hace es brindar más respaldo y más evidencia de que, en realidad, en Uruguay están diciendo la verdad cuando contestan”.
En Uruguay, el trabajo de campo se hizo en 2017, sólo en Montevideo y con 707 participantes que eran de 26 clases de dos universidades, dos UTU y cinco liceos diferentes. La politóloga explicó que en la selección se buscó la mayor diversidad posible, por lo que se eligieron centros educativos que estuvieran en diferentes barrios de Montevideo –“para cubrir una variedad de niveles socioeconómicos”– y clases de estudiantes de diferentes orientaciones académicas –“porque lo que uno estudia también puede incidir en las actitudes que tiene a la hora de votar”–. La participación era voluntaria.
¿Cómo se desarrolló? Los estudiantes recibieron una hoja informativa que tenía el nombre de un supuesto candidato ficticio, un pequeño párrafo de información biográfica sobre esta persona y un discurso político acerca de un mismo tema. Había dos tipos de discursos: uno basado en fuentes documentales del Frente Amplio (FA) y el otro basado en fuentes documentales del Partido Nacional (PN). Cada presentación de ese discurso era diferente: en una aparecía el nombre de una candidata o candidato a la Cámara de Representantes por el FA, en otra aparecía el nombre de una candidata o candidato a la Cámara de Representantes por el PN, y en otras no aparecía el nombre del partido. “Esto es relevante porque sabemos que el factor más importante que incide en la decisión del voto es el partido. Entonces era fundamental saber si estaban evaluando mejor o peor porque era de su partido o no”. Cada estudiante recibía una de estas presentaciones, tenía que leerla y después responder un cuestionario con preguntas que, en general, apuntaban a evaluar al candidato o candidata. Dato importante: se les avisó que el estudio buscaba analizar diferencias de género sólo después del ejercicio.
La primera conclusión a la que llegaron Johnson y su equipo fue que, en general, las y los jóvenes uruguayos que participaron en este estudio mostraron actitudes igualitarias en términos de género y sin preferencias. Incluso, si hubo pequeñas diferencias, fueron en todos los casos a favor de la candidata mujer. Y, como dato significativo, resaltó que son las mujeres jóvenes quienes evalúan mejor a las candidatas, “lo que podría sugerir un vínculo entre la representación descriptiva –es decir, la presencia de mujeres– y la representación simbólica –es decir, lo que una aspira para la representatividad del Parlamento o del gobierno–”. Por todo lo anterior, concluyó la experta, “no parece que esté vigente una matriz tradicional de liderazgo político, asociado a la masculinidad, por lo menos en esta nueva generación de votantes”.
Uruguay como un puzle a resolver
Los aportes de Pérez y Johnson fueron comentados más adelante por dos especialistas en el manejo de los datos de opinión pública. Para Rafael Porzecanski, director de opinión pública y estudios sociales de Opción Consultores, las conclusiones de los dos trabajos revelan que Uruguay “sigue siendo un puzle” en materia de representación política femenina. Esto es, dijo, porque “tenemos, por un lado, una opinión pública sistemáticamente posicionada a favor de una mayor participación política de las mujeres, muy igualitarista en temas de género y destacada en comparación con otros países latinoamericanos” y, por otro lado, “una tendencia de subrepresentación en comparación con estos mismos países latinoamericanos cuyos electorados teóricamente son un poco más reacios que el nuestro”.
Y se preguntó si esto podría suceder porque los políticos varones uruguayos “son más machistas” que los políticos varones de otros países de la región. “A mí me genera mucha duda, sinceramente”, se respondió, y remató: “Para mí hay un puzle que, para ser solucionado, merece mayor investigación desde el campo de las ciencias sociales”.
La directora de Cifra, Mariana Pomies, dijo, por su parte, que la evolución de la opinión pública en las últimas dos décadas ha mostrado que existe “una predisposición favorable a la participación de la mujer en la política” y que la tendencia ha ido en aumento. “Si la opinión pública ya está tan favorable, ¿qué es lo que falta?”, planteó. Y concluyó: “Yo no quiero creer que los políticos uruguayos son más machistas que los mexicanos, por ejemplo. Si no lo son, entonces tenemos que trabajar para lograr ese cambio”.