Pensar la ciudad en clave feminista es entender los espacios domésticos, comunitarios y públicos como plataformas en las que se configuran, de manera cotidiana, distintos sistemas de jerarquía y discriminación. Las personas con discapacidad no transitan la ciudad de la misma forma en que lo hacen las personas sin discapacidad: este es quizás el ejemplo más gráfico. Pero tampoco las mujeres pueden habitar los espacios públicos de la misma manera que los varones. Y ni hablar si, además de ser mujer, sos pobre, trans, inmigrante y/o racializada. La construcción de la ciudad tiene que hacerse en función de las necesidades y los usos de la diversidad de personas que la habitan.
Esta es una de las cuestiones en las que trabaja la arquitecta uruguaya Daniela Arias Laurino y el colectivo que la inspira, Punt 6, una cooperativa de sociólogas, arquitectas y urbanistas con sede en Barcelona que desde 2004 se propone cambiar la ciudad –desde una perspectiva de género e interseccional– para transformar la sociedad. La arquitecta, egresada de la Universidad de la República, tiene dos maestrías, en Laboratorio de la Vivienda del Siglo XXI y en Teoría e Historia de la Arquitectura, realizadas en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona.
Vinculado a su formación académica, otro pilar del trabajo de Arias Laurino –que hoy reside en Granada– es la visibilización del aporte de las mujeres en los relatos arquitectónicos desde una perspectiva histórica. Este fue el tema de su tesis doctoral y la razón por la que en 2015 creó, junto a otras colegas, el blog Un día, una arquitecta. “Soy feminista e intento aplicar esta perspectiva en mi cotidianeidad y desde lo académico, en particular desde la arquitectura y la ciudad”, asegura. Sobre estas y otras cuestiones dialogó con la diaria.
Como arquitecta te has dedicado a explorar, entre otras cosas, la construcción de la ciudad desde una perspectiva de género. ¿Cómo entendés el urbanismo feminista?
Hablar de urbanismo con perspectiva de género o feminista implica tener una mirada de la ciudad más inclusiva y más igualitaria, y sólo el uso de las metodologías y las teorías feministas como ejes estructurales te permiten generar esas miradas. Es poder mirar la ciudad como construida para un mix de usos, con diversas funciones y para diversas personas. Es hablar de género, pero también de generaciones, de orígenes, de capacidades diferentes, de personas dependientes o de diferencias socioeconómicas. La mirada del urbanismo feminista implica entender la ciudad como no jerárquica, porque nada es neutro y la ciudad tampoco lo es. El urbanismo, en general, tiene sus bases muy arraigadas en la zonificación, en las áreas residenciales o en las áreas de oficinas. Por lo tanto, el urbanismo próximo, el cotidiano, el de los cuidados no está representado. ¿Y qué pasa? Los cuidados de las personas dependientes –me refiero a niñas, niños, ancianos o personas en situación de discapacidad– aún hoy siguen recayendo sobre las mujeres. Esto de entender la ciudad zonificada, sin abarcar los aspectos más próximos y más cotidianos es porque no se han tenido en cuenta los trayectos de las mujeres dentro de la ciudad, que en general son bastante más complejos que los de los varones, porque se mueven más. Primero porque las ciudades a veces carecen de centralidades vinculadas a los cuidados, es decir, no contemplan que tengas cerca una farmacia, un hospital o la guardería. Esos recorridos, al final, son lo cotidiano, y hacen que la ciudad sea una extensión de esa casa. Urbanismo feminista es pensar en una ciudad que te cuida, como dice [la socióloga y urbanista feminista] Blanca Gutiérrez Valdivia. Es una ciudad que te permite hacer tu vida desde lo próximo y desde lo cotidiano, una ciudad que es segura, accesible y, también, sostenible.
Uno de los reclamos de los feminismos es poder habitar los espacios públicos de manera igualitaria, como los habitan los varones, para que las mujeres no se vean obligadas a modificar sus trayectorias o tener que gastar más plata para trasladarse de manera más segura. ¿Eso es posible en términos prácticos?
La ciudad es una plataforma en la que se representan los roles de género, entonces aquella división del espacio público y privado que se genera con el inicio de las ciudades en el Renacimiento establece esferas de actuación, actividades y vivencias para cada persona según esos roles asignados. Lo privado ha estado siempre relacionado con las mujeres, y lo público con los varones. Entonces, cuando hablamos de un urbanismo o de una ciudad feminista entran todas estas variables. Una es la movilidad que vos nombrabas. Otro aspecto es la seguridad y trabajar la seguridad desde una perspectiva feminista, que implica primero la percepción de la seguridad, que para las mujeres es distinta que la de los varones porque somos cuerpos sexuados, entonces nuestros miedos o nuestra sensación de inseguridad es otra. Lo otro tiene que ver con aquellos aspectos de la ciudad que hacen que transites más fácilmente, como el tema de las luminarias: que las luces enfoquen hacia las veredas, en lugar de estar hacia las calles, donde transitan los coches, y sean más bajas. Lo otro es que las zonas residenciales no sean exclusivamente residenciales y las zonas de oficinas y comercios no sean exclusivamente zonas de oficinas y comercios. Después, tener en cuenta los espacios intermedios, esos donde te encontrás con otras y otros, compartís, hay ayuda mutua, hay vecindad. Por eso hablar de urbanismo feminista es hablar de una ciudad que te cuida para que vos puedas cuidar y generar comunidad. Eso es generar espacios diversos para que el uso sea de la mayor cantidad de personas, con sus distintos géneros, orientaciones, roles, orígenes. Porque eso, al final, es quitarle jerarquía a la ciudad para que ya no sea de uso exclusivo de nadie.
“Las mujeres que fueron representantes y constructoras del movimiento moderno en la arquitectura no figuran en los textos fundacionales del siglo XX”.
En tu tesis doctoral analizás la invisibilidad del aporte de las arquitectas en los relatos arquitectónicos y cómo allí se las omite, discrimina y subordina a la figura del varón. ¿De ese análisis surgió la iniciativa de crear el blog Un día, una arquitecta?
En 2015 decidimos casi orgánicamente con [las arquitectas argentinas] Inés Moisset y Zaida Muxí hacer un blog en el que pudiéramos postear cada día la biografía de una arquitecta. Empezamos a publicar, y cuando terminamos de hacer el listado vimos que eran más de 365 mujeres, es decir que superamos el año. Publicamos en total las historias de cerca de 2.000 arquitectas de todo el mundo. Ese año estaba en pleno doctorado y mi tesis de máster tenía que ver con todos los paradigmas sociopolíticos que aparecían en las publicaciones sobre arquitectura vinculados con el derecho a la ciudad, el activismo y la autoconstrucción con perspectiva de género. Analicé las publicaciones de cinco revistas de arquitectura durante cinco años y me di cuenta de que ese era un tema que no se mencionaba nunca. Me pregunté entonces de dónde surgía tal invisibilización, recurrí a los textos fundacionales del siglo XX y me dediqué a las mujeres que fueron representantes y constructoras del movimiento moderno, desde los años 20 a los años 40, pero que no figuran en ningún sitio. Son mujeres que hicieron aportes muy interesantes en esa época y que, además de construir, teorizaron, enseñaron, publicaron en revistas y produjeron para que hubiera un cambio de paradigma hacia una arquitectura absolutamente nueva. En mi tesis hago un repaso de por qué ellas construyeron y publicaron, pero aun así no aparecen en los libros referentes de la arquitectura moderna del siglo XX. Hasta hoy se sigue perpetuando esa idea: se habla de los arquitectos y no se habla de las arquitectas. A partir de mi investigación establezco que el lenguaje, el poder y los espacios periféricos o secundarios desde donde ejercer la profesión afectan a esta no traducción en los libros de historia. Hablo de exclusión cuando las mujeres no aparecen de ninguna manera, de invisibilización cuando sí aparecen pero ocultas bajo el nombre de un grupo o bajo una inicial, y también de seudoinclusión. Esta última deriva en tres formas: la subordinación a la figura masculina (acá entran los casos de las esposas de arquitectos o las “musas”, por ejemplo), la minimización (cuando el aporte de la mujer queda relegado a un segundo plano) y la desvalorización (cuando los aportes de las mujeres apenas aparecen). Después existen narrativas que exaltan el aporte de las mujeres y narrativas que excluyen, y esto tiene que ver con el ejercicio de poder, porque a veces ellas ocuparon espacios que fueron centrales, pero al final ¿quiénes tenían los derechos de publicación? Los hombres. A fin de cuentas, lo que no se nombra no existe, y lo que no está va consolidando discursos que son simplificadores de una realidad. Las mujeres siempre estuvimos presentes.
¿Qué impacto tuvo Un día, una arquitecta?
El blog empezó a funcionar en 2015 y se actualizó hasta el año pasado, fueron más de tres años. Ha sido una hija que creció de golpe. Ahora hemos parado porque empezaron a surgir otros proyectos, y es muy reconfortante ver cómo profesoras y profesores de distintas escuelas buscan la información que colgamos para profundizar estas cuestiones en las clases. A partir de Un día, una arquitecta se empezó a hacer jornadas y seminarios en distintas partes del mundo en las que recopilamos la experiencia de mujeres arquitectas de esas ciudades y de distintas generaciones para analizar cómo han vivido esa actividad académica y profesional. Y no sólo hablamos de su experiencia profesional, sino también de la experiencia personal con respecto a la profesión. Estas biografías han trascendido y han tenido un impacto especialmente brutal en América Latina y España. Otra de las ramas del blog fue trabajar en el contenido de Wikipedia, porque cuando empezamos, en 2015, 95% de las biografías de arquitectos en español eran de varones y 5% de mujeres. Desde Un día, una arquitecta empezamos a participar en editatonas en Valencia, Barcelona, Córdoba, Buenos Aires, en donde nos enseñaron a editar y colgar los contenidos, y gracias a eso pudimos subir el porcentaje de biografías de arquitectas en español a casi 18%. Otra de las ideas que tuvimos fue la de impulsar una cuota de mujeres de 30% en los congresos y seminarios de arquitectura en todas partes del mundo. ¿Por qué? Porque si en un congreso tenés, como ha pasado, 30 disertantes varones, la realidad es que lo que estás contando es parcial. Algunas universidades y algunos colegios de arquitectura nos han escuchado y han suscrito al mínimo de 30% de participación.
“No creo que haya una arquitectura femenina o masculina en cuanto a la forma. Sí hay una experiencia distinta de cómo se vive el espacio y de las necesidades”.
¿Cómo es hoy la situación?
Maravillosa. Cuando terminé la tesis de máster no había ni una revista de arquitectura que hablara específicamente de mujeres arquitectas o de las dificultades de las mujeres arquitectas en el reconocimiento. Empieza paulatinamente, primero en los 8 de marzo, y a partir de ahí despega, gracias a la nueva ola feminista. El momento que estamos viviendo ha sido muy impresionante, porque grupos de activistas, académicas, investigadoras de distintas partes del mundo nos han empezado a contactar y el panorama ha cambiado mucho, en tanto se está produciendo una red de apoyo, de compartir y generar conocimiento, y se empieza a mover más en las escuelas de arquitectura. Falta mucho todavía. La ventaja que tenemos es que estamos sabiendo recopilar a nuestras antepasadas y acopiar todas esas luchas.
¿Se puede hacer una arquitectura feminista?
Esa es la pregunta del millón. Personalmente, no creo que haya una arquitectura femenina o masculina en cuanto a la forma. Sí hay una experiencia distinta de cómo se vive el espacio y de las necesidades. Entonces, de la misma manera que una escritora puede hablar de algunos temas o una fotógrafa puede mostrar una realidad propia o una cuestión subjetiva femenina, para las arquitectas hay una experiencia que es diferente. Acá me puedo retrotraer a la historia y decir que, por ejemplo, los primeros espacios públicos para juegos de niñas y de niños, o las cocinas, han sido proyectos pensados por mujeres, porque hay una experiencia distinta del uso del espacio o de la necesidad de los cuidados.