“Este tipo de encuentros es fundamentalmente de intercambio, porque todas las mujeres rurales del país tenemos un tronco en común”, dice a la diaria Jacqueline Pereira, mientras -cuchillo en mano- quita la grasa a un centenar de muslos de pollos, que pocos minutos después terminarán asándose en el horno para convertirse en cena. Esta vez, Jacqueline no cocinó para sus hijos y su pareja, como hace cotidianamente, sino para las 86 mujeres que formaron parte del IV Encuentro de Mujeres Rurales, que se hizo el jueves, viernes y sábado pasados en El Pinar, Ciudad de la Costa, Canelones.
Jacqueline es secretaria de la Asociación de Mujeres Rurales del Uruguay (AMRU), y vive y trabaja en Canelón Chico. Junto a Iris y Estela -la jefa de la cocina- le tocó cocinar el viernes. “Más allá de las zonas en que vivamos, hay muchos puntos en común y estamos luchando por eso: por el reconocimiento, por lograr cosas, metas que tenemos de hace muchísimo tiempo. Si bien se han logrado algunas, todavía falta mucho”, agrega Jacqueline.
En esta cuarta edición, participaron mujeres de cuatro departamentos: Canelones, Florida, San José y Montevideo rural. Básicamente, este encuentro estuvo dirigido a mujeres de la zona sur del país, pero en los últimos años se han realizado actividades similares juntando a mujeres de departamentos del norte (como uno que se hizo en Salto), y sobre todos han proliferado encuentros de mujeres rurales a nivel departamental. “Nos encantaría tener una instancia como esta pero a nivel nacional”, expresa Luján Marín, integrante de Mujeres de Parador Tajes (Mupata) y de la comisión organizadora de este encuentro. “El primer campamento se hizo en Parque del Plata y duró una semana, pero como nosotras somos muy arraigadas a nuestros lugares, extrañamos mucho. El segundo campamento que fue en 2018 se hizo también en el Pinar, en 2019 se hizo en Parador Tajes y ahora volvimos de nuevo a El Pinar”, agrega Luján, mientras camina hacia la playa, que el viernes había desaparecido bajo un oleaje imposible.
Las mujeres fueron llegando al Complejo Vacacional y Recreativo “El Pinar” de la Armada Nacional el viernes entre la mañana y el mediodía, almorzaron, hicieron una siesta, y después comenzaron las actividades recreativas, deportivas y culturales, que se extendieron por las tres jornadas, con el objetivo de estrechar los vínculos, compartir experiencias y extraer lecciones para el futuro.
Luján cuenta que en estos encuentros las mujeres rurales se van “contando” y se van “conociendo”. “A veces nos comentamos cosas de trabajo, pero acá esa parte no se toca mucho, acá es para divertirse, compartir y aprender de nosotras”, agrega. A estos encuentros, no se puede traer a las hijas e hijos porque es un espacio “para las mujeres”. Por eso, según Luján, la mayoría de las participantes son mayores de 30 años, porque “o tienen hijos grandes o consiguen con más facilidad quien se los cuide”. “Es un momento tuyo, como mujer, para que te valores y veas lo importante que es una mujer rural para ella misma primero, y a partir de ahí que se supere”, explica.
Entre las actividades, hubo un taller con una psicóloga social, un taller sobre sexualidad de las mujeres, y otro denominado “Conociéndome a mí misma”.
Oscar Cuesta es docente de Educación Física y trabaja para la Secretaría de Deportes de Presidencia. Junto con otras y otros profesionales y técnicos, algunos trabajando para instituciones públicas que apoyan estos encuentros, otros de manera honoraria, forma parte del equipo que acompañó el cuarto campamento. Antes de hacer de árbitro de un partido de fútbol de hacha y tiza, dice a la diaria que el tiempo libre escasea en el campo: “la gente tiene que sí o sí salir a trabajar” y “más allá de las criollas y los festivales que hay en cada localidad”, las actividades recreativas colectivas no son lo común. Por eso, “las actividades recreativas que se ponen en juego es estos campamentos son fundamentales porque todas las edades disfrutan del encuentro, de la conversación, de las actividades en el salón, del fútbol”.
Para Cuesta, el trabajo con las mujeres rurales permite llegar a las familias, algo similar a lo que ocurre en la escuela rural, que “es una institución que permite abrir las puertas para llegar a la familia rural”. La actividad física es buena por un tema de salud, de salud mental, el tema de socializar los vínculos. Las personas que viven en el medio rural están un poco aisladas y estas instancias de encuentro fortalecen esos vínculos, la comunicación y el diálogo”, agrega el docente. Cuesta destaca que en estos campamento, además, las propias mujeres que participan son las que proponen las actividades, las organizan y finalmente las protagonizan. Menciona que los equipos interinstitucionales propusieron realizar una actividad similar con varones, pero no se pudo lograr, por falta de convocatoria.
Soplar las brasas
Cuesta sostiene que el trabajo de las mujeres en el campo implica muchas “tareas de peso, de malas posturas”, lo que genera que haya “muchas mujeres con problemas de columna, que vienen trayendo hace años”. “Acarrean fardos, tarros de leche y hacen fuerza. Muchas veces están solas y no pueden pedir ayuda a nadie. Entonces, a veces usan la fuerza mal. Por eso el tema de lesiones musculares, articulares u óseas. En esta actividad no solo se da la parte recreativa, sino que tenemos yoga, que les permite tener herramientas para después poder hacer en la casa alguna actividad relajante, de acomodar el cuerpo”.
Por ejemplo, Jacqueline explica que vive y trabaja en una zona hortifrutícola, básicamente “de viñedos y granja”, “si bien hay una parte en la que ahora se está empezando a trabajar en la parte de ovinos” y “la mayoría [de las mujeres] trabajamos a la par de los hombres”.
Mariela Tejera, psicóloga de la Administración de los Servicios de Salud del Estado (ASSE), cuenta que su trabajo con mujeres rurales en el Santoral de Canelones empezó mucho antes que los campamentos y que la primera experiencia surgió en 2012 a partir de un proyecto de ASSE sobre promoción y prevención en salud. “Ahí surge la necesidad de trabajar con mujeres rurales, porque se veía en la consulta que venían muchas veces con problemas de salud repetitivos. Y analizando esos problemas de salud en forma frecuente se vio que atrás había como cierta disconformidad o malestar con su calidad de vida. Se empezó a trabajar muy paulatinamente con temas que hacían a su lugar, a su rol, tanto en el contexto familiar como a nivel social, comunitario y simultáneamente se va viendo como que se replica esa experiencia y las mujeres van encontrando ese bienestar a partir del encuentro, donde se empiezan a abordar temas y a desnaturalizar algunas costumbres que identifican como eje central de sus problemáticas”, dice Tejera.
Para la psicóloga, primero aparecieron los temas de salud, pero luego también “sus relaciones, sus vínculos, las necesidades emocionales” de las mujeres rurales. “Apuntamos a que puedan fortalecerse ellas mismas y encontrar que pueden coordinar estos espacios. Los técnicos tenemos un rol muy puntual en estos procesos y podemos reconocer que las potencialidades de encontrar el camino del bienestar pasan por ellas. Nuestro rol es ‘soplar las brasas’, utilizando una frase que me quedó grabada”, concluye Tejera.
Otra técnica del equipo, Cecilia Machiavello, médica residente de ASSE de la especialidad de Medicina Familiar, comenta que ha “aprendido muchísimo” de su trabajo en el medio rural. “Tenés una cercanía con la gente que te hace como desvirtuar el rol del médico paternalista que se viene deconstruyendo lentamente en la sociedad. Siguen creyendo que tenés un poder que es diferente, pero generás un vínculo horizontal de mucho amor y aprendés a querer mucho a la gente, y salís de esa medicina tradicional”, resume Machiavello.
Uno de las inquietudes de las organizadoras es saber si estos encuentros se van a continuar realizando luego del cambio de gobierno. Luján comenta que algunas instituciones como el Instituto Nacional de Colonización o la Dirección General de Desarrollo Rural del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca, ya no apoyaron este encuentro como los anteriores debido a esta situación. De todas maneras, tuvieron el apoyo de las intendencias de Canelones y Florida, entre otras instituciones, pero Luján destaca la mano que dieron distintos comercios, productores y empresas, que donaron provisiones para el encuentro.
Seguir viviendo en el campo
A Jacqueline le preocupa que en la zona donde vive “hay mucha gente que se ha visto obligada a salir a hacer otras actividades. Tenemos profesionales, hay gente que se desempeña en actividades paralelas, pero siguen viviendo ahí”. “Pero una de las grandes luchas que tenemos es tratar de que la juventud no se nos vaya, porque por lo general el que se va no regresa. Eso es duro porque vemos a los hijos irse y como que la familia a veces va cambiando de forma. Necesitamos mucho más apoyo de las instituciones para lograr que justamente el campo sea atractivo y no sea un castigo”, finaliza.