Este jueves se conmemora el Día Internacional de Tolerancia Cero a la Mutilación Genital Femenina, una fecha que organizaciones civiles y organismos internacionales utilizan desde hace casi dos décadas para denunciar la práctica y sus consecuencias, intensificar las campañas de prevención y exhortar a los gobiernos a adoptar medidas concretas para su erradicación.

La mutilación genital a mujeres hoy se realiza de forma rutinaria en 29 países de África, Asia y Medio Oriente, aunque también es común en algunas comunidades indígenas de América Latina (como la emberá de Colombia) y persiste en las poblaciones migrantes que viven en el oeste de Europa, América del Norte, Australia y Nueva Zelanda.

La práctica es considerada una violación a los derechos humanos y constituye una forma de violencia de género que afecta especialmente a las niñas, las adolescentes y las mujeres adultas en edad reproductiva. Se estima que unas 200 millones de mujeres de entre 15 y 49 años han sido sometidas a la mutilación genital, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). Esto es una de cada 20. Si se mantienen las tendencias actuales, más de 40 millones serán mutiladas de acá a 2030, de acuerdo con un reciente informe de la organización Plan Internacional.

La OMS define la mutilación genital femenina como todo procedimiento que consista en la extracción parcial o total de los genitales y otras lesiones de estos órganos por motivos “no médicos”. Las razones suelen ser culturales, sociales o religiosas: en muchas comunidades se cree que fomenta la fertilidad, en otras es un requisito para el matrimonio o una garantía de fidelidad, y en algunas consideran la práctica como un rito de iniciación para las niñas hacia la edad adulta. A veces incluso se establece como condición para poder formar parte de la comunidad: en este caso, las mujeres que se niegan a ser mutiladas corren el riesgo de ser juzgadas, discriminadas y aisladas.

Las consecuencias de la mutilación genital en las niñas, adolescentes y mujeres adultas son muchas y de distinto tipo. Para empezar, es algo que impacta en la forma que van a vivir su sexualidad, no sólo porque en muchos casos la mutilación de los genitales puede eliminar el placer sexual –de hecho, esta es la intención principal en algunas culturas–, sino porque además esas mujeres van a asociar la experiencia sexual al trauma y el dolor, como hace unas semanas comentó en base a su experiencia la ginecóloga obstetra francesa Ghada Hatem-Gantzer a la diaria. Así, el deseo se extingue y la sexualidad se reduce exclusivamente a la función de procrear.

A nivel de la salud, la mutilación genital de mujeres puede causar dolores agudos, hemorragias graves, infecciones y problemas urinarios. En el largo plazo, también puede provocar otros problemas como quistes, mayor riesgo de transmisión del VIH e infertilidad, además de aumentar las posibilidades de tener complicaciones en el parto.

Pero unas vez que las heridas cicatrizan, e incluso si se logra sortear todos estos problemas, un trauma de este tipo puede generar graves secuelas psicológicas. Las mujeres sometidas a una mutilación pueden padecer ansiedad, depresión, pérdida de memoria, trastorno del sueño y trastorno por estrés postraumático. Algunas se ven obligadas a abandonar los estudios o el trabajo, una decisión que afecta su autonomía económica, entre otras esferas de su trayectoria vital.

La consecuencia más extrema es la muerte. El jueves, sin ir más lejos, una niña de 12 años murió en Egipto después de que se le practicara una mutilación genital, en presencia de sus padres –que fueron arrestados– y sin anestesia. Aunque todavía no se dieron a conocer los resultados de la autopsia, según la OMS las muertes más comunes en estas circunstancias son por desangramiento o infección. La mutilación genital es ilegal en Egipto desde 2008, pero pese a esto el país encabeza la clasificación mundial de población sometida a esta práctica. En realidad, la mayoría de los 29 países en donde se practica la mutilación ya han legislado en su contra. Pero en este caso, como en otros, entre lo que impone la normativa y lo que dicta la tradición hay un océano de distancia.

Sin antecedentes

En Uruguay no hay registros sobre mujeres que hayan sido mutiladas, según aseguraron a la diaria fuentes del Ministerio de Salud Pública. Pero el debate sobre el tema se instaló a mediados de enero, cuando trascendió el caso de una mujer que fue encontrada en Valizas con lesiones graves en la zona de los genitales. La poca información que se tenía en las primeras horas apuntaba a un posible caso de mutilación genital.

Unos días después la fiscal de la investigación, Sandra Fleitas, descartó esa posibilidad al asegurar que las heridas –si bien eran importantes– se encontraban “cerca de su zona genital”. La Fiscalía todavía trabaja para determinar si las heridas fueron provocadas por otra persona o autoinfligidas de manera intencional o accidental, confirmaron fuentes institucionales.

Distintas profesionales de la salud que trabajan con mujeres ratificaron que nunca atendieron o escucharon hablar de casos de mutilación genital en el país. La doctora María Elvira Fernández, subdirectora del Hospital de la Mujer del Centro Hospitalario Pereira Rossell, dijo que durante su carrera ha atendido casos de mujeres con desgarros como consecuencia de agresiones sexuales o complicaciones en un parto, por ejemplo, pero nunca una mutilación. “Una mutilación genital es una lesión y una agresión hacia la mujer que, desde el punto de vista médico, no tiene una indicación. Personalmente, nunca supe de un caso así en Uruguay”, aseguró Fernández en diálogo con la diaria.

“Desconozco realmente que se vean o que se hagan estas intervenciones por el motivo que sea acá en Uruguay”, dijo en el mismo sentido la doctora Mónica Gorgoroso, coordinadora del Programa Mujer y Género de la Administración de Servicios de Salud del Estado (ASSE).

Tampoco la organización civil Mujer y Salud Uruguay recibió denuncias por casos de mutilación genital en los 15 años que ha dedicado a la promoción y defensa de la salud de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres. “Lo único que hemos tenido fueron denuncias sobre episiotomías y cosas por el estilo, pero son cuestiones que tienen que ver más con la violencia obstétrica que con la práctica explícita de mutilación”, consideró la activista feminista y directora de la organización, Lilián Abracinskas.

Por otro lado, las doctoras consultadas aseguraron que, ligado a que no existen casos, la práctica tampoco es un tema que se incluya en la formación de las y los profesionales de la salud. “No se incluye en la formación en general y en la de ginecología en particular. No es un tema que haya visto que se discuta en los ámbitos en los que trabajamos otros temas de salud sexual y reproductiva”, comentó Gorgoroso en ese sentido. “Tampoco está incluido en cuestiones que tienen que ver con la violencia o con algún tipo de abuso”, agregó.

La mutilación genital de mujeres tampoco se estudia en el marco de prácticas a tener en cuenta a la hora de atender de manera integral a poblaciones migrantes. Como ejemplo de casos de poblaciones con culturas muy distintas a la uruguaya, Gorgoroso se refirió a las familias sirias que llegaron al país en 2014. “Para poder asistirlas hubo que familiarizarse con distintas prácticas vinculadas a las relaciones de género incluso en la composición de los equipos de salud: si eran asistidos por varones o por mujeres, en qué contexto se asiste el parto, el uso o no uso de la anticoncepción”, contó la representante de ASSE. “Hubo un trabajo de buscar información, entender y conocer, por lo pronto. Pero este tema particular de mutilación genital femenina no me consta que se esté discutiendo”, agregó.

Fernández coincidió en que no es un tema que se estudia en la facultad pero dijo que sí se trata en otras instancias y en congresos, “porque a nivel mundial sabemos que existen estas conductas, las conocemos y sabemos que violan los derechos humanos y sexuales”.

Desde otro lugar

El debate en torno a la mutilación genital puede –y debe– encararse también desde las ciencias sociales y humanas. En esta línea, la antropóloga uruguaya Susana Rostagnol propone cuestionar la mutilación genital femenina con una “actitud no colonialista”. ¿Qué implica esto? Hacerlo sin querer imponer las visiones de la cultura en la que estamos inmersos y, sobre todo, buscando una alternativa material que sustituya lo simbólico de la práctica. “Si se hace por una cuestión de ingreso a la comunidad, que es muy fuerte, porque en muchos lugares la mujer que no tiene la mutilación no es considerada parte de la comunidad, me parece que debería poder sustituirse por otro ritual que no toque el cuerpo de la mujer”, ejemplificó la académica sobre el último punto. “En el caso de que sea para evitar que las mujeres gocen y puedan satisfacer su deseo sexual, hay que apostar por el largo proceso de las mujeres empoderándonos y diciendo que somos dueñas de nuestros cuerpos y tenemos derecho a no ser mutiladas. Me parece que ese es un buen lugar desde el que plantearlo entre los grupos que lo hacen”, siguió.

Para Rostagnol, cuestionar la mutilación genital con los lentes “no colonialistas” implica entender que “es malo en sus propios términos y no porque desde el lugar que yo estoy es malo”. Es decir, aceptar que las sociedades en las que no se practica la mutilación genital no son mejores porque, de hecho, también se perpetúan prácticas misóginas y patriarcales. Puso como ejemplo la “raíz de la cultura judeocristiana”, en la que “el cuerpo y el sexo eran algo terrible y muy mal visto y las mujeres tampoco debían sentir placer”. La diferencia era, dijo la antropóloga, que esos mandatos eran “internalizados desde otro lugar”: no había un “impedimento físico”, como en el caso de las mutilaciones, “pero durante muchos siglos sí hubo uno psicológico y emocional”. “Luchemos contra la mutilación genital femenina”, resumió, “pero hagámoslo no colonialmente”.

La OMS identifica cuatro tipos de mutilación genital de mujeres

  • La clitoridectomía, que es la extirpación parcial o total del clítoris.
  • La escisión, que implica la extirpación parcial o total del clítoris y los labios menores.
  • La infibulación, que es el estrechamiento del orificio vaginal con una sutura que se forma cortando y recolocando los labios menores y/o mayores.
  • El cuarto tipo es cualquier otro procedimiento nocivo para los genitales femeninos con fines no médicos, como pinchazos, perforaciones, incisiones, raspado o cauterización.