Pata González | Militante - Frente Amplio

Los feminismos crecen y se complejizan a cada momento. Entiendo al feminismo como un movimiento mundial, liderado por mujeres y disidencias dispuestas a cambiar el sistema mundo patriarcal para replantear el lugar que en él nos ha tocado.

En este momento, en nuestro país, la coalición que asume el gobierno ha tenido señales claras sobre cómo se posiciona ante las demandas del movimiento. En primer lugar, hemos tenido múltiples expresiones sobre el rol de las mujeres, como madres, sumisas al sistema, habilitando un discurso social de aversión de la causa feminista. En segundo lugar, porque las demandas estructurales sobre los cambios en los modos de trabajo de las mujeres, sobre la pobreza a la que somos mayormente sometidas, tienen una respuesta reactiva del modelo liberal que entiende, en dichos del nuevo ministro de Desarrollo Social, que nosotras debemos inspirarnos para no ser más pobres, desligando nuestra realidad del sistema opresor. En tercer lugar, el posicionamiento del nuevo ministro del Interior sobre la represión, la “recuperación de la autoridad” y la batalla contra el microtráfico, dejan en evidencia que la violencia institucional va a desplegarse contra las personas más vulnerables. Somos las mujeres marchando una amenaza para la seguridad pública, por lo que reclamar cambiar no está bien visto para el nuevo gobierno.

Cada una de las señales que están dando nos tienen atentas, porque en definitiva somos un blanco claro de la reacción conservadora. Somos en apariencia un peligro para la sociedad. No obstante, el feminismo no mata personas, el feminismo reclama, cambia, construye una forma nueva de vivir.

Marchar es más necesario que nunca, porque no estamos dispuestas a perder nada de lo conquistado y estamos firmemente convencidas de que falta muchísimo movimiento para una nueva forma de vivir que es urgente. No nos detendrán con sus amenazas. No las creemos ni justas ni pertinentes. No nos hacemos cargo de su miedo.

Josefina González | Activista trava-trans, licenciada en Ciencias de la Comunicación

Una vez más nos encontramos para el abrazo, el baile, la performance de nuestras cuerpas politizadas y nuestras plurales reivindicaciones.

La fecha del 8M tiene sus orígenes en las diversas manifestaciones-expresiones de lucha de las mujeres y todas las formas de habitar lo femenino organizadas: las obreras, las amas de casa, las domésticas, las académicas, las estudiantes, las artistas y las trabajadoras de la cultura; las travas-trans, las afro, las putas, las tortas, las locas, las presas, las mujeres en situación de discapacidad, las de la ciudad, las de la periferia, las mujeres rurales, etcétera. Que no sólo fueron exigiendo, sino conquistando-construyendo accesibilidad a derechos históricamente negados, como condiciones laborales dignas, el derecho al voto, el derecho a la identidad de género, a la participación política, a ser escuchadas, el derecho a decidir sobre nuestras cuerpas… en fin, los derechos políticos, sociales, económicos y culturales que tantas vidas y luchas nos han costado. Construyendo, también desde la autogestión, otras formas de hacer política por fuera de lo institucionalizado.

En nuestro país, frente a la gestión del gobierno entrante, tenemos varios desafíos: no permitir que se naturalicen discursos ni prácticas misóginas, esencialistas, conservadoras, represivas, excluyentes, que no hacen más que perpetuar las violencias que siguen recayendo sobre las cuerpas feminizadas.

Seguir construyendo redes, entretejiendo nuestras voces, sabiendo cuál es nuestro lugar asignado en este sistema de la cultura opresora, capitalista, patriarcal y machista para transformarlo todo desde nuestros diversos espacios de participación.

No ceder ante provocaciones, trazando estrategias que nos permitan sabernos juntas.

Insistir-resistir y alzar nuestra voz por las compañeras asesinadas, desaparecidas y torturadas.

Nos deseo una movilización cargada de emociones, abrazos, risas, cantos y bailes. ¡Juntas y en las calles!

Ana Laura de Giorgi | Académica

Hay una idea instalada –por derecha y por izquierda– de que volvimos a los 90. En muchos aspectos, claro que sí, pero no en el caso del feminismo.

En los 90, el feminismo que había emergido en la transición democrática y con las expectativas de la nueva democracia llegó cansado, hastiado, frustrado. Aquella democracia tan ansiada no había podido responder a la necesidad de una nueva política, menos jerárquica, más horizontal, más participativa. Los espacios partidarios y sindicales se habían recuperado, pero a pesar de querer apostar a una política menos reñida con la vida, no lo habían hecho. A principios de los 90 la democracia estaba restaurada y la rebeldía, ahogada.

Esto es muy distinto a lo que sucede ahora. “Tiempo de lucha y rebelión”, dicen algunas compañeras, “harta”, “aguante el recreo” y “bancatela vos”, dicen otras tantas. Ante el persistente llamado de retorno al hogar y a hacer bien los deberes, mostrando tolerancia sólo hacia un feminismo correcto, un contingente de desobedientes no sólo no hace caso, sino que resiste desde la irreverencia total.

Este 8 de marzo de 2020 llega con una energía política envidiable por cualquier otro espacio. Como canta una murga, este año hay ganas de más plaza y batalla que nunca. El feminismo puede proveer eso como ningún otro movimiento. Hay bombo, hay hoguera, hay abrazos.

Aunque la reacción busque con todo frenar y sobre todo licuar al feminismo (convocando a todo tipo de fieles y colgando carteles de mujeres en instituciones con los mayores índices de abuso sexual), la fuerza disruptiva del feminismo es incontestable.

Volverán los apellidos largos, los cabellos rubios, el comportamiento discreto, la voz baja y el cuerpo esbelto. Sin embargo, el feminismo, y fundamentalmente el feminismo latinoamericano de estos últimos años, mostró que en esa imagen no pueden mirarse la mayoría de las mujeres latinoamericanas y que es un parámetro absolutamente opresor.

La calle estará este 8 de marzo llena de raras, de cuerpos y de deseos que no encajan. Y que no quieren nunca más buscar encajar, sino todo lo contrario.

Como decía Julieta Kirkwood en los 80: “Las mujeres pasan la cuenta por la ropa sucia, la crianza de los hijos, la cautela de su siesta, el sexo sin ganas, el callarse para evitar conflictos, pero el feminismo no sólo es revolucionario por este ajuste de cuentas, lo es por su contenido y por su acto liberador: lo personal es político, queremos también libertad”.

Fernanda Sfeir | Militante - Partido Nacional

Un año más, marzo nos vuelve a interpelar como sociedad. Nos volvemos a replantear el lugar donde nos encontramos y a dónde queremos ir en términos de igualdad; cuestiones que para muchas de nosotras marcan la agenda política y la militancia diaria. Asumiendo la responsabilidad que el pueblo nos ha confiado como partido, este 8M no nos encontrará a las mujeres nacionalistas en otro lugar que no hayamos ocupado en el pasado. O sí, esta vez con el ímpetu de poder gestionar de primera mano los asuntos por los que hemos bregado tanto tiempo. Debemos preguntarnos: ¿cuál es la premisa para seguir materializando esta lucha? Sin duda alguna, la de permanecer juntas.

Hemos aprendido que muchos colores en movimiento se terminan unificando y reflejando uno solo. Justamente esto es lo que sucede y debe seguir sucediendo con las mujeres uruguayas, para así seguir conquistando nuestros derechos y libertades. Ya hemos demostrado –por ejemplo, con la bancada bicameral femenina– que cuando las mujeres, sin importar las banderas, unen sus fuerzas para solucionar las problemáticas que nos afectan, la que termina por alzarse es una: la de la sororidad.

Hemos avanzado en muchos aspectos, pero la desigualdad sigue siendo la regla y no la excepción. Mientras sigamos viviendo en un mundo donde los femicidios sean naturalizados; mientras la trata continúe siendo un negocio; mientras siga existiendo la explotación sexual de mujeres y niñas; mientras sigamos sin acceder a los lugares de decisión política y empresarial, y nuestros salarios sean negativamente condicionados por nuestro género; mientras nuestras oportunidades disminuyan en función de los kilómetros que nos alejan de las ciudades y centros poblados, seguiremos reivindicando un 8 de marzo de lucha y acción.

Magdalena Bessonart | Activista - Ovejas Negras

Este 8 de marzo, mujeres de todo el país salimos a encontrarnos, a abrazarnos y cubrir las calles con los pasos de nuestra revolución. Una vez más, esta movilización es convocada, organizada y difundida por diversos feminismos. Feminismos que con orgullo quiero afirmar que son de izquierda.

Vamos a vivir una manifestación masiva en un contexto en el que muchxs –y cuando digo muchxs hablo quizás de decenas de miles de personas, en su enorme mayoría jóvenes– no han vivido: un 8 de marzo con un gobierno de derecha.

Cuando pensamos en movilizaciones con un gobierno liderado por el Partido Nacional, con ministros que han manifestado su pleno rechazo a las luchas populares, cuando se explicitan las ansias de reprimir, cuando leemos tuits que nos amenazan, cuando existe un programa de gobierno y una perspectiva ideológica que no prioriza nuestra vida, no podemos dejar de pensar en los antecedentes que atraviesan esta historia, y sí, nos corre un escalofrío por la espalda.

Pero también sabemos qué es lo que buscan los detractores de las luchas populares, los que históricamente nos han perseguido, los que se sienten amenazados por nuestras ganas de transformar la vida y hacerla digna para todas: que tengamos miedo y que busquemos al enemigo en nuestras propias filas. Nuestra respuesta y nuestra estrategia siempre van a ser las mismas: redoblar la apuesta. Como torta feminista de izquierda, entiendo que la única forma de poder seguir transformando la realidad es la colectiva, de manera organizada y popular. Sabiendo que este movimiento, tan diverso y necesario, va a continuar cambiando el mundo de todas las personas si, más allá de nuestras diferencias internas, podemos acordar en algo: nuestros cuerpos y nuestras libertades valen más que un edificio, nuestra lucha mucho más que una ley o un cargo, y nuestras acciones y definiciones colectivas más que unos tuits. Ser feminista y de izquierda en un mundo que nos odia tiene muchas complicaciones, pero también conlleva la mayor de las satisfacciones: sabernos eternamente juntas en un compromiso a fuego con nuestra historia, nuestra soberanía y nuestras ideas, y eso es algo que ningún gobierno nos va a poder quitar.

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