Tal como advierten varias generaciones de mujeres: las sociedades han cambiado mucho y se han conquistado valiosos derechos. Las personas jóvenes conviven en grupos (y no necesariamente en parejas), se retrasa la maternidad y cada vez se vive menos como un mandato. Entre las parejas con hijas e hijos se reparten los cuidados y se comparten las tareas del hogar.
Todo esto es producto de las nuevas necesidades, pero también de la reflexión feminista que ha calado hondo en las nuevas generaciones. Sin embargo, desde el punto de vista político, hay un eslabón que urge colocar: la educación en lo doméstico y de cuidados para las generaciones más pequeñas y para todos los géneros. ¿Será posible que nada tenga que ver con nuestra identidad de género y todas las personas seamos capaces de limpiar nuestra casa, preparar alimentos, gestionar los recursos, cuidar de otros, organizar los tiempos?
A diferencia de lo que sucedió con este tipo de enseñanza a principios del siglo XX en nuestro país, la economía doméstica como disciplina fue evolucionando en algunos países desarrollados, como Alemania, Finlandia y Canadá. Con la consideración de que el hogar es el espacio en que todas las personas habitan juntas sea cual fuere el parentesco o vínculo, y que la familia tiene múltiples expresiones, las tareas domésticas y de cuidado deben cumplirse dentro de este ámbito vital por todos sus miembros, sin importar género o edad, sino más bien graduando las actividades de acuerdo a las posibilidades evolutivas. Eso justifica que la economía doméstica se enseñe en instituciones escolares y/o en espacios informales de formación. Están convencidos de que es un saber que ofrece contenidos que son transferibles a diversas situaciones, momentos y personas.
Como ejemplo de las habilidades cognoscitivas, afectivas y psicomotrices se considera la resolución de problemas, el pensamiento crítico, la observación, planificación, prevención, persuasión, interrogación, audición activa, preparación de alimentos, producción de vestimentas, metodologías de investigación, y cuidado de los entornos ambientales, entre otras habilidades. La apuesta es al desarrollo continuo de su persona como un todo en conformidad con los principios generales de responsabilidad social ante otros ciudadanos del mundo.
¿Qué es posible hacer en esta emergencia sanitaria?
El momento de confinamiento por la covid-19 puede quedar para el recuerdo caricaturizado por la inmensa cantidad de energía afectiva y disponibilidad concreta que implicó para todas las personas –en particular, para las mujeres– este tiempo de cuarentena dentro de los hogares, además de la intensificación de la convivencia del trabajo remunerado y no remunerado en un formato que nos hizo imposible eludir su dimensión.
Pero también puede ser una oportunidad para repolitizar lo doméstico y resignificar los cuidados. Quitarlo de la simbolización tradicional que fue construida en nuestra historia, como saber propio de lo privado y de las mujeres, para colocarlo como dimensión humana imprescindible de la materialidad de todo cuerpo, como recurso humano de valor que consume tiempo y como valor ético universal en tanto disponibilidad.
El confinamiento hogareño puede ser la posibilidad de emprender una valoración de las tareas asignadas a las familias, iniciar una reestructuración de los tiempos y actividades, y orientar las acciones, de las más básicas hasta las más complejas, en acciones posibles de ser enseñadas y aprendidas por cada miembro. Estamos convencidas de que las mujeres no cocinamos mejor, ni ordenamos mejor, ni cuidamos mejor por el solo hecho de ser mujeres, sino porque nos anteceden un sinfín de discursos y prácticas reiteradas que hacen que así sea. Pero ya que tenemos esa experiencia, ¿por qué no ponerlo en práctica con todos los géneros? Se trata de asumir el conflicto y superar los estigmas. Transformar la labor en dispositivo de aprendizaje duradero, que no culmine cuando termine el confinamiento, sino que perdure para que todas las personas volvamos al ruedo con nuevas responsabilidades, pero más autonomía.
La oportunidad política que entraña lo personal
La oportunidad que nos ofrece la coyuntura de dimensionar las tensiones implicadas en conjugar de manera extrema el trabajo doméstico y de cuidados (reproductivo) con el trabajo remunerado (productivo) debería replantear el lugar que ocupan estos temas para la sociedad, y en particular para el Estado, como problema objeto de políticas. Debería permitirnos pensar también en las múltiples formas en que estas tensiones tienen lugar, en diferentes configuraciones familiares y vinculares, que no necesariamente tienen lugar entre varones y mujeres.
Quedan algunas preguntas sobre la mesa. ¿Es suficiente la política de cuidados, con su desarrollo actual de casi cinco años de existencia de un Sistema Nacional Integrado de Cuidados, para aportar a una redistribución de las responsabilidades de cuidado, que hasta ahora sólo resolvían las familias o el mercado siempre y cuando pudiéramos pagarlo?
¿Qué otras formas de organización de los cuidados es posible construir? ¿Habrá experiencias comunitarias que tengan algo para decirnos en este sentido? ¿Cómo pensamos en las formas en que unas mujeres son más precarizadas que otras por su trabajo doméstico o de cuidados?
¿Qué pueden aportar las políticas de cuidados y la educativa a promover modelos de masculinidad y feminidad más flexibles y habilitadores de las prácticas igualitarias, corresponsables? ¿Qué podemos aportar quienes tienen roles profesionales o técnicos en los ámbitos de la educación y de los cuidados? ¿Y quienes cuidamos todos los días?