El junco tiene la particularidad de que, ante un viento fuerte, se dobla pero no se quiebra. Nunca se quiebra. De hecho, después de una ráfaga no sólo vuelve al mismo lugar de antes, sino que además agarra fuerza para ir hacia adelante. Ivonne Klingler se siente un poco así, como si ella y todas sus compañeras que sufrieron el terrorismo de Estado en la carne fueran juncos. “Después de vivir una situación de hostigamiento total, no quedamos estáticas o con resistencia pasiva, sino que fuimos para adelante. Lo que se llama resiliencia”, dice.

Ivonne era estudiante de Medicina en 1973 y el 27 de junio de ese año, cuando se consumó el golpe de Estado en Uruguay, fue una de las que ocuparon la facultad para oponer resistencia. Las y los estudiantes fueron desalojados y fichados dos semanas después. Unos meses más tarde, Ivonne recibió una citación para presentarse en la jefatura de Policía, pero “ante la falta de garantías”, decidió no ir. A partir de ese día, pasó a la clandestinidad. Estuvo requerida durante ocho años, en los que militó sin descanso. Un día de enero de 1982, mientras caminaba por la calle, le pidieron el documento y la detuvieron. Fue el comienzo del infierno.

Durante seis meses fue recluida y torturada en La Tablada, el establecimiento que utilizó el Organismo Coordinador de Operaciones Antisubversivas entre 1977 y 1983 como centro clandestino de detención. En junio de 1982 fue trasladada a la cárcel Punta de Rieles, un hecho que hoy Ivonne recuerda como “una experiencia absolutamente imprescindible en la vida de una persona, porque conocí la solidaridad escrita con letras mayúsculas y el cariño de las compañeras frente a lo otro, el enemigo, que estaba muy claro quién era”.

Recuperó la libertad en diciembre de 1984 y retomó su vida: terminó la carrera, formó una familia, tuvo dos hijos. Entre una cosa y la otra, también se reencontró con las compañeras ex presas, junto a quienes prometió que contaría la historia. Su historia. La de las mujeres. Ese proceso empezó a tomar fuerza en 2011, cuando 28 de ellas decidieron denunciar a más de 100 ex integrantes de las Fuerzas Armadas y civiles –como médicos y enfermeros– por la violencia sexual a la que fueron sometidas durante la dictadura. Desde entonces, hubo pocos avances: sólo se concretó un procesamiento, el del ex capitán Asencio Lucero, que no fue procesado por delitos de violencia sexual, sino por torturas. Pero la lucha para que se haga justicia continúa.

Hoy, las mujeres ex presas políticas tienen la oportunidad de seguir contando su historia gracias a Sujetas sujetadas: mujeres y memoria del terrorismo de Estado, un proyecto de la Universidad de la República (Udelar) que busca rescatar la memoria de los hechos de la dictadura desde una perspectiva de género.

Ivonne es una de las participantes. Asegura que aceptó la invitación a sumarse porque es necesario “seguir hablando de lo que pasó”, todavía hoy e incluso cuando revivirlo puede resultar muy doloroso, “para que se sepa”. Pero también porque es importante demostrar que, como los juncos, ellas pudieron ponerse de pie y seguir. No lograron quebrarlas. “Es importante que vean que, pese a las experiencias que vivimos, nos fuimos pudiendo parar despacito. Primero, en cuatro patas, después un poquito más arriba, hasta que pudimos pararnos, recobrar la estatura que teníamos antes –quizás un poquito más, por esto de la resiliencia– y salir adelante”.

Un proyecto de formación integral

Sujetas sujetadas comenzó a gestarse durante el segundo semestre de 2019, financiado por la Comisión Sectorial de Extensión y Actividades en el Medio de la Udelar, y en principio se extenderá hasta 2021. El objetivo principal es “revisitar la experiencia y la memoria de las mujeres ex presas políticas en relación con las reivindicaciones feministas actuales”, según aseguran las responsables en el blog del proyecto. Además, lo presentan como un espacio de formación integral, ya que articula tareas de enseñanza, extensión e investigación.

El proyecto está coordinado por Ana Laura de Giorgi –que está a cargo del taller Feminismos del Sur en la Facultad de Ciencias Sociales de la Udelar– y Mariana Achugar –quien dicta el taller de Comunicación Oral y Escrita en la Facultad de Información y Comunicación (FIC)–. También participan las docentes Amparo Fernández, Carla Larrobla, Ema Zaffaroni, Mercedes Altuna y Gelsi Ausserbauer.

“El objetivo es revisitar la experiencia de las ex presas políticas y también repensar cómo ellas han narrado su historia y cómo ese relato ha sido recepcionado a lo largo del tiempo y también hoy”, explica De Giorgi a la diaria, “porque una de las cosas que nos interesan es repensar la recepción de esos relatos en el contexto de un auge del movimiento feminista”. El trabajo interdisciplinario parte de la premisa de que “las dictaduras castigaron a las mujeres en su doble condición de impugnadoras del orden político y transgresoras del orden de género”.

La iniciativa pretende ser un espacio de encuentro intergeneracional entre ex presas políticas y estudiantes de los dos talleres, para promover la producción de “saberes compartidos que ponen en primer plano la agencia de las mujeres” durante el terrorismo de Estado. En ese marco, se han organizado varios encuentros para conocerse, intercambiar relatos y definir en conjunto la mejor estrategia para difundir y amplificar las voces de mujeres que hoy tienen alrededor de 70 años. Después de esos encuentros, las ex presas políticas, junto al equipo docente y las estudiantes –que son en su mayoría mujeres–, decidieron que realizarían materiales audiovisuales para hacer circular sus historias en las redes sociales. Los videos giran en torno a tres temáticas elegidas por las propias protagonistas: resistencia y solidaridad, violencia sexual, y niñas y niños presos.

El primero se publicó unos días después del 20 de mayo, día de la Marcha del Silencio, que este año fue virtual, y desde entonces se han difundido otros. Muchos todavía están en proceso de edición, y se espera que sean publicados en lo que queda del año. Hay otras ideas en paralelo, como generar materiales didácticos para realizar talleres en los liceos, por ejemplo, pero quedaron paralizadas hasta que termine la emergencia sanitaria por el coronavirus.

La transmisión de la memoria

Yoseana Fernández y Fiorella Gargaglione cursan cuarto año de la FIC y se unieron a Sujetas sujetadas apenas les llegó la información del proyecto, sin pensarlo mucho. “Hace un tiempo me di cuenta de que la historia de la dictadura no se basa sólo en los hombres, como había leído, y cuando empecé a mirar la perspectiva de la mujer apareció este proyecto. Al toque dije ‘sí, yo quiero participar’”, recuerda Fernández, de 29 años, en diálogo con la diaria. A su lado, Gargaglione, de 28, describe un proceso similar: “Me interesaba mucho el tema de los derechos humanos y una mirada de género en cuanto a la historia reciente. Cuando apareció el proyecto no lo dudé ni un minuto”.

Las edades de las estudiantes importan ya que muestran, de alguna forma, la brecha generacional que atraviesa al proyecto y que es clave a la hora de trabajar la transmisión de la memoria. “La memoria es una construcción social que se va reconfigurando en cada instancia que uno recuerda”, explica a la diaria Achugar, que además de docente e investigadora de la FIC se ha especializado en la transmisión intergeneracional de la memoria. “Los procesos de transmisión de la memoria, entonces, implican siempre una reconfiguración de esa memoria y del relato, que se van adaptando al contexto desde el que se recuerda”, agrega.

En ese sentido, dice Achugar, “el momento en el que recordamos, quién recuerda y en relación con quién, siempre va a afectar a esta construcción de la memoria o a la memoria que se produce como resultado del testimonio que emerge de ese proceso de recordar. En este caso en particular, lo que proponemos en el proyecto es generar un contexto en el que el lugar en el que se interpele ese pasado tenga que ver con el hecho de que quienes pasaron por esto son mujeres. ¿Hubo algo particular que caracterizó a la experiencia de las mujeres por ser mujeres que hace que sea diferente a la experiencia que tuvieron los varones?”.

La docente explica que, en el diálogo entre estudiantes y ex presas, surgen preguntas de las jóvenes “que vienen con otra sensibilidad y otros intereses”, y conectan las experiencias del pasado “con las experiencias que ellas tienen” hoy como mujeres jóvenes. Es en ese cruce que se genera la posibilidad de mirar los hechos del pasado reciente a través de los reclamos actuales de los feminismos.

Algo de esto pasó cuando se realizaron las entrevistas a fines del año pasado. En ese momento continuaban las protestas en Chile, y distintas organizaciones sociales denunciaban casos de abuso sexual contra mujeres por parte de funcionarios policiales. Una estudiante preguntó a las ex presas cómo interpretaban que hoy se siguiera utilizando la violencia sexual como forma de tortura. “Ahí se genera un vínculo entre pasado y presente que hace que [las ex presas] puedan conectar fácilmente lo que les pasó a ellas, porque no es algo que quedó atrás, sino que todavía hoy sucede”, explica Achugar. La docente recuerda que una de las ex presas respondió: “Tengo la obligación de seguir contando mi experiencia para que esto no vuelva a pasar, porque no puede ser que hoy siga ocurriendo”.

Otro momento “fuerte” que recuerdan las estudiantes, en el que literalmente se cruzaron las luchas del pasado con las reivindicaciones del presente, fue cuando se encontraron con algunas de las ex presas políticas en la marcha del último 8 de marzo. “La gente las rodeó, empezaron a gritar ‘milicos nunca más’ y las aplaudieron, como forma de reconocimiento de que su lucha, en definitiva, también había sido una lucha por las mujeres”, recuerda Gargaglione.

Las estudiantes pertenecen a una generación que no vivió directamente la experiencia de la dictadura y que llegó a la información en un salón de clase, a través de relatos de familiares o por la prensa. Tener la posibilidad de conocer estas historias de primera mano y establecer un vínculo “más allá de lo académico”, como el que generó llanto y abrazos durante el 8M, es una de las cosas más valiosas del proyecto, aseguran las jóvenes.

Transmitir memoria también es ese abrazo. “Toda transmisión implica prácticas de comunicación a través de las cuales circulan estos relatos”, explica Achugar. “Puede ser comunicación de distintos tipos, porque hay distintos sistemas semióticos involucrados. Por un lado está la comunicación de la anécdota, del relato a través del testimonio. Por el otro, la comunicación no verbal, del silencio, de lo no dicho, de los gestos y de prácticas a nivel familiar que no implican palabras”. Por eso, según la docente, el rol de la comunicación es “crucial”, tanto para la transmisión de la memoria como a la hora de visibilizar y difundir estas historias que surgen del encuentro entre dos mundos, porque “toda transmisión implica un ida y vuelta”.

Para las ex presas políticas se trata de “liberar la palabra”. Como explica Ivonne en uno de los videos publicados: “Liberar la palabra no es sólo poder hablar de algo que está adentro. Es poder hablar y sentir que la otra persona te va a ayudar a luchar para que eso no vuelva a pasar”.

Mujeres y revolucionarias: el doble castigo

“Las mujeres merecíamos un castigo peor porque, además de ser revolucionarias, nos habíamos atrevido a meternos en un terreno que para ellos era de hombres, en el que nosotras de ninguna manera podíamos estar. Por lo tanto, el castigo era doble y era más cruel: por revolucionarias y por mujeres”, denuncia Lucy Menéndez, otra de las ex presas políticas, en uno de los últimos videos publicados en el marco del proyecto.

“Fuimos ganando terreno, pero en principio estábamos totalmente anuladas; las mujeres no existíamos como seres luchadores y que habían dado lo mejor para salir adelante”. Ivonne Klingler

Las ex presas políticas vivieron experiencias específicas como mujeres, pero sus historias no siempre aparecieron en los relatos sobre los hechos de la dictadura. “Fuimos ganando terreno, pero en principio estábamos totalmente anuladas; las mujeres no existíamos como seres luchadores y que habían dado lo mejor para salir adelante”, dice Ivonne, y recuerda que cuando se restauró la democracia se las mencionaba “al pasar”, “pero se entrevistaba a varones”.

Ivonne Klingler, en su casa, muestra su foto publicada por la familia en los diarios tras su desaparición, en el año 1982.

Ivonne Klingler, en su casa, muestra su foto publicada por la familia en los diarios tras su desaparición, en el año 1982.

Foto: Mariana Greif

Ivonne cree que “la lucha de las mujeres fue muy invisibilizada”, en parte, con objetivos muy claros de un sector de la derecha –“porque no eran sólo las Fuerzas Armadas, sino todo un sostén civil y económico brutal que tuvieron durante todos esos años”– al que no le servía que las mujeres hablaran. “Sabían que había mucha cosa sucia y difícil de entender para la gente. Que detuvieran menores de edad, las llevaran, las violaran y les hicieran de todo porque pensaban distinto o no estaban de acuerdo con la dictadura es difícil de entender. Que detuvieran a niños, a mujeres embarazadas para hacerlas parir y después matarlas, como el caso de la madre de Macarena Gelman, no es fácil de entender”, dice Ivonne.

La violencia sexual es justamente una de las experiencias específicas que aparecen en los relatos de las mujeres. “Es un elemento que aparece en los relatos, pero que demoró en aparecer, porque es un relato absolutamente doloroso y duro, que cuesta escuchar hasta el día de hoy”, puntualiza De Giorgi. La docente recuerda que los presos políticos varones también fueron víctimas de violencia sexual, pero que no lo han contado. Por eso, quizás, “el de la violencia sexual no sea el relato hegemónico”.

El tema empezó a ganar visibilidad a raíz de la denuncia de las 28 ex presas políticas en 2011. El proceso que derivó en esa denuncia llevó dos años de encuentros entre las mujeres, con el apoyo de una psicóloga y una asistente social. “Fue muy duro, hubo una cantidad de compañeras que no pudieron seguir, lo cual es entendible, porque había que hablar de cosas muy dolorosas y había que volver a abrir heridas que habíamos tratado de cerrar durante mucho tiempo”, recuerda Ivonne.

En uno de los videos realizados por el proyecto, Nibia López asegura que los militares “tenían una gran preferencia por abusar de las mujeres y por utilizar el abuso sexual” como forma de tortura. Lucy Menéndez la complementa: “El sentido de la culpa, de la vergüenza, eso ellos lo manejaban muy claramente. Sabían que, en alguna medida, iban a contar con nuestro silencio”. Pero nunca más. Porque hablar, además de servir como denuncia pública, “es sanador”, dice Menéndez en el audiovisual. Y agrega: “Es importante que se conozca para que se den cuenta de los extremos a los que ellos llegaron en su objetivo de destruirnos desde todos los puntos de vista”.

Lo otro que aparece en los relatos de las mujeres es la maternidad: “La maternidad interrumpida por un hijo secuestrado; la maternidad interrumpida por un hijo que nació en prisión y tuvo que ser entregado a la familia; la maternidad intervenida por el juicio de la dictadura y de la sociedad también, por esta acusación de ‘malas madres’; la maternidad culposa de madres que estaban en la cárcel y los responsables de la dictadura justamente tallaban con la culpa, acusándolas de no cumplir con su rol; la maternidad cancelada de aquellas a quienes les produjeron abortos por la violencia, por la tortura o porque pasaron muchos años en la cárcel y su etapa reproductiva se les pasó”, enumera De Giorgi.

“Ellos sabían que, para la mujer, el tema de su sexualidad y el tema de la maternidad posible o futura son muy importantes. Entonces, agredirnos por ese lado implicaba algo especial”. Ivonne Klingler

“Todo eso estaba muy estudiado”, dice Ivonne. “Ellos sabían que para la mujer, y más para la mujer joven, el tema de su sexualidad y sobre todo el tema de la maternidad posible o futura son muy importantes. Entonces, agredirnos por ese lado implicaba algo especial. Yo en algún momento llegué a preferir un golpe que el toqueteo, que aparentemente no lastima y, sin embargo, lastima muchísimo más”.

Ivonne cuenta que lo primero que hacían los represores cuando llegaban las mujeres detenidas era desnudarlas totalmente, aunque siempre con la capucha puesta. “Después salías de la sesión de tortura y te llevaban a una ducha donde oías las voces de la guardia diciendo todo lo que iban a hacer contigo y valorando físicamente qué estaba bueno y qué estaba malo de tu cuerpo. Ellos sabían que todo eso te iba a hacer mella y que iban a lograr lo que ellos querían, que era destruirte como ser humano, transformarte en una piltrafa”.

Pero frente al horror, aparecen también los relatos de la resistencia entre las mujeres y la solidaridad “en letras mayúsculas” de la que habla todo el tiempo Ivonne. En ese sentido, De Giorgi cuenta cómo las actividades que las mujeres habían aprendido “por su socialización de género” se transformaron en un “refugio para la resistencia”: hacer una torta en los cumpleaños, coser el uniforme, cantar, arreglarse el pelo e incluso cuidarse afectivamente.

“La experiencia de Punta de Rieles fue esa de las compañeras con un inmenso respeto por tu persona, con un inmenso cariño y con mucha solidaridad, que no es lo mismo que ponerse en los zapatos del otro”, explica Ivonne. “La empatía sirve, pero no te saca del pozo. Si vos te tirás al pozo con el otro a abrazarlo, lo vas a consolar pero no lo vas a sacar. El tema es que estés tú un poco más arriba, para poder darle la mano y sacarlo”. Para ella ser revolucionaria, más allá de toda la fundamentación teórica y de la lucha por una sociedad más justa y libre, “es el cambio de cabeza que a nosotras nos decía que cuando había hambre la compañera que estaba al lado tuyo te daba el pedazo de comida más grande. Eso era mucho más índice de lo que era esa persona que cualquier texto o el mejor de los discursos. Eso lo vivimos mucho ahí”.

“Quienes dicen que hay que pasar la página sobre los temas de la dictadura están elaborando un presente sin respeto por los derechos humanos”. Ivonne Klingler

Consultada acerca de algunos discursos que se escucharon este año en el Parlamento sobre pasar la página de la dictadura, Ivonne repite que no es posible porque no son hechos del pasado. “En la medida en que la impunidad siga, son hechos que siguen hoy presentes. Los desaparecidos siguen hoy desaparecidos. La gente hoy sigue buscando salidas que impliquen libertad, derechos humanos, respeto hacia el otro. Quienes dicen que hay que pasar la página sobre esos temas están elaborando un presente sin respeto por los derechos humanos”.