Nadie pone en duda la capacidad movilizadora que tienen hoy en día los feminismos, que todos los años, en distintas fechas, salen a las calles para visibilizar sus luchas, reclamos, desafíos y realidades. El año 2015 fue bisagra en ese sentido, específicamente en América Latina. Si el 8 de marzo fue emblemático ese año, la masividad de las marchas del “Ni una menos” que se realizaron en Argentina y Uruguay unos meses después contra los femicidios volvió a mostrar la necesidad de mujeres y disidencias de sacar el duelo colectivo al espacio público. Poner el cuerpo. Y ponerlo ya no para levantar una pancarta o usar el mismo pañuelo en el cuello. El activismo feminista encontró en el arte, cada vez más, una manera distinta de manifestar lo político.

La escritora uruguaya y docente de Literatura Yanina Vidal empezó a rastrear en 2015 el lugar que ocupaba el arte en las mareas feministas que se movían en Montevideo. Inició así una investigación que terminó con la publicación del ensayo Tiemblen: las brujas hemos vuelto. Artivismo, teatralidad y performance en el 8M, centrado específicamente en los cruces entre estas distintas expresiones artísticas durante esa fecha. Su búsqueda hizo foco en tres intervenciones específicas: La caída de las campanas, dirigida por Hekatherina Delgado; Diez de cada diez, de Valeria Píriz; y las acciones que ha realizado el colectivo Decidoras Desobedientes.

El libro ganó el Premio Nacional de Literatura 2019 en la categoría Ensayo Inédito. Y puso el tema sobre la mesa. ¿Por qué elegir el arte como herramienta de activismo feminista? ¿Qué lo diferencia de las demás formas de manifestación y denuncia? De estas y otras cuestiones habló Vidal con la diaria.

Tiemblen: las brujas hemos vuelto es un ensayo que analiza el diálogo entre el activismo feminista y la expresión artística. ¿Cómo surgió la idea de hacer una investigación sobre este cruce?

Porque era algo que había empezado a ver con mucha frecuencia. Empecé a participar activamente en las marchas en 2015, año en que casualmente arranqué mi investigación, pero que además era un momento en que los movimientos feministas empezaron a tomar posición y poder. Lo que veía era que la movilización del 8 de marzo no era una marcha común. No era yo con un cartel o una compañera pegando fotos. Me pareció que determinadas formas de militancia o de hacerse presentes políticamente habían quedado en desuso y veía que el arte estaba allí. Lo que más me llevó a escribir esto fue que el arte estaba de la mano de muchas mujeres y colectivas que no eran artistas. De repente eran amas de casa o trabajaban en una profesión que nada que ver y, sin embargo, en el momento de hacer algo colectivo, de juntarse con otras mujeres, el arte era el canal para expresar aquello que las tenía incómodas. Eso me llamó mucho la atención, porque en la Marcha de la Diversidad, por ejemplo, no lo veía tanto. Era algo que veía únicamente el 8 de marzo: que el arte era un canal estrictamente político y de lucha.

Un concepto que recorre todo el ensayo es el de artivismo. ¿Cómo lo definirías?

Básicamente lo defino como el vínculo entre el arte y el activismo, que está sustentado por muchos factores, y creo que uno de los más relevantes es la autogestión. Las colectivas que analizo en el libro, como otras a las que hago referencia, de alguna manera han hecho su lucha política desde el arte y autogestionadas, con la ropa que tienen, con lo que consiguen. Entonces parto de ahí, desde la creación colectiva y autogestionada para una lucha política o social.

Tu investigación se basó en tres intervenciones específicas que han tenido lugar durante los últimos 8 de marzo. ¿Por qué elegiste estas tres?

Porque señalaban diferentes lugares de lucha y estéticamente planteaban algo distinto, pero a su vez había algo que las unía a las tres y tenía que ver con la ausencia. ¿Por qué las mujeres ponemos el cuerpo en una marcha o en una acción artística? Para denunciar o hacernos cargo de las ausencias. No alcanza con poner un cartel, porque el cartel no cumple una función física real concreta en el espacio. Ahora, si me involucro físicamente, con 20 mujeres más, todas nos vestimos del mismo color y planificamos los movimientos aunque no seamos artistas y hagamos lo que podamos, eso llama la atención.

“Algo que veía únicamente el 8 de marzo era que el arte era un canal estrictamente político y de lucha”.

Hay algo también que tiene que ver con esto que reivindican los feminismos de poner el cuerpo, un cuerpo que ha sido y es blanco de múltiples violencias físicas y simbólicas, condicionamientos y opresiones.

Sí. Hace un tiempo me hicieron una entrevista en la tele y me acuerdo de que una de las conductoras me preguntó “¿por qué se desnudan?, ¿cuál es la necesidad de desnudarse?”. No es un tema de que queremos mostrar las tetas porque tenemos ganas. En realidad, se trata de desnaturalizar los usos del cuerpo. ¿Por qué las tenemos que tapar, si alimentamos con las tetas y es algo natural? No estamos en la cartelería de Sí-Sí con unas gomas de plástico y tampoco estamos cubiertas como monjas. La idea es que necesitamos visibilizar el cuerpo que tenemos, sin que esté sexualizado. Y porque, también, estamos en una sociedad judeocristiana que plantea que el cuerpo es parte del pecado y que por eso hay que taparlo y cubrirlo, y hay que hay que romper con ese peso.

Iniciaste la investigación en 2015, un año que marca un antes y un después en el activismo de los feminismos en América Latina en general y en Uruguay en particular. ¿Qué pasó en materia de artivismo feminista a partir de ese año?

Una de las colectivas, Decidoras Desobedientes, viene trabajando desde hace muchos años. Empezaron a laburar con teatro espontáneo y después se tiraron a algo mucho más performático y a pensar las prácticas en fechas importantes como el 8 de marzo, el 25 de noviembre o, de repente, en solidaridad con algún otro colectivo en alguna otra fecha. Pero era algo que se veía de forma lejana o que se manifestaba de forma muy sutil, por ejemplo, decidir ponerse todas un pañuelo violeta. En 2015 empiezo a hacer un rastreo y veo que se empieza a repetir esto de poner el cuerpo. En 2017 ya era impresionante la cantidad de gente que había. Ahí fue cuando realmente vi que era algo colosal. Ese año, mientras caminaba hacia el lugar donde comenzaba la marcha, vi que agrupaciones de danza invitaban a juntarse en tal esquina, mujeres murguistas en otro punto, mujeres del audiovisual en otro lado, mujeres del candombe en otro. Entonces empecé a ver que las colectivas de diferentes disciplinas se empezaron a organizar y a manifestarse desde lo físico, porque ya no alcanzaba con llevar una pancarta o repartir un papelito. Era un “vamos a juntarnos y armar algo desde lo que sabemos hacer, desde lo que nos une, la disciplina, la profesión o lo que sea que compartamos”. Ahí fue cuando empecé a ver que el vínculo con el cuerpo era mucho más comprometido, porque era más visible. Creo que esa es la gran impronta del 8M y de cualquier manifestación feminista, no sólo en Uruguay. Poner el cuerpo es algo bien relevante de esta lucha que no se da en otras.

¿Por qué los colectivos feministas apelan a la performance artística para reivindicar sus luchas? ¿Qué herramientas específicas ofrece esta forma de manifestación, que no está presente en otras?

Porque tiene menos ataduras teóricas o formativas. Vos podés estudiar cómo hacer una performance con un artista europeo y estar cinco años en una cátedra intentando hacer eso, pero en realidad tiene esa cuestión de la espontaneidad y de la libre creatividad. Entonces la perfomance es elegida, primero, porque está el compromiso físico corporal, y segundo, porque no tenés que ser una profesional. En tercer lugar, porque la performance, en estos casos, es un evento de gran impronta política y un arte de emergencia. Un ejemplo es el de las alertas feministas: no hay tiempo, como cuando se prepara un 8 de marzo, para ensayar, organizarte, crear un libreto. Sería inverosímil. Pero si nos enteramos de que hubo un femicidio ahora, agarramos lo que tenemos y ocupamos el espacio público como podemos.

¿Qué rol adopta la espectadora o el espectador en este tipo de performances que tienen lugar en el espacio público? En el libro asegurás que no se trata de un público “pasivo”. ¿De qué manera participa?

Primero, participa en la medida en que es un público que va potenciando la performance. Por eso también ese tipo de cosas se hace en lugares de tránsito elevado, como en el Centro, y no se hace, de repente, en un barrio periférico. El rol del espectador es súper importante, porque hace que haya una retroalimentación entre el hecho artístico y quien está mirando. A veces la performance se potencia porque la espectadora o el espectador se involucran en el hecho, es decir que lo precisan para continuar. Si nadie te ve, queda complicado. Por eso se trabaja en esos espacios con mucha gente y por eso también [la avenida] 18 de Julio es el gran escenario del 8M. El espectador es importante en la medida en que permite el desarrollo de la performance, pero a su vez tenés un espectador que a veces no se puede quedar pero te vio o vio lo que hacés, y después entra a las redes sociales y lo ve, o lo ve en alguna noticia, o ve alguna fotografía, entonces permite después hacer un relato de todo eso. Además, son acciones que no se hicieron una sola vez, sino que se hacen cada tanto tiempo en el año, en fechas claves, entonces también se va manifestando un diálogo con la sociedad. Hay personas que ya identifican cuáles son esas acciones, ya saben lo que significa y capaz que nunca fueron a una marcha, pero conocen de su existencia.

¿Qué papel juegan las redes sociales en todo esto?

Las redes sociales lo que hacen es visibilizarlo y potenciarlo. Empecé mi investigación desde las redes sociales. Me acuerdo que en 2015 el 8 de marzo fue un domingo, había ido a la feria de Tristán Narvaja y cuando llegué a mi casa abrí el Facebook y vi fotos de lo que estaba pasando. Allí me di cuenta de que las cosas habían cambiado. Además, muchas de estas acciones son convocadas por redes sociales, entonces las mujeres que se unen son mujeres que se vinculan con las redes sociales. Y la prensa más hegemónica no le da mucha pelota a ese tipo de cosas, entonces la única forma que tienen los colectivos de visibilizar lo que hacen es por las redes sociales.

“Poner el cuerpo es algo bien relevante de la lucha feminista que no se da en otras”.

Te hago una pregunta que vos misma planteás en el ensayo: ¿es posible pensar en una “estética feminista” cuando hablamos de artivisimo?

Creo que sí, es posible pensar en una estética feminista, y no es una pregunta que haya cerrado en el libro y que en realidad la pienso constantemente. Primero es ir a nuestro axioma más grande, que dice “lo personal es político”. Tiene que ver con abrir las ventanas de la intimidad, y no me refiero a lo que hacés vos puertas para adentro, sino al convivio de nuestro rol en lo social. Interrogarse también cómo soy como amiga, cómo soy como profesional y en qué medida, dentro de esa intimidad, soy política. También mostrar ciertas cosas que tienen que ver con algo que nos atañe a nosotras y que siempre ha sido oculto. Me acuerdo de que en febrero di una charla en la que empecé contando una anécdota que tenía que ver con la menstruación. Estaba en primero de liceo y una compañera se puso a llorar porque el abuelo o la abuela se estaban por morir. Ella se fue y un compañero de clase dijo “debe estar menstruando”. Teníamos 12 años. Entonces se arma una fantasía, una cosa tan distante y tan lejana de lo que nos pasa, que ¿cómo para el otro no va a ser una especie de universo desconocido? La menstruación es algo que nos pasa todos los meses y si me pongo a llorar es porque me pasan un montón de cosas más, no voy a estar llorando todos los meses porque estoy menstruando. Hay cierto ocultamiento de lo natural, y la estética feminista viene a desocultar lo que tiene que ser visible. Es mostrar lo que es cotidiano, lo que es de nuestro universo, y que sea algo de todos los días. Y hay otra cosa, que es que a veces estamos muy pendientes de la deconstrucción y de no seguir determinados roles o parámetros. Hace un año fui a un taller de escritura con la poeta trans argentina Susy Shock y ella nos decía: “Nosotras las trans, las travas, tenemos diferentes momentos de deconstrucción. Ustedes están en contra del amor romántico, pero nosotras estamos desesperadas por el amor romántico. Estamos deseando que venga un tipo con los huevos bien puestos y nos agarre de la mano mientras caminamos por la calle”. Hay como un señalamiento y se juzga o prejuzga a mujeres que todavía seguimos con determinados mandatos que no hemos podido romper o que, en realidad, somos así, vivimos así y preferimos hacer la lucha desde otro lugar. Me parece que cada mujer, como decía Susy Shock, tiene su tiempo. Cada lucha social tiene su tiempo, y quizás vos no querés el amor romántico pero hay gente que lo quiere y lo necesita. Entonces también hay que pensar en que estamos todas en un tiempo distinto, con una lucha distinta, aunque queramos salir todas juntas a la marcha el mismo día. Hay batallas personales que son sumamente íntimas y son las que hay que poner en el lenguaje.

Una de las performances feministas más populares del último tiempo fue Un violador en tu camino, del colectivo chileno Lastesis, que trascendió fronteras y fue replicado por mujeres y disidencias de distintos países y edades, en múltiples idiomas, para denunciar las violencias machistas. ¿Cómo analizás su impacto? ¿Marcó un antes y un después?

No sé si marcó un antes y un después, lo importante a destacar ahí es que hubo una solidaridad masiva con Chile, porque esa performance surgió en el peor momento posible en ese país. Segundo, una de las cosas claves que tiene esa performance, a diferencia de otras, es la musicalidad. Es una letra fácil que te aprendés en un rato y que sirve para casos de emergencia. Tiene esa cosa del momento, de lo instantáneo, de lo rápido, entonces fue muy efectiva. A mí me impactó muchísimo la performance hecha por unas legisladoras en Turquía. Es sumamente fuerte porque la hicieron golpeando la mesa y cantando sentadas, porque si te parás o si lo hacés en la calle vas presa. Entonces pienso cómo lo musical penetró las diferencias culturales, en una cultura recontra machista como la turca. Esta performance potenció las acciones feministas, potenció el vínculo con el cuerpo y rompió con lo cultural, porque llegó a la sociedad más machista y a la más liberal. Pero, sobre todo, lo que potenció Lastesis es que a las chicas se les pedía ir vestidas como van a bailar habitualmente, ocasiones en que a veces nosotras somos las culpables del deseo del otro. Incluso la canción misma cuestiona justamente a ese otro que te mira y presupone. Lo que potenció fue que se dio en un momento clave de la política de Chile y hubo una gran solidaridad con el pueblo chileno y con las mujeres chilenas, que además estaban siendo objeto de violencia por parte de los Carabineros. Fue la mayor forma de solidaridad que yo había visto desde el feminismo hasta ese entonces. No sé si marcó un antes y un después, porque esto del vínculo con lo físico viene de mucho antes. Pero lo que hay que destacar de esa acción es que rompió las barreras culturales por completo.

¿Cómo pensar los artivismos feministas en el futuro?

En estas acciones artísticas se piensan o se ven mujeres con cuerpos hegemónicos muchas veces. Entonces, una de las cosas que me faltaron en el libro, y que trato de decir cada vez que doy una charla o que trabajo con algún colectivo, es pensar en una forma activista mucho más inclusiva. Esto no lo vi tanto con las feministas, pero sí, de repente, cuando vi acciones de animalistas, por ejemplo, que trabajan con niños. Y también pensar en cómo involucrar desde el activismo otras corporalidades, y con esto me refiero a cosas como qué pasa cuando levanto un cartel y hay una persona que está en silla de ruedas que no lo va a leer nunca, o una persona con baja visión o que no ve. Algo en lo que hay que ser cuidadosas y cuidadosos a la hora de pensar en los activismos es justamente pensar en la pluralidad. Porque siempre estoy pensando en uno que es igual a mí, que me va a ver, me va a escuchar. Entonces hay que estar alertas a ese tipo de cuestiones y pensar que mi corporalidad no es la única y que mis usos del cuerpo no son los únicos, sino que hay múltiples y diversos. Es imposible abarcar todo, pero hay que pensar en cada día abarcar un poco más. Lo mismo cuando hay intervenciones que apelan a un nivel intelectual y económico que no todo el mundo tiene. Pienso, por ejemplo, en la intervención basada en el libro El cuento de la criada, de Margaret Atwood. Una persona que por ahí no terminó la primaria o es analfabeta no creo que sepa quién es Margaret Atwood. Visualmente es divino, pero nadie entiende el mensaje. Pensar en un público intelectualizado me parece que no es arte político, en la medida en que vos tenés que salir a explicar las cosas. No estoy juzgando, sino invitando a interrogarnos y a pensarlo: ¿quiénes entendieron mi performance y por qué?

Tiemblen: las brujas hemos vuelto. Artivismo, teatralidad y performance en el 8M, de Yanina Vidal. Montevideo. Estuario, 2020. 179 páginas.