“Deseamos este libro hace años, lo imaginamos en distintas conversaciones. No podríamos decir desde cuándo, pero podemos recordar algunos momentos que se iban reiterando. Cada vez que al terminar la marcha del 8M nos quedábamos horas y horas viendo las fotos desde los celulares, comentando entre nosotras, mandando a otres las que más nos gustaron, las que las registraron o las que nos hicieron llorar de emoción, pensábamos en tener las fotos en una compilación”.

Así empieza el prólogo de Feminismos en las plazas, las calles y las camas, un libro que precisamente materializó ese deseo al recopilar fotografías de manifestaciones feministas que se realizaron en Montevideo entre 2015 y 2020. Incluye capturas de distintos 8 de marzo, alertas feministas, intervenciones por el 3 de junio y marchas por el 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer.

La elección del período no es casual: 2015 fue un año en el que los feminismos latinoamericanos volvieron a sacar sus reclamos a las calles. Las movilizaciones por el #NiUnaMenos convocadas el 3 de junio de ese año en Argentina para denunciar los femicidios marcaron un punto de inflexión en ese sentido. Unos meses antes, en Uruguay, la necesidad de salir a repudiar la violencia machista había derivado a fines de 2014, durante el Primer Encuentro de Feminismos, en la creación de la alerta feminista como herramienta de duelo y denuncia ante cada nuevo femicidio.

El libro fue editado por el colectivo Minervas y presentado a fines de febrero, pocos días antes de que se celebrara otro Día Internacional de la Mujer. Todas las fotos que aparecen impresas a lo largo de las 63 páginas pertenecen al colectivo de fotógrafas y fotógrafos Rebelarte.

En todas hay mujeres: mujeres que sostienen pancartas contra la violencia machista, mujeres que realizan performances, mujeres que leen proclamas, mujeres que cantan, mujeres que gritan, mujeres que se agarran de las manos, mujeres que alzan los puños, mujeres que se abrazan. Hay niñas, jóvenes y mayores, algunas con pañuelos en los brazos, otras con pintura violeta en la cara. Hay objetos que se reiteran, como tambores, megáfonos, carteles, fuego.

“Ver las fotos nos reafirma lo que hemos ido aprendiendo. Resignificamos estar en la calle, resignificamos las formas de procesar nuestros duelos e hicimos explotar la división público-privado”. Siboney Moreira y María Noel Sosa, de Minervas, en el prólogo.

La compilación refleja la diversidad de formas de habitar las calles que el movimiento feminista desplegó durante el último tiempo en el centro de la ciudad. También deja estampados en el papel los rituales que los feminismos practican en cada marcha, intervención artística o concentración, como la lectura colectiva de las proclamas o los “abrazos caracol”.

“Ver las fotos nos reafirma lo que hemos ido aprendiendo. Resignificamos estar en la calle, resignificamos las formas de procesar nuestros duelos e hicimos explotar la división público-privado”, dice el prólogo. “Ese espacio amplio de la ciudad ha sido lugar para nombrar aquello que ya no toleramos, porque no estamos dispuestas a dar ni un paso atrás”.

“Quisimos embarcarnos en el desafío de intentar recuperar un fragmento de nuestra memoria; aquella que habitamos, que cotidianamente construimos y reinventamos”. Siboney Moreira y María Noel Sosa, de Minervas, en el prólogo.

Hacer nuestra memoria

Detrás de la publicación está la voluntad de “poder poner nuestra propia voz” y plasmar el “despliegue del movimiento feminista en la calle” para “hacer memoria”, dijo a la diaria la fotógrafa Lucía Surroca, integrante de Minervas y de Rebelarte, y una de las compiladoras. “Quisimos embarcarnos en el desafío de intentar recuperar un fragmento de nuestra memoria; aquella que habitamos, que cotidianamente construimos y reinventamos”, explica Minervas en el prólogo. Una memoria feminista y colectiva que “condense” los “sentidos y afectos que tejemos y que circulan entre nosotres” y “que se reactualiza con cada gesto descubierto al volver una y otra vez sobre la misma foto”.

Hay también una intención de que sea un registro histórico. Es decir, que además de permitir volver a habitar hoy lo que pasó ayer, sea referencia para las que en el futuro quieran conocer las formas en que se expresaban sus antecesoras. “Siempre nos dijeron que estábamos huérfanas, que no hubo ninguna antes que nosotras, y la idea de dejar estos registros tiene un poco que ver con eso también”, aseguró Surroca. “No sólo poder compartir entre nosotras y nosotres qué es lo que venimos haciendo”, explicó, “sino también pensando en que van a venir otras y otres y es otra forma de decir que existió todo esto, para conocerlo, tomarlo, apropiarse y resignificarlo”.

Además de hacer memoria, la idea es “ir ordenando ciertas cosas”, puntualizó Daniela Massa, quien también integra Minervas. En ese sentido, dijo que a medida que se avanza en el libro se puede notar “cambios” o “novedades” en las formas de movilizarse de los feminismos. “A lo que va pasando el tiempo nos vamos encontrando de manera diferente, habitamos diferente la calle, y eso queda visto en el libro”, consideró la activista.

Un elemento que aparece en ese proceso es la presencia de las niñas y los niños, por ejemplo. “Eso es una potencia que hemos ido construyendo entre todas y entre todes. En nuestras movilizaciones, las niñas y los niños son parte, son sujetos, son personas políticas, quieren ir a las marchas, quieren movilizarse, lo hacen con nosotras y nosotres y están presentes ahí, y eso es algo que en ese recorrido cronológico se puede ir viendo”, explicó Surroca.

A medida que aparecen las infancias en las manifestaciones, también disminuye la presencia de varones, una característica que responde a un debate dentro del movimiento. “Encontramos fotos del comienzo, de 2015, donde hay una presencia de algunos varones, algo sobre lo que el movimiento también ha ido tomando definiciones, y se ve a través de las imágenes”, explicó la fotógrafa.

Minervas presentó el libro en el marco del 8M para confirmar “que estamos juntas, que tenemos las ganas y la potencia de juntarnos, organizarnos y hacer cosas muy potentes, cada colectivo en particular y el movimiento feminista en general”.

Presentación del libro del Colectivo Minervas.

Presentación del libro del Colectivo Minervas.

Foto: Natalia Rovira

La memoria escrita

Se trata de un libro de fotografías pero, entre una y otra, aparecen además distintos textos que han acompañado esos momentos de lucha en las calles.

El primero es “Tiemblen”, un texto escrito en verso en 2015 por Tamara Tabárez, de Minervas, que es prácticamente una lista de lo que el patriarcado históricamente talló o intentó tallar en los cuerpos de las mujeres y las disidencias. “Nos acosaron, nos violaron, nos despedazaron, nos hicieron botín de guerras”. “Nos apedrearon, nos incendiaron, nos dispararon, nos mataron de 1.000 modos”. “Quisieron cercenar nuestra sexualidad y nuestros placeres, nuestros amores, nuestras alegrías”. Sin embargo, no tuvieron en cuenta que las mujeres y las disidencias resistirían. O como escribe Tabárez: “No supieron que cada día renacemos, que somos una, que somos miles, que cada dolor nos ha hermanado, de pura bronca, de puro amor”. Al final de cada estrofa, aparece la advertencia: “Tiemblen, que las brujas hemos vuelto”.

La antesala escrita de las fotografías de 2017 es el texto del llamado a la huelga feminista del 8M en Bilbao, España. Ese fue el año en que se convocó al primer Paro Internacional de Mujeres, que fue amplificado por los colectivos feministas también en Uruguay. “A la huelga diez, a la huelga cien, a la huelga madre ven tú también”, repite la convocatoria; “a la huelga cien, a la huelga mil, yo por ellas, madre, y ellas por mí”.

Un fragmento de la columna de Minervas “Adentro de la caracola hay mar”, escrito por Mariana Menéndez y María Noel Sosa, inaugura las imágenes de 2018. En el texto, publicado en el portal Zur unos días antes de aquel 8M, las autoras dicen que las movilizaciones “son y quieren ser una caja de resonancia, como las caracolas, para atrás y para delante, donde lo viejo y lo nuevo componen un espiral complejo, donde el eco tiene posibilidad de expandirse en el paro y más allá de él”.

El relato de 2019 habla de los rituales, esas prácticas que los feminismos tienen “porque con ellos vamos creando un mundo nuevo que además de materializarse necesita simbolizarse”, dice Sosa en la columna, también publicada en Zur. Pone como ejemplo las alertas feministas, uno de los rituales “en los que nos miramos como mujeres en lucha, en los que elegimos hacer un duelo de modo distinto, en los que cuestionamos al patriarcado (y sus instituciones) y desafiamos la impunidad al tiempo que retejemos otros lazos que sostienen nuestra cotidianidad”.

El libro cierra con una foto del 8M de 2020, que tiene como protagonista a una bebé que –con pañuelo violeta en el cuello– está sentada en el asfalto al frente de aquella marcha por 18 de julio. La última marcha masiva que recorrió ese suelo. El texto elegido para ese año es justo un fragmento de la proclama de la Coordinadora de Feminismos de esa jornada que, a poquitos días de la llegada de la pandemia a Uruguay, consignaba: “En tiempos de rebeldía, despatriarcalizamos la vida”.