“Lo esencial para lograr una sociedad menos machista es un cambio cultural, eso lleva mucho tiempo. Se logra trabajando con los niños desde muy pequeños”, afirmó Clyde Lacasa, co-coordinadora de la Red Uruguaya Contra la Violencia Doméstica y Sexual (RUCVDS). Para lograrlo, son necesarias las organizaciones que posicionan el cambio cultural del lugar de los varones y las mujeres en una sociedad que es machista y patriarcal. “Cuantas más organizaciones de varones existan y muestren que el cambio es posible, el cambio se puede hacer”.

Dentro de esas de organizaciones, se encuentra el Centro de Estudios sobre Masculinidades y Género (CMASG), que trabaja específicamente con hombres que ejercen violencia de género. Fernando Rodríguez es psicólogo y coordinador del programa de atención a hombres que deciden dejar de ejercer violencia. Explicó que es un servicio que tiene la División de Asesoría para la Igualdad de Género de la Intendencia de Montevideo (IM). Por convenio de trabajo, con licitación mediante, el programa lo lleva a cabo el CMASG, que es una asociación civil.

Comentó que en los últimos años se ha empezado a promover activamente desde organismos internacionales y organizaciones de trabajo por los derechos de las mujeres, niñas y niños, el trabajo con varones. Aunque esto está en las comisiones internacionales desde hace más de una década, el enfoque de trabajo con varones para que tomen la responsabilidad de cambio es muy reciente.

Apuntó ‒a título personal‒ que entre los últimos cinco o siete años hubo un cambio de paradigma en Uruguay. Las personas que trabajaban con las mujeres en situaciones de violencia de género pasaron a pensar que también es necesario trabajar con los varones. “Además del trabajo con las mujeres, que es imprescindible, hay que hacerlo con los hombres. Para ambas estrategias tiene que haber espacio, presupuesto y defensa para poder llevarlo adelante”, manifestó Rodríguez.

Lacasa comentó que la RUCVDS trabaja de forma coordinada entre las distintas organizaciones que la integran, incluido el CMASG, que es la única que trabaja con varones. Puso como ejemplo una situación en que una de las organizaciones está atendiendo a una mujer y saben que su pareja varón se atiende en el CMASG; en ese caso las organizaciones se comunican y coordinan con los técnicos los aspectos que están trabajando, para ver la evolución.

Rodríguez agregó que ellos hacen seguimiento con las parejas y exparejas de forma telefónica, para ver los niveles de riesgo, porque “proteger a las víctimas es el objetivo principal.” De eso se encarga una persona del equipo técnico del centro de estudios que no es facilitador de grupo. “Los que realizan esta tarea tienen una formación específica para determinar niveles de riesgo. Si los derechos de la pareja o expareja están siendo vulnerados, se le facilita información para que se ponga en contacto con algún dispositivo que trabaja con mujeres”, contó el psicólogo.

El programa funciona por medio del trabajo en grupo, tiene dos horas de duración y se lleva a cabo todos los lunes. Junto al grupo trabajan dos facilitadores, un varón y una mujer. Rodríguez aclaró: “La terapia en grupo es el nivel uno del tratamiento. Hay otros niveles de trabajo donde se puede hacer terapia individual u otras opciones. Ahí se va a poder seguir mejorando lo que se trabajó en el grupo”.

Todos los participantes tienen que pasar por un par de entrevistas previas donde se hace una evaluación del riesgo y se toman datos personales, para evaluar si cumple con las condiciones para integrarse al grupo. Es un requisito importante reconocer que se ejerce violencia y tener el deseo de aprender a resolver esas conductas de forma saludable. Por lo tanto, llegan algunos hombres por su propia voluntad, derivados por psicólogos, asistentes sociales o por el Ministerio de Desarrollo Social. Son varones que no tienen denuncias ni medidas cautelares impuestas.

También llegan muchos varones, aproximadamente la mitad, con medidas cautelares y derivados por la Justicia. “Esto es a modo orientativo, porque tienen que pasar por la entrevista; no porque los mande la Justicia tienen que entrar sí o sí”, aclaró el coordinador. Los hombres que llegan tienen que reconocer que ejercen violencia y estar dispuestos a trabajar en ello; si no lo hacen, se informa a la División de Asesoría para la Igualdad de Género y ellos delegan al juzgado que corresponde.

La primera herramienta que se da a los asistentes es respetar los espacios para hablar: cuando alguien tiene la palabra, pedir permiso, esperar que el otro termine para empezar a hablar y que no se transforme en una cuestión de que hable el que lo haga más fuerte. La siguiente herramienta es el compromiso con el otro y con uno mismo de hacer un cambio. Luego se plantea la estrategia del retiro ante una situación de fricción, que consiste en irse del lugar durante una hora y generar un momento de conexión con uno mismo y bajar la tensión.

“En general, la estrategia del retiro a los hombres les sorprende mucho”, señaló el psicólogo, porque los hombres no están entrenados para, en situaciones de tensión, tomar la decisión de irse sin generar conflictos. “Se entrena para que los hombres entiendan que no tiene sentido ese camino, que la violencia puede tener riesgo de vida tarde o temprano, y así generar estrategias saludables”, dijo Rodríguez.

El problema de la deserción

El trabajo que se lleva a cabo en el programa se basa en el modelo Cecevim. Según Rodríguez, es una metodología que se lleva adelante en el mundo desde hace alrededor de 30 años, con modificaciones sistemáticas y revisiones continuas por quienes se formaron en ella. El creador del modelo es el doctor mexicano Antonio Ramírez. Una de las estrategias del programa se basa en estar en contacto con Ramírez para consultarle sobre situaciones que lo ameriten.

Los facilitadores que trabajan con el grupo están capacitados específicamente en la metodología Cecevim y todos los años asisten a instancias de reunión en México con Ramírez y otros grupos que hacen el mismo trabajo. “Hay una revisión continua para ajustar la metodología, considerando que es un trabajo que se hace sobre una dinámica de trasfondo cultural. Por lo tanto, en la medida en que pasan las décadas y de acuerdo a la sensibilización de la población, el cambio en las leyes y las políticas públicas que se han implementado, se van haciendo transformaciones” explicó Rodríguez.

La IM, a través de una licitación, requiere que los facilitadores sean profesionales con licenciaturas dentro del área de las ciencias sociales, la salud o la educación. Además, todos están capacitados en temáticas de abordaje de situaciones de violencia de género y para el trabajo con varones y masculinidad, que es la especialidad del centro de estudios. Consultado sobre qué tipo de masculinidad intentan construir desde el programa, Rodríguez respondió: “Se busca generar una masculinidad más sensible, más saludable, en el sentido de generar vínculos no violentos, y que sean hombres más autónomos que puedan medir qué consecuencias van a tener sus acciones”.

El principal objetivo es detener la violencia, sobre todo la física y sexual, más allá de que todas las violencias son igual de importantes para trabajarlas y detenerlas. “Si bien es posible lograr cambiar comportamientos violentos, es muy difícil erradicarlos de raíz”, reconoció el psicólogo. Dijo que “el modelo parte de una concepción de que todos los hombres ejercen violencia cotidianamente hacia las mujeres por cómo se han constituido subjetivamente en la cultura en que viven”. Aclaró que “no todos los hombres le pegamos cotidianamente a la mujer, ni ejercemos violencia sexual. Pero sí ejercemos violencia a nivel psicológico, quizás de forma más sutil. Eso es más cotidiano que suceda”.

A nivel internacional, los distintos dispositivos de trabajo con varones no tienen un buen nivel de adhesión. “Acá en Montevideo no hay una sistematización que nos pueda dar un número exacto, pero el porcentaje es bajo”, lamentó Rodríguez. La principal causa es que hay una alta deserción: son pocos los hombres que cumplen con todo el proceso, que lleva 24 encuentros, seis meses si van todas las semanas. La mayoría de los que pasan la mitad del proceso lo terminan, y esos son los que más herramientas se llevan.

“Si tenemos la pretensión de que alguien que pase por el servicio salga con un diploma que diga que no va a ejercer violencia durante toda su vida, es la peor mentira que nos podemos hacer, sería fracasar seguro”, afirmó Rodríguez. Agregó que “el éxito de estos programas es que existan, que vengan hombres y que algunos tengan una transformación significativa de su vida que implique mayor bienestar para ellos y su entorno”.

A la hora de criar hijos varones, tener un varón saludable como modelo a seguir es importante para que la violencia no se siga repitiendo de generación en generación. Es un proceso micro que apunta a lo macro: el objetivo final es la transformación hacia una cultura de paz. “Por supuesto que no lo vamos a lograr sólo con el grupo de la IM, pero aporta su granito de arena y es significativo para conseguir esa transformación”, planteó el psicólogo.

Aseguró que se han tomado medidas para lograr una mayor adhesión al programa, como que la atención comience desde la primera llamada telefónica. “Hay una compañera del centro de estudios que recibe las llamadas telefónicas y coordina con los hombres. Desde ese lugar ya está haciendo una intervención para que el hombre se comprometa, desde cómo lo escucha y le habla. Desde el vamos se genera un compromiso con el que solicita el servicio, se hace hincapié en que va a ocupar un lugar que otro está necesitando, que lo aproveche. Eso nos ha dado mejores resultados”.

Destacó que la principal herramienta para lograr bajar la deserción es “un grupo fuerte”, en el sentido de que sea respetuoso y trabaje en serio. La función de los facilitadores de grupo es tratar de que el grupo funcione casi de manera autónoma, se busca que los hombres aprendan a generar autónomamente su equilibro y no dependan de la asistencia de un psicólogo ni de un médico. Sin embargo, señaló que no todos los hombres se sienten cómodos con este modelo de trabajo; por lo tanto, tienen que haber diferentes estrategias.

Cuando un hombre deja de ir al programa no hay un mecanismo de ir buscarlo para que vuelva, porque “eso sería ponerse a su servicio”. Reforzaría ese poder patriarcal de decir “yo hago lo que quiero y que los demás estén a mi disposición”, dijo Rodríguez, y señaló que lo importante es estar de igual a igual y que sea la persona la principal involucrada en su transformación. Si ven que alguien abandona y hay una pareja o expareja en riesgo, se toman medidas de prevención: “Nosotros reportamos a la División de Asesoría para la Igualdad de Género y desde ahí se gestiona y se toman las decisiones que correspondan” explicó.

Las consecuencias de la pandemia

Por otro lado, Lacasa manifestó que uno de los daños colaterales que implica la reducción de la movilidad por la pandemia es la exposición más prolongada de mujeres y niñas a varones violentos. “El momento del ‘quedate en casa’ fue el más complicado, las mujeres y niñas ya no podían ir a buscar ayuda a lugares como la escuela, policlínicas, hablar con algún técnico”. A raíz de esto, apuntó en contra de los números del Ministerio del Interior que señalan una baja en los delitos de violencia de género. Según la coordinadora, “quizás los números de denuncia pueden haber bajado, pero es lógico que si no puedo salir a la calle no puedo ir a hacer la denuncia”.

Rodríguez contó cómo se adaptó el programa para trabajar los problemas que puede traer el encierro por la situación sanitaria. Durante varios meses se suspendió el trabajo en grupo y, para compensarlo, se hizo un seguimiento individualizado por parte de los psicólogos a través de llamadas, con el objetivo de saber cómo estaban llevando el encierro.

Además, quedaron aproximadamente 50 hombres en lista de espera. Pero cuando bajaron los casos de covid-19 en 2020 y se pudo volver al trabajo en grupo, fueron incorporados todos los que estaban en espera. El retorno fue con todos los protocolos sanitarios, se dividió el grupo en dos y se pasó a trabajar los lunes y los martes. El coordinador destacó que, como se hicieron las cosas “muy bien”, no hubo focos de contagio.

Con el crecimiento de casos de coronavirus que ha habido desde marzo, en la semana previa a Turismo se tomó la decisión de suspender el grupo. Se pasó a hacer un seguimiento a través de entrevistas presenciales, con una mampara protectora y tapabocas y sin que los usuarios se crucen entre sí. Se hacen tres entrevistas para lograr que no se alejen del dispositivo y evitar situaciones de riesgo o de vulnerabilidad. “En el momento en que se pueda volver a la presencialidad intentaremos volver a la forma de trabajo original; mientras tanto, usaremos las estrategias artesanales que esta situación nos demanda a todos y todas” aseguró Rodríguez.

El programa no instrumentó herramientas psicológicas en función de las consecuencias de la covid-19. Rodríguez explicó que “la pandemia no la ponemos nosotros sobre la mesa, lo hacen los propios varones. No es necesario cambiar la metodología para hablar de la pandemia, porque todo el tiempo estamos hablando de la cotidianidad. Diría que metodológicamente no es necesario introducir herramientas nuevas”.