La pretensión de neutralidad e imparcialidad en la ciencia ha hecho que, en el imaginario social, la práctica científica sea concebida como una suerte de territorio inocuo que hace “ciencia por la ciencia”. Desde mitades del siglo XX, sin embargo, a partir de la impugnación de la noción de neutralidad, el sexismo en la cultura científica ha conseguido incorporarse a la discusión. Picture a Scientist invita a reflexionar sobre la subrepresentación de las mujeres en la ciencia y, sobre todo, a analizar cuáles son los fundamentos epistémicos que han sostenido y sostienen las inequidades. La película fue parte de la selección del Festival de Cine de Tribeca 2020, fue exhibida en numerosos eventos y debates en distintas universidades del mundo, y actualmente está disponible en Netflix.

El documental, dirigido por Ian Cheney y Sharon Shattuck, presenta las historias de tres mujeres científicas de distintas edades, etnias e instituciones: la bióloga Nancy Hopkins, la química analítica Raychelle Burks y la geóloga Jane Willenbring. Tres mujeres que, para construir su carrera, tuvieron que “aguantar” abusos y atravesar formas de la violencia de género y racista mucho más comunes en la ciencia de lo que la mayoría quiere admitir.

Jane Willenbring trabaja en geociencia. Se dedica a investigar cómo se relaciona el cambio del paisaje en las zonas costeras con el cambio climático. Camina junto a su pequeña hija, que la observa admirada. Sin embargo, Jane aún sufre cuando escucha que la niña quiere ser científica. En 2016, presentó una denuncia formal acusando a su mentor de doctorado, David Marchant, de haber abusado de ella durante un trabajo de campo en la Antártida 17 años antes. Era la única mujer entre cuatro investigadores y, desde que llegaron a la Antártida, Marchant comenzó a hostigarla: la llamaba con apodos humillantes, le arrojó piedras cuando tenía que orinar, y cenizas y fragmentos de vidrio a los ojos. En ese momento, Willenbring sintió que debía aguantar porque su futuro dependía de su mentor. La búsqueda de la justicia comenzó 17 años después. Diecisiete años tuvieron que pasar para que Jane pudiera escribir su testimonio y relatar los abusos a los que fue sometida. Marchant, quien ha negado las acusaciones, fue despedido de su cargo en la Universidad de Boston en 2019.

La bióloga Nancy Hopkins, catedrática emérita del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), se ha dedicado a estudiar la relación entre los genes y el cáncer. Fue una de las únicas mujeres que entraron a trabajar al laboratorio del premio Nobel James Watson. Recuerda su emoción cuando vio llegar al prestigioso investigador Francis Crick, y que este le puso las manos sobre sus senos mientras le preguntaba qué investigaba. Y, sobre todo, recuerda la vergüenza. Años después se convirtió en profesora titular del MIT. Cuando se dio cuenta de que necesitaba más espacio de laboratorio para poder llevar adelante su trabajo, también advirtió que otros contaban con más recursos que ella. Entonces, hizo saber a las autoridades que existía una clara desigualdad entre ella y sus pares investigadores. No recibió una negativa como respuesta, sino algo al uso y costumbre de la voz autorizada: la demanda de evidencia. Hopkins pasó noches enteras midiendo con una cinta métrica cada laboratorio y cubículo de la Universidad para demostrar que los profesores tenían sustancialmente más espacio que ella. Observó, apuntó cada detalle, comparó y contó desigualdades. Cuando presentó la evidencia solicitada, esta ni siquiera fue leída. Entonces tomó conciencia de que debía encontrarse con otras mujeres científicas. Eran solamente 15. Se reunieron de forma clandestina y comenzaron a compartir sus experiencias. La culminación fue un estudio histórico 1 sobre el sesgo de género en la escuela de ciencias del MIT que no sólo develó la subrepresentación de las mujeres, sino también la notorias inequidades salariales a igual trabajo y el sexismo dominante en las prácticas académicas.

Raychelle Burks trabaja en la American University en Washington y se especializa en desarrollar técnicas para detectar explosivos. Su trayectoria como investigadora ha estado signada por el racismo sistémico que, también, impregna al campo científico. Burks fue confundida en varias ocasiones por los guardias de seguridad mientras trabajaba, tuvo problemas para estacionar su auto en el espacio reservado para docentes de la Universidad, recibió infinidad de sugerencias sobre cómo alisar su pelo para que luciera “apropiado” y ha tenido que aguantar ser, al mismo tiempo, invisible entre pares varones y demasiado visible para la prevalencia blanca. Una de las preocupaciones de Burks es la falta de modelos de científicas afrodescendientes para las jóvenes. Es por eso que trabaja constantemente en la comunicación y divulgación científicas (muchos conocen a Burks como Dr. Rubidium), porque “cuando más se asciende en la carrera más masculino y blanco se vuelve todo”, subraya. En el documental se la puede ver trabajando en su laboratorio de jean y remera acompañando los hallazgos de sus estudiantes; tiene la mirada firme, el humor agudo emana de su inteligencia y sus ojos están mojados por las constantes y sistémicas violencias sufridas.

Desde los momentos iniciales, la película yuxtapone las tres historias con datos, infografías, investigaciones sobre sesgos de género y voces de investigadoras de distintos campos del conocimiento. La analogía del iceberg es usada para dar cuenta de que sólo una fracción del acoso, cosas obvias como la violencia sexual, se eleva a la conciencia pública. El resto del iceberg está enterrado profundamente, son las exclusiones sutiles: quedar fuera de una cadena de correos electrónicos, no ser invitada a una colaboración en la que se es experta, no ser considerada primera autora, contar con menores recursos y financiación. Esas prácticas, señala la reconocida antropóloga biológica Kathryn Clancy, son las que hacen que una mujer sienta como si no perteneciera.

El título de la película se relaciona directamente con el conocido estudio 2 realizado por David Chambers en 1983, en el que se solicitó a casi 5.000 niñas y niños que dibujaran a un científico (es importante tener en cuenta que el término scientist carece de género en inglés). Sólo 28 niños dibujaron a una mujer. Se podría pensar que el estudio no refleja la realidad actual. Sin embargo, en 2018 David Miller publicó un trabajo basado en los dibujos realizados por más de 20.000 niñas y niños: las mujeres protagonizaron 28% de los dibujos. Los estereotipos de género asociados a la ciencia y la constitución de un imaginario sexista es uno de los temas que la película presenta como parte del entramado que legitima la invisibilidad de las científicas y su condición de “excepción”.

En relación a los sesgos de género, se presentan los resultados del estudio llevado adelante por la psicóloga Corinne Moss-Racusin junto a investigadores de la Universidad de Yale en 2012. El informe señaló que los prejuicios y la discriminación están fuertemente arraigados en la cultura científica. Consistió en solicitarle a un conjunto de científicos que valoraran los méritos presentes en un currículo en relación a la competencia, la posibilidad de contratación y la expectativa salarial. Todos los currículos eran idénticos, la mitad con un nombre femenino y la otra mitad con nombre masculino. El análisis demostró que las aplicaciones correspondientes a las mujeres habían sido significativamente peor puntuadas.

Durante mucho tiempo, la inequidad ha sido racionalizada por el liderazgo científico y académico masculino y se reproduce ante la falta de referentes científicas para niños y niñas y la ausencia de mecanismos institucionales. En la película, la figura del iceberg demuestra no solamente lo oculto e invisibilizado que está el problema, sino que los mecanismos que las mujeres han tenido que desarrollar para continuar sus carreras tienen que ver con los roles de género. El énfasis testimonial puesto en el “aguantar”, en que es preferible fingir que no ocurre lo que ocurre o que son hechos aislados, pone de manifiesto lo que desde hace un buen tiempo, epistemólogas, científicas, mujeres organizadas y feministas han manifestado: mientras la denuncia se vea como sinónimo de debilidad, la violencia de género estructural y el racismo sistémico continuarán sesgando nuestras prácticas vitales.

Al final, los cineastas siguen a Burks mientras da una conferencia en Canadá; habla sobre la diversidad ante una sala dominada por rostros blancos. Hay una incómoda ironía en la imagen, la misma que ya no puede ser negada cuando se busca afirmar que la ciencia es imparcial y exclusivamente meritocrática. Hopkins se reúne 20 años después con el grupo de 15 mujeres que escandalizó a las revistas científicas. Miran fotos, ríen y si bien celebran, saben que todo el tiempo destinado a aquel monumental informe de 1999 les quitó tiempo para ser científicas. Willenbring trabaja con dos de sus estudiantes a lo largo de la costa. Con cuidado y en colaboración, extraen muestras de las rocas para encontrar pistas sobre cómo California podría resultar resistente al cambio climático. Se ha convertido en la mentora que no pudo tener.

La película deja planteadas algunas interrogantes extras para los espectadores de los países del sur global, como el problema del idioma, la carencia de infraestructura, la emigración de científicos y científicas y otras formas de dependencia.

Para que los saberes contribuyan a comprender y ofrecer caminos posibles ante los desafíos actuales –desde el cambio climático, la inteligencia artificial hasta las pandemias globales– es necesaria una ciencia que transforme los fundamentos desde los cuales se produce. Si se trata, como dice la científica y epistemóloga feminista Donna Haraway, de encontrar nuevas y mejores formas de hacer habitable este mundo ante la inminencia y la urgencia, entonces sólo será posible reconociendo cuántos descubrimientos hemos perdido y cuántos saberes han estado ocultos por una pretensión de neutralidad que debe llamarse como lo que ha sido, una racionalidad androcéntrica.

A pesar de las evidentes desigualdades de género en la ciencia, la película fue recibida con sorpresa en ámbitos científicos.

Uruguay: subrepresentación y sesgos de género en la ciencia

El informe “Mujeres en ciencia, tecnología e innovación en Uruguay” [^3], de 2020, señala que en nuestro país existen dificultades para contar con indicadores desagregados por sexo y género, con una perspectiva interseccional, vinculados a las áreas de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas (STEM, por sus siglas en inglés). Según este documento, entre las personas con estudios universitarios finalizados en STEM, las mujeres perciben como ingreso mensual de trabajo 26% menos que los varones; las responsabilidades de cuidados afectan las trayectorias de las investigadoras, en distintas situaciones y etapas; las mujeres tienen menor participación que los varones en diferentes cargos de jerarquía; 29% de las investigadoras afirma haber vivido situaciones de acoso en el ámbito laboral, y 15% en el ámbito educativo.

Recientemente, la doctora en Biología Molecular y Celular Victoria Prieto publicó un artículo llamado “Desigualdad de género en las carreras STEM en el Uruguay. Construyendo cultura y registros: la experiencia en Institut Pasteur de Montevideo con Inmujeres” [^4] , en el que, a partir del análisis de resultados, presenta un conjunto de “lineamientos para una política pública de igualdad en el sistema científico que deben partir del reconocimiento del problema de desigualdad de género en la progresión de las carreras científicas en Uruguay”.

Ana Inés Zambrana, reconocida por ONU Mujeres el 11 de febrero como una de las siete científicas destacadas de la región, trabaja constantemente en la creación y divulgación de propuestas de comunicación científica. Actualmente se encuentra realizando un doctorado en la Unidad de Biología parasitaria de la Facultad Ciencias de la Universidad de la República y es parte de la Organización para las Mujeres en la Ciencia en los países en desarrollo (OWSD, programa de la Unesco), que nuclea a casi 100 científicas uruguayas. En cada uno de los espacios que Zambrana integra, busca visibilizar y difundir historias, trayectorias e investigaciones de mujeres científicas con énfasis en infancias y adolescencias. “La falta de modelos hace que desde muy temprano, las niñas no vean como posible desarrollar una carrera científica. Se necesita una visión inclusiva y diversa en la ciencia para lograr responder preguntas que incluyan las necesidades de toda la sociedad”, afirma.