Una mujer venezolana decidió emprender viaje a Uruguay. Tuvo que dejar a sus hijos y su pareja en Venezuela. Pasó casi tres años sin verlos. En Cuba otra mujer tomó la misma decisión. Viajó a Uruguay por tierra. En el trayecto padeció situaciones de robo y estafa y en las noches que tuvo que dormir a la intemperie, en medio de la selva, ataba su bebé de dos años a su cuerpo por temor a que se la robaran. Dos historias de mujeres con contextos muy dispares, diferentes situaciones socioeconómicas y distinta formación profesional, pero que comparten el sentimiento de añoranza, desafíos y soledad.
Como estas historias hay muchas. Mujeres solas o con sus hijas e hijos que dejan sus países por diversos motivos, expuestas a manifestaciones de violencia de género y sexual, a secuestros por redes de trata y narcotráfico y a otras situaciones vulnerables. Cada una con su trayecto de vida lanzándose a un futuro incierto en Uruguay.
Florencia Barré, realizadora y productora audiovisual, se encontró con estos relatos mientras trabajaba con su pareja, Guillermo Schneider, fotógrafo y también realizador audiovisual, en el marco de un proyecto conjunto de la Organización Internacional para las Migraciones y Unicef, que tenía como objetivo acercarse a la historia de las personas migrantes durante la pandemia.
“Me encontré con estas historias que me interpelaron profundamente, se me metieron en el corazón y no podía no hacer nada”, sostuvo Barré en entrevista con la diaria. Decidió hacer lo que mejor le sale: contar historias y, a partir de allí, crear una herramienta útil para estas mujeres.
Así surgió (Mujeres migrantes)[https://mujeresmigrantes.uy/], un sitio web que busca “informar, difundir y sensibilizar” sobre las dificultades que atraviesan las mujeres migrantes que deciden radicarse en Uruguay. La página, disponible desde el 15 de diciembre, reúne historias con información sobre normas, políticas públicas, derechos y redes de apoyo para mujeres migrantes.
Para financiar su proyecto, Barré se presentó a través de Macanudo –productora que gestiona con su pareja– y en asociación con la organización Idas y Vueltas, que trabaja con migrantes en Uruguay, al Fondo María Abella del Municipio D. Ganaron y el paso siguiente fue generar un equipo de trabajo con personas de confianza. Así integró al proyecto a Belén Fourment, Manuella Sampaio, Carolina Radu, Valerie Perich, Francisco Barré, Jessica Conde, Valentina Caredio, Federica Burgos, Ilaria Borrea y Diego Büsch.
Historias de unas, historias de todas
Mujeres migrantes aborda seis ejes temáticos: maternidad, salud mental, violencia de género, trabajo, integración y derechos sexuales, a través del relato de Zahraa, Valerie, Camille, Lila, Dignora y Valéria, en ese orden. A partir de la experiencia de estas mujeres, el proyecto intenta visibilizar las realidades de cientos de mujeres que llegan al país y sus principales obstáculos.
Zahraa nació en Líbano pero llegó a Uruguay desde Venezuela donde vivió casi 14 años. Golpeada por la crisis económica venezolana, emprendió un viaje con sus cuatro hijos: Hussein de 12 años, Mohamed de diez, Zainab de ocho y Ali de cuatro. En la historia de Zahraa se hace visible la falta de redes de apoyo para mujeres migrantes con niños a cargo, que transformen la maternidad y las tareas de cuidado en un desafío diario.
Valerie también llegó desde Venezuela por la situación socioeconómica y política. Primero se trasladó a Brasil. De ocupar un cargo en el ámbito de la presidencia venezolana, pasó a dedicar sus días a lavar lechugas, mollejas y pollos en un restaurante por un sueldo mínimo. No sólo empeoró su situación laboral y económica, sino que también sufrió violencia de género. Así fue que decidió venir a Uruguay –llegó en 2018–, pero las situaciones violentas continuaron. A través de su relato, el sitio aborda la necesidad de atención en salud mental para las mujeres migrantes.
Camille es brasileña y psicóloga. Llegó al país hace cuatro años por motivos profesionales. Al establecerse abrió un espacio de terapia para mujeres migrantes. En su experiencia encuentra que hay elementos que se repiten: “Muchas mujeres querían referirse a la angustia, la ansiedad, el malestar y la violencia. Y de la mano de la violencia aparecía el silencio”, cuenta. A diario en su consultorio, Camille escucha a mujeres que llegaron al país y se encuentran en situaciones de violencia de género y sexual.
En la historia de Lila se refleja la experiencia de cientos de mujeres que llegaron a Uruguay, con o sin estudios, y sus dificultades en el acceso a oportunidades laborales. La inserción laboral es una de las principales problemáticas para las personas migrantes en general, pero aún más para las mujeres. En su caso, llegó a Uruguay desde Venezuela para darle a su hija la posibilidad de crecer en un contexto más seguro. Con su extensa carrera sobre museología, patrimonio e innovación, esperaba encontrar un trabajo estable. Sin embargo, eso no ocurrió.
En 2018 Dignora emprendió su proyecto migratorio desde Cuba para establecerse en Uruguay. Su historia se centra en las dificultades en la integración social que enfrentan las mujeres migrantes por sus diferencias culturales. Los desafíos que Dignora tuvo que enfrentar fueron mitigándose en la medida en que comenzó a tejer redes de apoyo. Encontró respaldo en la organización Idas y Vueltas. La ayuda que recibió la impulsó a hacer lo mismo por otras mujeres migrantes que llegan al país en las mismas condiciones o peores. Hoy integra la organización como socia y voluntaria.
Valéria nació en San Pablo, Brasil, y llegó a Uruguay a principios de 2020 con el objetivo de un lugar tranquilo para vivir junto a su esposa y su hijo. Eligió este país por su agenda de derechos. En Brasil militó por los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres en su país, y hoy sigue en esa lucha desde su labor como investigadora en el Observatorio Nacional en Género y Salud Sexual y Reproductiva de la organización Mujer y Salud en Uruguay. A través de su historia se abordan los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres migrantes.
“Corresponder la fortaleza”
Barré y todo el equipo detrás de Mujeres migrantes tuvo presente cada detalle del espacio multimedia; los colores, la redacción de las historias, las fotos, los videos y que el sitio sea práctico. Todo tenía que “corresponder la fortaleza y voluntad de salir adelante” de las mujeres protagonistas y objetivo de la propuesta, dijo la productora audiovisual.
Al ingresar al sitio, la pantalla se ilumina de colores: naranja, celeste, violeta, rojo, verde y amarillo. Un reflejo fiel de la diversidad cultural de las mujeres migrantes que llegan a Uruguay desde diferentes partes del mundo. “A nivel visual para mí era muy importante que no fuese triste, sino algo lindo de ver, dignificante, con colores vivos, apelando a la diversidad cultural que nos traen”, sostuvo Barré.
El enfoque de los textos, escritos por las periodistas del equipo, estuvo en mostrar a las mujeres como “protagonistas de su proceso migratorio y no como una persona que fue expulsada por un país, sino ellas apropiándose de su propio proceso y decisiones”, dijo la directora del proyecto.
Otro aspecto relevante fueron las fotografías, una instancia que estuvo a cargo de Schneider. En las fotos realizadas en estudio, las protagonistas de las historias se encontraron, se conocieron y se unieron. Con su postura y presencia frente al lente de la cámara dejaron un mensaje claro: “Querían ser vistas”, señaló Barré, y agregó: “Cuando contás la historia de otra persona, le transmitís que su experiencia importa. Con las fotos, le decís vos toda me importas; tu historia y tu imagen”.
Protagonistas de su proceso migratorio
“Las mujeres están siendo protagonistas de su proceso migratorio y su decisión. Muchas viajan solas, no sólo porque su familia –pareja e hijos– se queda en Venezuela, sino que son jóvenes solteras que vienen a hacerse de nuevo”, manifestó Barré.
Sin embargo, las dificultades con las que se encuentran al llegar al país hacen “muy difícil que las mujeres sean efectivamente protagonistas de todo ese proceso”. Esto se relaciona con la “dependencia emocional y psicológica” que desarrollan las mujeres migrantes con vínculos afectivos, en especial de pareja y con varones, explicó Barré.
“Al llegar solas –porque tienen su familia en su país de origen o porque tomaron la decisión de migrar– no tienen una red de apoyo. Entonces, cuando generan un vínculo amoroso con un varón u otra persona, su mundo se reduce a ese vínculo”, expresó. Toda esta situación hace que para las mujeres migrantes sea muy difícil terminar con esos vínculos cuando ya no se sienten enamoradas, no comparten objetivos y proyectos con su pareja o cuando se encuentran bajo situaciones de violencia.
“El proceso migratorio es muy complejo para todas las mujeres. Estar sola no es una cuestión de estrato social o nivel educativo. Todas se sienten agobiadas por el contexto que les toca atravesar. A la mujer migrante le cuesta muchísimo integrarse en Uruguay. Por sus diferencias culturales como, por ejemplo, las formas de hablar, se generan pequeñas manifestaciones de violencia de las que las y los uruguayos quizás no nos damos cuenta. Eso contribuye a la pérdida de identidad para adaptarse al país, que muchas veces es un proceso muy violento”, agregó.
La idiosincrasia uruguaya
La elaboración del proyecto le permitió a Barré revisarse a sí misma como uruguaya y reflexionar sobre la idiosincrasia de nuestra sociedad. “Las mujeres nos planteaban que las y los uruguayos somos muy amables, abiertos a recibir, darles derechos, pero que en la práctica nos cuesta abrir nuestras casas”, dijo, y añadió: “Si lo pensás, las y los uruguayos somos así en general. Nos cuesta abrirnos a gente nueva”.
En cambio, las personas latinoamericanas migrantes con las que se encontraron no son así. “Cuando se conocen, se unen”, señaló Barré. “Eso es lo que necesitan. Está bueno tener un montón de derechos garantizados –que, de todas formas, en algunos contextos no se cumplen–, pero ¿por qué no podemos avanzar un poco más? Las mujeres migrantes necesitan construir lazos, amistades, redes”, expresó.
En ese sentido, para Barré es necesario “deconstruir la cultura adquirida por nacer en este país”, y agregó: “Incluso entre mujeres, que hablamos de sororidad, no abrimos nuestras casas a mujeres migrantes, nuestra intimidad, nuestro vínculo más personal, y quizás es lo que más necesitan. Necesitan una red y no se las estamos dando”.