La crisis del cambio climático es cada vez más evidente en el día a día. Es la razón de las temperaturas extremas, lluvias intensas, sequías, inundaciones, incendios y otros eventos climáticos cada vez más frecuentes. Los impactos de estos fenómenos afectan a todas las personas en todos los países, pero no de la misma manera. Una vez más, las mujeres y las niñas son las más perjudicadas. La inestabilidad climática y los desastres profundizan las brechas de género existentes, ponen en riesgo las fuentes de trabajo de las mujeres, incrementan su responsabilidad en las tareas de cuidado, obstaculizan su acceso a los servicios de salud, además de generar contextos en donde quedan más expuestas a situaciones de violencia de género.

“La diferencia entre los efectos del cambio climático que reciben hombres y mujeres tiene que ver con los niveles de vulnerabilidad y pobreza”, explicó a la diaria Ana Filippini, integrante del colectivo ecofeminista Dafnias. “El mayor impacto siempre lo sufren las comunidades y las personas que menos tienen. La mayoría de las personas pobres son mujeres y, en consecuencia, tienen menos capacidades de enfrentar los efectos negativos de la crisis climática”, señaló.

Los impactos del cambio climático sobre las mujeres son especialmente visibles en zonas rurales de “muchos países” de América Latina, dijo, donde las mujeres son quienes se encargan del cuidado de los cultivos, de los animales y de la provisión de agua, para garantizar agua y alimento a sus familias. Las sequías en estas zonas, cada vez más habituales, dificultan el desarrollo de estas tareas. Por ejemplo, mujeres y niñas “tienen que recorrer grandes distancias para conseguir agua y destinar mucho más tiempo a esa tarea”, sostuvo Filippini. Otras consecuencias se vinculan a la pérdida de su soberanía y seguridad alimentaria y la de sus familias, o problemas de higiene del hogar y personal por la escasez de agua. Además, la falta de agua puede ocasionar problemas de salud y muchas niñas deben abandonar sus estudios para dedicarse a ayudar en estas tareas.

Uruguay no es ajeno a estas situaciones. En ese sentido, Filippini contó que en 2006 participó en una recorrida por el interior del país “para constatar la falta de agua en algunas localidades” y percibió que, en 90% de las casas que visitó, “sólo había mujeres”. “Se habían quedado sin agua por el avance de la forestación en predios cercanos a los suyos. Esas mujeres eran las que peor la pasaban porque de ellas dependía tener agua y alimento para ellas y sus hijos. Los hombres salían a buscar trabajo afuera de la localidad. Algunos consiguieron trabajo en UPM y se fueron”, relató la integrante de Dafnias. También recordó que la falta de agua en algunas localidades hacía que las mujeres no fueran a las consultas ginecológicas cuando llegaba algún especialista al pueblo porque tenían “vergüenza” por no poder bañarse.

Las lluvias intensas y las inundaciones también son cada vez más comunes en todo el territorio nacional. En las zonas inundables, como en los asentamientos sin sistema de saneamiento, viven “muchas mujeres y niñas”, dijo Filippini. La situación de vulnerabilidad en la que se encuentran implica una “gran dificultad” para que las mujeres puedan conseguir un trabajo y así buscar una nueva vivienda o, al menos, reparar la que ya tenían. Por eso, muchas veces, optan por trasladarse a otro asentamiento o a “lugares irregulares donde existen otros problemas ambientales”, como la presencia de aguas residuales en las calles sin asfaltar.

Filippini señaló que estudios sobre inundaciones en países de Asia demostraron cómo las inequidades de género y el impacto diferencial del cambio climático sobre mujeres y hombres pueden llegar incluso a poner su vida en peligro. “En situaciones de grandes inundaciones, mientras los hombres pudieron escapar porque sabían nadar, las mujeres no lo pudieron hacer porque nunca habían tenido la oportunidad de aprender por la sociedad en la que vivían”, detalló. Citó otro estudio que apuntaba que, durante una inundación, los hombres se subieron a los árboles para sobrevivir y las mujeres no lograron hacerlo “por el condicionamiento de las mujeres a no subirse a los árboles desde la infancia”. “Esas situaciones ocurren por tener distintas habilidades que se relacionan con la desigualdad social y cultural entre hombres y mujeres”, consideró.

Las tensiones sociales y económicas que se generan a partir de un desastre natural o situaciones de sequías, inundaciones, entre otros fenómenos, también incrementan el riesgo de las mujeres a atravesar situaciones de violencia de género y sufrir abusos y violencia sexual. De hecho, según datos de un estudio del Proyecto Gender, que analiza los desastres desde una perspectiva de género, en los dos meses posteriores a la erupción de un volcán en La Palma (España), en setiembre de 2020, el Instituto Canario de Igualdad alertó que las denuncias de casos de violencia machista se habían incrementado 57% con relación al año anterior.

Líderes y protagonistas

Aunque el panorama resulta desalentador, las mujeres tienen fuertes capacidades de resiliencia para hacer frente a estas situaciones e incluso tomar roles protagónicos en la recuperación posterior a los desastres naturales. En estas situaciones, las cargas y responsabilidades impuestas pueden servir “para aumentar sus habilidades de gestión de riesgo”. Así quedó demostrado en dos estudios del Proyecto Gender presentados el miércoles en el marco del V Congreso Latinoamericano y Caribeño de Ciencias Sociales “Democracia, justicia e igualdad”, de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), que se realizó en Montevideo.

En ese marco, la investigadora de la Universidad de Oviedo, España, Yolanda Fontanil Gómez presentó los principales resultados del estudio Respuestas emocionales ante el terremoto de Lorca: el género como factor diferencial. En su ponencia, destacó que los sentimientos de “certeza, confianza, decisión y disposición” aparecían con más frecuencia en el discurso de las mujeres “en el momento inicial de la catástrofe, cuando había que asegurar la supervivencia y el bienestar de los seres queridos”, así como “la calma y la tranquilidad”.

“En el grupo de mujeres, las situaciones en las que surgían emociones de vigor estaban más relacionadas con el aguante emocional y la resiliencia. En cambio, en los hombres, el vigor, la energía y activación estaban relacionados con el aguante físico. Lo mismo ocurrió en los varones con la satisfacción, mientras que en el caso de las mujeres esta emoción estaba más ligada a un aprendizaje y reflexión en positivo a raíz de la catástrofe”, explicó la investigadora.

En relación a las “emociones negativas” analizadas en el estudio, Fontanil Gómez sostuvo que la “inseguridad, el miedo, el dolor y sufrimiento” estuvieron más presentes en el relato de las mujeres. En tanto, los hombres manifestaron con más frecuencia “sentimientos de tristeza, así como enfado, ira e irritación”. Asimismo, mientras la “tensión e inquietud” en las mujeres estaba orientada a tranquilizar al entorno y a labores que tienen que ver con lo emocional”, para los hombres estas emociones estuvieron más relacionadas a las “acciones de socorro o ayuda”.

A su turno, la directora de Flacso Uruguay e integrante del Proyecto Gender, Ana Gabriela Fernández, habló sobre la investigación Género y liderazgo tras el terremoto y tsunami de Chile 2010, que analizó los tipos de liderazgos de mujeres y hombres que surgen en el momento de una catástrofe y en la posterior recuperación.

“En el momento del desastre, los liderazgos masculinos están asociados fundamentalmente al rescate y la construcción de los alojamientos temporales. Se destaca la rapidez, la determinación y otras características que de alguna manera hacen a la configuración de la masculinidad hegemónica”, explicó Fernández, que es doctora en Género y Diversidad por la Universidad de Oviedo. Agregó que “los hombres, antes y después de que venga la ayuda de las autoridades, tienen un rol protagónico para ver de qué manera sus familias logran acondicionarse e instalarse, van a buscar desechos que quedaron y lonas”.

Mientras, las mujeres “desarrollan liderazgos en actividades de provisión de las necesidades básicas y en la gestión de las ayudas en la emergencia”. “Las mujeres rescatan comida, abrigo y agua. En el momento en que hay que salir, no dejan de ser cuidadoras, y la emergencia es una extensión de su rol de cuidado. Pero, además, las mujeres se organizan para llevar adelante una olla común y son quienes gestionan los pedidos de ayuda a las autoridades”, enfatizó.