La consigna de la marcha del 8 de marzo de 1985 en Montevideo fue “Las mujeres no sólo queremos dar vida, queremos cambiarla”. Casi cuatro décadas después, seguimos queriendo lo mismo. Sin embargo, entre aquella movilización y las manifestaciones que se desarrollarán hoy en distintos puntos del país, hay diferencias. Si entre esa ola pasada y la marea actual hubiera un puente, tiene sentido decir que por debajo corrió mucha agua. Los objetivos –a grandes rasgos– se mantienen, pero las formas de lucha, las maneras de experimentar el estar entre mujeres e incluso las preguntas se transformaron.

Los “nuevos feminismos”, cuya irrupción en Uruguay podría identificarse a partir de 2014, tienen raíces específicas, características particulares y desafíos distintos a los que enfrentaban las feministas de los años 80. Esta “primavera feminista” en nuestro país –como la define Ana Laura de Giorgi, politóloga y doctora en Ciencias Sociales, en su texto Primavera, invierno, primavera. Los ciclos de luchas feministas y la izquierda uruguaya (2021)–, se enmarca en un contexto de efervescencia latinoamericana, que tiene como primer punto de inflexión las movilizaciones de 2015 por el “Ni una menos” en Argentina y como segundo hito la convocatoria al Paro Internacional de Mujeres en 2017.

“El feminismo cooperador de aquella transición democrática [de los 80] se reconfiguró a partir de nuevas organizaciones que proponían ‘cambiarlo todo’”, resume De Giorgi, con el foco puesto en Uruguay. “Impugnaciones a la política formal, a los buenos modales democráticos construyeron un repertorio de protestas feministas dentro del feminismo que provocaron sin dudas conflictos, pero también ampliaron la polifonía y sobre todo los márgenes para la irreverencia. Aquella consigna de los 80, ‘democracia en la casa y en la cama’, retornó con un ímpetu más disruptivo para gritar ahora ‘revolución en la casa y en la cama’”. Y en todos lados.

En un nuevo 8 de marzo, académicas y activistas feministas conversaron con la diaria sobre los orígenes de esta nueva “marea” en nuestro país, identificaron sus rasgos peculiares y plantearon algunas reflexiones sobre la situación actual.

Organizadas frente a la violencia machista

En Uruguay, las especialistas consultadas ubican la génesis de estos “feminismos renovados” en 2014. En concreto, recuperan la importancia que tuvo el Primer Encuentro de Feminismos del Uruguay, que se celebró en noviembre de ese año en Montevideo. De ese encuentro, que fue organizado por distintos colectivos y feministas autoconvocadas, surgió la Coordinadora de Feminismos y fue también ahí que se crearon las alertas feministas como forma de reacción en las calles ante cada femicidio.

Por supuesto que no era la primera vez que las feministas se encontraban en Uruguay, pero se le llamó así porque “era la primera vez que se hablaba de feminismos en plural”, recordó María Noel Sosa, psicóloga, activista feminista, integrante del colectivo Minervas y autora del libro De la orfandad al linaje. Luchas feministas en el Uruguay post dictadura (2021). “En ese encuentro hubo compañeras que venían de los años 80, de las organizaciones feministas más grandes, muchas compañeras que tenían que ver con la lucha por el aborto y las compañeras que éramos más jóvenes y que veníamos reactivando espacios en esos años”, rememoró.

Tanto ella como otras estudiosas feministas coinciden en que el “gran catalizador” de esos años tuvo que ver con la lucha contra la violencia machista. “Esa es la lucha que abre más, porque empieza a generar que cada vez haya más colectivos, se empieza a hablar del femicidio para ver todas las violencias que están atrás, e hizo que nos diéramos cuenta que había algo que teníamos en común, porque no es que sólo le pasa a la mujer que está golpeada, en términos clásicos de violencia doméstica, sino que todas recibimos distintos tipos de agresiones a lo largo de nuestra vida”, consideró la psicóloga.

La antropóloga Susana Rostagnol, por su parte, aclaró que la preocupación por la violencia de género “no es un tema nuevo” –recordó que hubo feministas latinoamericanas que ya lo planteaban en la Conferencia Mundial de Derechos Humanos de Naciones Unidas de 1993–, pero coincidió en que hoy es “lo central” del movimiento y en que lo novedoso es “la visibilización de otras formas de violencia”. En ese sentido, la académica afirmó que en los últimos años “ha habido una reflexión feminista sobre las distintas manifestaciones de la violencia y ahí es donde entra el #MeToo, el #NoEsNo, el #HermanaYoTeCreo y todas esas movilizaciones que ha habido en el mundo contra la violencia sexual esencialmente”.

Poner la violencia de género en el centro fue entonces una de las cosas que surgió de ese primer encuentro local y que convergió el año siguiente con las marchas masivas por el “Ni una menos”, consigna que nació para repudiar los femicidios en Argentina y se replicó en otros países de la región, incluido Uruguay.

Unos años más tarde, en 2017, se creó la Intersocial Feminista, “una propuesta que, a diferencia de la Coordinadora de Feminismos, propone y legitima la praxis feminista hacia los espacios mixtos, es decir compuestos por varones, y realiza una estrategia de coordinación y demandas hacia el Estado, particularmente en lo que refiere a las políticas contra la violencia hacia las mujeres”, según recoge De Giorgi.

Para la historiadora Graciela Sapriza, la lucha contra la violencia de género es uno de los rasgos que caracteriza a la nueva marea feminista y “es el empuje inicial”, que “lleva a cuestionar más al patriarcado como un sistema de opresión que vamos poniendo en evidencia, y que lleva a cuestionar todos los planos de la vida”.

Definir la marea

La violencia machista como tema central es sólo una de las múltiples características que tienen los feminismos actuales. Algunas de las consultadas coinciden en que otro rasgo es que emergen como feminismos latinoamericanos, con una elaboración propia “desde el sur”. En ese sentido, Rostagnol consideró que las olas feministas anteriores eran “la versión latinoamericana de formas de manifestaciones o de movimientos de países centrales, noratlánticos, de Europa, de Estados Unidos”. En cambio, los feminismos actuales “tienen un surgimiento propio, que quizás tenga como hitos mayores la ‘marea verde’ de Argentina, que es una manera de movilizarse diferente que arrastra, con una nueva forma y con nuevas preguntas”, y el momento en el que el movimiento estudiantil chileno “logra decir que es feminista”.

La masividad también aparece como nueva característica, un elemento “que expresa una capilaridad y una pluralidad de formas de vivir que no estaba antes porque el movimiento era mucho más pequeño”, puntualizó Lilián Celiberti, activista feminista, coordinadora de Cotidiano Mujer e integrante de la Intersocial Feminista.

Las movilizaciones callejeras también existían en los 80, pero ahora tienen “mayor masividad y mayor amplitud”, coincidió Sosa. Con palabras de la socióloga mexicana Raquel Gutiérrez, dijo que hoy hay un “bucle virtuoso de masividad y radicalidad”, en un movimiento “que se expande, que toca todos los temas y atraviesa toda la textura social, y al mismo tiempo cada vez profundiza y radicaliza más. Las maternidades, la educación, la violencia, la forma que adquiere el deseo, la forma de relacionarnos, todo está siendo permeado por los feminismos ahora, al mismo tiempo que en una escala gigante”.

Otro rasgo característico de esta era es que la lucha parece involucrar a mujeres más jóvenes: alcanza con ir a cualquier manifestación para notar la presencia cada vez más notoria de las adolescentes. Para Rostagnol, la irrupción del feminismo en las calles en los últimos años “va de la mano con el surgimiento de feministas jóvenes como sujeto político”. “Siempre hubo jóvenes en el feminismo, pero la categoría ‘jóvenes feministas’ o las ‘pibas feministas’, como surge en Argentina, es algo que aparece en esta segunda década [del siglo XXI]”, afirmó.

Además, en la corriente actual está más presente “pensar la amalgama capitalismo, patriarcado y colonialidad”, dijo Sosa, en el sentido que “la violencia contra las mujeres es estructural porque el capitalismo patriarcal y colonial se basa en la violencia, en el despojo y la expropiación del trabajo de las mujeres”. Ubica este “giro” sobre todo a partir de 2017, con el paro de mujeres. “En otro momento se estaba discutiendo lo del trabajo reproductivo y lo de la violencia, pero ese salto a pensar que el capitalismo se funda en la expropiación de nuestro trabajo y en la violencia femicida y sexual contra nosotras, en este momento se dice con mucha más claridad”, reflexionó.

Plurales y diversas

La pluralidad y la diversidad también son rasgos particulares de estos nuevos feminismos. “Hay una diversidad de expresiones, de praxis, de propuestas políticas y hasta de teorías en cada uno de los grupos feministas, una gran heterogeneidad, y empiezan a tener un peso fuerte aspectos de la interseccionalidad”, consideró Rostagnol.

Según la antropóloga, actualmente “las personas trans tienen un lugar más importante en la sociedad que lo que tenían hace 50 o 60 años”, lo cual “también habla de un transfeminismo que obviamente no existía”.

Sosa coincidió en que “el diálogo con lo transfeminista y no binario” es una particularidad de estos tiempos, pero, además, se reconfiguraron temas que ya aparecían antes. “Toda la cuestión lésbica, por ejemplo, fue tratada de forma muy distinta antes porque algunas decían ‘ya nos dicen a todas lesbianas, no hay por qué explicitarlo’, pero en estos años se habla mucho más de las lesbianas, de los problemas específicos que enfrentan y, en general, de la potencia de otras formas de amar”, aseguró.

En esa pluralidad, también aparece con fuerza el afrofeminismo. “La clave de la colonialidad y la dimensión racial, estuvo menos presente en los 80 o vino un poco después de lo que se discutió en Brasil y en Centroamérica”, reflexionó Sosa, y señaló que, si bien las feministas afro estuvieron siempre, “la posibilidad de que estuvieran presentes de forma más organizada en los feminismos es algo más de ahora”.

En la misma línea, Rostagnol puntualizó que, si bien en Uruguay no hay un feminismo indígena, como existe en otros países de la región, “sí hay una enorme influencia de los feminismos de raíz indígena, algunos que se autodenominan ‘comunitarios’, que influyen en las propuestas de los grupos feministas actuales”.

Entre nosotras y libres

“Una característica muy específica de estos años es la valoración del entre mujeres”, apuntó Sosa. “La clave de pensar la potencia de las relaciones entre mujeres y la amistad política entre mujeres como centro, eso está mucho más claro hoy”, reflexionó. Muchas consignas que hoy aparecen escritas en redes sociales, carteles y paredes, como el “me cuidan mis amigas”, son un reflejo.

Esto va de la mano con otro elemento que para Sosa caracteriza a estos feminismos renovados, que tiene que ver con “pensar que las mujeres juntas no solamente podemos hablar de nuestras opresiones e impugnar las violencias, sino que podemos experimentar libertad, ampliar nuestra disposición de nosotras mismas, ensanchar libertad y explicitar que queremos una vida más digna y gozosa”.

“No estamos juntas sólo para denunciar”, enfatizó; “estar juntas también es un momento alegre, de aprendizaje, y hay una vida posible donde nos sentimos más libres, más a gusto con nuestros cuerpos, donde podemos explorar mejor nuestra sexualidad, se abren otros sentidos y hay una riqueza de mundo que se comparte”.

Desafíos para cambiarlo todo

Las respuestas fueron variadas a la hora de hablar de los desafíos a los que se enfrentan los feminismos actuales en Uruguay. Para Rostagnol, el principal es que, en la diversidad, los distintos colectivos encuentren “los puntos en común para poder fortalecer las luchas”. “Hay claramente un grupo de colectivos feministas que son antisistema y que no quieren dialogar con el Estado, porque el Estado es patriarcal, y un grupo de colectivos feministas que creen que el Estado es patriarcal pero que se lo puede modificar y entonces sí dialogan. El diálogo entre esas dos vertientes, que me parece que es donde hay mayores diferencias, es muy importante”, señaló.

La académica también calificó de reto los esfuerzos de los grupos antiderechos para intentar revertir logros de los feminismos. “Hasta los 90 y primeros años de los 2000, las luchas feministas iban avanzando [...] Ahora, no es sólo tratar de avanzar y resistir contra el patriarcado, sino también tratar de no tener que dar un paso atrás en las conquistas ganadas”, aseveró.

Por su parte, Celiberti dijo que un desafío “estratégico” central es la “territorialización del feminismo”. “Si no tenemos una presencia activa en los barrios y en la vida cotidiana de las mujeres que más alejadas están de la sensibilidad feminista, no cambiamos la vida”, afirmó, y llamó a buscar estrategias para “promover más organizaciones locales, territoriales, barriales, que estén asumiendo todas las consignas”.

Según la coordinadora de Cotidiano Mujer, también es necesario “abrir espacios de diálogo” para “problematizar” en otros campos. Opinó, en ese sentido, que “tenemos un movimiento que es capaz de reaccionar muy fuertemente de un día para el otro frente a una violación o a un femicidio”, que son temas “muy importantes”, pero “esa misma reacción no aparece tan espontánea y masivamente frente a otras cuestiones que tienen que ver con la precarización de la vida, la doble jornada, el desmantelamiento de las políticas de cuidado o la falta de recursos para algunas cosas que hacen a la vida”.

Desde el punto de vista de Sosa, es verdad que hay una fuerte capacidad de reacción, pero ese “despliegue colectivo” en otros momentos también “está en el cotidiano”, donde “están pasando muchas cosas”. “Las compañeras que están haciendo proyectos autogestivos y están pensando otras formas de alimentación, las experiencias de educación que muchas están sosteniendo en los liceos, las que se están divorciando o saliendo de relaciones violentas. La discusión sobre otras formas de maternar. Las que están intentando cambiar las cosas en la murga, el candombe, el circo, el deporte, los sindicatos. El pedido por una Justicia que repare, que sane y que no solamente sea punitiva”, mencionó como algunos ejemplos.

“Eso no es reacción, eso es construcción. Ese es el feminismo que está transformando las cosas. Y se debe a lo que cada una está haciendo en distintos espacios”, apuntó. E insistió: “No es sólo reacción: hay una propuesta de un mundo distinto. El feminismo está cambiando la vida, está cambiando todo”.