La larga historia del movimiento feminista en la lucha por la conquista de derechos de las mujeres y la igualdad de género permitió abrir el espectro de discusiones y reflexiones de las nuevas generaciones. En ese entramado de nuevos planteos, muchas mujeres que nos consideramos feministas nos cuestionamos los sentimientos de malestar y culpa que generan algunas tensiones entre nuestros discursos e ideas y nuestras prácticas.
La toma de conciencia sobre los sistemas de opresión, discriminación y violencias hace a las mujeres más autónomas y libres de elegir qué y cómo queremos vivir, pero también, entre tanto dulce empoderador, una suerte de amargo aparece ante la comodidad o satisfacción que puede producir cumplir con determinadas exigencias sociales o mandatos que se contraponen a los postulados feministas, como nos pasa a algunas mujeres que nos sentimos más cómodas cuando estamos depiladas o nos sentimos más delgadas. A su vez, esto genera un círculo de malestar, culpa, autocastigo y discusiones internas.
Sobre esos temas la diaria conversó con las sociólogas feministas Inés Martínez Echagüe y Sofía Cardozo Delgado, quienes profundizaron en la presión del “feministómetro”, la reivindicación de las diversas formas de habitar los feminismos, así como en las prácticas de autocuidado desde una perspectiva feminista para hacer frente al discurso que impone “amarte como sos”.
El autocuidado
Martínez Echagüe y Cardozo Delgado definieron el amor propio desde una perspectiva feminista como una “práctica disfrutable y valiosa en sí misma”, “un ejercicio” que no es lineal en el tiempo y que se ubica lejos de la frase “si no te amás a vos misma, nadie más lo va a hacer”. Las prácticas de autocuidado son más que un capricho individualista, están atravesadas por “complejos” procesos de reafirmación y deconstrucción subjetivos y colectivos, sostuvieron. Además, apuntaron que un aspecto clave es entender que las emociones están atravesadas por lo político, porque “lo personal es político”; en esa línea, consideran que el amor propio es un tema central en la agenda feminista.
Para las sociólogas, el planteo de “amarte como sos”, frente a los estándares de belleza incumplibles, pone el acento en una cuestión individual y, en consecuencia, en una supuesta responsabilidad de las mujeres por no amarse lo suficiente. “Una no puede amarse sola, por fuera del mundo y el resto de la sociedad, como si nada más existiera, y reconocerse digna y valiosa en un contexto que, por lo general, nos dice lo contrario”, planteó Martínez Echagüe. Por eso, sostuvo que es central tomar en cuenta la dimensión social del amor propio, porque es necesario un “ida y vuelta”. “La sociedad nos dice ‘querete como sos’, como si fuera nuestra responsabilidad individual, pero es algo que se construye entre todas las personas”, añadió.
Por su parte, Cardozo Delgado sostuvo que este tipo de discurso, que “reafirma una lógica individualista”, no sólo coloca a las mujeres como plenas “responsables de su vida y emociones, que no pueden desprenderse del sistema en el que estamos inmersas”, sino que también desconoce que las “capacidades” de cada mujer de “generar prácticas de autocuidado” también están condicionadas por lógicas capitalistas y patriarcales, el contexto cultural y geográfico, el lugar de residencia, el nivel socioeconómico y educativo, la pertenencia étnico-racial, entre otros factores.
“El amor propio tiene que ver con la relación con una misma, pero está contenido en una red que va más allá, que está creciendo y está cambiando cosas que involucran al exterior”. Inés Martínez Echagüe
Asimismo, para las expertas, visibilizar el aspecto colectivo del amor propio evidencia su vínculo con el movimiento feminista, que es un movimiento social construido entre mujeres y disidencias. “El amor propio tiene que ver con la relación con una misma, pero está contenido en una red que va más allá, que está creciendo y está cambiando cosas que involucran al exterior”, sostuvo Martínez Echagüe, y agregó: “Me parece clave tener presentes las luchas feministas y cómo, de alguna forma, generan una transformación de nuestras vidas, pero también de las estructuras sociales, como el hecho de que marcas de ropa reconocidas tengan talles para todos los tipos de cuerpos”.
En esa línea, sostuvo que le parece “muy hermoso y muy empoderante” ver imágenes y fotos en las redes sociales de mujeres con pelos, diversidad de cuerpos, estrías, granos, entre otras cosas. “Hay un laburo de mostrar otras formas de belleza, y eso se vincula también con lo colectivo. Las imágenes que nos llegan todos los días realmente cambian cómo nos percibimos”, sostuvo.
No obstante, las sociólogas también reconocen que estos fenómenos no escapan a la lógica del sistema capitalista y a la forma en que los medios de comunicación masivos, como la televisión y el cine, se han hecho eco de estas demandas sociales porque “vende”. “No es porque les parezca que está moralmente bien y crean que es hermoso el cambio cultural, sino porque es lo que está vendiendo”, opinó Cardozo Delgado. De todas formas, consideró que “está bueno que pase esto, aunque la causa sea un poco cuestionable si profundizamos en eso. Que estén ahí ya es un cambio”.
Los discursos sociales del amor propio
Entender el amor propio desde una perspectiva feminista nos permite desprender el concepto de “dialécticas” sociales que lo han permeado, apuntan las sociólogas. “[A nivel social] hay una sobrevalorización del amor propio: además de colocarlo como una condición necesaria para la construcción con una misma y con otras personas, se plantea como la idea de que, si lográs amarte a vos misma, vas a lograr un montón de cosas”, dijo Cardozo Delgado, y consideró que esa idea no se corresponde con la realidad: “Capaz que te querés un montón, pero no tenés trabajo y la precarización laboral es algo que afecta mucho, y a las mujeres en particular”, señaló a modo de ejemplo.
Otros discursos que advirtieron las sociólogas son los que unen las prácticas de autocuidado con cuestiones de moral, estética y salud. “Hay toda una corriente de ir hacia un estilo de vida más sano. La lógica del cuidado del cuerpo giró hacia otro lugar. Implica hacer deporte, comer de determinada manera, meditar, hacer yoga”, sostuvo Cardozo Delgado, y agregó que en esa línea el sistema patriarcal se reconfigura para “nuevamente decirnos cómo deberíamos ser, qué es lo que le hace bien a nuestro cuerpo, qué es estar en forma, etcétera”, y así mantiene el control sobre nosotras.
Las investigadoras consideran que en ese planteo están muy presentes el sistema capitalista y la industria del fitness. “Es lo que vende. Tenés que cuidarte de esta manera para verte de esta forma. Nos dicen que eso es el amor propio, pero somos nosotras quienes tenemos que definir nuestras propias prácticas de autocuidado”, manifestó Martínez Echagüe. Las sociólogas enfatizaron que estas acciones implican hacer “honestamente” lo que cada una siente ganas de hacer en determinado momento, que puede ser hacer deporte, pero también “mirar Netflix toda la noche, no responder el celular o tomar una copa de vino y comer papas chips”.
“Los feminismos no son un producto acabado. No podemos hacer un feministómetro para ver con qué cosas cumplimos y con qué cosas no. No existe y no va a existir nunca, porque los feminismos son sistemas de ideas en construcción”. Sofía Cardozo Delgado
La “mala feminista”
Como mujeres feministas que hemos crecido inmersas en un contexto sociocultural donde estas cuestiones aún no se discutían, al menos a nivel social, estamos muy atravesadas por los discursos y mandatos que hoy cuestionamos y las estructuras que queremos romper. Es un ejercicio complejo identificar los límites que determinan dónde terminan estas ideas y empieza lo que realmente sentimos. A veces estas contradicciones, con las que muchas lidiamos a diario, nos conducen al autocastigo y a vernos como “malas feministas”.
“Los feminismos no son un producto acabado. No podemos hacer un feministómetro para ver con qué cosas cumplimos y con qué cosas no. No existe y no va a existir nunca, porque los feminismos son sistemas de ideas en construcción”, expresó Cardozo Delgado. El término “feministómetro” es una herramienta retórica para etiquetar, de alguna manera, de “malas” o “buenas feministas según su nivel de adhesión a ideas y prácticas del movimiento.
Martínez Echagüe consideró “normal” que las mujeres que se definen como feministas tengan estos sentimientos de malestar. No obstante, opinó que en lugar de decirnos a nosotras mismas “debería sentir otra cosa porque soy feminista”, una mejor práctica es buscar “entender por qué sentimos esas cosas y ser amorosas con nosotras mismas”. “El feminismo nos sirve como herramienta para poder entender, al menos en parte, por qué sentimos esas cosas. Hay toda una historia de opresiones y de ver a las mujeres de determinada manera, y eso no nos es ajeno. En lugar de hacernos sentir mal a nosotras mismas por eso, deberíamos arropar esas emociones y ver cómo podemos sentirnos mejor”, agregó.
“El movimiento feminista tiene mucha potencia y mucha fuerza para romper estructuras y habilitar diferentes formas de ser”. Sofía Cardozo Delgado
Sentirse bien al cumplir con un mandato social no es una cuestión personal: como sujetos sociales necesitamos el sentido de pertenencia y aceptación en los espacios en que nos desarrollamos, explican las expertas. Martínez Echagüe explicó que “hay una teoría” dentro del campo de la sociología que plantea que las personas reciben determinadas “sanciones” o “reconocimientos” en relación a cómo actúan. “Si cuando estás más flaca las personas te dicen ‘qué linda que estás’, obviamente te vas a sentir mejor y vas a querer mantener eso”, comentó.
“El movimiento feminista tiene mucha potencia y mucha fuerza para romper estructuras y habilitar diferentes formas de ser”, dijo Cardozo Delgado, y en ese sentido remarcó que es importante reconocer las “diversas formas de habitar los feminismos” y que cada mujer pueda elegir qué mandatos romper, qué luchas quiere encarnar en su cuerpo, de qué forma y en qué momento de su vida. “Es una discusión profunda dentro del movimiento [la de] si una mujer, porque hace lo que quiere, siempre va a ser feminista. Pero también me pregunto cuándo hacemos lo que realmente queremos”, apuntó, y agregó que no hay que perder de vista que las mujeres “hacemos lo que podemos” en las circunstancias en las que nos encontramos.
Además, así como existen diversas formas de “habitar los feminismos”, una misma mujer puede cambiar su postura a lo largo de los años, señalaron las sociólogas. Cardozo Delgado apuntó que ser feminista “no es una evolución lineal, es un proceso”. “Una va cambiando sus prácticas, adquiere diferentes herramientas, acumula experiencias, conoce otras cosas. La vida misma nos va llevando a otros espacios”, agregó.
“Cada una sabe lo doloroso y gozoso que es hacer un proceso de deconstrucción feminista y vivir en ese proceso. Pienso en lo que a mí me costó, me dolió y me movió, y lo que me sigue pasando, porque implica muchísimas cosas en relación con una misma y las demás personas. No me interesa pelearme con partes mías que tengo demasiado construidas dentro de mi cuerpo, que sé que tienen que ver con lógicas patriarcales y con los lugares que ocupo en diferentes espacios; elijo no pelear más con esas cosas para que me quede energía para poder enfrentar otras”, relató Cardozo Delgado.
A su vez, las sociólogas sostuvieron que ser feminista y practicar el autocuidado no “necesariamente” implica ir “contra todo”. “No se trata de cambiar un mandato por otro”, argumentaron. “Exigirnos a todas que no nos depilemos, por ejemplo, es de nuevo volver a exigirnos algo, que seamos de una forma y que aguantemos situaciones que no tenemos ganas. Si fuéramos contra todos los mandatos, sería como volver a que nos digan cómo hacer las cosas. De esa forma, queda poco margen de decisión y, en lugar de abrir las posibilidades a que las mujeres prueben con qué prácticas se sienten cómodas, volvemos a censurarlas”, planteó Martínez Echagüe.
“Estas preguntas y cuestionamientos sobre sentirse menos feminista pueden resultar dolorosas y generar sentimientos de culpa, pero forman parte del proceso”. Inés Martínez Echagüe
Las sociólogas aclararon que, si bien es una decisión de cada mujer elegir qué mandatos romper y cuáles reproducir, también es importante que seamos conscientes de “qué se está reproduciendo y de que hay más cosas en juego que nuestra elección y libertad feminista”. “La única forma de poder elegir es ser conscientes de eso”, expresó Cardozo Delgado.
“Estas preguntas y cuestionamientos sobre sentirse menos feminista pueden resultar dolorosas y generar sentimientos de culpa, pero forman parte del proceso. Recuerdo haber hablado al respecto con muchas amigas y existen también para otras formas de ser que se presentan como rupturistas con el sistema, como ser hippie. No son productivas si las tomamos en términos de autocastigo, pero sí para plantear ‘me pasa esto, ¿qué hago?’”, sostuvo Martínez Echagüe. A su vez, sostuvieron que los intercambios entre mujeres sobre estas cuestiones abren la cancha para que las siguientes generaciones no tengan que lidiar con esas presiones.
Escribir nuevos guiones
El movimiento feminista generó una ruptura con los grandes relatos sobre las formas de ser mujer, los vínculos sexoafectivos y la sexualidad, entre otros. Nos tocó ser la generación de transición en muchos aspectos. El vacío que quedó ante la ausencia de nuevas normas sociales genera “ansiedad” e “incertidumbre” por la “ausencia de un orden moral compartido entre todos”, escribió la licenciada en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires y periodista argentina Tamara Tenenbaum en su libro El fin del amor: querer y coger en el siglo XXI.
En la misma línea, las sociólogas consideraron que esa ausencia de normas sociales puede ser el motivo por el que se generan esos “debería” sobre las formas de ser feministas. “Venimos de una cultura donde todo estaba definido: ser linda es esto, tener una pareja es esto, ser mujer es esto, y estamos rompiendo con todo eso y deshaciéndonos de viejas formas de pensamiento estructuradas en determinadas normas”, explicó Martínez Echagüe, y agregó: “Lo que pasa cuando se rompe con viejas normas sociales es que no hay guiones, hay una libertad. Es muy difícil estar en la total libertad, porque estamos acostumbradas y acostumbrados a que siempre hubo ‘formas de’, y por eso se intenta construir nuevos guiones”. En esa búsqueda de “formas de” es que se intenta definir qué es ser feminista, qué es lo que está bien y lo que está mal, pero no hay nada escrito.
En tanto, Cardozo Delgado sostuvo que el movimiento feminista “estalló muy rápido” y se diversificó en “muchos canales y formas de pensamiento”. “Como seres sociales, necesitamos estructuras, un guion. La pluralidad nos cuesta no porque otra persona piense diferente, sino porque al abrirse tanto la cancha parece que se perdiera potencia y se genera cierto recelo de que en la masividad el movimiento se vacíe de contenido”, señaló. Explicó que muchas feministas “seguimos algunas rigideces” para hacer las ideas más “comunicativas”, porque “si no desde afuera no se termina de entender bien”. “Hay una tensión entre un sistema de ideas como estructura y la masividad que puede adquirir en el vox populi y cómo sea entendido. Hay miedo de que se interprete mal”, añadió.
“Nunca se le ha exigido tanto a un movimiento social como al feminista”, manifestó Cardozo Delgado. “Realmente a la lucha feminista se le piden cosas que nunca se le pidió a la lucha de clases, a la lucha estudiantil o sindical. Se le pide congruencia, unanimidad, que sea una línea recta de formas y definiciones, que sea tibio en lo que tiene que serlo, pero radical en otras cosas. Se le piden pila de cosas”, dijo, y agregó: “Todas esas exigencias para mí son un reflejo de la potencia del movimiento y del miedo y las resistencias que genera”.
“En otros movimientos, cuando hay rupturas o debates se toma como algo que los enriquecen intelectualmente, mientras que cuando hay debates al interior de los feminismos se ve como que las mujeres no se saben llevar bien entre ellas. Se reproducen de nuevo esos discursos. No hay una forma de ser mujer ni de ser feminista”, sostuvo Martínez Echagüe.
“Este movimiento es diferente de otros porque es masivo y radical a la vez”, expresó Martínez Echagüe. “Una de las cosas que le permitió tener esta forma es su carácter de apertura e inclusión. En América Latina, el movimiento feminista se abrió muchísimo y se volvió masivo. Es un carácter que hay que cuidar. En el fondo, son muchas ideas y muchos debates, y aparecen esas preguntas: ¿qué es?, ¿qué significa?, ¿qué hay que hacer? Son respuestas que estamos buscando en medio de esa diversidad”.