“¿Por qué hablar de masculinidades? Porque sentimos que es un tema pendiente”, apuntó el martes Victoria Prieto, doctora en Biología Celular y Molecular, en el Centro de Formación de la Cooperación Española. Así, inauguró el conversatorio “Masculinidades en la academia”, organizado por Investiga Uy, la asociación de investigadoras e investigadores que empezó a funcionar hace poco más de un año en Uruguay. La científica, que es secretaria de Investiga Uy y coordinadora de su Comisión de Género y Equidad, dijo que “desde hace varios años estamos hablando de género”, pero es una cuestión que todavía se asocia sólo a las mujeres, por lo que el desafío es “seguir trabajando para que se incorpore la idea de que es un tema que nos afecta a todas las personas, con sus mandatos y con sus expectativas”. De ese desafío surgió la idea de generar esta actividad.

En este caso, la cita era para hablar de las masculinidades específicamente en el terreno de la academia y desentrañar así las relaciones patriarcales que tienen lugar en este ámbito. Dos especialistas en estos temas fueron responsables de disparar el debate. El primero en exponer fue el médico argentino Enrique Stola, que es especialista en Psiquiatría Clínica y en Metodología de la Investigación Científica, además de ser experto en violencia de género, masculinidades y violencia sexual contra las infancias. Le siguió la antropóloga feminista Susana Rostagnol, docente e investigadora de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (Universidad de la República), y coordinadora del Grupo Género, Cuerpo y Sexualidad.

Las dos presentaciones dejaron preguntas abiertas, afirmaciones incómodas y también extendieron invitaciones. El médico llamó a los varones a “no hacerse los boludos” y “apoyar a las compañeras” que se enfrentan a barreras y desigualdades de género en las cátedras, los programas de investigación y otros espacios académicos. La antropóloga, por su parte, invitó a pensar una academia “más equitativa”, en la que además de “rigurosidad” y “productividad”, haya “más afectividad y goce”.

Una perspectiva relacional

Stola identificó dos perspectivas de estudio relacionadas con las masculinidades. Una que “se preocupa por no modificar el establishment, pero nunca explicando las relaciones de poder y cómo se da la jerarquización de la figura masculina dentro de la sociedad en cada momento histórico”. Y otra que “asume que los estudios de varones han surgido gracias a la lucha feminista, considera la masculinidad como algo relacional y, por lo tanto, prioriza la figura masculina en detrimento de los demás cuerpos”. Esta última mirada es a la que adhiere el médico.

A partir de esa perspectiva, Stola hizo un recorrido histórico sobre las diferentes formas de validación del “ser varón”. En ese sentido, aseguró que, desde 1492 hasta la década del 60, había una forma de validación que tenía que ver con “poder mantener al grupo familiar -porque el capitalismo daba para eso-, darles cierto nivel de estudio a hijas e hijos y ser un hombre proveedor”. En cambio, esa noción cambia a partir de las décadas del 60 y del 70, en una época de “efervescencia”, donde “la juventud se expresó por primera vez en el mundo como sector político cuestionando el orden establecido” y hay una “modificación del sistema capitalista”, que va de la mano con “el comienzo de la precarización de la calidad de vida, disminución de salarios, menos poder de compra”. Entonces, “aquello que validaba ser hombre, ser el macho, no existe más”.

A partir de los 80, las formas de validación del ser varón comienzan a diversificarse. “Encontramos varones que se validan como tales en las competencias deportivas, otros que se validan ejerciendo la violencia y el poder dentro de su grupo familiar, otros que lo validan en los vínculos, por ejemplo, formateados a través de la pornografía, ejerciendo un fuerte poder hacia su pareja heterosexual mujer”, enumeró Stola.

El especialista destacó que, en el medio de estos cambios, al menos “en occidente”, hay tres constantes que se mantienen desde fines del siglo XV: la dominación de clase, la dominación de género y la dominación racial, que justamente “se estructura” a partir de 1492. En este contexto enmarcó la realidad actual, por lo que afirmó que “no se puede entrar en la academia pensando que no se dan estos juegos de poder y que todo el dispositivo de dominación masculina no está presente”.

Stola dijo que, al pensar en las masculinidades en la academia, nos encontramos con dos cuestiones. La primera es “la forma en que muchos de esos hombres -y todo lo que es su estructura científica y su estructura de publicación- siguen actuando en beneficio de varones y en detrimento de las mujeres”. La otra es la práctica docente que pueden hacer algunos, “en donde se validan a sí mismos como varones con las formas comunes que conocemos de acoso, de presión, de llegar a tener un vínculo sexual con una alumna usando todo su poder”.

“Que la Comisión de Género [de Investiga Uy] haya comenzado a hablar de esto me parece excelente, porque no hay universidad ni estructura de investigación en donde esta cuestión del ejercicio del poder masculino no esté presente”, señaló el académico argentino. “Los varones no nos podemos hacer los boludos ante eso y tenemos que apoyar a las compañeras que, al estar en una situación de subordinación en el marco de la cultura que tenemos, pueden percibir claramente cómo se dan esas manipulaciones en las cátedras, en los programas de investigación, en los estímulos, en los diálogos, en la palabra de quien es escuchada y la palabra que trata de ser silenciada o descalificada”, exhortó.

El marco actual

Rostagnol basó su exposición en una pregunta que, según dijo, planteó para “provocar”: ¿Sólo hay lugar para los varones en la academia? Pero antes de centrarse en esa situación particular, especificó que hablar de masculinidad implica hablar de relaciones de género, “en tanto el género, lejos de constituir una esencia de las humanas y los humanos, está sociohistóricamente construido”. Por eso, presentó algunas características del contexto en el cual se ubican hoy estas masculinidades.

Así, señaló algunas que se dan a nivel mundial, como el “avance de estructuras de pensamiento fundamentalista”, que “confluyen en argumentos basados en la posverdad” y que, además, “inciden fuertemente” en los gobiernos de algunos países. A esto se suma la globalización -con sus “intensos flujos de capital, de información y de personas”- y “la espectacularización de la vida privada”, donde “todo lo privado parece que tiene que estar en un escenario”, remarcó Rostagnol.

Para pensar en las “presiones de género” que tienen lugar en la academia, la antropóloga resaltó dos hechos a tomar en cuenta. Uno es la “nueva oleada de feminismo”, que en Uruguay ubicó a partir de 2014, con un “reverdecimiento especialmente del feminismo de las jóvenes”. El segundo es el “fortalecimiento de la presencia de los movimientos LGBTI”. A su entender, estos dos hechos son “fundamentales”, primero porque el feminismo “pone en cuestión la base natural del orden jerárquico familiar, es decir, mueve los cimientos de la familia, mostrando que las relaciones sociales dentro de la familia, al igual que fuera de ella, son procesos sociohistóricos”. Por su parte, el activismo LGBTI “cuestionó la heteronormatividad en todas sus formas y manifestaciones, y eso también dio lugar a repensar la cuestión del género”.

La lucha de estos dos movimientos provocó, entre otras cosas, una ampliación de derechos en el país, como el matrimonio igualitario, la despenalización del aborto y la ley integral para las personas trans, recordó la académica. Sin embargo, “la historia es pendular y los conservadores no se hicieron esperar”, y en los últimos años estos movimientos “se concentran en el control de los cuerpos y las sexualidades como elemento disciplinador de la sociedad”. “Este es el escenario en el cual nos preguntamos si la academia es sólo para los varones”, insistió Rostagnol.

Hacia una academia igualitaria

“En la vida académica en general, y en la universidad en particular, la tendencia generalizada es que, a medida que el nombramiento y las posiciones son mayores, la participación de las mujeres es menor”, cuestionó Rostagnol. A modo de ejemplo, afirmó que el tercer nivel del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) es “mayoritariamente ocupado por varones”.

En la vida académica también hay “presencia de hostigamiento, acoso sexual, distintos tipos de discriminación”, señaló la antropóloga, y advirtió que son prácticas que se manifiestan de formas diferentes, según los escenarios. “No es lo mismo un escenario masculinizado, tanto de docentes como de estudiantes, como puede ser, por ejemplo, la Facultad de Ingeniería, que una institución que concentre población femenina, como la Facultad de Enfermería. En los dos va a haber casos de hostigamiento y acoso, pero las maneras y las formas en que se tramitan probablemente sean muy distintas”, aclaró.

Por otra parte, destacó que la academia “sigue una lógica masculina, que premia el éxito académico”, que se evidencia “en publicaciones, en el impacto de estas publicaciones, en ofrecer conferencias en espacios selectos, en el reconocimiento de los pares”. En esta materia, las mujeres muchas veces cuentan con desventaja, como quedó en evidencia durante la pandemia, un período en el que “disminuyeron su ritmo de publicaciones, mientras que los varones lo mantuvieron”, una desigualdad que se atribuye al rol que asumen ellas en los cuidados. “Este dramático reforzamiento de roles tradicionales observado desde la pandemia debe hacernos pensar en las formas sutiles en que las masculinidades llevan adelante prácticas de dominación en términos generales que podríamos visualizar de diversas formas de discriminación”, aseguró.

Rostagnol dijo que en estos espacios hay además “violencias más sutiles”, que suelen ser “las más generales”, y que definió como “micromachismos”, como el mansplaining (“varón explica”), el manterrupting (“varón interrumpe”) o el bropiating (“varón que se apropia”).

Para la especialista, este tipo de conductas puede tener que ver con el lugar desde el cual los varones toman la palabra. “¿Desde dónde hablan? El modelo social, las relaciones de género, los obliga a hacer uso de la razón, dejando de lado las emociones y cualquier otro sentimiento. Esto no les permite acercarse al sentipensar, que es una manera de integrar mente y cuerpo, cuerpo y mente”, consideró. En ese sentido, dijo que su éxito personal radica en su “autoridad académica” que se plasma en un CV o en el nivel alcanzado en el SNI, “lo cual está muy bien si lo dejamos en el plano académico”, pero deja afuera otras cuestiones que hacen al éxito personal como los afectos o las experiencias vitales.

Con base en estas últimas reflexiones, la investigadora invitó a pensar en una academia “en la cual haya rigurosidad y productividad, pero también haya cuidados, no sólo hacia quienes están en nuestra retaguardia, sino hacia quienes están al lado nuestro trabajando, a los estudiantes, a todos”. Una academia “en donde haya más afectividad y también haya goce”, agregó, antes de hacer una nueva invitación “a cambiar la academia, para que sea un lugar más equitativo, donde los cuerpos feminizados no sean acusados, discriminados, menospreciados, y donde los varones puedan cuidar, sentipensar y nutrirse de todos los intercambios y todas las iniciativas”.