Lucía Lijtmaer es nacida y no criada en Argentina. Nació en 1977 y a los siete meses viajó exiliada, con su mamá y su papá, que nacieron en la provincia de Santa Fe y vivían en la ciudad de Rosario. Su familia llegó a Barcelona, la ciudad en la que vivió hasta que eligió Madrid, la capital española en donde compra pescado en la feria, come sardinas, se queja de la costumbre de cenar en banquetas o casi parada, aunque sea una excusa de tertulias que se montan de bar en bar, pero que la cobija, la alegra y la expande por todo el mundo en donde sus oyentes se llaman “concursantas” y la identifican por el podcast Deforme semanal, un éxito descomunal, junto a la guionista y humorista española Isa Calderón, que gira como una obra de teatro y ahora, para sumar apuestas, lo producen de modo autogestivo.

Es una de las autoras más importantes de la actualidad y los dos mundos por los que cruzó la volvieron una pluma universal cargada de la tinta del sur recargado de las desigualdades que no soporta aceptar como parte del paisaje y de la sutileza europea que le permite describir desde una distancia con lo que ve y una cercanía con lo que vive.

Ella tiene una elegancia portátil y una combatividad agazapada que la vuelven “la 99 sudaca”. Incluso, se parece un poco, con su look de camisa abotonada y vestido de volados o jeans bien llegados (con el toque de borceguíes porteños), a la agente (mucho más inteligente y atractiva que Max) en el Superagente 86. O si la 99 no dejaba de ser a la que le faltaba un número, ella sí es la 100 y no está a la sombra de nadie, sino a la luz de sus propias iluminaciones.

Lucía es la autora de Cauterio (2022), Ofendiditos: sobre la criminalización de la protesta (2019) y Casi nada que ponerte, que se publicó en 2015 y ahora es reeditado por Anagrama, con mucho mayor valor porque cuenta, entre otras cosas, su exilio y su mirada de los mundos que se cruzan, se desvisten de prejuicios, huyen y se enamoran a veces a destiempo y, muchas otras, incluso, simultáneamente.

Lucía viajó a Argentina, a donde no iba desde hacía 14 años, invitada por el Centro Cultural de España en Buenos Aires para participar del Festival Internacional de Literatura (Filba), que se llevó a cabo del 27 de setiembre al 1º de octubre, en el que fue recibida con cariño, expectativa y la naturalidad con la que se le abre la puerta a una hija, a una amiga, a una hermana que es parte del mismo río y que vuelve a una casa que –por siempre y para siempre– será suya.

Lucía es nacida y no criada en la provincia de Santa Fe, donde se caen los puentes y se levantan, con las lucecitas de colores o sin colores, que tanto le gustan, porque las bombillas –en el idioma universal en el que elegimos las palabras más bellas y no las que nos tocan de cerca– pueden estar y pueden no estar. Ella camina por el barrio de Palermo que se apacigua de bares y dice que las guirnaldas la emocionan por eso: el gesto de estar por la voluntad de iluminar.

Su literatura es eso, la voluntad de iluminar. Incluso con bombillas blancas o transparentes. No necesita ser estridente, no se invisibiliza y tampoco se deja pasar. Marca el camino. Invita a pasar, relampaguea cuando oscurece, le da belleza a lo que podría no verse.

Lucía es de esa Argentina en donde el repelente de mosquitos es un perfume impregnado en la piel, es de una provincia (Santa Fe) en la que un laboratorio público produce misoprostol y mifepristona para que el aborto sea legal, pero también para que no sea ganancia de un monopolio privado, sino de las mujeres que deciden abortar y tienen derecho, además, a que no les duela.

La hija, recién reconocida por la cultura argentina, tiene en el arte del fileteado, el tango y el dulce de batata una nostalgia dulce que nunca se va. Pero odia, como se odian las batallas personales y públicas, a las nostalgiosas ñoñas del pasado, las que esgrimen con lágrimas retro “ay, que en la época de mi abuela” o “ay, que cuando mi madre era niña”. Ay.

Lucía prefiere el mundo en el que las mujeres pueden no morirse, sin dictaduras, sin centros clandestinos de detención y sin abortos clandestinos, como en la época de las abuelas y de las madres. Lucía lo dice con más elegancia pero lo dice clarito: un mundo en el que las mujeres se salvan de morir, un mundo en el que importa que las mujeres sufran menos, un mundo en el que se puede elegir. Y un mundo en el que las mujeres escriben para cambiarlo y, mucho mejor, escriben porque lo cambiaron.

Ella escribe con una mirada que tiene raíces en el sur y el acento del otro lado de la brújula. El heladero le da vueltas para ponerle a tope el cucurucho y ella es parte de ese mapa en donde se sabe que hay más allá de la propia esquina. Lucía tira flechas cuando escribe y da en el blanco. Lucía es nacida y no criada. Porque a las criadas no volvemos nunca más. Y si es necesario volver a decir “nunca más”, es mucho mejor decirlo leyendo a Lucía.

¿Cómo viviste tu vuelta al país del que tuviste que irte de bebé en un exilio de infante?

Pues la verdad que fue una fiesta. Podría haberlo vivido como una venganza de “ven, se los dije”, pero estuve feliz.

Casi nada que ponerte, un libro sobre tu viaje a Argentina, ¿recobra sentido en Argentina?

Disfruté mucho porque el libro tiene mucho sentido en Argentina. Mi primera intención no fue que se publicara en España, sino encontrar una editorial que lo publicara en Argentina, lo que pasa es que, desde allí, como treintañera, era muy difícil, yo no tenía nada publicado y batallé mucho como muchas autoras cuando empezamos. El primer libro es el más difícil de sacar porque tienes que demostrar que vale la pena, que crean en ti y este era un libro difícil porque era un libro sobre dos modistos (Simón y Jorge) en Argentina. Ahora me impresiona mucho que la gente lo lea, lo reconozca, entienda la voz: es un disfrute total.

En un capítulo de Deforme Semanal dijiste que a veces hay que huir. Y, en el libro, Simón tiene que huir de su pueblo de nacimiento...

Sí, Simón aprende a huir y no mirar atrás. A huir sin culpa. A irse porque él en ese ambiente opresivo siendo un chico homosexual en los años 50 no va a poder tener lo que desea y realmente el deseo es un motor de vida. Ellos trascendieron su clase. Trascendieron lo que estaban destinados a ser. En el caso de Jorge, contable en un banco. En el caso de Simón, algo relacionado con el francés. Y yo quería mostrar cómo realmente ellos habían entendido que su fuerza era el deseo, el deseo de vivir y de tener un espacio propio en un momento muy difícil en Argentina y construir esta burbuja de deseo.

¿Hay una sintonía entre expulsión y exilio?

El pueblo te enseña de dónde vienes y a lo mejor a dónde no quieres volver y no pasa nada, no hay por qué tener nostalgia por un lugar que te expulsa. Y ahí entronca, de alguna manera, con mi propia historia familiar. Mis padres podrían contar otra historia, que es la suya, sobre su exilio. Yo no puedo hablar por ellos. Pero sí creo que mi generación de los que nos fuimos como bebés o de los que nacieron en otros países hemos tenido que luchar contra esa nostalgia heredada que no nos pertenece porque podemos tener nostalgia de un idioma, de una lengua, de mi abuela, de las comidas familiares, pero no de algo que no tuvimos. Ahora tengo una relación que está muy resuelta y es desde la felicidad. Pero se puede mirar atrás y no sentir culpa porque te tuviste que ir, porque te echaron.

Y además eso se liga con una de tus obsesiones: ¿por qué el neofascismo quiere reivindicar un pasado que no es real?

Hay un discurso contemporáneo que no sólo está siendo enarbolado por hombres, también por mujeres, que argumenta que la generación de nuestros padres vivía mejor que nosotros. Primero: ¿de qué padres? ¿No? Y después: ¿Dónde? ¿Cuándo?

Tu mamá y tu papá tuvieron que huir de una dictadura militar. No es un pasado al que queremos volver...

No, pero claro. Hablan incluso desde el punto exclusivamente económico de la idea de “casa, pan y trabajo”. Claro, evidentemente, comprarte un piso en España ahora mismo es prácticamente imposible. Antes había pleno empleo pero otras condiciones económicas y sociales. Hablamos de feminismo, pero también de disidencias sexuales. A ver si dos hombres se podían besar por la calle en el año 75 en pleno franquismo. ¡Qué me estás contando! Hay una especie de enmascaramiento de un nacionalismo que, en España, está muy entroncado con una tradición franquista. Claro, ¿quién te va a negar que quiere vivir mejor? Claro que yo quiero una casa, quiero trabajo y quiero poder comer. Pero a costa de quién, ¿no? Porque lo siguiente es decir que hay demasiados inmigrantes. Esa es la letra pequeña que no nos están contando cuando se habla de nostalgia. Estás hablando de un mundo con un solo color y con una familia tradicional literalmente. Yo no quiero eso.

En el libro contás de las formas distintas de vivir de los exiliados, los que se aferran a su país de origen y los que se aferran a su país de recepción. ¿Cómo es esa diferencia?

A mí me gusta mucho Sui Generis y escucho mucha música argentina. Pero hay algo impostado. Yo no puedo hablar con acento. Cuando hablo con mi mamá hablo con mi mamá, pero no puedo venir y cambiar el acento porque no es quien soy. De repente tenía compañeros de clase que hablaban como si acabaran de llegar de Buenos Aires y éramos quinceañeros y vivíamos en Barcelona. Pero también era bonito porque querías ser exótica y eso te exotizaba. Para mí fue una experiencia súper feliz venir a Buenos Aires adolescente. Me hice un grupo de amigos. Y no lo cambio por nada. Pero yo soy de Barcelona y eso es así.

¿Qué quiere decir Ofendiditos y la crítica a una generación demasiado frágil como un copo de nieve porque se ofende, supuestamente, de todo?

Sí, claro: la generación de cristal, como que la gente se rompe por cualquier cosa, porque todo les ofende, viene del término snow flake que es la idea educativa que se genera en Estados Unidos, en los 2000, de que cada niño es único y que no hay copos de nieve iguales entre sí. Entonces esto lo toma la ultraderecha y dice que el copo de nieve es el ofendido, el que tiene la piel muy fina. [Donald] Trump, en su primera campaña electoral, lo aúpa como término suyo para hablar de que hay que romper con esta generación blandengue y romper con los feminismos y la diversidad. Y, lamentablemente, hay una parte de la izquierda que lo toma también con la idea de que la identidad de la clase obrera se está diluyendo y hay que volver a hablar exclusivamente de clases sin tener en cuenta ningún ámbito más.

En Ofendiditos tirás del hilo del boom neoliberal y aparece la madeja del financiamiento de la ultraderecha para que esto suceda en América Latina.

Claro. Es que hay un libro muy interesante que se llama Dinero oscuro. La historia oculta de los multimillonarios tras el auge de la extrema derecha norteamericana, de Jane Mayer, editado por Debate en 2018, que es fundamental para entender cómo a partir de los años 90 la ultraderecha y los grandes lobbies financieros y familias que tienen básicamente el petróleo se dan cuenta de que las universidades son el caldo de cultivo de la izquierda en Estados Unidos. Y entonces empiezan a financiar con becas, muy muy suntuosas, a intelectuales orgánicos de la ultraderecha para sostener posiciones antifeministas, anti LGBTI+ y antiecologistas. Son negacionistas del cambio climático porque son familias que tienen industrias petrolíferas y farmacéuticas. Forman a esos intelectuales neoliberales que vemos en cada debate televisivo, en cada editorial que edita este tipo de libros, para formar un centro contra cualquier tipo de idea progresista.

¿Qué pensas del fenómeno del candidato presidencial argentino Javier Milei? ¿Es un efecto de lo que vos contás en Ofendiditos?

Sí, yo creo que viendo un poco la trayectoria de Milei en los últimos años, es un ejemplo clásico: es un economista formado en este tipo de escuela que lo que hace es tocar todas las teclas necesarias para un momento muy complejo en la Argentina y de una crisis económica y social evidente. Lo interesante es plantearnos cómo Milei ha llegado hasta donde ha llegado. Me refiero a la responsabilidad de los medios de comunicación que le han permitido llegar teniéndolo como colaborador y permitiendo que haya ciertos discursos que habíamos superado socialmente, en Argentina, pero también en Europa pasa con la ultraderecha de Vox, para poner en el centro un debate inexistente con la idea de la guerra de los 70, algo en lo que la Argentina era ejemplar mundialmente. Y achacar al feminismo, al ecologismo, a todas las conquistas sociales, porque en el fondo son avances de los derechos humanos, de ser las culpables de la crisis económica y de la crisis política. Y sobre todo que lo seductor de Milei, para mucha gente, es la idea de que es antisistema cuando en realidad es el sistema, el mayor sistema que hay. Es muy peligroso su discurso, su lenguaje y la amenaza que representa para el futuro.

Las Bravas es un espacio de la diaria Feminismos que busca amplificar las voces y experiencias de mujeres feministas que están cambiando la historia en América Latina. Está a cargo de Luciana Peker, periodista argentina especializada en género y autora de Sexteame: amor y sexo en la era de las mujeres deseantes (2020), La revolución de las hijas (2019) y Putita golosa, por un feminismo del goce (2018), entre otros libros.