“El Salvador cambió para siempre”, dijo el presidente salvadoreño, Nayib Bukele, el 18 de noviembre, durante la ceremonia de Miss Universo 2023. La realización del concurso fue una excusa para que Bukele fuera aplaudido, se pusiera su esmoquin y le mostrara al mundo que ya podían venir a surfear a las olas centroamericanas gracias a las cárceles XL y la desaparición de personas sin procesos judiciales ni notificaciones a sus familias sobre si están vivas o muertas o dónde se encuentran.

Las miss no lograron la paz en el mundo, pero ahora giran su mano con una casada, dos trans y una de talla grande. Más allá del pinkwashing, la nicaragüense Sheynnis Palacios fue elegida la más bella del mundo en la edición 72 de un certamen que se caracterizó por plastificar a las mujeres como juguete de exhibición y que se quedó atrás de Barbie (reivindicada por la película) al servir para reivindicar –en traje de baño– los autoritarismos en traje de democracias desmontadas de democracia.

“Miss Universo corona la dictadura anunciada de Bukele”, escribió la periodista María Luz Noche en El País de Madrid. “Quién necesita democracia cuando el aparato de propaganda alimenta de variadas formas la narrativa de que basta con el liderazgo correcto para que un país como El Salvador, hasta hace poco entre los más violentos de la región, pueda ser sede de espectáculos de talla mundial”. Y remata: “¿Cuánta lentejuela se necesita para desviar la atención de las violaciones de derechos humanos de un régimen autoritario y del futuro dictador? Para El Salvador, todas las yardas que sean necesarias, incluidos los reflectores y toda la parafernalia y la prensa rosa que trae pagar por ser el anfitrión de un espectáculo”.

Los feminismos no se oponen a la belleza democrática, diversa, divertida o elegida en cada cuerpo, en cada montaje o en cada desnudez. Puede revisitar los íconos que convirtieron el espejo en una tiranía y darlo vuelta para disfrutar el glitter, la insinuación, la producción o el desparpajo. Pero no acepta que la belleza femenina sea, siga siendo, la legitimación del autoritarismo machista vuelto necropolítica en el que un presidente puede decidir –sin división de poderes– quién vive o quién muere, quién aparece o quién desaparece, quién es libre y quién es condenado sin condena judicial.

Por eso, el mayor efecto crítico del 15° Encuentro Feminista de América Latina y el Caribe (Eflac), realizado en El Salvador el 22, 23 y 24 de noviembre, fue terminar la multitudinaria marcha de mujeres del 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, con una performance en donde desfilaban por un camión una pasarela de miss feministas que parodiaban la violación a los derechos humanos legitimada por el arquetipo de la mujer bella, sumisa y exhibible que todo patriarcado debe tener.

La tarima como escenario político

Por el camión que daba hacia la plaza en donde se concentraban visitantes de Honduras, Nicaragua, México, Guatemala, Bolivia, Perú, Argentina, Brasil y Uruguay desfilaban peinadas, maquilladas, con vestidos sacados del closet de las fiestas en las que los brillos opacan el machismo vuelto selfi cinco estrellas y se enseña a las niñas a caminar desde pequeñas para ser bellas y angelicales y a los niños a romper piñatas de angelitos con palos que se revolean hasta que la recompensa dulce rebalsa por la herida.

Las concursantas no representaban a países, sino a problemáticas sociales. Así pasaron –con furiosos aplausos– “Miss Violencia a Cuerpos Feminizados”, “Miss Impunidad”, Miss Reelección (el artículo 152 de la Constitución de El Salvador prohíbe la continuidad presidencial por dos mandatos, pero Bukele ya se inscribió como candidato para las elecciones del 4 de febrero de 2024), Miss Surf City (en donde una nueva ley de dominio inminente pone en peligro de desalojo a 700 familias para construir un parque turístico), Miss Fosas Clandestinas, Miss Penalización Absoluta del Aborto (como el caso de Imelda Cortez, que fue acusada, a los 20 años, de interrumpir un embarazo producto de la violación de su padrastro) y Miss Régimen de Excepción.

La excepción confirma la regla, pero no confirma la democracia. La dictadura argentina justificaba los delitos de lesa humanidad como errores y excesos; el gobierno salvadoreño, como excepciones. Bukele se ufana de haber terminado con las pandillas, y la sensación de seguridad lo favorece en el clima social. Sin embargo, se sospecha de pactos con el crimen organizado y no se trata de mano dura con quienes delinquen, sino de una mano que desaparece a personas sin pruebas ni juicios que demuestren que cometieron delitos y sin información sobre su paradero o destino.

“Te cambio tu bitcoin por mi hija desaparecida”, dice un esténcil pintado en una de las calles que recorren la marcha del 25N. La novedad financiera de Bukele se apoya en la más rancia tradición bananera: ricos muy ricos (con la moneda que sea), pobres muy pobres, control social, mujeres para mostrar como objeto de decoración de un país vendible, la desaparición como forma de exterminio de un enemigo real o imaginario y la ausencia de quienes no están como castigo ejemplificador para quienes quieren protestar, pedir o existir.

Un bebé llora y sólo quiere ir a upa de su mamá a la que le pesa la espalda de tanto cargar. Ella lo lleva al hombro y lo muestra, recién nacido, en la remera en la que se ve a su hermana con su hijo. Ella ya no ve a su hermana. No es que está presa. Está desaparecida. Ella no sabe dónde está. Ella pide “justicia y libertad para Adriana Pleitez”.

“Liberen a mi tía, ella regresó al país sólo para conocerme”, dice él en la pancarta que se hace cuerpo sobre su madre y lágrimas mutuas en el niño que no quiere desprenderse en un país en el que el desprendimiento es un peligro.

Ella forma parte del Movimiento de Víctimas del Régimen (Movir), que convoca, en el 25N, a mujeres que piden por sus hijas, por sus hijos, por sus hermanos, y que en la manifestación buscan contar la historia de que en su país se los silencia y en las calles se los hace caminar sin rumbo.

El Movir exige la derogación del régimen de excepción y la liberación de los familiares capturados de manera arbitraria e ilegal, la detención de la tortura y los tratos crueles, inhumanos y degradantes contra las personas detenidas y sus familias, que se investiguen las muertes en las cárceles, y justicia para las personas detenidas por el régimen de excepción.

Otra remera blanca y azul (los colores de la camiseta salvadoreña) reza: “Libertad para mi hijo y mi hermano en nombre de Dios”. Y reza, con marcador reforzado a mano, como si todas las palabras no fueran suficientes para responder a la historia oficial: “No son delincuentes”. Y dice, como si por decirlo dos veces la respuesta fuera más clara: “No delincuentes”.

La dicotomía es esa: El Salvador no quiere una sociedad tomada por las pandillas, las maras, los controles para ir y venir, tener que pagar para entrar a la casa o no poder salir, tener que responder a los narcos y hacer lo que digan a punta de pistola y quedar rehén de un capitalismo paralelo basado en la corrupción política y judicial y derivado del ejercicio militar y paramilitar en Centroamérica. Pero la falsa grieta no es entre criminales e inocentes, sino entre una democracia que resuelva con justicia el crimen y que no se vuelva un Estado criminal en nombre de la justicia. “Los extraño”, define una remera blanca con la foto de dos jóvenes la sensación de una madre que no va a visitar a sus hijos a una cárcel, sino que no sabe dónde están sus hijos y que, como el paradigma de las locas o las culpables –siempre las madres, siempre las mujeres–, se las responsabiliza del destino de sus hijos y se las enfrenta a una sociedad que quiere paz y que está dispuesta a pagar el precio de una guerra encubierta. Pero ella escribe en letras cortadas por guiones, como su propio cuerpo entrecortado: “Libertad” y “No más dolor”.

“Mi hija tiene 17 meses de estar capturada por el régimen de excepción. Ella era una muchacha trabajadora dedicada a sus niños, de 16, ocho y cinco años. Cuando a ella la agarraron, la niña estaba por cumplir 15. Ella estuvo de penal en penal, pero no sabemos nada, no sabemos cuál es su estado, tenía una operación que hacerse y no se pudo llevar a cabo, no sabemos dónde está ni si le entregan las cosas que le mandamos, pero sí sabemos que ha sido maltratada”.

Patricia de Santa María denuncia la desaparición de su hijo Ernesto Santa María de León. “El 3 de diciembre de 2022 me lo capturaron sin qué ni para qué. Está desaparecido, no está preso. Yo no sé nada de él. No se si está vivo o si está muerto”.

En América Latina, sin embargo, el modelo carcelario de Bukele se vende como una big mac de prisión y paz. Patricia desmiente la publicidad oficial: “Bukele con la gente pobre es un ensanchado y la está atacando. Están capturando a hombres que trabajaban. Mi hijo cuidaba a su hija, que ahora depende de mí, que soy su abuela. Es una injusticia”.

En el libro Historias al margen. Sobrevivir al régimen de excepción en El Salvador (2023) se contextualiza: “En El Salvador más de 71.000 personas han sido detenidas en un año y seis meses de estado de excepción. Los derechos de libertad de asociación, expresión y movilidad fueron suspendidos por la Asamblea Legislativa para toda la población, en medio de un discurso gubernamental de una guerra en contra de las pandillas. Miles de personas han sido capturadas de manera arbitraria e ilegal por tener tatuajes, por su forma de vestir, por la zona de residencia, a discreción del ‘juez de la calle’ por denuncia anónima, por listas policiales, por nerviosismo o por estar en el lugar equivocado y en el momento equivocado”.

En el camión feminista las modelos denunciaban sobre una tarima móvil que se convertía en escenario político: “En el país de Miss Universo, las niñas son obligadas a parir”; “al gobierno salvadoreño no le importa la vida de las mujeres”; “libertad para todos los capturados ilegalmente en el régimen de excepción”; “concurso de Miss Universo: El Salvador no es el país de las sonrisas”.

Por una vida en democracia y sin violencias

Mónica Campos, periodista feminista salvadoreña del medio La Alharaca, enmarca por qué fue importante que El Salvador sea la sede del Eflac: “Hay una crisis política y de derechos humanos en la que el feminismo está siendo atacado desde las fuerzas represivas del Estado y el discurso de Bukele y quienes apoyan las políticas represivas. El régimen de excepción ha sido una respuesta al problema de los asesinatos por parte de las pandillas. Pero ahora las muertes violentas están sucediendo dentro de las cárceles. Hemos cambiado de victimarios, pero siguen los asesinatos, sólo que ya no están en manos de las pandillas, sino en manos de las fuerzas de seguridad del Estado. No es que El Salvador sea un lugar seguro, sino que las condiciones de violencia han mutado”.

“El 25 de noviembre [como Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer] se constituyó en el primer Encuentro Feminista de América Latina y el Caribe [de 1981], y el 25 de noviembre cerró el 15° Encuentro en El Salvador. El Encuentro es un pacto transfeminista que refuerza la potencia de nuestro movimiento. Es un movimiento social transformador y el movimiento social con mayor trascendencia en todo el continente”, enmarcó Morena Herrera, de la Agrupación Ciudadanas por la Despenalización del Aborto, una de las organizadoras principales del Eflac, consolidada como una líder indiscutida del movimiento feminista latinoamericano por su capacidad de conducción, de tracción para el futuro, por su intervención concreta sobre los casos de las mujeres encarceladas por abortar y su capacidad de escucha y diálogo con las jóvenes y las diversidades.

El próximo Eflac se va a realizar, por consenso, en Haití, y esa elección –aun en un territorio con condiciones adversas de infraestructura y transporte para recibir a casi 2.000 mujeres y personas trans– demuestra una posición política de luchar no sólo por cuestiones de género, sino en contra del racismo, la desigualdad y la pobreza.

“Celebramos que el próximo encuentro sea en el Caribe, en Haití, en el país más pobre de todo nuestro continente –remarcó Morena–. Las feministas latinoamericanas celebramos el compromiso de las haitianas, y queremos vivir en democracia y sin violencia para desear y transformar las realidades injustas”.

“En El Salvador y Nicaragua se transita hacia una restauración autoritaria. Los estados apuntan al militarismo y no asumen sus responsabilidades de proteger a las niñas, adolescentes, mujeres y diversidades”, apuntó Morena, con una blusa rosa, jeans, voz potente y amable, y una dulzura que sabe organizar y convocar a no bajar los brazos.

El feminismo mostró que es el único paraguas en donde el avance de los autoritarismos no se mira como una hormiga sino como un hormiguero que vuelve a azotar a América Latina y que requiere de unidad regional para poder pensar una visión esperanzadora sin paralizarse por el miedo y la decepción.

Las Bravas es un espacio de la diaria Feminismos que busca amplificar las voces y experiencias de mujeres feministas que están cambiando la historia en América Latina. Está a cargo de Luciana Peker, periodista argentina especializada en género y autora de Sexteame: amor y sexo en la era de las mujeres deseantes (2020), La revolución de las hijas (2019) y Putita golosa, por un feminismo del goce (2018), entre otros libros.