A Fernando Báez lo mataron ocho varones. Lo supo todo el mundo: en Argentina, ocho rugbiers, todos adolescentes, mataron a golpes a otro adolescente a la salida de un boliche. Hace poco más de un mes el Ministerio de Salud Pública dio a conocer la cantidad de suicidios durante 2022: fueron 818 y más de la mitad de las personas que se suicidaron, exactamente 639, eran varones. Los homicidios, en tanto, son mayormente cometidos por varones hacia varones.

Los datos expuestos demuestran una violencia estructural entre varones, para consigo, y para con los otros. Eso implica, a su vez, el ejercicio de distintas formas de violencias hacia las mujeres, enraizadas de manera endémica. En el ciclo de entrevistas de España El sentido de la birra, Brigitte Vasallo, escritora y activista, manifestó que “no es que sean violentos porque son hombres”, sino que, “los que son, es porque hay toda una construcción de masculinidad que anima a eso y castiga lo contrario, y hay un montón de elecciones que en el camino se hacen o no se hacen”. Masculinidades hay muchas, pero hay un núcleo duro, un sistema, que alimenta y exige una masculinidad patriarcal.

“Varón no se nace, pero tampoco se llega a serlo”, dijo a la diaria Luciano Fabbri, doctor en Ciencias Sociales y secretario de Formación y Capacitación para la Igualdad en el Ministerio de Igualdad, Género y Diversidad de Santa Fe, Argentina, en el que llevan a cabo el programa “Masculinidades por la igualdad”.

Fabbri retomó a la filósofa Simone de Beauvoir y su frase célebre “Mujer no se nace, se llega a serlo” para explicar que llegar a ser varón “es una zanahoria que nunca se alcanza: hay que todo el tiempo performar, actuar y demostrar masculinidad, fundamentalmente ante nuestros congéneres”.

¿De qué hablamos cuando hablamos de “masculinidad hegemónica”?

Mucho se habla de la “masculinidad hegemónica”. Tanto Fabbri como la antropóloga especializada en masculinidades Fernanda Gandolfi retrocedieron algunos pasos para explicar de dónde surge el término: el concepto de “hegemonía” parte de la teoría política del filósofo y sociólogo italiano Antonio Gramsci, que luego es retomada por la socióloga australiana Raewyn Connell para extenderla a la idea de masculinidad hegemónica y así “pensar cuál es la forma de masculinidad que logra elegirse como la legítima, como la autorizada para ocupar posiciones de dominio y de privilegio en determinado contexto dado”, resumió Fabbri.

Desde la academia, surge entonces la concepción de que la masculinidad hegemónica es “una conformación de prácticas para los sujetos que se los socializa como varones y que, de alguna forma, es una norma que tienen de comportamiento”, explicó Gandolfi a la diaria. Al mismo tiempo, señaló que al traer la idea de hegemonía planteada por Gramsci, significa que esa masculinidad “precisa del consenso para funcionar” y allí es que aparecen “otras masculinidades, como las subordinadas, las cómplices”.

En lo más práctico, esta masculinidad suele ser vinculada con lo patriarcal. Enrique Stola, médico psiquiatra, especialista en violencia de género y abusos sexuales, afirmó a la diaria que la masculinidad hegemónica “es un estereotipo, un modelo, que ha regido la formación de los hombres durante muchos años” y puede visualizarse en “ser jefe de familia, competitivo, poder dar respuesta a la necesidad del grupo y de la familia, ser dominante, sentarte en la punta de la mesa, demostrar el poder”. Más en concreto, Stola manifestó que se trata de “gestos y conductas que muestran los permisos y los privilegios que tenemos los varones de ejercer la dominación, y por ejercer la dominación, entonces, podemos ser dueños de los espacios, las cosas, los cuerpos, y también avasallarlos: ese es el permiso simbólico que tenemos”.

“La masculinidad hegemónica no siempre va a tener cuestiones tradicionales; hay ámbitos donde los varones pueden entender y mantener una deconstrucción y, sin embargo, hay un núcleo duro que no puede”. Fernanda Gandolfi, antropóloga especializada en masculinidades.

Si bien Gandolfi planteó que esta masculinidad se manifiesta “jerárquicamente”, que “además es usada para mantener el dominio frente a las mujeres e identidades subordinadas” y que, en tanto, cuando se habla de una “masculinidad patriarcal concuerda con un orden de género jerárquico, actitudes machistas y es tradicional y conservadora en su expresión de género”, es necesaria la mirada situada, contextual.

“La masculinidad hegemónica no siempre va a tener cuestiones tradicionales; hay ámbitos donde los varones pueden entender y mantener una deconstrucción y, sin embargo, hay un núcleo duro que no puede”, esgrimió la antropóloga. Por su parte, Fabbri destacó que muchas veces el concepto de masculinidad hegemónica pierde “su enfoque contextual y se convierte en un conjunto de atributos que pareciera funcionar de la misma manera en cualquier tiempo y espacio”. Por eso, Gandolfi remarcó que es necesario apelar a la interseccionalidad y poder despejar el uso del concepto “como eufemismo de la masculinidad patriarcal, tóxica, machista”. “No hay una masculinidad única”, puntualizó.

¿Existen nuevas y otras masculinidades?

De Beauvoir también escribió sobre el mito de la “feminidad en sí”. Esta línea de pensamiento fue recogida por le filósofe Vir Cano en su libro Po/éticas afectivas, apuntes para una reeducación sentimental (2022), para afirmar que “no existe la ‘masculinidad en sí’, sino múltiples y variadas maneras de habitar y disputar las masculinidades, el género y la sexualidad”.

Cano, de hecho, no habla sólo de varones cisgénero, sino de “masculinidades en plural”, porque, según considera, “lo cierto es que hay muchas y variadas maneras de vivir y habitar la masculinidad, algunas de ellas muy horribles y mezquinas, altamente estereotipadas y legitimadas; y otras hermosas y refrescantes, corridas de las normas de la ‘buena masculinidad’, masculinidades ‘fallidas’ para la mirada patriarcal, ‘molestas’ para aquellos que quieren custodiar su legítima propiedad viril”.

Hay un mandato que lleva a las masculinidades a cumplir con una masculinidad patriarcal. Sin embargo, Fabbri señaló que hay “diferentes aproximaciones y vivencias”, que van a estar supeditadas a “un montón de factores: posiciones de clase, étnico-raciales, generacionales, geográficas, de discapacidad, etcétera, que van a condicionar los lugares concretos que tengamos en el marco de las relaciones de poder”.

Para Fabbri, visualizar las distintas formas de habitar la masculinidad es fundamental a la hora de intervenir en esas “situaciones reales” si se las logra percibir como “una herramienta para la intervención política con un objetivo transformador” y no “meramente como un diagnóstico o una descripción o una caracterización”.

A pesar de las “diferentes aproximaciones y vivencias” de la masculinidad, el doctorando admitió que para las que intentan escapar de las imposiciones del sistema patriarcal “siempre hay formas o estrategias de disciplinamiento, por parte del sistema y por parte de los actores que encarnan muchas veces esos mandatos que el sistema impone, y que tienen que ver con las formas de disciplinamiento que se da en la homosociabilidad: los vínculos entre los propios varones”.

Al respecto, Gandolfi narró que al existir un “núcleo que concentra la hegemonía”, también hay masculinidades que quieren distanciarse de eso, que “no quieren verse identificados con una forma de la masculinidad que es opresora”. Sin embargo, criticó la concepción de “nuevas masculinidades” ya que, según varios autores, a pesar de que surge de “cuestionarse cierto orden de género y reproducción de desigualdades y privilegios que los varones poseen”, se trata sólo de una “política de adjetivaciones”, mientras que “la masculinidad no está en cuestión”.

Stola también consideró que hay que “tomarlo con pinzas”. Es que, según el psiquiatra, existen ciertos “reacomodamientos” en las masculinidades como consecuencia del “impacto” de la lucha de las mujeres y del movimiento LGBTI+, que pueden verse en que el “ejercicio del poder” no es igual en las generaciones previas que en las más cercanas y en que muchos varones tienen “un discurso políticamente correcto”. De todas formas, resaltó que se trata de “nuevas formas de moverse, quizás amables, cooperantes, solidarias, pero que mantienen el ejercicio del poder, porque toda la estructura sigue privilegiando a la figura masculina”. Por tanto, a su entender, lo que se precisa son “masculinidades críticas, antipatriarcales, que estén todo el día muy atentos, con una especie de ‘yo’ observador de no caer en las trampas del patriarcado”.

¿La masculinidad afecta también a los varones?

También se habla mucho de la “masculinidad frágil”. Fabbri evidenció que “basta cualquier gesto o expresión que se corra del guion de la masculinidad normativa para que se nos pueda quitar o poner en duda la masculinidad”.

Las estrategias de disciplinamiento a las que hizo mención anteriormente recaen, sobre todo, en las masculinidades que buscan salirse de estos mandatos y, por tanto, se les hace “pasar vergüenza, humilla, expone, excluye”, así como “se pone en duda o riesgo el espacio de pertenencia grupal”. Si bien se ven más perjudicadas las identidades disidentes, Fabbri aclaró que estas situaciones tienen lugar en todos los grupos de sociabilidad masculina.

Justamente, hizo énfasis en que la masculinidad “se aprende imitando” y eso, muchas veces, “tiene que ver con reproducir modelos que nos hacen pensar que es lo que otros esperan de nosotros”, porque, al fin y al cabo, el temor es “a quedar a la intemperie, a quedar en soledad, a perder el espacio de pertenencia grupal, a perder el reconocimiento de esos sujetos de los que uno espera afecto, amor, aprobación”.

Costos. ¿Es beneficioso hablar de los costos que trae la masculinidad patriarcal a los propios varones cuando la evidencia es clara en cuanto a la afectación en las mujeres? Gandolfi va a decir que, muchas veces, la “retórica de los costos” deja a un lado los privilegios que siguen manteniendo, y ese es “el problema”. “Se entra en una mirada victimista de la masculinidad, y la masculinidad es un factor de riesgo, pero el varón también es un factor de riesgo para identidades que no son las hegemónicamente masculinas. Porque si se autolesionan, por ejemplo, terminan lesionadas más otras”.

En esta misma línea, alertó sobre la pérdida del “sentido político” cuando termina habiendo “revisiones individuales” y se aleja de vista la hegemonía, la jerarquía, que “los de abajo sufren más a raíz de los de arriba”; “termina habiendo opresión sin opresores”, resumió.

Para Stola, a los varones “les importa tres carajos los costos, porque tienen el ejercicio del poder”. Por esa razón, según el psiquiatra, sólo se ponen a pensar en ello “cuando de golpe no pueden ejercer la dominación, cuando se ven cuestionados como varones”. A su vez, consideró que dialogar sobre los costos para los varones “no aporta nada para la igualdad”, sino que el camino es que “las mujeres digan que lo que aporta es la lucha de las mujeres, porque si los hombres hemos cambiado históricamente es por su lucha”.

Aunque la discusión muchas veces se torna entre “costos sí, costos no”, Fabbri negó que esa sea la senda. Lo pertinente, en cambio, dijo que es evaluar “con qué estrategia discursiva, comunicacional y pedagógica hablamos de los costos”, aunque prefiere, en vez de costos, hablar de “heridas que los mandatos de masculinidad provocan en los propios sujetos de masculinidad y que nos llevan a provocar en las personas con las cuales nos relacionamos”.

En sintonía con Gandolfi, Fabbri dijo que el “problema” de hablar de los costos es “cuando es autocentrado, sólo en los padecimientos que provocan los varones, y pierde su dimensión relacional”. Sin embargo, subrayó que “negar la importancia de visibilizar las heridas que esos mandatos provocan” hace que sean otros discursos los que hablen al respecto, capitalizados de maneras antifeministas, con una retórica que niega la existencia del patriarcado y que “son las feministas y las mujeres las que se victimizan”.

“¿Cómo vamos a erradicar las desigualdades y violencias de género si no trabajamos con quienes las ejercen, si no prevenimos que esos mismos actores las sigan ejerciendo o reincidan en ese ejercicio?”. Luciano Fabbri, doctor en Ciencias Sociales experto en masculinidades.

En ese marco, para Fabbri el camino ideal a seguir es poder “pensar la relación dialéctica que hay entre costos y privilegios”. Como ejemplo, mencionó el caso del “varón que no puede expresar su vulnerabilidad o su fragilidad”, y explicó que “no es que no lo puede expresar en sí mismo, sino que esa represión del repertorio emocional está vinculada a ser socializado para una posición de autoridad, que supone racionalidad, autosuficiencia, omnipotencia, por lo cual tiene un sentido político”.

¿Cuál es el vínculo con los feminismos?

Yo no quiero marchar al lado de quien me violentó, quien me abusó, quien me violó, quien violentó a mi amiga, a mi hermana, a mi madre, quien abusó a mi prima, a mi compañera, a mi novia, quien violó a cualquier mujer, quien mató a cualquier mujer por razones de género.

Al mismo tiempo que se escuchan reiteradamente esas afirmaciones, también se cuela la pregunta: ¿en qué se vinculan las masculinidades con los feminismos? Para Cano, esa pregunta “insiste”, y en tantas ocasiones “identifica sin más la masculinidad a los varones cisheterosexuales (desconociendo también la diversidad de posiciones subjetivas que habita en ellos)”. La interpretación de Cano es que cuestionarse esto “no sólo habla del profundo cisexismo que anida en muchos feminismos actuales, [sino] también del costo que implica pensar el feminismo como una política identitaria (para y de las feminidades, cuando no sólo de las mujeres cis y blancas) y no como la lucha en contra del cisexismo, el machismo y el heterosexismo endémico de nuestra sociedad”.

Vasallo, por su parte, dijo que si los varones son violentos “por definición, de manera esencial”, “no podemos pedir responsabilidades” y “estamos en un callejón sin salida”. La pregunta entonces es: ¿quién se hace cargo?

Según Gandolfi, más allá de que “el sujeto político del feminismo” es “muy amplio”, está segura de que “el sujeto varón no lo es”. De todas formas, señaló que “no hay que quitarlos de la escena porque son parte del orden de género, y los espacios que se generan para que los varones piensen su posición son más que bienvenidos, pero cuando, además de pensar los costos, piensan en sus privilegios”.

Para Fabbri es justamente el enfoque feminista, “en clave enfoque relacional”, que los invita, interpela e incomoda a pensarse “en el marco de relaciones de poder y no hacer de los feminismos una herramienta egocéntrica para pensar sólo en nuestro bienestar”. Por otro lado, consideró que es necesario formar a varones para “involucrarlos” en la tarea, porque “efectivamente hay un trabajo estratégico que es llevar los feminismos a los espacios de socialización masculina, donde las mujeres feministas no tienen acceso”. Y así, trabajándolo en la cotidianidad, aseguró que se da “una forma de contribuir a los feminismos como sujetos socializados en la masculinidad, sin pretender que haya una proclamación feminista en el ámbito de lo público, donde las mujeres nos reconozcan como tales”.

“¿Cómo vamos a erradicar las desigualdades y violencias de género si no trabajamos con quienes las ejercen, si no prevenimos que esos mismos actores las sigan ejerciendo o reincidan en ese ejercicio?”, se preguntó. A su vez, si bien aclaró que el trabajo también puede hacerse con mujeres, “lo que no se puede hacer de ninguna manera es delegar en las mujeres el trabajo con varones como si fuesen las responsables de hacernos reflexionar sobre estas prácticas, o sea, volver a caer en una política extractivista que pretende que las mujeres estén a disposición de los procesos de deconstrucción de los varones”.

A modo de cierre, Gandolfi llamó a “tener cuidado” con la afirmación popularizada de que “el fin del patriarcado también les va a hacer bien a los varones”, porque “abandonar el privilegio no va a ser tan fácil, y alguien va a tener que hacer las tareas que no le gusta hacer a nadie”.