Luz Mely Reyes es cofundadora y directora de Efecto Cocuyo, un medio independiente venezolano –que nació el 21 de enero de 2015– y de Venezuela Migrante. Luz se subió a los buses de Caracas para pedir colaboraciones de los pasajeros y pasajeras con la intención de contar lo que pasaba en las calles sin ataduras. “¿Y a mí no me vas a pedir?”, le preguntó un chofer que también quiso colaborar. El periodismo de a pie se convirtió en rodante, participativo, pasional y, a la vez, riguroso y valiente. “Los cocuyos son insectos que generan luz para protegerse de sus depredadores y también para atraer a sus parejas. En los pueblos caribeños, los indígenas usaban los cocuyos como lámparas naturales para guiar el camino en la oscuridad”, define el portal, que tiene como consigna hacer un “periodismo que ilumina”.

Luz nació en una familia en la que no tenían mucho, pero que atinó a ponerle un nombre que la define. Una identidad es muchísimo. Los bichitos de luz, las luciérnagas o los cocuyos son ese guiño en la oscuridad, que enciende el camino, que no encandila, sino que titila un resplandor, que suspira luz como una ráfaga de brisa en el calor o una manta de lana en el invierno. Luz tiene 56 años. Escribe, busca, no se queda parada, se sube a pedir y se baja a escribir. Ella no tiene que decir nada para sonreír desde una amorosidad que irradia y una firmeza que emana. Baila en su porte con collares que la enmarcan en un cuadro de estilo y escucha en la reflexión de quien sabe que la vida no baja a ofrecer las posibilidades, sino que hay que abrirlas como las puertas de la libertad cuando se cierran.

“Mi mamá trabajaba planchando y limpiando pisos en la escuela donde estudié. Ella me decía: ‘Estudia para que no tengas que limpiar baños como yo tengo que limpiar la mierda de los demás’. Y me decía: ‘Estudia para que no tengas que depender de un hombre que te mantenga’. Esos fueron mandatos que me pusieron en el disco duro”.

En 2006 escribió el libro Con la vagina bien puesta (que ahora quiere reconvertir en un podcast) porque Venezuela cargaba con una presión sobre la belleza muy grande. Nada más que agregar. No necesitaba llevar título. Ni de Miss Universo. Ni de Miss Feminista.

Se declaró feminista en 2016, pero siempre fue defensora de los derechos de las mujeres. “Aprendí en mi casa a defender los derechos de las mujeres trabajadoras”, grafica, “porque si una mujer trabajadora no tenía un buen sueldo, de qué íbamos a vivir”.

¿Por qué están asentándose los autoritarismos en América Latina, en muchos casos, con la excusa de no ser Venezuela, pero con un molde similar al venezolano?

La tendencia es que el autoritarismo se está normalizando, se están legitimando los liderazgos autoritarios y se está utilizando el temor para inhibir los reclamos. El caso [Javier] Milei, en Argentina, el caso [Nayib] Bukele, en El Salvador, el caso [Daniel] Ortega, en Nicaragua, y el caso de [Nicolás] Maduro, en Venezuela, que no es de izquierda, pero es un autoritarismo con ciertas características, se asemejan en que son autoritarismos del siglo XXI que, a diferencia de los otros, están utilizando mecanismos de persuasión. Dicen que Bukele es un dictador cool porque logra controlar alguna cosa y cae bien. Milei también utilizó las herramientas de las redes sociales. El autoritarismo del siglo XXI está aprovechando dificultades institucionales de la democracia y de la afiliación a los partidos políticos. Lo vemos en Latinoamérica, lo vemos en Europa, lo vemos en todas partes. Yo estuve en Kosovo y lo veo en Serbia. Es un patrón y el gran reto de las democracias. Los pilares de la democracia, entre los que está la prensa libre, están siendo cuestionados por estos liderazgos autoritarios que, en perspectiva, no son ideológicos, son autoritarios: pueden ser de derecha o pueden ser de izquierda.

¿Qué modelos te renuevan la esperanza?

Una esperanza es el presidente [Gabriel] Boric de Chile, que es muy joven, creció protestando, defiende valores de izquierda, pero no justifica la violación de los derechos humanos por una visión ideológica de lucha contra el imperialismo.

¿Cómo evaluás el manejo de la crisis de Venezuela de parte del presidente de Brasil, Lula da Silva?

Yo hubiera querido que fuera más firme. En Latinoamérica, a grandes rasgos, por supuesto, tienes una izquierda anquilosada que se quedó dinosáurica y que cree en el uso del ejercicio autoritario para seguir en el poder reivindicando unos supuestos valores que terminan violando derechos humanos como pasa en Nicaragua, en Cuba y en Venezuela. Luego tienes esta generación intermedia que pueden ser Lula y [Gustavo] Petro, presidente de Colombia. Petro defiende el sistema interamericano que fue lo que permitió que pudiera restituirse la vida política colombiana. En el caso de Lula, confió en la Justicia de su país independientemente de que la cuestionara. Nosotros no tenemos absolutamente nada de eso. Todos saben que Maduro no ganó la elección. La izquierda no puede dar un cheque en blanco.

¿Qué opinás de las posiciones de Uruguay?

En Venezuela hubo personas que se tuvieron que refugiar de Uruguay, Chile y Argentina durante la época de las dictaduras. Ante la pérdida de la democracia en Venezuela, hemos sentido mucho apoyo de Uruguay, que es muy firme con los valores democráticos. Los periodistas uruguayos estaban muy sensibilizados con ciertos rasgos de desmontaje de instituciones democráticas basados en que la mayoría votó y que es la dictadura de la mayoría sin respetar los disensos. Uruguay ha sido muy firme y es importante porque hay temas que no admiten matices.

¿Se está extrapolando el modelo venezolano?

No podemos ser ombliguistas y extrapolar nuestras vivencias, pero hemos visto la tendencia del liderazgo único de Venezuela en El Salvador y se asoma en Argentina. Uruguay ha sido muy firme y es importante convertirlo en un ejemplo porque tú puedes estar o no de acuerdo con esto, pero hay temas que no admiten matices.

La expresidenta argentina Cristina Fernández le pidió a Maduro que muestre las actas electorales en honor al legado de Hugo Chávez. ¿Cuál es tu mirada sobre esta demanda?

Esa petición de Cristina cae en saco roto porque lo que está mandando, en este momento, en Venezuela, se esconde tras un legado que no respeta. Ellos se robaron la herencia y punto. Así como se están robando las elecciones y dilapidaron todo esto. Por eso hay chavismo disidente que no reconoce a estos como chavistas. Para mí es el final de la época Chávez en el sentido de lo que él promovió, en la que hubo cuestionamientos, críticas, pero donde había todavía espacio de libertad y un fetiche que era que él ganaba las elecciones. No hay muestras de que él no hubiera ganado las elecciones. Y, cuando no ganó, entregó y supo decir: “No ganamos y no ganamos”. Estos perdieron las elecciones y se las robaron.

¿Cuál es el escenario que vislumbrás para Venezuela?

Es complicado en este momento. Hubo mucha resistencia, pero creo que si el 10 de enero Maduro se juramenta, entra a ser un gobierno de facto. ¿Y qué significa para Latinoamérica tener un gobierno de facto? Porque Maduro no sólo se roba las elecciones, sino que se impone en otro período constitucional, no recibe reconocimiento internacional, pero sí sigue afectando la vida cotidiana del país. ¿Y qué vamos a hacer nosotras desde nuestras distintas posiciones? Cuando un gobierno autoritario se impone en diez años, después es muy difícil que salga. ¿Qué incentivos hay para que salga? Yo creo que Maduro quiere estar en el poder. La democracia ha sido desmontada desde adentro, porque, incluso con Chávez, eso fue democracia. Con sus limitaciones, pero fue democracia. Con Maduro empieza a dejar de ser democracia. Nos desmontaron la democracia con una violencia política muy focalizada.

¿Qué opinás del liderazgo de María Corina Machado en Venezuela?

María Corina Machado ideológicamente pertenece a un espectro con el que no he comulgado. Pero, cuando lo analizo, digo que ha tenido ella también, aunque no creo que se catalogue feminista, que enfrentar los prejuicios del machismo frente a su liderazgo y hace que lo tenga que revalidar diariamente. Es muy agotador para cualquier mujer en cualquier espacio de liderazgo. Todos los días te tienes que parar. No sólo tienes que decir que eres buena -yo por lo menos lo asumo, no tengo pruritos con eso-, sino que tienes que demostrarlo porque te lo exigen. Tienes que ser el triple de buena. El triple de comprensiva. Es agotador.

¿Cómo es sobreponerse a ese agotamiento y usar la madurez a favor?

A mi edad una mujer estaba pasando ya al retiro. Yo me veía dando clases en una escuela pequeña para niños, gratuitamente, cobrando mi pensión, en un pueblito venezolano, cerca de la playa. Me siento afortunada de seguir haciendo periodismo. He visto mujeres jóvenes que se han retirado. Yo tengo mucha firmeza en mis convicciones. Pero me da mucho dolor que las jóvenes y los jóvenes no pudieran hacer su carrera en Venezuela. Vivimos un problema mundial generacional.

¿Cómo se logran liderazgos no autoritarios pero firmes y en los que entre la investigación y la percepción puedan confluir?

En los medios de comunicación tradicionales, en Venezuela, crecimos con estructuras muy verticales y autoritarias. Yo empecé a cuestionar el estilo de liderazgo autoritario y pasé al laissez faire, laissez passer [dejar hacer, dejar pasar]. Ahora me inclino por tratar de aprender a ejercer un liderazgo democrático. Necesitas tener firmeza: que tengamos una relación cercana y que haya una conversación no significa que los objetivos no se van a lograr. Eso es un equilibrio que hay que buscar. También hay que aprender a tener conversaciones complicadas, difíciles, pero es una constante construcción. Yo cuando buscaba ejemplos en la toma de decisiones veía que los ejemplos eran masculinos. Y luego conocí a Mónica González [Chile], a María Teresa Ronderos [Colombia], a Ginna Morelo [Colombia], que son como mis maestras, junto con mis colegas con las que fundamos y trabajamos en Efecto Cocuyo, Josefina Ruggiero, Laura Weffer y Danisbel Gómez Morillo, que se incorporó al año del proyecto.

Después del auge del #MeToo y la expansión de la idea de sororidad, estamos atravesando una etapa de búsqueda sobre las formas de construir más posibilidades para las mujeres, no repetir moldes masculinos, pero que los liderazgos puedan también asentarse. ¿Cuál es tu experiencia en ese camino?

Yo me siento muy bien trabajando con mujeres. Pero también me ha tocado aprender de la percepción que pueden tener otras mujeres sobre el liderazgo de las mujeres dentro de las organizaciones. ¿Qué expectativas tienen? Si debe ser blanda, si debe ser maternal. Yo veía que una joven bromeaba mucho conmigo sobre si me gustaba o no me gustaba mandar, entonces le sugerí que revisara qué significa querer mandar y por qué le podía molestar que una persona en mi posición tenga capacidad de liderar, de dirigir, de tomar decisiones, de dar instrucciones y de pedir resultados. Una persona que dirige un medio, que enfrentó el autoritarismo y que tiene un impacto en la comunidad internacional no hubiera podido hacer todo eso si no tuviese estas capacidades, y esas no son cualidades masculinas, son unas cualidades de liderazgo. ¿Por qué hacerte sentir culpable de tus capacidades? ¿Y por qué hacerte sentir culpable, incluso, de tus errores? Todos cometemos errores, pero no ando viendo que los hombres se anden diciendo “es que fuiste muy blandito, fuiste muy duro”. A veces podemos ser duras, sí. A veces podemos ser blandas, sí. Pero el problema es la expectativa sobre el liderazgo femenino.

¿Qué recomendaciones harías a mujeres que tengan que ocupar lugares de decisión?

Creo que hay que tener suficiente firmeza, capacidad y valor porque hemos tenido que enfrentar ataques del gobierno y de posiciones de liderazgo supuestamente democráticos que pretenden que los medios y los periodistas seamos complacientes con ellos.

¿Cómo es ejercer el periodismo desde el exilio?

Es un proceso complicado de 25 años en los que muchos periodistas salieron y no se consideraban en el exilio, pero realmente no podían ejercer el oficio. Hasta 2007, aunque era muy duro, podías seguir haciendo cosas. Pero cuando cerró Radio Caracas Televisión, con la mentira de democratizar el acceso a la información, se volvió más complicado, y cuando murió Chávez, se produjo un período mucho más agudo, porque empezaron a comprar medios impresos. No es que no los quisiera controlar, claro que los quería controlar, pero buscaba controlarlos de la manera tradicional: con la publicidad, con esas tensiones tan dinámicas que hay entre los dueños de los medios y el poder político. Pero a partir de la muerte de Chávez, sí hay un desmontaje de la industria de medios. Y, por supuesto, eso hace que se vayan muchísimos periodistas.

Las Bravas es un espacio de la diaria Feminismos que busca amplificar las voces y experiencias de mujeres feministas que están cambiando la historia en América Latina. Está a cargo de Luciana Peker, periodista argentina especializada en género y autora de Sexteame: amor y sexo en la era de las mujeres deseantes (2020), La revolución de las hijas (2019) y Putita golosa, por un feminismo del goce (2018), entre otros libros.