La palabra sabia es un adjetivo grandilocuente. No para Trini. María Trinidad Ramírez Velázquez es sabia. Sencillamente sabia. Trini mira con ojos de asombro frente a un mundo que la dejó sin palabras y que ella busca hasta encontrarlas. Dice el consejo más exacto cuando una joven llora y regala: “No te desesperes”. En tiempo de inmediatez, el dolor es insoportable. Pero pasa, aunque no pasa solo si se pasa del dolor a la acción. Trini no pudo estudiar. Una compañera de estudio la inhibió con el fantasma de la vergüenza cuando le dijo que le iban a decir “orejas de burro te van a crecer” si se equivocaba al pasar al frente. Se asustó. Quiso estudiar de casada y su suegro se lo impidió.
A los 70 años piensa en aprender mientras muestra su voz prodigiosa que canta a Mercedes Sosa, Silvio Rodríguez y Violeta Parra y rasguea la guitarra en donde es autodidacta y profesora colectiva. Aprendió casi sola a colocar los dedos, aunque convenció a un maestro de que ella quería aprender y que le enseñara. Busca las letras en la computadora y entre la casa, el campo, los animales y las reuniones políticas se inclina de noche a adivinar las teclas. Se despierta y alarga sus pestañas. Se acuesta y cose. Vive y enseña. Sí, es sabia, Trini es sabia.
“Prepara los fuegos”, dio la orden el día que Manu Chao estaba por llegar al pueblo de Atenco. Había dos cosas que podían decir los fuegos: se acercaba la represión o se acercaba alguien para expresar la solidaridad del pueblo mexicano por su tierra.
Trini lideró la resistencia a la construcción de un aeropuerto y peleó por la libertad de su marido y sus hijos. Si hay fuego, Trini lo enciende. Trini es una triunfadora que no necesita ostentar su presencia mientras se cubre del sol y camina sin prisa. No da lecciones, escucha. No enseña, sigue intentando aprender. No se considera irremplazable, lo es. Trini es una de las defensoras de derechos humanos más significativas de América Latina y un emblema para las mujeres que la siguen o que tienen la suerte de compartir su tiempo y su espacio. Trini tiene los dolores de la edad, de las dificultades y del cansancio. Y su mano abierta es el mapa con el que se puede llegar a una militancia generosa pero que también cuide a las que luchan sin que el puño cerrado se vuelva un símbolo obligado o una misión difícil para quien se debe a las caricias como sus palabras acarician a las que llegan, a las que sufren o a las que persiguen.
Trini es una de las luchadoras del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra, de San Salvador Atenco, que ganó la pulseada en el intento del gobierno de Vicente Fox, en México, de quitar tierra a la construcción del aeropuerto. “Se sacaron la lotería”, proclamaba Fox. Les vendían como una bendición expropiarles la tierra a cambio de construir por encima de sus casas, sus plantaciones y su historia el segundo aeropuerto más grande del mundo con capacidad de tránsito para 125 millones de pasajeros.
Trini no quería boletos a un paraíso sobre sus cadáveres y el exterminio de sus huertas, sus animales y sus vidas para vender whisky sin impuestos en free shops desangelados. Su esposo (Ignacio, Nacho, del Valle) estuvo preso, sufrió persecución y espionaje. El 11 de julio de 2002 la Policía reprimió a las y los campesinos. El 1º de agosto se terminó el azar con el territorio. El pueblo unido no fue vencido. Pero la unidad no se pega sola, sino con mujeres que no se rinden, pero que escuchan, que son fuertes y cariñosas, apasionadas y contemplativas. La sabiduría existe y tiene la mirada de Trini.
Lo peor llegó después de la visita del subcomandante Marcos, el líder emblemático del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), de Chiapas, a finales de abril de 2006: dos pueblos unidos, dos símbolos de resistencia, eran una rebeldía que espejaba otras luchas y que resplandecía en otras irreverencias. La respuesta llegó el 3 de mayo de 2006 con una represión ejecutada con 3.500 agentes de seguridad contra el movimiento campesino. Mataron a dos jóvenes y se llevaron a 216 detenidos, entre ellos, Ignacio del Valle Medina.
Trini sintió cómo su vida y la de su familia se derrumbaba. Logró organizar la resistencia y convertirse en inspiración y ejemplo: doña Trini. María Antonia Trinidad Ramírez Velázquez nació hace 70 años en una casa con seis hermanos. Era la única mujer y eso no era una bendición, sino un peligro, en una infancia acechada de primos que entendían la soledad de una niña como una oportunidad de arrasar con un cuerpo que no tenía derecho a consentir. Su mamá, Matilde, la vestía con tobilleras con flores en color pastel para ir a la escuela. Su cocina era de humo, con leña y de ese fuego salían tortillas para siete hijos. “Yo veía cómo todo le alcanzaba a pesar de las carencias”, rememora Trini sobre el maíz extendido y el pequeño sueldo de obrero de su papá, Juan Ramírez Aguilar, amasado para que no falte o falte lo menos posible. “Me ponía como una muñequita pues era su única hija mujer”, resalta, con un recuerdo, que le trae cariño y reconocimiento.
Sin embargo, su mamá iba a cuidar a su mamá y la cadena de cuidado implicaba peligro para una niña sola en una familia ampliada de varones en donde no se nombraban los límites y se silenciaba el acecho.
Trini trabajaba en la casa desde niña. “No ganaba nada más que estar fregando, lavar trastes y lavar ropa. La cultura era de la mujer, era la que tenía que hacer los quehaceres, a mis hermanos los mandaba a leñar. Me cargaba a mí por ser mujer hasta que yo me rebelaba a lavar pañuelos de tela, calzones y calcetines. Pero mi mamá decía ‘sí lo vas a lavar’. Y pues sí, lo tenía que lavar efectivamente. Pero así como fui creciendo, creo que mi madre era extraordinaria porque ella también fue la mayor de sus hermanos y lo que me contaba era que, si se le llegaba a caer algo a uno de ellos, porque ella los cuidaba, le pegaban porque había descuidado del hermanito”.
Trini quería estudiar secretariado y manejar una máquina. Era muy tímida, y Tirza, una compañera de sexto año, le dijo: “No estudies, porque dicen que allá en la secundaria si fracasas te van a hincar delante de los compañeros y ponerte dos tabiques aquí, uno en cada mano, y te van a poner las orejas de burra”. “Me anduvo con eso y en mi cabeza se me metió”, recuerda. El miedo la paralizó. Pero después estudió corte y confección, florería, panadería y enfermería. Tenía 19 años. Conoció a Nacho. A los 21 quedó embarazada. “Y ya Nacho me dijo ‘no vuelvas a trabajar’. Y, aunque en desacuerdo, de todas maneras acepté”. Nació su hijo Ulises Alejandro.
“Nacho me animó mucho a que estudiara la secundaria. Y yo dije: ‘¿Pero crees que estén de acuerdo tus papás?’. Me dijo: ‘Eso lo decidimos tú y yo’. Le pregunté: ‘¿Qué hago con el niño?’. Y hablé con mi suegra, muy linda, y me dice: ‘Oye, mujer, ¿de veras quieres estudiar?’. Le digo: ‘Pues sí, sí quiero estudiar. Porque hay oportunidad de meterme en un hospital pero tengo que tener mínimo la secundaria’. Ya había hablado con la directora para no participar en ningún acto cívico. Yo iba a tomar la clase y ya me regresaba porque tenía que amamantar a mi niño. Pero el sábado anterior, al primer lunes de clase entró mi suegro a nuestra recamarita y le dijo: ‘Oye, Ignacio, ¿cómo es posible que a esta mujer le vas a permitir que vaya a la escuela? Estás muy tonto. La vas a mandar a la escuela para que al rato te haga pendejos. Será posible que tú vas a permitir eso’. Como vivíamos con él, para no tener problemas, Nacho me dijo: ‘Mejor no vas’. Eso me pesó mucho. Mi suegro fue muy machista”.
Después vinieron sus otros dos hijos: Diana América y César. Pero su vida no terminó cuando le dijeron “no”, sino cuando ella lo dijo.
¿Te sigue pesando que no te dejaran seguir aprendiendo?
Sí, creo que también uno tiene que reconocer esa parte de que pudiste haber peleado, ¿no? Pero no eran los tiempos.
¿Cómo llega el tiempo de la lucha en Atenco?
El 22 de octubre de 2001, con el anuncio del decreto de la expropiación de las tierras, en la presidencia de Vicente Fox, para hacer un aeropuerto.
¿Vos tenías militancia social antes de 2001?
Nacho siempre fue muy participativo, él trabajó con los obreros de una fábrica que se llamaba Morganita; luchó para que no subieran lo que es ahora el predial [los impuestos que cobran por las casas]; daba clases de alfabetización junto con otros muchachos con los que se juntaba. También se trabajaba para que hubiera mejoras en la comunidad: no teníamos auditorio, no teníamos biblioteca. Hacíamos kermeses para armar la biblioteca popular. Poco a poco fue creciendo hasta que llegó 2001 y ya me agarró un poco más visible.
¿Qué pasa cuando se produce una fuerte represión en 2006?
En 2006 se deroga el decreto de expropiación y ahí viene la represión.
¿Por qué se oponían al aeropuerto?
Nosotros decíamos: ¿de qué nos sirve un aeropuerto? ¿Cuándo nos vamos a subir a un avión? No nos van a dar el derrame económico. Pero cuando viene la represión, el 3 y 4 de mayo de 2006, nos persiguen a todos. Detuvieron a Nacho junto con más de 70 personas y los encarcelaron. Se los llevaron hasta Toluca a un hospital de mediana seguridad. Pero el 4, a pesar de todos los intentos que hicimos de diálogo con los gobiernos [estatal y federal], ya no nos quisieron escuchar y nos llevamos la sorpresa de que asaltaron nuestra comunidad. Entraron a nuestros domicilios, masacraron a la gente. No les importó si eran niños, si eran ancianos, si eran mujeres. Nada les importó. Muchos de los granaderos iban drogados. Entró también el Ejército vestido de granadero con helicópteros y todo. Era una guerra para nosotros. Desde ahí fue mi trauma. Me quedé mal, muy mal. No sabía ni cómo empezar a caminar. Pero siempre hay alguien que te tiende la mano para decir “no están solos, aquí estamos”.
¿Cómo empezaste la lucha por la liberación?
Yo me responsabilizo de ver qué se va a hacer por la libertad. Consigo poner un amparo el 25 de noviembre de 2006. Pero mi esposo estuvo preso cuatro años en un penal de máxima seguridad y lo habían sentenciado a 112 años de prisión y a mi hijo César a dos años. Mi hija también estuvo perseguida por el Estado, acusada de delincuencia organizada. Y hay mujeres que estuvieron detenidas y fueron abusadas sexualmente.
¿Cómo peleaste para terminar con los presos políticos?
La solidaridad de la gente que estaba adherida a la campaña de la Declaración de la Selva Lacandona, en Chiapas [del EZLN], hizo que participara mucha gente de España, de Alemania, de Grecia, de muchos lugares. No nos abandonaron. Estuvieron muy presentes en la lucha y haciendo, desde su país, acciones por la libertad. Viajé a Sudáfrica a un encuentro de mujeres para lograr un pronunciamiento por la liberación y justicia para Atenco. También participó el padre Samuel Ruiz, obispo de San Cristóbal de las Casas [fallecido en 2011], y el padre [Miguel] Concha, que falleció [en 2023]. Fue impresionante la participación. Finalmente, el 30 de junio de 2010, Nacho y otros compañeros lograron salir de la cárcel de máxima seguridad. Ahí te das cuenta de cuánto amor hay en la gente. Cuando hay una injusticia, te llenas de rabia, de impotencia, pero dices: “Tengo que hacer algo. No me puedo quedar con la rabia nada más”.
¿Qué análisis haces de la rebelión de Atenco?
A 23 años, yo considero que valió la pena recuperar las tierras. El expresidente Andrés Manuel López Obrador prometió, en campaña, que iba a cancelar el aeropuerto, pero hizo una consulta popular. Pudo haber sido negativo y que la gente dijera: “Sí, queremos el aeropuerto”. Si nos hubiésemos quedado quietos, pudo haber pasado eso. Pero no fue así. Participamos en la consulta y llevamos adelante la campaña “Yo prefiero el lago”, en la que logramos que se unieran más personas porque este es el último pulmón que te permite respirar aire fresco. Eso fue muy bueno porque ya no sólo es Atenco el que se da cuenta de que un megaproyecto como el que piensan los gobiernos, los empresarios, nunca va a dejar derrames económicos para el pueblo. Al contrario, va a hacer mucho daño por los ruidos de los aviones y las perforaciones de pozos para el agua. Por eso, haber logrado la restitución de las tierras claro que ha valido la pena. Hubo costos muy lacerantes como el que nos hayan herido de muerte a Alexis Benhumea Hernández [que murió después de un mes de estar en coma por un disparo de una pistola de gas lacrimógeno en la represión del 4 de mayo]. Lo hirieron de muerte y el 7 de junio expiró Alexis. Pero la mejor forma de honrar a nuestros muertos es no abandonar la lucha.
Las Bravas es un espacio de la diaria Feminismos que busca amplificar las voces y experiencias de mujeres feministas que están cambiando la historia en América Latina. Está a cargo de Luciana Peker, periodista argentina especializada en género y autora de Sexteame: amor y sexo en la era de las mujeres deseantes (2020), La revolución de las hijas (2019) y Putita golosa, por un feminismo del goce (2018), entre otros libros.