Detrás de cada gran mujer, hay otra gran mujer. “Mi abuela”, “mi madre”, “mi hermana”. Esas fueron las respuestas de Gabriela Ríos, María del Carmen Leite y Sandra Zeballos ante la pregunta “¿qué mujer te inspiró?” Las tres son referentes del movimiento social y conversaron con la diaria sobre cómo se practica el feminismo en los barrios de la periferia montevideana.
Es una tarde nublada y un descampado ubicado en la esquina de Copérnico y pasaje Manuel Pérez Curis se está convirtiendo en un parque para los niños de Bella Italia, que se apuran a estrenar los juegos hechos con neumáticos.
–Tienen que cuidar, que es para ustedes mismos —dice Gabriela.
–Al que se acerque, le corto los deditos —promete un niño de unos ochos años.
–Tóquense el corazón y cuiden un poquito —continúa ella.
–¡Síííí! —canta un coro
–Al que se acerque y me toque algo, le corto los deditos —reitera el niño.
Gabriela Ríos lleva adelante la olla del barrio desde marzo de 2020, cuando explotó el hambre luego de que los vecinos, en su mayoría hurgadores, tuvieron que detener el trabajo por la pandemia. Gabriela le contó la idea de la olla a su hermana, a quien le pareció una locura. “Nosotros somos 17 en la familia que comemos los domingos, ¿qué tan difícil puede ser cocinar para un poco más?”, respondió, ingenua. El primer día entregó 117 porciones y, cuatro años después, “las porciones no bajan”, cuenta y sube el tono de la voz, mientras un grupo de niños llenan neumáticos con piedras que van juntando. “Antes del 15, toda la gente tiene su tarjeta, tiene su asignación y de última pueden llevarla; después del 15 la realidad se complica”.
Hace un año Gabriela tuvo una parálisis en el lado izquierdo del cuerpo, que el médico atribuyó al estrés por el exceso de trabajo. Le dijo que debía aprender a delegar. Fue así como comenzó fisioterapia y sus hijas, una estudiante de Derecho y la otra próximamente bachiller, le ofrecieron tomar la posta en el almacén donde trabajaba para que ella pudiera encarar el trabajo social. Luego su hermana también resolvió hacerse cargo de una parte del laburo en el almacén, para que no se sobrecargaran las sobrinas.
La referente vive hace 35 años en el barrio y la idea de alimentar no surgió en la pandemia, sino que siempre quiso seguir los pasos de su abuela Ida, que era lo que hoy llamaríamos educadora social en el Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay. “Mi sueño era tener un merendero, un comedor para darle de comer a los niños, nunca pensé que tendría que darle de comer a la gente mayor”, cuenta. “Yo desearía que mi abuela hoy por hoy estuviera conmigo, que me ayudara, que estuviera orgullosa”, expresa. “Estoy segurísima de raíz que yo soy la mujer que soy gracias a ella”.
Sobre cómo vive el feminismo, Gabriela dice: “Lo defiendo mucho”. “Las mujeres que vivimos muchas cosas sabemos lo que se pasa, sabemos cómo nos cuesta salir de ese pozo”, reflexiona, y recuerda la experiencia del 8M pasado, cuando la Coordinadora de Ollas lideró la marcha.
El primer paso para defender el feminismo, según Gabriela, es enseñar a las niñas, niños y adolescentes en el centro juvenil del barrio a respetar. “El niño de 12 a 18 años ya, cuando sale de ahí, sale con otra cabeza”, señala, y agrega que espera poder hacer ese mismo trabajo con los más chicos, que tienen entre 6 y 12 años. “Son chiquitos, pero tienen que entender desde ahora que el respeto hacia la mujer tiene que estar y que somos todos iguales”, manifiesta. Y cierra: “Tiene que haber otra vida para ellos”. En total, en el barrio hay unos 200 niños y adolescentes.
De cara al 8M, para Gabriela la urgencia es parar la violencia. “Yo sé que tenemos fuerza, ellos no pueden con nosotras”, reflexiona al respecto. “Yo logré volver a vivir. Hace un año y cinco meses ya que volví a vivir. Porque, a pesar de que hace cuatro años que ayudo a la gente, lo hacía con una vida que no tenía. Ayudar a la gente me ayudó a salir del pozo en el que estaba y, hoy por hoy, puedo decir que soy una mujer feliz, una madre feliz, que mis hijas duermen tranquilas”, cuenta.
“Que durante 21 días se acueste y se levante pensando lo que quiere y lo que va a lograr”, es el consejo que recibió Gabriela de parte de una profesora que impartía talleres en Fortalecidas, un programa de la Intendencia de Montevideo que promueve la autonomía y el empoderamiento de las mujeres y disidencias, y que ahora ella replica. “Las mujeres tenemos fuerza y podemos salir. Que no se queden quietas. No se queden calladas, porque es mentira. Siempre va a haber una para apoyarla, siempre vamos a estar”, continúa.
“Estamos bien paradas acá nosotras. La que vive violencia, que busque que hay salidas por todos lados, golpeando cualquier puerta, la puerta de la vecina. Acá, en Bella Italia, sabe que yo estoy, que la voy a llevar a donde sea y vamos a salir porque estamos fortalecidas”.
Esta tarde Gabriela festeja la inauguración del parque y la construcción de un centro comunal para el barrio, la reciente calle –“era un sueño no pisar más barro”– y el hecho de que los niños van a empezar las clases con las mochilas llenas de útiles de la mano de la iniciativa Mimochi.
Gabriela integra además la Coordinadora Popular y Solidaria de Ollas, así como la Cooperativa Fogonera, compuesta por cinco ollas que buscan crear una cooperativa de trabajo “que dé oportunidades a la gente” para que “vean que no es sólo la olla”.
María del Carmen Leite: “La mujer tiene su rebeldía intacta”
El día de María del Carmen Leite, más conocida como Lita, empieza temprano. Precisa que el día tenga más horas, dice, pero se las ingenia para dividirlo entre las tareas en el barrio, su trabajo y su casa. Es una referente barrial de peso en El Tobogán del Cerro desde hace 25 años, según advierten los vecinos. Hasta el año pasado, dirigía junto a mujeres la olla popular del barrio, que comenzó con la pandemia y que llegó a entregar 400 porciones por día. De un tiempo a acá, sin embargo, la comisión barrial obtuvo el financiamiento del programa Fortalecidas para implementar una escuelita de apoyo para los escolares y talleres de biodanza y tejido para mujeres.
Al feminismo Lita lo resume así: “Soy mujer y puedo luchar porque le pongo el cuerpo todo el día a mi vida para seguirla”. “Me siento poderosa al estar al frente de la familia y poder ser solidaria con otras mujeres”, dice, y reflexiona que la palabra feminismo cuesta en los asentamientos. A pesar de que son muchas las militantes sociales y feministas actualmente, “está más arraigada la palabra patriarcal”.
“La violencia está instaurada tanto en los pobres como en los ricos, pero algo que siempre discuto es que no porque lleve golpes una mujer que tiene dinero, lleve represiones en su hogar, tiene las mismas condiciones que la mujer de asentamiento. La mujer de asentamiento, si tiene problemas, no tiene otra opción más que dormir bajo un puente, no hay muchas opciones para poder liberarse; hay que trabajar mucho y les cuesta entender esa situación y tal vez la entiendan, pero hay miedos, muchos”, según Lita.
A su vez, la referente del movimiento social observa que en algunos discursos del feminismo “hay dificultad para entender a la mujer común y corriente, que cuida a sus hijos con miles de dificultades”.
Lita cree que a las mujeres que están trabajando en el barrio las impulsa una “resistencia que crece del alma”. “Yo hace 25 años que vivo acá y siempre llevé adelante comisiones de mayoría de mujeres. La mujer tiene su rebeldía, la tiene intacta. Cuando tiene que luchar por su casa, cuando tiene que luchar por un plato de comida para sus hijos, cuando hay que luchar por un terreno que ocupamos y después, de repente, no se podía ocupar, ahí tenés a la mujer firme. Y tenés más firme a las mujeres que a los hombres”, destaca.
Cuenta que el barrio “siempre tuvo una aureola de realojo por vivir sobre un pantano”, pero que, gracias a las movilizaciones, “siempre con la mujer adelante”, ha visto logros, como la reciente obra de saneamiento, que pensaba “que jamás lo iba a tener” y que aún no ha concluido. Para obtenerlo, ocuparon tres veces la comuna durante el período de gobierno pasado.
Respecto de las reivindicaciones que llevará a la marcha de este viernes, Lita menciona mayor presencia del Estado para frenar la violencia contra las mujeres y “que no se pierdan más vidas”, así como el derecho a la vivienda, a la educación y al trabajo. A su vez, señala a “la droga que está consumiendo a las mujeres también” en los barrios más humildes, e ilustra: “Si hablamos más fríamente, podemos decir que hoy el narco tiene más fuente de trabajo que el propio Estado”.
En ese sentido, considera que el microtráfico resulta una “salida” para las mujeres y que hay muchos hogares que se sostienen con ese ingreso, que surge no sólo de vender, sino también de guardar la droga. Por eso tiene que haber apoyo del Estado, cree, porque “por más que haya mujeres y gurisas de 20 años, que tienen tres o cuatro hijos y que quieren terminar sus estudios, no se hace fácil cuando tienen que salir a trabajar o estar procurando un plato de comida todo el día”.
“Siempre cae la gente o el más humilde en esas cosas, sabiendo bien de dónde proviene la droga y sabiendo bien quiénes son los grandes narcos. No se apunta ahí. Se apunta a una boca en un barrio humilde. En Pocitos, Carrasco, que no siento nombrar en la prensa que haya, hay montones”, criticó.
Este viernes las vecinas del oeste de Montevideo harán una previa a las 14.00 en la plaza Arismendi del Cerro, antes de tomar los ómnibus rumbo a la Plaza Independencia. Estaba previsto que el jueves comenzaran a cocinar, armar los carteles y coser los cuadraditos de tela que cada una bordó con diseños y mensajes en alusión a sus derechos, una tarea que comenzaron el 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Para el 8M, el plan es cruzar el puente marchando, “un símbolo de historia en la lucha del Cerro y la Teja”.
Sandra Zeballos: “No es un eslogan, tenemos que seguir tejiendo redes”
“En la periferia las mujeres sobreviven y luchan con la panza vacía”, denuncia el último cartel de una pila, que las integrantes del colectivo feminista Las Caprenses elaboraron para el 8M. En la casa de Sandra Zeballos, en el barrio Capra, al noreste de Montevideo, se ubica la sede del colectivo, que además integra la Coordinadora Nacional de Asentamientos.
Las Caprenses se formaron hace tres años, pero Sandra cree que su comienzo en el feminismo fue cuando era una niña. “Este sistema nos obliga un poco: o nos quedamos medias estancadas o vamos evolucionando; nos van llevando las cuestiones personales: tu familia patriarcal, un padre machista, pedófilo. [...] Entonces, si vos me decís cuándo arrancaste la lucha social y feminista, capaz que desde la infancia, pero creo que después, al escuchar a otras compañeras”, cuenta Sandra, al comienzo de la entrevista.
Para ella, todas hemos sido “marcadas” de alguna forma y es a partir de “la lucha de las anteriores” que ahora surge el impulso del movimiento feminista. También opina que, desde la cultura y lo social, las mujeres están atacando al sistema patriarcal: “Estamos tocando y moviendo un poco el tapiz al poderío”, celebra. “Levantamos una piedra y ahí hay una feminista luchando, es hermoso”, observa. Y agrega: “No es un eslogan: tenemos que seguir tejiendo redes y lo estamos haciendo. Estamos moviendo la estantería a este sistema”.
En el marco del 8M, Sandra señala las críticas de algunos dirigentes políticos a la marcha, pero alienta a que nada pare a las mujeres “porque está en juego nuestra autonomía económica y social, y la de las que nos siguen: nuestras hijas”.
Tras el cierre del Servicio de Orientación, Consulta y Articulación Territorial en la zona y en medio de la pandemia, Sandra observó que “las mujeres estaban más golpeadas porque estaban en sus casas todo el día, con la pareja”. Eso motivó la conformación del colectivo, que realiza talleres en los asentamientos.
“Hay asentamientos que hace 60 años que están ahí, como el Felipe Cardoso. Pasaron todos los gobiernos, de todos los colores… Es inhumano cómo viven las personas. Después tenemos el asentamiento Antares: compañeras que caminan tres kilómetros para ir a buscar una vianda de comida porque están con hambre [...], llegan con hambre y se comen la vianda y vuelven al asentamiento con la vianda y la panza vacías de nuevo”, expone Sandra sobre la emergencia alimentaria.
Sobre la tarea de Las Caprenses, cuenta que viene de hacer muchos talleres de “temáticas variadas porque todo está encadenado: hasta un taller de maquillaje se conecta con un taller de trata de personas”, resume. Antes de tener la sede en su casa, las militantes realizaron 30 talleres itinerantes bajo una pesada carpa estructural, que tenían que armar y desarmar. Se trató de un recurso de emergencia, ya que antes contaban con el espacio cultural del barrio, donde opera el Plan Juntos, a cargo del Ministerio de Vivienda y Ordenamiento Territorial. Sin embargo, tras presentar un programa de 20 talleres, al que llamaron Tabú, fueron rechazadas; desde Juntos les dijeron que no estaban de acuerdo con el contenido. “Si estas personas no están de acuerdo con el contenido, significa que esto es un éxito, así que vamos a darle para adelante”, dijo Sandra en ese momento.
El feminismo para Sandra pasa, en primer lugar, por el cuidado de sí misma y por fortalecerse para salir del lugar de “víctima” en el que la sociedad tiende a colocar a la mujer. “Yo tuve un hijo con discapacidad y lo tuve vivo conmigo diez años. Era la víctima, la pobrecita, la mujer que es luchadora, ‘qué emprendedora con una hija, con dos hijos, con un matrimonio’. Entonces pasé de eso a ser una revolucionaria [...] Son las miradas de la sociedad y cómo te pueden llegar a golpear: ser la víctima o ser la mujer que quieres. Cuanto más pobrecita seas, mejor [para la sociedad], sacar los dientes no sirve mucho”, reflexiona.
En cuanto a la urgencia que tienen las mujeres, Sandra apunta directo a la “autonomía económica”. “Después, desde la autonomía económica, ver lo social, pero, para vos mirarte y saber qué es lo que querés, vos necesitás una autonomía económica, que las mujeres no tenemos”. En esa línea, considera necesario impulsar una renta básica universal.