“La responsabilización real es aprender de los errores”, dice Fania E Davis. Dice algo que se repite en la maternidad. No se reta para castigar (o se intenta eludir esa tentación) sino para que el error no se vuelva una mochila con la que se carga en la espalda. “La responsabilización real es aprender de los errores”, dice, y dan ganas de remarcar en el aire con un marcador flúo para poder resaltar la frase o ir a colocar la idea –como mantra– en una taza de té. “La responsabilización real es aprender de los errores”, dice, y podemos sentir que vimos un video de Instagram con el que la red social nos quiere distraer del feminismo y la política. Sin embargo, en vez de alejarnos, nos podemos acercar a un feminismo pacífico y con convicciones fuertes.
Fania E Davis habla claro, da precisiones y sus frases tienen un trasfondo político con la precisión norteamericana y un blend bien dosificado de compromiso espiritual, antirracismo y visión de género. Ella conversa con periodistas en La Casa Encendida, de Madrid, invitada por Adilia de las Mercedes, de la Asociación de Mujeres de Guatemala y la Fundación Montemadrid. Se prepara para dar la conferencia “Justicia restaurativa: un compromiso radical con la sanación social e individual”, en el contexto del ciclo “Mujeres contra la impunidad”. Es amable y comprometida. Pero también prioriza el autocuidado. Termina antes de adherirse a la silla y dice que “sentarse es el nuevo fumar” para ponerse de pie entre una terraza con lavandas, nativas y, con una banana en la mano, se prepara para salir al barrio donde las migrantes africanas, latinoamericanas y árabes pueblan de vida a la Europa colonial.
Ella es abogada, activista, luchadora por los derechos de las personas negras y una lideresa en el trabajo en justicia restaurativa. Es la hermana de la mítica feminista norteamericana Angela Davis, que escribió los libros Mujeres, raza y clase (1981) y ¿Las cárceles son obsoletas? (2003). “Las personas que han dañado pueden aprender de la experiencia y en la cárcel sólo piensan en cuándo salir de ahí sin pensar en el daño que han hecho. En la cárcel no se aprende nada”, remarca Fania.
Nació en Birmingham, Alabama, Estados Unidos. Está jubilada, pero dedicó su vida a transformar el sistema de justicia para lograr comunidades más equitativas y menos punitivas. Fue nombrada “líder de derechos civiles del siglo XXI” por Los Angeles Times. Tiene un doctorado en Conocimiento Indígena. Es escritora especializada en justicia racial y procesos de verdad. Pero también se define como madre, abuela, bailarina, meditadora; practicante de yoga, qigong y espiritualidad africana.
El aprendizaje con sanadores indígenas fue fundamental en su giro vital. Se convirtió en directora de la Fundación Restorative Justice for Oakland Youth y en cofundadora de la National Association of Community and Restorative Justice. Recibió el premio Justice Rising de Open Society Foundations que reconoció a 16 líderes del movimiento negro que trabajan por la justicia racial en Estados Unidos.
La justicia restaurativa busca reparar relaciones rotas y encontrar soluciones que involucren a todas las partes interesadas y miembros de la comunidad. Frente a sociedades cada vez más punitivas, la justicia restaurativa está reimaginando la justicia como sanación y responsabilidad colectiva.
“Mi historia me permite ser quien soy”, reconoce. Agradece a su madre, Sallye, profesora y activista a favor de los derechos civiles. Sus pies brillan con unas sandalias que dejan ver sus dedos nacarados, sus anillos plateados reflejan sus manos y su estirpe se completa con un pañuelo verde-amarillo que deja ver, una vez más, que los colores nunca son únicos. Se acaricia mientras habla y una pulsera africana le cubre una muñeca. Sus manos son enfáticas y dulces mientras explica en inglés la alternativa al ciclo inevitable de la violencia. Cierra los ojos para pensar lo que dice y los abre para que se entienda. Mueve su cuerpo para bailar como coronación del lenguaje oral. Mira con anteojos y abre los ojos con su mirada ancestral. Su pelo recogido y trenzado muestra otras formas de vitalizarse con la edad.
“La justicia restaurativa es una visión del mundo radicada en las visiones indígenas. Une a todas las partes involucradas en un conflicto para llegar a una solución colectiva”, define, y responde interrogantes de forma amorosa y firme, inclinada sobre la traductora y mirando a los ojos a quienes le preguntan. Tiene las piernas cruzadas y sin pose. Habla como en una película donde la claridad es esencial y el tono elevado no se vuelve confrontación sino convicción.
“En la justicia restaurativa creemos en la bondad y que en el fondo todos son buenos”, asevera, desafiante, en tiempos de crueldad. Sus manos construyen un círculo para explicar conceptos que van y vuelven como en una coreografía en donde la palabra no se expresa sólo a través de la voz sino de una actitud física que grafica la complejidad de los desafíos actuales. La sonrisa también es parte de lo que se dice entre la pedagogía y la dulzura, pero sin saltearse las diferencias y los matices.
¿Cómo empezó a trabajar en justicia restaurativa?
Escuché la idea de “justicia de amor” de Martin Luther King y me enamoré de la justicia restaurativa. En Oakland pudimos cambiar políticas públicas y hacer pruebas pilotos muy exitosas. Trabajamos en los colegios para que los chicos puedan gestionar sus emociones sin violencia.
¿Quiénes la inspiraron?
En un congreso en Colombia coincidí con Desmond Tutu [Premio Nobel de la Paz sudafricano que luchó contra el apartheid y falleció en 2021] y me marcó mucho cómo usaban la justicia restaurativa en el conflicto.
¿Cuál es la incidencia de la justicia restaurativa para luchar contra el racismo?
¿Cómo la justicia restaurativa puede curar el trauma racial? El trauma está omnipresente en nuestra sociedad, sobre todo para las personas negras porque estamos en una cultura (que nace del colonialismo, del racismo, de la esclavitud, del heteropatriarcado) que se centra en la violencia y que genera un daño enorme.
¿El sistema penitenciario es una respuesta que acrecienta el daño?
El sistema judicial genera el encarcelamiento masivo. En Estados Unidos vivimos en una cultura de violencia extrema y este planeta no va a sobrevivir con esta violencia.
¿Cuál es el planteo alternativo a las penas privativas de la libertad?
La justicia restaurativa viene de la cultura indígena y se centra en la sanación y la responsabilización. En superar el trauma vivido. Queremos frenar el ciclo de la venganza. Trabajamos en prevención con los jóvenes y les enseñamos a hablar, en vez de pelear, para superar sus diferencias. A los jóvenes que pertenecen a bandas o están en el sistema penitenciario les decimos “sawubona”, que quiere decir “te veo” en zulú (lengua sudafricana). No quiere decir “te veo físicamente”, sino “te veo a ti, a tus ancestros, a tus espíritus y al regalo que supones para el planeta”. Creamos espacios en que se sientan oídos, en que se sientan que pertenecen, que tranquilicen la parte que tienen activa cuando sentimos que hay un peligro, generamos un clima para que no estén escaneando el espacio y estén alertas de sacar un arma. La idea es que puedan usar su parte racional y que no sientan que algo malo puede pasar en todo momento. Cuando uno siente que ha vivido trauma se siente solo. Por eso, siempre realizamos ceremonias, les pedimos que se muevan, que se relajen o que estén cómodos. Les ayudamos a sentirse vistos, oídos y que forman parte de la comunidad.
¿La metodología puede aplicarse desde el Estado?
Tiene que generarse en las comunidades, no en el gobierno, porque desafía el sistema de justicia que está basado en la cárcel y daña a los que han dañado porque han dañado. La cárcel aumenta el dolor y el daño. Hay debates sobre este tema. En lo personal, no estoy en contra de que el gobierno introduzca programas en el sistema penitenciario. Pero es problemático hacerlo desde un sistema de dominación. La idea es que se lleve adelante desde las comunidades. En Estados Unidos muchos dicen que no hay que hacer nada con el sistema, pero si hay jóvenes sufriendo yo voy a estar ahí para ayudarlos. Mi visión de la situación no es binaria. Tienen que existir programas fuera y dentro del sistema.
¿Cómo fueron sus experiencias?
Cuando pusimos en marcha nuestra iniciativa, establecimos ocho programas piloto. Se redujo la violencia, se mejoraron los resultados académicos y se minimizaron las expulsiones del colegio que tienen un vínculo directo con el encarcelamiento. Si expulsás a un alumno de 12 años, ese chico tiene más posibilidades de dejar el colegio y de ser encarcelado. Ahí los dejás fuera del sistema escolar, sin supervisión de adultos, y permitís que se acerquen a las bandas. Con los resultados se decidió incluir la justicia restaurativa para todos los alumnos.
¿Tienen experiencias en América Latina?
Trabajamos en Brasil, que ya había empezado un proceso con norteamericanos blancos y expertos en justicia restaurativa brasileña que eran jueces; les sugerí que ese proceso tenía que enraizarse en la comunidad y están empezando a trabajar con mujeres negras. Mi organización es ahora mucho más diversa. También empecé a trabajar en Colombia, donde se está haciendo desde el Estado y deberían incluir a las organizaciones de mujeres y estudiantiles.
¿Se puede aplicar para casos de racismo?
Los casos de terrorismo racial son los más difíciles. Siempre tiene que existir una unión entre justicia restaurativa y responsabilidad, y no exponer a mayor daño a la persona dañada. La justicia restaurativa no es la panacea, no siempre funciona. Si el que daña no se responsabiliza y si el que recibió el daño no quiere venir, tampoco funciona. Si la persona que dañó niega el daño o lo minimiza y no presenta una disculpa sincera, no es justicia restaurativa. ¿El victimario se responsabiliza realmente? Si la respuesta es “no”, la justicia restaurativa no se puede aplicar.
Un joven blanco hizo un acto de odio racial en las paredes de una sinagoga. Eso los desestabilizó en la comunidad porque los llevaba a la memoria de las cámaras de gas y de la Segunda Guerra Mundial. Pensaron en llamar a la Policía y que fuera en la cárcel. Pero iba a salir de la cárcel siendo un mejor criminal y ellos querían que él pudiera aprender de su error. El joven se había ido de su casa y cayó en grupos de skinheads y de derecha radical. Era un niño asustado y abandonado, y eso les permitió tener sentimientos de compasión y empatía. Él pudo pedir perdón y ayudar al mantenimiento de la sinagoga a reparar daños, y tomó clases de historia sobre el genocidio judío. En el sistema penitenciario no hubiera aprendido nada.
¿Se puede utilizar frente a la violencia machista, o hay que ser cuidadosas en su instrumentalización?
Los primeros años nos alejábamos totalmente de los casos de abusos sexuales y de la violencia doméstica. Eso está cambiando ahora. Empiezan a existir programas, en todo el país, llevados adelante por la Justicia o por organizaciones no gubernamentales. Nuestra organización está empezando ahora a intervenir en esta temática. No siempre es eficaz. No he tenido experiencia directa, pero ya hay trabajos con adolescentes que han sufrido acoso sexual. Habrá que hacer una valoración en profundidad de los riesgos. Es importante trabajar con profesionales de salud mental.
¿Es aplicable para la reparación de víctimas de machismo?
No nos gusta hablar de víctima o victimario. Muchas veces el victimario también es una víctima que viene de daños físicos o abusos. Si la persona que hizo daño no se responsabiliza, no tiramos la toalla. Creamos un ambiente de confianza. Un ex marine intimidó con sus palabras a una mujer negra. Él no se responsabilizó. No íbamos a generar que él pudiera volver a hacer daño. Hablamos hasta que se responsabilizó. Otra posibilidad es que la persona que recibió el daño pueda hacer un trabajo con otra persona que reemplace al que hizo daño para que puedan tener esa conversación.
¿Cómo es la reincidencia en delitos con esta metodología?
Reducimos en un 60% la posibilidad de que una persona que hizo daño vuelva a hacerlo. Las personas que han dañado pueden aprender de la experiencia, mientras que en la cárcel sólo piensan en salir de allí sin pensar en el daño que han hecho. La responsabilización real es aprender de los errores. Esa es la sabiduría indígena. En la cárcel no se aprende nada.
Las Bravas es un espacio de la diaria Feminismos que busca amplificar las voces y experiencias de mujeres feministas que están cambiando la historia en América Latina. Está a cargo de Luciana Peker, periodista argentina especializada en género y autora de Sexteame: amor y sexo en la era de las mujeres deseantes (2020), La revolución de las hijas (2019) y Putita golosa, por un feminismo del goce (2018), entre otros libros.