No hay pociones para el amor: preferible la revolución por sobre las pesadillas. A eso están dispuestas las mujeres desde hace un buen rato, incluso desde hace mucho tiempo. Toda la vida, tal vez. Y como el fútbol es parte de la vida de las mujeres y de las revoluciones, 88 años después del primero, vuelve a jugarse un Mundial en Uruguay.

La playa está brava, la Torre del Vigía lo sabe. Quiso el azar en el bolillero que Maldonado fuera la sede donde la pelota se movió por primera vez en la Copa del Mundo femenina sub 17. El azar son probabilidades de números, no sabe de sensibilidades. Pero uno de sus caprichos trajo la fiesta al interior del país. Descentralizar nunca es poca cosa.

Una señora y dos gurises llegan al estadio con pazos cansinos. No hay apuros aparentes. Uno de ellos, con pilot amarillo, se ríe. La otra es una niña un poco más grande. Tiene un paraguas blanco y negro, con los hexágonos que simulan las viejas pelotas de fútbol. Dice Andrea, que se presenta como la mamá, que no tenía mucha idea del Mundial hasta hace bien poco. Fue por ella -y Camila sonríe- que le empecé a prestar atención. “Me dijo que teníamos que venir, que ella quería venir”, dice, antes de que la niña la interrumpa para decir “amo el fútbol”. Se van con la ilusión de quien llega a una cancha. Se sientan. La madre levanta el piripicho del termo, se sirve un mate. A ver qué pasa.

Es un Mundial en Uruguay y llegaron brasileñas, japonesas, ghanesas, finlandesas y muchas más. No cambia la carátula. Tal vez no tenga ni las dimensiones ni la cobertura de un espectáculo de los gigantes. Está claro que no lo es. Pero es un Mundial y funciona como tal. Aquí y ahora.

“Para mí es paradójico que el día que tenía más claramente en mi agenda con el sub 17 se me modifique radicalmente”, confiesa Jorge. No fue el azar, pero fue el destino, un bicho parecido: caprichoso, hasta autoritario, empecinado: “Anoche me volví porque madre tenía una mejoría, pero murió hoy”. Jorge es Jorge Burgell. Un hombre clave en el fútbol femenino uruguayo. Alguien que promovió la inclusión de las mujeres a la práctica del fútbol desde los estamentos con más incidencia sobre el asunto, como lo son la Asociación Uruguaya de Fútbol y la actividad periodística, pero también desde la militancia silenciosa, esa que parece reservada para que la desarrollen los humildes. Parte de la acumulación para que el sueño mundialista se concretara es de Jorge. Y eso, de alguna manera, Elsa, su vieja, siempre lo supo.

Es la hora de jugar. Maldonado, Montevideo y Colonia tienen la ilusión de 16 selecciones en la búsqueda de concretar sus deseos. Entre ellas, la más linda de todas: Uruguay. La celeste de siempre, ahora vestida por chiquilinas sub 17. Sí, siempre es preferible la revolución.