En estos tiempos líquidos en los que se licuan las emociones de acuerdo con lo que se imponga por medio de las comunicaciones –las buenas, las fakes, las que sirven para operar, esas en las que se meten los sabelotodos y, por fin, también las de los bien intencionados–, pueden pasar y seguirán pasando cosas como las de ayer. El mismo clásico que el domingo nos tuvo en vilo por el dramatismo que rodeó la previa del espectáculo con robos y amenazas de muerte, apenas tres días después quedó programado como un espectáculo televisivo que podría competir con Esta boca es mía o con el programa de Luis Alberto Carballo.

Esta vez en el Olímpico y no en el Tróccoli como el domingo, para la televisión, para que no vayan, y encima con un día lluvioso. Toda la magia de años de un enfrentamiento maravilloso entre vecinos del Cerro, forjado con la gloria y el esfuerzo de esos vecinos de los frigoríficos –rusos, lituanos, eslavos y criollos–, queda limitada a un espectáculo programado para un campeonato y nada más.

Todo complicado, en la esquina misma de la perturbación y la incomodidad. No era el mismo partido de tres días atrás. Otra cancha, lluvia y cambios que sacudieron el eje de ambos equipos. Rampla se presentaba con otro director técnico tras la salida del amenazado Luis López y la llegada de Julio Fuentes, que ayer no pudo estar en el banco porque arrastraba una suspensión de cuando dirigió a la IASA. Y un dato que no es menor: sin Rodrigo Odriozola, el arquero duraznense, bastión de la campaña picapiedra, que se fue expulsado el domingo, después del final del partido. Cerro estaba sin su jugador más trascendente de las últimas temporadas, Maureen Franco, que el domingo, tras convertir los dos goles que le dieron la victoria a su equipo, anunció que no jugaría el Intermedio. El primer tiempo fue opaco y sin luces, casi sin destaques posibles en las áreas y con inconvenientes de ambos colectivos para construir jugadas.

Casi no había pasado nada, más que la adaptación del joven arquero de Nuevo Berlín Federico Silvera, hasta que, a la media hora de juego de idas y vueltas que no resolvían a un protagonista del partido, llegó la falta –y la consecuente expulsión, por segunda amarilla– de Matías Soto, que dejó a Rampla con un futbolista menos y complicó más al local, que rápidamente readaptó su línea defensiva y dio ingreso a Willinton Techera y sacrificó en el cambio al creativo brasileño Igor Paim.

Estuvo muy inconexo todo, pero Cerro hizo pesar la diferencia numérica y terminó siendo un poco más. Para el segundo tiempo Rampla hizo un gran esfuerzo y se puso un poquito más cerca del arco de Yonatan Irrazábal. Pero fue eso, apenas un esfuerzo ante una oncena mejor constituida de Cerro, que hasta casi el final del partido no pudo desequilibrar. Pero –siempre hay un pero– apareció uno de esos detalles mínimos que a veces deciden las cosas, en este caso una buena técnica de pegada, como la de Leandro Zazpe, que a la carrera mandó un centro templado para que Héctor Romário Acuña, que había ingresado en el segundo tiempo, cabeceara a las redes casi al final del partido.